LA FUERZA Y EL PODER

Ellos tienen la fuerza, nosotros el poder.
Javier Díez

Rebelión
No se trata solo de la fuerza o violencia del estado, la fuerza policial (o militar), por más que se vista de fuerza legítima porque sea legal. Las leyes las hace el parlamento, la justicia la maman todos los días bebés del pecho de madres tranquilas y alegres.

La fuerza del estado no es más que el instrumento de una violencia más cotidiana, más imperceptible pues casi todos estamos sometidos a ella, a la violencia económica que padecemos los que solo tenemos nuestras manos o nuestra cabeza para sobrevivir y no nos queda más remedio que vender nuestro trabajo para ganarnos la vida, para evitar la miseria o la exclusión social. Frente a nosotros están los que se apropian de nuestro trabajo y viven a nuestra costa, amasando un capital cada vez mayor que volverá a comprar una y otra vez nuestro trabajo y seguirá acumulándose sobre nuestras vidas y las de nuestros hijos.

Pero bien mirado, precisamente este es nuestro poder, pues somos los que generamos la riqueza de la sociedad, somos los portadores del trabajo vivo, ellos son solo amasadores de trabajo muerto, de camposantos de capital. Si nosotros no trabajamos ellos desaparecen, y con ellos todas las instituciones que les mantienen.

No hay democracia real sin democracia económica, sin reparto justo de la riqueza que generamos entre todos y para todos.

Ellos tienen las armas, nosotros la palabra

Un orden injusto solo puede mantenerse con la violencia o la amenaza de la violencia. Un sistema económico que condena a la mayor parte de la población mundial a la miseria, para que unos pocos vivan en la abundancia, o que se come el mundo a bocados, cada vez más agotado, con mierda por todas partes, que nuestros hijos habrán de heredar, no puede mantenerse sino por la fuerza de las armas.

Unos ya intentaron luchar contra sus armas, y perdieron la batalla y sus vidas. Otros ganaron la batalla, tomaron el poder y perdieron el juicio cuando usaron las armas contra sus semejantes. Algunos que se creían más listos se metieron dentro del poder para cambiarlo poco a poco, pero solo les dejaron poner la mesa de los banquetes de los amos, y ahora se pelean por contar el chiste de sobremesa más gracioso para que el señor tenga una buena digestión.

¿Debemos dar la lucha por perdida?, ¿no hay nada que hacer contra este poder miserable y corrupto de los amos y sus políticos lacayos?.

El caso es que no podemos enfrentarnos al poder o tomarlo con la fuerza, pero podemos disolverlo, supliéndolo con el poder de la gente, de personas solidarias e iguales que se miran a los ojos cuando se hablan y construyen juntas un mundo con el poder de su inteligencia colectiva, con la pasión de sus corazones unidos en el afán de hacerse la vida más fácil y alegre. Nuestra condición perecedera ya nos da bastantes dolores como para traer más de la mano de la estupidez individualista o la competencia depredadora.

Ellos tienen miedo, nosotros construimos la esperanza

Su tiempo se acaba, su sistema está podrido, las crisis son cada vez más virulentas, su fiesta toca a su fin, y nosotros no queremos participar, tenemos nuestra propia fiesta.

Se enfadarán todavía más, intentarán golpearnos, son como martillos que se creen rodeados de clavos por todas partes, quizá enloquezcan antes de desaparecer, y nos harán aún más daño. Algunos de nosotros pereceremos pero otros vienen detrás, somos legión y guardamos un mundo nuevo en nuestros corazones, estamos preñados de esperanza y ya hemos salido de cuentas.

Solo falta la ocasión, ¿será esta vez?, ¿quizá la siguiente?, ¿sabremos provocarla mejor la próxima vez?.

