UN RESQUICIO PARA LA ESPERANZA
14 jul 2010
Electores y alianzas
LUIS LINARES ZAPATA
La disputa por la igualdad se va perdiendo en el mundo entero. La concentración de la riqueza en pocas manos lleva la delantera aun en regiones (Europa) donde el Estado de bienestar había dado grandes zancadas. El pensamiento neoliberal ha logrado colonizar las mentes de aquellos que detentan el poder y los guía hacia un accionar dañino para los intereses de las mayorías. En México, sin embargo, dicha concentración ha sido un ejemplo señero por la agresividad con la que se ha acumulado la riqueza producida, la cual se les transfiere sin miramiento alguno. Los últimos decenios, 27 o 30 años recientes, han sido dramáticos para este país. No sólo por la desigualdad que se ha propiciado mediante cuanta triquiñuela ha podido ser imaginada, sino porque se le ha acompasado con un envilecimiento de la vida pública sin paragón en la historia.
No hay institución que quede al margen del manoseo y el yugo de los de arriba. La cultura misma ha sido marcada con la quiebra de valores, tanto individuales como colectivos. La impunidad, cemento que une a este estado decadente de cosas, es el precursor del desamparo, de la nociva indefensión a la que se hallan sometidos los ciudadanos. Las elites gobernantes, en su voracidad sin límite, levantan sus enormes parapetos con la más rampante y cínica demagogia, siempre arguyendo apego a la legalidad y el respeto irrestricto por las instituciones. Es por eso que el sistema establecido no duda en propiciar y usufructuar elecciones que desembocan en recambios estériles como los actuales. Ellas son una vía, amplia y provechosa, para proseguir esta encomienda de expoliación voraz. Ninguna alianza derechista puede modificar tendencias, sino, al contrario, reforzarlas.
Por fortuna, las recientes elecciones llevadas a cabo muestran un resquicio de esperanza. Aun entre el griterío que se desató en los medios de comunicación para encontrar, al gusto de los difusores orgánicos, ganadores y perdedores individualizados, algo con valor puede ser rescatado. Y eso que se puede observar, si se le atiende con sinceridad, habla de la presencia y el espíritu que animó a los votantes. Lo hace ahí donde, a pesar de los flagrantes delitos cometidos por gobernantes y mañosos aliados, su voluntad logró despuntar hacia el deseo de emancipación. Los electores, en ciertos estados nada más, le dieron cauce positivo a su enojo, a su descontento y no se quedaron quietos, aturdidos por la demagogia del voto nulo, la indiferencia del miedo (BC o Tamps), sino que se movilizaron para darse una oportunidad adicional a ellos mismos. Se fijaron en los candidatos y los evaluaron. Supieron quiénes podrían auxiliarlos y quiénes son los simples vehículos de la continuidad malsana. Visión y voluntad claramente expresada en Oaxaca, por ejemplo. Así, el reinado de terror, el despojo y los latrocinios que envuelven a esa tierra bien pueden concluir. El pueblo de Oaxaca ya no quiere ser la base que sostiene a una enorme pirámide de explotación nacional impersonada en lo más perverso del modo priísta de hacer política y que el PAN sigue a pie juntillas.
Ahora Gabino Cué tiene, quiéralo o no, parte sustantiva de esa encomienda de rescate. Debe, al menos, dar inicio a la recomposición de los equilibrios sociales, a la participación sin trabas y la justicia distributiva. Tiene que ser fiel al reclamo del pueblo y nada más. Colocar a esos que dicen haberlo apoyado con su alianza electorera en su justa proporción que no es de gran alcance ni altas miras. Tampoco prestar oídos a esos otros que, aunque, en efecto, le tendieron la mano, quieren ahora pasarle facturas de sujeción y negocios. Los que le acogieron con generosidad o le mostraron la ruta posible sin condicionantes previas, es seguro que tampoco pretenderán atarlo o pedirle indebidas cuentas. Lo único ante lo cual debe responder Gabino y los que lo acompañen en la tarea, se concreta en rencauzar la extraviada labor política por los rumbos de la justa honestidad.
