JUAREZ, CIUDAD MARTIRIZADA

10 feb 2010

Del "juaricidio" al "Juárez tour"
Jenaro Villamil

MÉXICO, D.F., 9 de febrero (apro).- Hace menos de una semana, en una reacción inmediata ante la masacre de 15 jóvenes en Ciudad Juárez, Felipe Calderón y Fernando Gómez Mont adelantaron su dictamen –como si fueran agentes del Ministerio Público--: que fue el resultado de un pleito entre pandillas, y así justificaron la inoperancia de los miles de efectivos policíacos y militares que enviaron en la ‘Operación Conjunta’.
Por su parte, el alcalde, José Reyes Ferriz, y el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, ofrecieron un millón de pesos de recompensa y se lavaron las manos ante una corresponsabilidad evidente por este suceso que marcó un punto de quiebre en la espiral de violencia en esta ciudad fronteriza.
Ahora, de los discursos evasivos que responsabilizan a las víctimas de su propio destino trágico, han pasado a una sobrerreacción con fines de imagen pública para aparentar que, con gestos grandilocuentes, pueden ocultar el fracaso evidente en Ciudad Juárez.
A la tierra del Paso del Norte la han convertido en un tour político-electoral. El gobernador José Reyes Baeza ya quiere trasladar los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo a esa ciudad, como si se tratara del traslado de Moisés tras 40 días del desierto.
El secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont viajó desde el lunes para “pedirle disculpas” a los familiares de las víctimas, a nombre del presidente Felipe Calderón. Y el próximo jueves éste encabezará una gira oficial a Ciudad Juárez, forzado más por las críticas que se han publicado en los medios internacionales. Y para no quedarse al margen de este tour, la fracción de PRD en el Senado propuso la “desaparición de poderes” y el envío de cascos azules de la ONU a Ciudad Juárez, como si estos poderes no hubieran desaparecidos desde antes, ante el feroz pleito por la plaza.
¿Reiterará Felipe Calderón ante los familiares y sobrevivientes de las víctimas juarenses que 90% de ellos formaban parte de algún grupo criminal y que por eso se explica el alto número de homicidios, tal como lo declaró a The Washington Post? ¿Insistirá Gómez Mont en el siguiente “consejo” que soltó cuando le preguntaron el 2 de febrero qué le aconsejaría a los familiares de los 15 jóvenes asesinados?: “Sólo sometiéndose a la ley encontrarán respeto a sus vidas y a sus familias”
El problema fundamental radica en la incapacidad de los tres niveles de gobierno de asumir, por una vez siquiera, un diagnóstico sensato ante la derrota evidente de lo que ha sucedido en Ciudad Juárez. Menos ahora que la espiral de violencia ha elevado el costo político-electoral de los ataques que se registren en esta zona hasta que ocurran los comicios estatales del 4 de julio.
El Juaricidio, como el feminicidio puntualmente registrado en esta ciudad fronteriza desde 1993, se alimenta por algo en lo que insistió claramente el teórico del galantismo jurídico Luigi Ferrajoli: la demagogia de la fuerza necesaria.
“La utilización del Ejército en labores contra el crimen organizado, aun con la figura de un mando único, es una utilización básicamente demagógica y muy incorrecta. Es necesaria la capacidad investigadora, no la fuerza militar o policíaca”, insistió Ferrajoli en su encuentro con abogados del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), como muchas otras voces han reiterado una y otra vez.
Con la misma lucidez que han caracterizado sus ensayos sobre teoría del derecho, el italiano le recordó al gobierno mexicano:
“Contra la criminalidad son necesarias medidas racionales, no demagógicas. Los criminales deben ser tratados como ciudadanos, el estado de derecho no conoce de enemigos, sólo de ciudadanos, es solamente de esta manera, considerándolos como delincuentes, no como enemigos, como se puede deslegitimar política y socialmente el crimen organizado.”
Comparaciones
LUIS LINARES ZAPATA
En medio de una furiosa y disolvente campaña en su contra, Barack Obama se embarca en una estrategia para tratar de modificar la desgastada manera de hacer política en su país. La oposición, sobre todo en épocas prelectorales, como en la que ahora se vive en Estados Unidos, se dedica a bloquear toda acción que provenga de la Casa Blanca. Con una marcada minoría, los republicanos pueden ahora detener, con una infinidad de tretas disponibles a la usanza, cualquier programa o ley que pretenda pasar el presidente.