Aprendemos de los errores de los que nos precedieron y de los nuestros propios, no somos perfectos ni lo queremos, nuestra propuesta es muy simple, la gente es buena si no se la trata mal, hay para todos a condición de que no cunda la avaricia, no queremos habitar cielos prometidos ni siquiera muertos, solo nos llama el aquí y ahora, contigo, fundidos con la tierra que nos sostiene, de la que solo somos inquilinos obligados a ceder el uso del planeta a quienes vendrán después.

Ellos son el pasado, nosotros el presente

Hagamos como si no estuvieran vigilándonos desde sus edificios enrocados, hagamos como si la policía que nos golpea solo fuera un dolor de muelas, hagamos aquí y ahora como si ellos ya no estuvieran.

El día a día da para hacer muchas cosas, sin duda que hay que resolver los problemas cotidianos, y quizá ello nos agote casi del todo, pero también tenemos que hacer un hueco al mundo que queremos construir, el mundo que anunciamos está bajo los adoquines y asoma por las juntas gastadas.

Mira a tu semejante, interésate por él, hablad de igual a igual, muchas grandes obras empezaron con una palabra amable, quizá un “qué tal estás” realmente interesado. Ofrece ayuda desinteresadamente, tarde o temprano recibirás el eco. No cedas a la desconfianza, ellos la promueven para tenernos separados, enfrentados, debilitados para manejarnos mejor.

Quizá poco a poco te des cuenta de que no necesitas comprar tantas cosas, quizá aprendas que no todo se compra con dinero, y menos las cosas más importantes como la alegría, la solidaridad o la calma. El dinero es la sangre de los amos del trabajo muerto, es nuestra sangre que corrió viva y roja por nuestras venas, la sangre que nos chupan y se vuelve negra en sus cuerpos sin vida propia.

Haz la prueba, hazte fuerte con nosotros, no tienes nada que perder, salvo tus ataduras.

“Democracia en construcción. Perdonen las molestias”



El movimiento que surgió de Sol el 15 de Mayo irradia hacia los barrios y pueblos. Las palabras asamblea, consenso y democracia se han regado por las plazas, los parques y las conciencias. Algo está cambiando en las gentes y hay quienes comienzan a sentirse muy preocupados. La clase política se refugia en sus cargos y en sus parlamentos. Algunos sobrevuelan en helicópteros sobre sus representados para no oírles. Otros amenazan con ilegalizar al pueblo –el presidente del Congreso dice que “los manifestantes cometen un delito”, que es “inadmisible e intolerable que no se respete a los parlamentarios”-; hay quien habla de “caos violento” y de "respeto a los derechos de los que gobiernan". Otros afirman llevar años defendiendo lo que ahora el pueblo reclama en las calles, y hay quien, como el ministro de la presidencia Sr. Jáuregui, dice que “no hay alternativa a esta democracia”.

Mi barrio es un barrio conservador. No hablo de ideología. Les ha pasado a todos los barrios y pueblos de esto que llamamos España -otros lo llaman estado Español, otros todavía estamos por buscarle un nombre con el que no ofendamos ni nos sintamos ofendidos-. Los motivos por los que mis vecinos decidieron conservar lo que en su día conquistaron son distintos pero tenían un eje común con el resto de los barrios y pueblos: después de la dictadura franquista a lo que se podía aspirar, sin volver a un conflicto civil, era a esta especie de pseudo-democracia, de estado de bienestar escaso y de paz social autista. Todo ello, con la esperanza de que algún día, no muy lejano, pudiéramos disfrutar de un Estado de Derecho pleno, de un sistema político independiente de los poderes económicos, de salud, de trabajo, de educación pública de calidad… Bueno, quizá estoy idealizando. Quizás en mi barrio, como en los demás, sólo aspirábamos a vivir bien y a estar tranquilos. Por eso nos hicimos conservadores de lo que pudimos arrebatarle a un sistema económicamente desigual, socialmente injusto y ecológicamente depredador.

Desde que empezamos a hacer asambleas en mi barrio, mis vecinos han descubierto que no podemos conservar lo que tenemos sin aspirar a conquistar lo que nos deben.