Similar fenómeno cívico tuvo lugar en Puebla. Ahí los poblanos fueron a las urnas no alentados por una alianza que poco se correspondía con sus inquietudes efectivas. Sortearon trampas y condicionamientos de décadas para dar un salto, todavía pequeño y sin las debidas seguridades, pero con esperanzas ciertas. Los motivos de su accionar tienen que ver, de nueva cuenta, con el insoportable ambiente generado por un mal gobernante, por su cauda de salteadores mancornados y una manera degradante de valorar la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos. Pero a Moreno Valle le han salido mentores de variadas tesituras y calañas. Autocalificados protectores, aliancistas convenencieros y hasta socios que pueden, con facilidad, desquiciarle miras, forzar falsos respetos que le llevarán a desviar las urgentes atenciones para con los que le votaron. Su base de sustentación es por demás endeble. Sólo el respaldo popular, si sabe encontrarlo, le pondría a salvo de las inminentes presiones que habrá de recibir.
Las famosas alianzas entre los dirigentes, impuestos por tribunal convenenciero, no se olvide, y el partido del señor Calderón, no fueron los que salieron exitosos de las pasadas elecciones. En estas elecciones se dio una muestra de la inminente debacle del mal gobierno (Zacatecas, Hidalgo, Sinaloa, Veracruz) junto a la manipulación clientelar. Fueron, estos aliancistas, en el cabús de la derecha y ahí parecen sentirse triunfadores. El PRI no va a ser derrotado porque se le gane en el estado de México mediante una nueva alianza. La lucha cierta es contra la derecha, ya sea del PAN o la del PRI o la de ambos combinados, como siempre ha sido en estos últimos decenios. Son los electores organizados, y su consciente movilización tras un objetivo transformador de México, lo que pondrá fin a un ya muy alargado periodo de decadente vida institucional, política, económica y cultural de la República. Eso se logrará despertando, con información verídica, la esperanza en un sólido programa de reconstrucción nacional.
El desafío de las alianzas
Marta Lamas
MÉXICO, D.F., 13 de julio.- Al festejar con amigas feministas el triunfo de las alianzas en Oaxaca y Puebla, varias expresamos nuestras dudas y temores respecto a lo que sigue. En otros países se ha visto que adversarios ideológicos llegan a acuerdos y se ponen a trabajar juntos. Pero en México, ¿la simple cohabitación en una boleta electoral eliminará los fuertes antagonismos existentes o desembocará en una serie de luchas intestinas? ¿Cómo le van a hacer Cué y Moreno Valle? Con la escasa tradición de construcción de pactos en nuestro país, lo más difícil viene ahora. ¿Cómo gobernarán? ¿El PAN le dejará Oaxaca al PRD y éste le soltará Puebla al PAN? ¿O conformarán un gabinete mixto, donde compitan ideas y proyectos? ¿Habrá diálogo o monólogos? ¿Se impondrán los poderes fácticos? ¿Quién cederá, quién sacará provecho?
Puesto que la alianza PRD-PAN es meramente instrumental y no ha elaborado un programa común de gobierno, ¿cómo conciliarán estos partidos sus visiones radicalmente distintas sobre tantísimas cuestiones? Tal como están hoy las cosas, no es posible avanzar sin un trabajo riguroso y sostenido de construcción política de acuerdos. Ante tal panorama, la preocupación de muchas feministas es que libertades fundamentales, como los derechos sexuales y reproductivos, sean silenciadas en aras de lograr consensos rápidos.
En lugar de “congelar” estos indispensables temas, hay un camino más productivo, aunque más difícil y lento, para dirimir diferencias: escuchar, discutir y acordar. Para pactar estas alianzas, las dirigencias partidarias del PAN y el PRD ya se vieron conminadas a hacerlo. Ahora requieren dar otro paso adelante y realizar un buen debate público (bien coordinado, con participación ciudadana y transmitido por los medios de comunicación) para ventilar las posturas ciudadanas respecto a cualquier tema espinoso. Esto marcaría un cambio político muy alentador.