Para evidenciar tal actitud y mecanismos perversos que detienen la labor legislativa, Obama se encerró, después de su primer informe a la nación, con legisladores republicanos en una dilatada sesión, abierta a los medios de comunicación, de preguntas y respuestas. Ahí, sin titubeos y armado con un toque de humor y sencillez, Obama demostró por qué fue un formidable candidato y es, ahora, un ejecutivo excepcional. Una a una, las preguntas, muchas formuladas como trampas retóricas, fueron desarmadas por el mandatario. Y lo pudo hacer gracias a dos de sus cualidades: la primera y más destacable es fruto del esfuerzo individual evidenciado en el conocimiento de los temas de gobierno bajo cuestionamiento; la segunda tiene que ver con su ya reconocido dominio de la tribuna y el elegante discurso. Pero también la disputa se facilitó para el demócrata debido a la cortedad de miras y torpes argumentos exhibidos por los republicanos.
La derecha estadunidense de estos días se viene caracterizando por un cuasiaxioma esquemático enunciado de la siguiente manera: la derecha o es extrema o no es derecha. Así, los republicanos se van haciendo reproductores de sus propios miedos, mentiras y obsesiones recogidas en un movimiento que se expande por ese país, el llamado Tea Party, una pretendida referencia al boicot que desató la lucha por la independencia. Estos militantes partidistas llegaron, a la encerrona planteada por Obama, imbuidos por la campaña previa que ellos mismos han desatado y que se basa en infundios y malabarismos propagandísticos. Un enorme porcentaje de ellos sostiene, por ejemplo, que Obama no nació en Estados Unidos. Otros muchos dicen que es comunista y que apoya a terroristas. Pero las acusaciones de actualidad formuladas por esos legisladores giraron alrededor de la crisis (empleo) y el déficit fiscal (1.8 billones) o su derivada, la deuda pública que, dicen, Obama la incrementará en casi 4 billones (trillones estadunidenses).
Como fácilmente puede distinguirse, la administración de Obama es heredera del desorden y la pésima administración republicana de George W. Bush. Este personaje recibió de Bill Clinton un amplio superávit fiscal y, por las dos guerras en las que se embarcó, adicionadas a las rebajas impositivas a los ricos y grandes empresas, llevó a las cuentas públicas al sitial de casi bancarrota. La crisis desatada, además, quedó marcada por el pensamiento conservador dominante que extendió sus prédicas por todo el mundo. Estos supuestos, verdaderos autos de fe en la magia de los mercados y la autocontención como sustituta de controles soberanos, desembocaron en regulaciones laxas que sostuvieron la especulación sin mesura por parte de la banca, una combinación que resultó fatal y cruenta para el desarrollo global. El pésimo despliegue del crédito disponible, usado sin recato, dio pie a ambiciones desmesuradas de riqueza instantánea, un corolario tan inevitable como dañino que, sin embargo, sigue presente. Después de esta defensa que hizo Obama de sus políticas y programas, el de salud es el núcleo de sus propuestas, la tendencia decreciente en su popularidad empezó a cambiar. Posteriormente, el presidente estadunidense se reunió, en sesión parecida, con los legisladores de su propio partido para recordarles que son mayoría y que deben trabajar con sus contrapartes y abandonar los cauces trillados de hacer política sin atender los problemas de la gente que tanto han desprestigiado al mundillo federal (Washington).
Esto viene a cuento porque, por estos desagradables días de muerte y pleitos prelectorales, se pueden desprender variadas enseñanzas al comparar el liderazgo, personal y el colectivo de la elite, que se padece en México con el arriba descrito sin soslayar sus desviaciones, ineficiencias y extremismos. El señor Calderón nunca podría reunirse con la oposición en una sesión parecida a la que inauguró Obama en su territorio y con los rituales prevalecientes. No tiene el conocimiento, el dominio de la escena y menos aún el arrojo y la visión que se requieren para dar, aunque sea tardío, un golpe de timón a su inocua administración desfalleciente. Simplemente no podría enfrentar la crítica a sus pasados tres años que se extienden, por justa apreciación, a nueve (incluidos los del rencoroso ranchero) bajo el panismo. Sería un lastre irremontable para un achicado y titubeante Calderón.
El michoacano acudirá, en cambio, a Ciudad Juárez, Chihuahua, apremiado por las trágicas circunstancias prevalecientes, muchas de éstas embarradas con intenciones electoreras descaradas, a las cuales no escapan los priístas. Por el contrario, serán, sin duda alguna, las pugnas y los apañes que dominarán cuanto programa se inaugure allá. Ciudad Juárez se ha transformado en el teatro definitorio donde quedará desarmada y expuesta la guerra contra el narco, malhadada insignia de este desgobierno. Mientras ese terrible escenario se plasma, el señor Calderón, en medio de yerros discursivos, se lanza a una plegaria repetitiva de pactos sin sentido y reformas carentes de bases y futuro. El costo social, político, económico y cultural de una imposición.