Eso que nos deben se llama democracia. Lo mismo que se produjo en las asambleas de Sol y de otras ciudades, las personas hemos comenzado a hablar y a escucharnos. Como dijo uno de nuestros poetas de postguerra, Blas de Otero, estamos pidiendo “la paz y la palabra”. Hemos descubierto que, de hecho, casi hemos perdido más de lo que conquistamos. Estamos descubriendo cómo es realmente el lugar en el que vivimos, la necesidad que tenemos todos de hablar y contarnos, cómo somos y cómo podemos ser, incluso descubrimos que tenemos memoria y recordamos las luchas que nos precedieron.

Las personas de mi barrio se levantaron a finales de los años setenta con el lema “la vaguada es nuestra” para reclamar un espacio público que pusiera límites al gran especulador José Banús. Hoy, una vecina del barrio nos recordaba que gracias a esa lucha podíamos tener nuestra asamblea sentados en el césped, rodeados de hermosos árboles y con los niños jugando alrededor. Cuando alguien señaló que hay que ir buscando un lugar bajo techo para continuar asambleando en septiembre nadie dudó de que hay que reclamar los lugares públicos que son de todos. Una señora dijo que, hace muchos años, en la Ventilla, un barrio próximo, ellos ocuparon un ambulatorio abandonado porque lo público es de todos ¿o no? Los del grupo de infraestructuras dicen que hay un colegio vacío que se llama Guatemala, y sólo lo abren los sábados para dar clases de coreano. ¿De coreano? El chico se encoge de hombros, “igual hay coreanos en el barrio y no les conocemos” Otra vecina dice que quizá esté sin rampas de acceso o que no esté en condiciones. Inmediatamente un chico joven dice que eso es lo de menos, que nosotros podemos construir las rampas y reparar lo que esté mal, que no vamos a esperar a que nos lo arreglen. Tal vez estemos ante un nuevo paradigma de autogestión.

En la asamblea de mi barrio, contrariamente a la imagen que machaconamente difunden los medios, hay mucha gente mayor. Antes de empezar la reunión hay muchos jóvenes que aparecen cargando sillas de plástico para la gente que no puede sentarse en el suelo, algunas de ellas las cede un bar que está en el parque. Mis vecinos son personas de clase media, profesionales, obreros cualificados, emigrantes, comerciantes, obreros sin más… los roles y estereotipos están siendo erosionados por la palabra. Cuando alguien se atranca, se lía o se confunde, surge un aplauso, una palabra de ánimo y se le pide seguir adelante. Hemos descubierto que la paciencia es transitiva –transita de viejos a jóvenes y al revés-.Hay varias personas con minusvalías en nuestra asamblea. Tres de ellas son jóvenes. Uno de ellos fue el moderador la semana pasada. Una compañera le ayudaba con el micrófono. El humor y la soltura con la que moderó la asamblea hizo que a las tres de la tarde nadie tuviera prisa por terminar, éramos unos doscientos. En mi barrio se están destruyendo las barreras cerebrales que nos mantienen en compartimentos estanco.

Hoy, al finalizar el orden del día, nos tocaba traer lemas para las pancartas de la marcha de mañana 19 de junio. Por la tarde habría un taller para fabricarlas con las telas, papel, pinturas, esprays que cada uno llevara. Cuando el moderador pidió que nos pusiéramos en fila detrás del micrófono, como en un resorte, viejos, jóvenes y de mediana edad fueron desfilando risueños a exponer sus propuestas. La más aplaudida fue “Democracia en construcción. Perdonen las molestias”.

Mañana, hoy, estamos en construcción, para construir la democracia hemos de deconstruir nuestros prejuicios. Decía un cartel en Sol: vamos lentos porque vamos lejos.







Violencia y legitimación del Estado.