Hace rato me sorprende algo que compruebo en mis alumnos del ITAM, pero que no sólo se da entre jóvenes universitarios, sino que se manifiesta crecientemente a nivel popular, entre ciudadanos atentos y críticos: un elemento determinante en su decisión electoral es el grado de modernidad que expresan los candidatos, al margen de la postura ideológica del partido. ¡Ojo!, no estoy diciendo que las preferencias tradicionalmente partidistas no sigan orientando a buena parte de los electores, pues todavía existe el voto “duro” por determinados partidos. Digo que va en aumento una porción de votantes que se salen de los esquemas tradicionales de “votar a la derecha” o “votar a la izquierda”, y a quienes les interesa sobre todo que los partidos y los gobernantes respeten las garantías constitucionales que son imprescindibles para tomar decisiones sobre la propia vida.
Estos derechos civiles amparan un conjunto de decisiones íntimas que no afectan los derechos de terceros; por eso cada vez hay más ciudadanos que apoyan la anticoncepción de emergencia, que promueven el uso del condón, que admiten la despenalización del aborto, que aceptan la homosexualidad con naturalidad y que creen que el Estado sólo debe intervenir para otorgar servicios y no para prohibir conductas sexuales y reproductivas. Estos ciudadanos aspiran a vivir en una sociedad, además de igualitaria, verdaderamente libertaria y respetuosa de la diversidad. De ahí que un número creciente de mujeres y hombres luche por que ni el gobierno ni las Iglesias se inmiscuyan en sus decisiones privadas.
¿Son las alianzas una palanca para progresar hacia la sociedad que deseamos y para que el país salga de su situación de brutal desigualdad, injusticia y violencia? Tal vez, si el trabajo de ser alianza obliga a los partidos a modificar sus prácticas y a gobernar tomando verdaderamente en serio los deseos y necesidades de una ciudadanía plural. Flores D’Arcais señala que cuando el ciudadano común, que vive cada vez más inseguridad (tanto de sus derechos como de la seguridad pública), se da cuenta de que es tratado como un cliente por la clase política, entonces oscila entre la rabia contra todos los políticos y la apatía: “todos los políticos son iguales”. Estas reacciones, que olvidan que la política es esencial para organizar la coexistencia que se da en condiciones muy conflictivas por el antagonismo, la explotación y la opresión que existen entre los seres humanos, alimentan peligrosas salidas de los marcos institucionales.
Muchos ciudadanos creen que las alianzas podrían dar un giro sustantivo a la política mexicana. Pero esas alianzas no irán muy lejos si no asumen que junto a los anhelos democráticos están las exigencias redistributivas acompañadas de la legítima reivindicación de las libertades individuales. Será una dura prueba para el PAN y para el PRD gobernar Puebla y Oaxaca, pero si estos recién elegidos gobernantes registran y asumen la transformación que ha ocurrido en las mentalidades ciudadanas, si alientan verdaderamente nuevas formas de participación ciudadana, entonces tal vez despegue el proceso de renovación política que urge en nuestro país. Lo veo muy difícil, pero afrontar ese gran desafío que hoy tienen Gabino Cué y Rafael Moreno Valle es la apremiante e inmensamente compleja tarea que requiere nuestro país.
Canal once, el engaño
Jenaro Villamil
MÉXICO, DF, 13 de julio (apro).- ¿A quién quiere engañar Felipe Calderón cuando afirma que el Canal Once se convertirá en “una televisión pública que promueva el debate democrático de las ideas”, y que su naturaleza es la de “una televisión del Estado mexicano pública, gratuita, abierta y plural”?
El anuncio realizado en transmisión simultánea –ya vimos que a Calderón le encantan los “encadenamientos” de sus mensajes-- se produjo en las instalaciones del antiguo canal educativo del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
En esencia, fue la formalización de una mayor cobertura de esta señal para llegar a 42% del territorio nacional, incluyendo capitales como Guadalajara, Jalapa o Morelia. Anunció que “en breve” se incorporarán las ciudades de Mérida, Monterrey, Oaxaca y Durango a la cobertura de Canal Once.