La Iglesia
CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA

La sociedad mexicana cambia, pero el registro de ese cambio tarda en ocurrir. Hace un buen tiempo que pasaron los años del partido político casi único, lo mismo que de la Iglesia (católica) sin contrapartes en el horizonte. Pero en la opinión publicada que tiene cabida en diarios y revistas, y sobre todo en los medios electrónicos, se siguen utilizando expresiones que borran la diversificación religiosa ya bien asentada en el país.
Por todas partes podemos leer encabezados, reportajes, análisis que usan como expresión la Iglesia para referirse a la Iglesia católica. Los autores no consideran necesario usar el calificativo porque presuponen que los lectores saben que sólo hay una institución de la que se ocupan cuando escriben, o la señalan en radio y televisión, y que ella es la Iglesia católica. Las demás creencias, desde la perspectiva hegemónica del catolicismo invisibilizador, caben sin problemas en el costal de las sectas.
La historia de las disidencias religiosas en México demuestra que el dominio de las conciencias por la Iglesia católica nunca fue total. A lo largo de los tres siglos de la Colonia hubo individuos que burlaron el control confesional católico, algunos fueron descubiertos y padecieron juicios inquisitoriales. Otros lograron, bajo el manto protector de la vida privada, guardar sus creencias y transmitirlas en el seno familiar y de algunas amistades cercanas.
En el periodo que va de los primeros años posteriores a la Independencia y la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, se acrecientan los nacionales que se identifican con credos distintos al catolicismo. Conforman pequeños núcleos a los que la Iglesia católica combate decididamente, pero la persistencia de los disidentes es notable y logran sobrevivir al acoso. Con ello fortalecen las vías de una incipiente diversificación religiosa en el país.
Los misioneros extranjeros que en el último tercio del siglo XIX arriban a México para consolidar iglesias de distintas denominaciones protestantes no crean ex nihilo las comunidades de creyentes evangélicos; sino que potencian lo ya trabajado por nacionales que por distintos caminos habían dado antes los primeros pasos del protestantismo mexicano.
Primero con porcentajes modestos registrados por los censos de población, hasta 1950 los no católicos son una minoría cuya presencia molesta al clero católico, pero que está lejos de disputar el dominio del campo religioso a la creencia tradicional. A partir de 1960 los censos comienzan a mostrar cifras de crecimiento significativo del abanico protestante, y disminución porcentual en las filas del catolicismo. Hace dos décadas dejó de ser cierta la afirmación de que más de 90 por ciento de los mexicanos son católicos. Sin embargo, e incluso en medios críticos del clericalismo católico, se siguen dando por ciertos los números que no tienen asidero en la realidad.
Hoy en México los católicos están más cerca de ser 80 por ciento que del 90 de dos décadas atrás. Por las tendencias, su único horizonte es el decrecimiento constante. En algunas regiones del país la disminución de católicos es muy notable, particularmente en el sur-sureste. Ya es de llamar la atención la lista de municipios donde los católicos son menos de 50 por ciento. No recuerdo algún reportaje escrito, de radio o de televisión que haya documentado el hecho con datos duros y sin referirse despectivamente a quienes eligieron un credo distinto al católico romano.
Las evidencias no debieran dejar dudas de que la sociedad mexicana se está diversificando y que, por tanto, es necesaria mayor sensibilidad entre quienes la documentan y analizan. Es más fácil reproducir clichés y lugares comunes, dar cobertura a las procesiones y actos católicos como muestra de fe y verdadera devoción, que referirse a esos extraños cultos de los pentecostales donde campea el fanatismo. No es fácil trascender los estereotipos, resistirse a estigmatizar al extraño, pero, si en los medios informativos se quiere contribuir a fortalecer la democracia cultural, es impostergable ocuparse de las minorías sin hacerlas objeto de linchamientos simbólicos.
Sobre todo el alto clero católico va a continuar magnificando la fuerza de la religión que encabeza, y obteniendo buenos dividendos políticos para su causa con la colaboración de gobiernos temerosos de contradecir los designios de la Iglesia. Ante esto es necesario exigir a las cautelosas autoridades que están para cumplir las leyes y no para negociarlas con quienes buscan imponer su ética confesional a todos los demás. Del lado de la sociedad hace falta hacer justicia a la complejidad que pervive en todos los órdenes de la nación, y aclarar de qué institución se habla cuando se utiliza esa expresión totalizante, la Iglesia.