John Brown

Rebelión





Han tardado en hacerlo, pero la máquina ya está en marcha. Tal vez por oportunismo preelectoral o por genuina sorpresa ante un movimiento tan lógico como inesperado y tan potente, no se atrevieron hasta ahora a utilizar el arsenal de siempre contra el 15M. El arsenal de siempre, blandido ayer por Felip Puig y Artur Mas en el Parlamento catalán, es la utilización de los términos "batasunización" y "kale borroka", es la reducción de toda oposición radical al régimen al punto de fijación que es "la cuestión vasca" identificada con el "terrorismo" y la "violencia".



La cuestión vasca afecta a una zona pequeña del Estado español, pero ha sido hasta ahora estratégicamente determinante, pues ha dado al régimen heredero del franquismo oxígeno para mantener un aspecto fundamental de su constitución material: la política, la legislación y los aparatos de excepción que configuran la democracia española como "democracia antiterrorista". No es exagerado pensar que lo que hizo tan extraordinariamente fácil la transición a la democracia fue que, en este aspecto de la excepción antiterrorista, no hubiera transición alguna sino riguroso mantenimiento de la legislación y de los aparatos policiales y judiciales del franquismo.



Los incidentes de Barcelona en torno a la votación de los presupuestos de la Generalidad en el Parlamento de Cataluña fueron el pretexto para un ataque policial y político contra el movimiento 15M. Primero fue el ataque policial que repetía las agresiones policiales contra la acampada de la plaza de Cataluña. La particularidad, esta vez, es que se produjeron algunas agresiones verbales o simbólicas contra los diputados catalanes. Si bien la mayoría aplastante de los manifestantes había mantenido la misma actitud pacífica y respetuosa que siempre caracterizó al movimiento, un sector optó por un acto de repudio simbólico (un escrache), contra unos diputados que se disponían a perpetrar dolorosos recortes sociales con vistas a una salida de la crisis favorable al capital financiero. Otros aún protagonizaron algún pequeño acto de violencia urbana de mínima importancia como juntar contenedores de basura para frenar las cargas policiales, dar un empujón a un diputado o lanzar alguna imprecación. Está documentada la presencia de policías infiltrados entre los manifestantes. Falta documentar completamente las características de su actuación, pero son fáciles de adivinar. Normalmente, estos agentes procuran soliviantar a los manifestantes, tal como se ha podido ver en un video de las últimas manifestaciones de Valencia, a fin de propiciar cargas policiales y de iniciar una espiral de violencia que -retrospectivamente- justifica las cargas.



De hecho, en los principales escenarios de actos "violentos" en torno al 15M: en Madrid, el propio 15 de mayo, en Valencia y en la Ciudadela de Barcelona, se ha podido comprobar la presencia de agentes infiltrados y hay testimonios de su actuación. No todo es violencia policial, pero cuando las autoridades han optado por que se produzcan "incidentes", curiosamente siempre han seguido el mismo patrón con el fin de desprestigiar a un movimiento que ha optado abierta y claramente por la no violencia.



La opción no violenta, como toda opción política es discutible, pero ha sido la opción del movimiento desde el primer momento. Su mayor virtud es que desprestigia la represión y da una gran autoridad moral al movimiento. Su inconveniente es que resulta difícil en el ser humano determinar las fronteras entre el antagonismo constitutivo de la política y la violencia. Hay quien considera violento que se ocupen las plazas públicas o se deslegitime al parlamento y a las autoridades del país, otros consideramos violento que se voten leyes al dictado de los poderes económicos y financieros y en contra del interés general o que se deshaucie a miles de personas, o que haya más de cuatro millones de parados etc. En todos estos casos no hay violencia física traducida en golpes o lesiones, pero indudablemente se produce una agresión muy real contra las instituciones o contra la mayoría de los ciudadanos.



El Estado nunca opta ni puede optar por la no violencia. Para existir necesita tener partidas permanentes de "hombres armados" que constituyen sus ejércitos y policías. El Estado es Estado en la medida en que dispone de la fuerza violenta más poderosa en un territorio. La famosa caracterización del Estado por Max Weber como "monopolio de la violencia legítima" es en cierto modo circular, pues el monopolio de la violencia sólo es legítimo cuando la propia violencia, en competencia con otras, se ha hecho con dicho monopolio. No es que la legitimidad otorgue un monopolio de la violencia; el monopolio de ésta, por el contrario, sustenta la legitimidad.