Durante ese evento no hubo sociedad civil sino el conjunto de la burocracia de medios gubernamentales de la administración federal, la misma que con escasos recursos ha tratado de hacer en algunos medios un trabajo digno, a pesar del menosprecio de Los Pinos o el acoso incesante de Max Cortázar para convertir a estas señales en prolongaciones de la propaganda calderonista. Ni siquiera estos funcionarios creen que se trata realmente de una “tercera cadena pública”.
Se trata de una señal para la propaganda calderonista. Se busca el control político nuevamente de los medios permisionados para uniformar sus contenidos informativos, excluir a voces críticas y copiar los formatos de la televisión comercial para transformarlos en una especie de divertimentos burocratizados por la alta ineficacia telegénica de quienes administran Canal Once.
Basta ver lo que ha sucedido con la barra de programación de Canal Once durante este sexenio. Hubo varios intentos para desaparecer programas “incómodos” como el debate de los hombres de negro o el programa “Aquí nos tocó vivir” de Cristina Pacheco, que no coinciden con la idea de infoentretenimiento de su director Fernando Sariñana.
Luego se pirateó la idea de “Discutamos México” que inició el Canal 22 para volverlo una proyección de las fantasías calderonistas durante el Bicentenario y el Centenario. También se modificó el formato de los noticieros para que las notas principales sean las declaraciones de los miembros del gabinete, incluyendo a la primera dama Margarita Zavala, como si se tratara de una pasarela de funcionarios de una televisión soviética: sin imaginación, sin contraste crítico, sin hechos que informar.
Además, se incorporaron programas con los nuevos géneros híbridos de la televisión (realitys, concursos, talk shows, docudramas), pero sin una propuesta realmente alternativa para las audiencias. Se clausuró, sin explicación alguna, la figura del ombudsman de las audiencias de Canal Once porque al director cinematográfico que dirige esta señal le pareció aburrido atender los derechos de las audiencias.
Incluso se eliminó todo punto de vista crítico hacia el modelo de la televisión guiada por el rating y Canal Once no volvió a promover ningún debate profundo sobre la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión.
En fin, Canal Once se volvió una televisora dócil, cómoda no sólo para el gobierno federal sino para Televisa y TV Azteca.
Y Sariñana fue de los primeros en firmar ese fraude telegénico llamado “Iniciativa México”, como si se tratara de un proyecto del propio IPN.
Nunca fue un canal plenamente autónomo ni mucho menos un medio de la sociedad civil, pero durante décadas Canal Once fue cuidado por sus productores y algunos directores para que mantuviera una identidad propia, más allá de los vaivenes sexenales. Algunos lo lograron, otros no tanto. Pero con el calderonismo se retornó a las peores prácticas de una televisión del régimen priista, como si nada hubiera cambiado.
Incluso, hubo una operación burocrática altamente cuestionable. La creación por decreto del Organismo Promotor de Medios Audiovisuales (OPMA) implicó sacar de la esfera educativa (la SEP) la dirección de los medios oficiales para que retornara a la Secretaría de Gobernación, como si se tratara de un asunto de control político y no de proyecto cultural.
Miente Calderón cuando afirma que “la televisión pública mexicana seguirá siendo el emblema de la televisión educativa, cultural e informativa. Fortalecerá los valores que enriquecen y nutren nuestra mexicanidad”.
Miente porque el mismo anuncio es un ejemplo de que se trata de instrumentalizar el Canal Once para volverlo la “señal presidencial”. Lo público se confunde con lo gubernamental y la televisión educativa se transforma en una televisión de propaganda.
¿Por qué no estuvieron los anteriores directores de Canal Once? ¿Por qué se han excluido las experiencias previas de una señal que ha aportado mucho a la cultura televisiva mexicana?
Esta es la principal muestra de que se trata de un modelo excluyente, autorreferencial y, a fin de cuentas, sin el menor interés en el servicio público.