El problema de la violencia para un movimiento que, como el actual, pone en entredicho el orden existente y sus instituciones es decidir sobre el respeto del monopolio estatal de la violencia. Evidentemente, este monopolio tiene que ponerse en entredicho si se persigue un cambio político y social radical, pero existen varias maneras de hacerlo. La más evidente es violar el monopolio y practicar la violencia como han hecho las organizaciones que el Estado denomina "terroristas", esto es las que violan el monopolio estatal del terror y de la intimidación violenta de las poblaciones.



El problema de esta posición es que, a menos de hacerse progresivamente con un potencia de fuego que pueda superar la del propio Estado y de mantener un fuerte vínculo con los movimientos sociales y las organizaciones políticas como ocurriera en Cuba o en Nicaragua, la organización que desafía el monopolio estatal de la violencia corre peligro de legitimar al Estado con cada una de sus acciones. La historia de ETA y de organizaciones armadas menores (FRAP, GRAPO) durante los últimos decenios en España lo demuestra con toda claridad. Ello no obedece sino a la lógica implacable del régimen de legitimación del Estado moderno.



El Estado moderno funda su legitimidad, desde Hobbes, en el hecho de que pone fin a una supuesta situación de guerra civil generalizada. En el "antes" mítico del "estado de naturaleza" que precede a la fundación del Estado, la falta de límites de los deseos humanos enfrentaba a los individuos unos con otros en una guerra "de todos contra todos". La violencia circulaba libremente y, si bien algunos podían disponer de un mayor poder violento que otros por haber concluido alianzas contra un enemigo común o por otras circunstancias, nadie podía espontáneamente hacerse con el monopolio. El momento fundacional del Estado, según Thomas Hobbes, es aquel en que los distintos individuos pactan unos con otros entregar todo su poder (en particular toda su capacidad de ejercer la violencia) a uno sólo, una persona individual o colectiva que se convertiría en el soberano. El monopolio de la violencia que así adquiere el soberano es garantía de la paz y la seguridad para todos los que pasan -mediante el pacto- a ser sus súbditos. Hobbes reconocerá que este pacto reside en "la relación mutua entre protección y obediencia" ("the mutual relation between protection and obedience", Th. Hobbes, Leviathan, A review and conclusion). No existe gran diferencia entre esta relación entre obediencia y protección y el viejo pacto mafioso por el cual la mafia obliga a obedecerle y pagarle tributos a cambio de "protección". Lo que diferencia Estado y mafia es sólo el monopolio de la violencia al que la mafia no puede acceder y que el Estado mantiene formalmente. Aquí podemos apreciar el carácter mítico y justificatorio del "pacto": gracias al pacto libremente suscrito por los individuos el Estado es, según Hobbes, no sólo un poder invencible sino un poder legítimo. La única manera que tiene Hobbes de impedir que el derecho se reduzca a mera expresión de una correlación de fuerzas es inventar esa ficción jurídica de un origen siempre ya jurídico -contractual- del propio derecho.



Sabemos que otra línea de la modenidad filosófica, la que discurre de Maquiavelo a Marx pasando por Spinoza acepta como fundamento de la vida política y del derecho la correlación de fuerzas entre la multitud y el soberano, evitando así la paradoja de un origen jurídico del derecho y rechazando la problemática de la legitilidad como mera mistificación.