LUIS LINARES ZAPATA
La disputa por la igualdad se va perdiendo en el mundo entero. La concentración de la riqueza en pocas manos lleva la delantera aun en regiones (Europa) donde el Estado de bienestar había dado grandes zancadas. El pensamiento neoliberal ha logrado colonizar las mentes de aquellos que detentan el poder y los guía hacia un accionar dañino para los intereses de las mayorías. En México, sin embargo, dicha concentración ha sido un ejemplo señero por la agresividad con la que se ha acumulado la riqueza producida, la cual se les transfiere sin miramiento alguno. Los últimos decenios, 27 o 30 años recientes, han sido dramáticos para este país. No sólo por la desigualdad que se ha propiciado mediante cuanta triquiñuela ha podido ser imaginada, sino porque se le ha acompasado con un envilecimiento de la vida pública sin paragón en la historia.
No hay institución que quede al margen del manoseo y el yugo de los de arriba. La cultura misma ha sido marcada con la quiebra de valores, tanto individuales como colectivos. La impunidad, cemento que une a este estado decadente de cosas, es el precursor del desamparo, de la nociva indefensión a la que se hallan sometidos los ciudadanos. Las elites gobernantes, en su voracidad sin límite, levantan sus enormes parapetos con la más rampante y cínica demagogia, siempre arguyendo apego a la legalidad y el respeto irrestricto por las instituciones. Es por eso que el sistema establecido no duda en propiciar y usufructuar elecciones que desembocan en recambios estériles como los actuales. Ellas son una vía, amplia y provechosa, para proseguir esta encomienda de expoliación voraz. Ninguna alianza derechista puede modificar tendencias, sino, al contrario, reforzarlas.
Por fortuna, las recientes elecciones llevadas a cabo muestran un resquicio de esperanza. Aun entre el griterío que se desató en los medios de comunicación para encontrar, al gusto de los difusores orgánicos, ganadores y perdedores individualizados, algo con valor puede ser rescatado. Y eso que se puede observar, si se le atiende con sinceridad, habla de la presencia y el espíritu que animó a los votantes. Lo hace ahí donde, a pesar de los flagrantes delitos cometidos por gobernantes y mañosos aliados, su voluntad logró despuntar hacia el deseo de emancipación. Los electores, en ciertos estados nada más, le dieron cauce positivo a su enojo, a su descontento y no se quedaron quietos, aturdidos por la demagogia del voto nulo, la indiferencia del miedo (BC o Tamps), sino que se movilizaron para darse una oportunidad adicional a ellos mismos. Se fijaron en los candidatos y los evaluaron. Supieron quiénes podrían auxiliarlos y quiénes son los simples vehículos de la continuidad malsana. Visión y voluntad claramente expresada en Oaxaca, por ejemplo. Así, el reinado de terror, el despojo y los latrocinios que envuelven a esa tierra bien pueden concluir. El pueblo de Oaxaca ya no quiere ser la base que sostiene a una enorme pirámide de explotación nacional impersonada en lo más perverso del modo priísta de hacer política y que el PAN sigue a pie juntillas.
Ahora Gabino Cué tiene, quiéralo o no, parte sustantiva de esa encomienda de rescate. Debe, al menos, dar inicio a la recomposición de los equilibrios sociales, a la participación sin trabas y la justicia distributiva. Tiene que ser fiel al reclamo del pueblo y nada más. Colocar a esos que dicen haberlo apoyado con su alianza electorera en su justa proporción que no es de gran alcance ni altas miras. Tampoco prestar oídos a esos otros que, aunque, en efecto, le tendieron la mano, quieren ahora pasarle facturas de sujeción y negocios. Los que le acogieron con generosidad o le mostraron la ruta posible sin condicionantes previas, es seguro que tampoco pretenderán atarlo o pedirle indebidas cuentas. Lo único ante lo cual debe responder Gabino y los que lo acompañen en la tarea, se concreta en rencauzar la extraviada labor política por los rumbos de la justa honestidad.
Similar fenómeno cívico tuvo lugar en Puebla. Ahí los poblanos fueron a las urnas no alentados por una alianza que poco se correspondía con sus inquietudes efectivas. Sortearon trampas y condicionamientos de décadas para dar un salto, todavía pequeño y sin las debidas seguridades, pero con esperanzas ciertas. Los motivos de su accionar tienen que ver, de nueva cuenta, con el insoportable ambiente generado por un mal gobernante, por su cauda de salteadores mancornados y una manera degradante de valorar la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos. Pero a Moreno Valle le han salido mentores de variadas tesituras y calañas. Autocalificados protectores, aliancistas convenencieros y hasta socios que pueden, con facilidad, desquiciarle miras, forzar falsos respetos que le llevarán a desviar las urgentes atenciones para con los que le votaron. Su base de sustentación es por demás endeble. Sólo el respaldo popular, si sabe encontrarlo, le pondría a salvo de las inminentes presiones que habrá de recibir.
Las famosas alianzas entre los dirigentes, impuestos por tribunal convenenciero, no se olvide, y el partido del señor Calderón, no fueron los que salieron exitosos de las pasadas elecciones. En estas elecciones se dio una muestra de la inminente debacle del mal gobierno (Zacatecas, Hidalgo, Sinaloa, Veracruz) junto a la manipulación clientelar. Fueron, estos aliancistas, en el cabús de la derecha y ahí parecen sentirse triunfadores. El PRI no va a ser derrotado porque se le gane en el estado de México mediante una nueva alianza. La lucha cierta es contra la derecha, ya sea del PAN o la del PRI o la de ambos combinados, como siempre ha sido en estos últimos decenios. Son los electores organizados, y su consciente movilización tras un objetivo transformador de México, lo que pondrá fin a un ya muy alargado periodo de decadente vida institucional, política, económica y cultural de la República. Eso se logrará despertando, con información verídica, la esperanza en un sólido programa de reconstrucción nacional.
El desafío de las alianzas
Marta Lamas
MÉXICO, D.F., 13 de julio.- Al festejar con amigas feministas el triunfo de las alianzas en Oaxaca y Puebla, varias expresamos nuestras dudas y temores respecto a lo que sigue. En otros países se ha visto que adversarios ideológicos llegan a acuerdos y se ponen a trabajar juntos. Pero en México, ¿la simple cohabitación en una boleta electoral eliminará los fuertes antagonismos existentes o desembocará en una serie de luchas intestinas? ¿Cómo le van a hacer Cué y Moreno Valle? Con la escasa tradición de construcción de pactos en nuestro país, lo más difícil viene ahora. ¿Cómo gobernarán? ¿El PAN le dejará Oaxaca al PRD y éste le soltará Puebla al PAN? ¿O conformarán un gabinete mixto, donde compitan ideas y proyectos? ¿Habrá diálogo o monólogos? ¿Se impondrán los poderes fácticos? ¿Quién cederá, quién sacará provecho?
Puesto que la alianza PRD-PAN es meramente instrumental y no ha elaborado un programa común de gobierno, ¿cómo conciliarán estos partidos sus visiones radicalmente distintas sobre tantísimas cuestiones? Tal como están hoy las cosas, no es posible avanzar sin un trabajo riguroso y sostenido de construcción política de acuerdos. Ante tal panorama, la preocupación de muchas feministas es que libertades fundamentales, como los derechos sexuales y reproductivos, sean silenciadas en aras de lograr consensos rápidos.
En lugar de “congelar” estos indispensables temas, hay un camino más productivo, aunque más difícil y lento, para dirimir diferencias: escuchar, discutir y acordar. Para pactar estas alianzas, las dirigencias partidarias del PAN y el PRD ya se vieron conminadas a hacerlo. Ahora requieren dar otro paso adelante y realizar un buen debate público (bien coordinado, con participación ciudadana y transmitido por los medios de comunicación) para ventilar las posturas ciudadanas respecto a cualquier tema espinoso. Esto marcaría un cambio político muy alentador.