En las particulares condiciones de intercambio de obediencia por protección -en régimen de monopolio- que caracterizan al Estado moderno según la concepción jurídica dominante, toda violencia privada es una reescenificación del estado de naturaleza inicial y justifica el temor de que vuelva a desencadenarse la dinámica de guerra civil. El Estado soberano no sólo se legitima por el pacto, sino por el temor constante a que vuelva a surgir, con cualquier acto de violencia no estatal, la guerra civil. Es esencial para él cultivar este temor para que nunca se olvide el motivo del pacto y de la obediencia. El régimen de Franco, después de la monumental acumulación de terror que él mismo protagonizó, basó así su legitimidad en el temor siempre reavivado al retorno de la guerra civil y fue contando al filo de largos decenios de opresión sus 20 y sus 40 "años de paz".



El Estado burgués está basado, tanto en sus formas de excepción como en sus figuras "normales", en un mecanismo de retroalimentación por el cual todo acto -real o imaginario- de cuestionamiento de su monopolio de la violencia termina reforzándolo. La paradoja de la desobediencia violenta es que termina reforzando la obediencia.



Toda violencia política no estatal se reduce automáticamente a bandidaje y delincuencia, convirtiéndose, cualquiera que sea su motivo, en objeto de temor para la población y fuente de legitimación del soberano. Esto se enfrenta, sin embargo, a la indefinición de los límites de la violencia, pues un mismo acto, cualquier tipo de acto, en función de las circunstancias o de los actores puede o no considerarse violento. Por ello es vital para el Estado no sólo disponer del monopolio de la violencia, sino también del derecho exclusivo a definir como tal lo que es violento. Como sostenía San Pablo, "sin ley no hay pecado". Toda existencia social entraña necesariamente un determinado grado de violencia al enfrentarse necesariamente entre sí las pasiones e intereses humanos, Por ello mismo, el Estado no puede pretender acabar con toda violencia, empezando por la propia; lo que puede hacer es designar como violentos unos actos, ignorando la violencia de otros y tolerándola. Según Carl Schmitt, "soberano es quien designa al enemigo"; hoy, con más exactitud, podemos decir con Julien Coupat que "soberano es quien designa al terrorista" o en general al "violento".



Una de las grandes conquistas del movimiento 15M se debe a su opción "pacifista". Gracias a ella se ha podido ver, a veces de manera sumamente clara, el funcionamiento del mecanismo de retroalimentación antes descrito. Efectivamente, el rechazo riguroso de toda violencia física por parte del movimiento ha obligado al Estado en varias ocasiones a escenificar artificialmente la violencia a través de sus cuerpos represivos.



Lo sorprendente en el movimiento de los "Indignados" es la inmensa tranquilidad de su indignación y su escasa vulnerabilidad a las constantes provocaciones de la policía infiltrada o uniformada. Esta actitud ha tenido el efecto de un reactivo químico que ha separado claramente la violencia de la convivencia pacífica y de la auténtica vida política, poniendo toda la violencia del lado del Estado.



El Estado no sólo se muestra así violento por su política social y económica en favor del capital financiero y en contra de la población, sino en cuanto sus cuerpos represivos, incapaces de realizar una provocación eficaz se ven abocados a la dramatización impotente -con la complicidad de los medios de comunicación- de escenas de guerra civil enteramente fabricadas.



Teniendo en cuenta la historia reciente y lejana del régimen español y los mecanismos de legitimación de que se vale, la puesta en jaque del sistema de retroalimentación de la violencia soberana por la violencia privada, la obligación que la potencia del movimiento ha impuesto a este sistema de retroalimentación de funcionar en circuito cerrado, constituyen un logro de dimensiones colosales que corrobora el acierto de la opción no violenta.



En las circunstancias actuales, el régimen ya sólo puede funcionar de manera delirante considerando que es violencia discutir libremente en calles y plazas, resistir pasivamente a una carga policial, oponerse a un deshaucio, recuperar la vida civil, la existencia política de las que el Estado capitalista priva a sus súbditos a través de sus sistemas hobbesianos de representación/protección. El Estado soberano tenía entre sus atributos el monopolio de la designación de la violencia, hoy la multitud se lo está arrebatando sin pretender en lo más mínimo disputarle el monopolio de la violencia física. Toda la violencia queda de su lado, del nuestro la potencia constituyente de la indignación.



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