Hace rato me sorprende algo que compruebo en mis alumnos del ITAM, pero que no sólo se da entre jóvenes universitarios, sino que se manifiesta crecientemente a nivel popular, entre ciudadanos atentos y críticos: un elemento determinante en su decisión electoral es el grado de modernidad que expresan los candidatos, al margen de la postura ideológica del partido. ¡Ojo!, no estoy diciendo que las preferencias tradicionalmente partidistas no sigan orientando a buena parte de los electores, pues todavía existe el voto “duro” por determinados partidos. Digo que va en aumento una porción de votantes que se salen de los esquemas tradicionales de “votar a la derecha” o “votar a la izquierda”, y a quienes les interesa sobre todo que los partidos y los gobernantes respeten las garantías constitucionales que son imprescindibles para tomar decisiones sobre la propia vida.
Estos derechos civiles amparan un conjunto de decisiones íntimas que no afectan los derechos de terceros; por eso cada vez hay más ciudadanos que apoyan la anticoncepción de emergencia, que promueven el uso del condón, que admiten la despenalización del aborto, que aceptan la homosexualidad con naturalidad y que creen que el Estado sólo debe intervenir para otorgar servicios y no para prohibir conductas sexuales y reproductivas. Estos ciudadanos aspiran a vivir en una sociedad, además de igualitaria, verdaderamente libertaria y respetuosa de la diversidad. De ahí que un número creciente de mujeres y hombres luche por que ni el gobierno ni las Iglesias se inmiscuyan en sus decisiones privadas.
¿Son las alianzas una palanca para progresar hacia la sociedad que deseamos y para que el país salga de su situación de brutal desigualdad, injusticia y violencia? Tal vez, si el trabajo de ser alianza obliga a los partidos a modificar sus prácticas y a gobernar tomando verdaderamente en serio los deseos y necesidades de una ciudadanía plural. Flores D’Arcais señala que cuando el ciudadano común, que vive cada vez más inseguridad (tanto de sus derechos como de la seguridad pública), se da cuenta de que es tratado como un cliente por la clase política, entonces oscila entre la rabia contra todos los políticos y la apatía: “todos los políticos son iguales”. Estas reacciones, que olvidan que la política es esencial para organizar la coexistencia que se da en condiciones muy conflictivas por el antagonismo, la explotación y la opresión que existen entre los seres humanos, alimentan peligrosas salidas de los marcos institucionales.
Muchos ciudadanos creen que las alianzas podrían dar un giro sustantivo a la política mexicana. Pero esas alianzas no irán muy lejos si no asumen que junto a los anhelos democráticos están las exigencias redistributivas acompañadas de la legítima reivindicación de las libertades individuales. Será una dura prueba para el PAN y para el PRD gobernar Puebla y Oaxaca, pero si estos recién elegidos gobernantes registran y asumen la transformación que ha ocurrido en las mentalidades ciudadanas, si alientan verdaderamente nuevas formas de participación ciudadana, entonces tal vez despegue el proceso de renovación política que urge en nuestro país. Lo veo muy difícil, pero afrontar ese gran desafío que hoy tienen Gabino Cué y Rafael Moreno Valle es la apremiante e inmensamente compleja tarea que requiere nuestro país.
Canal once, el engaño
Jenaro Villamil
MÉXICO, DF, 13 de julio (apro).- ¿A quién quiere engañar Felipe Calderón cuando afirma que el Canal Once se convertirá en “una televisión pública que promueva el debate democrático de las ideas”, y que su naturaleza es la de “una televisión del Estado mexicano pública, gratuita, abierta y plural”?
El anuncio realizado en transmisión simultánea –ya vimos que a Calderón le encantan los “encadenamientos” de sus mensajes-- se produjo en las instalaciones del antiguo canal educativo del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
En esencia, fue la formalización de una mayor cobertura de esta señal para llegar a 42% del territorio nacional, incluyendo capitales como Guadalajara, Jalapa o Morelia. Anunció que “en breve” se incorporarán las ciudades de Mérida, Monterrey, Oaxaca y Durango a la cobertura de Canal Once.
Durante ese evento no hubo sociedad civil sino el conjunto de la burocracia de medios gubernamentales de la administración federal, la misma que con escasos recursos ha tratado de hacer en algunos medios un trabajo digno, a pesar del menosprecio de Los Pinos o el acoso incesante de Max Cortázar para convertir a estas señales en prolongaciones de la propaganda calderonista. Ni siquiera estos funcionarios creen que se trata realmente de una “tercera cadena pública”.
Se trata de una señal para la propaganda calderonista. Se busca el control político nuevamente de los medios permisionados para uniformar sus contenidos informativos, excluir a voces críticas y copiar los formatos de la televisión comercial para transformarlos en una especie de divertimentos burocratizados por la alta ineficacia telegénica de quienes administran Canal Once.
Basta ver lo que ha sucedido con la barra de programación de Canal Once durante este sexenio. Hubo varios intentos para desaparecer programas “incómodos” como el debate de los hombres de negro o el programa “Aquí nos tocó vivir” de Cristina Pacheco, que no coinciden con la idea de infoentretenimiento de su director Fernando Sariñana.
Luego se pirateó la idea de “Discutamos México” que inició el Canal 22 para volverlo una proyección de las fantasías calderonistas durante el Bicentenario y el Centenario. También se modificó el formato de los noticieros para que las notas principales sean las declaraciones de los miembros del gabinete, incluyendo a la primera dama Margarita Zavala, como si se tratara de una pasarela de funcionarios de una televisión soviética: sin imaginación, sin contraste crítico, sin hechos que informar.
Además, se incorporaron programas con los nuevos géneros híbridos de la televisión (realitys, concursos, talk shows, docudramas), pero sin una propuesta realmente alternativa para las audiencias. Se clausuró, sin explicación alguna, la figura del ombudsman de las audiencias de Canal Once porque al director cinematográfico que dirige esta señal le pareció aburrido atender los derechos de las audiencias.
Incluso se eliminó todo punto de vista crítico hacia el modelo de la televisión guiada por el rating y Canal Once no volvió a promover ningún debate profundo sobre la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión.
En fin, Canal Once se volvió una televisora dócil, cómoda no sólo para el gobierno federal sino para Televisa y TV Azteca.
Y Sariñana fue de los primeros en firmar ese fraude telegénico llamado “Iniciativa México”, como si se tratara de un proyecto del propio IPN.
Nunca fue un canal plenamente autónomo ni mucho menos un medio de la sociedad civil, pero durante décadas Canal Once fue cuidado por sus productores y algunos directores para que mantuviera una identidad propia, más allá de los vaivenes sexenales. Algunos lo lograron, otros no tanto. Pero con el calderonismo se retornó a las peores prácticas de una televisión del régimen priista, como si nada hubiera cambiado.
Incluso, hubo una operación burocrática altamente cuestionable. La creación por decreto del Organismo Promotor de Medios Audiovisuales (OPMA) implicó sacar de la esfera educativa (la SEP) la dirección de los medios oficiales para que retornara a la Secretaría de Gobernación, como si se tratara de un asunto de control político y no de proyecto cultural.
Miente Calderón cuando afirma que “la televisión pública mexicana seguirá siendo el emblema de la televisión educativa, cultural e informativa. Fortalecerá los valores que enriquecen y nutren nuestra mexicanidad”.
Miente porque el mismo anuncio es un ejemplo de que se trata de instrumentalizar el Canal Once para volverlo la “señal presidencial”. Lo público se confunde con lo gubernamental y la televisión educativa se transforma en una televisión de propaganda.
¿Por qué no estuvieron los anteriores directores de Canal Once? ¿Por qué se han excluido las experiencias previas de una señal que ha aportado mucho a la cultura televisiva mexicana?
Esta es la principal muestra de que se trata de un modelo excluyente, autorreferencial y, a fin de cuentas, sin el menor interés en el servicio público.