EN UN CONTEXTO DE ILEGALIDAD INSTITUCIONALIZADA

10 jun 2010

La alternancia en Oaxaca
José Gil Olmos

MÉXICO D.F., 9 de junio (apro).- Si las cosas van como hasta ahora el gobierno de Ulises Ruiz terminará como empezó: en medio de impugnaciones, violencia, terror y muerte. Una situación que nunca se había vivido en Oaxaca y quizá en ningún otro estado del país.
Hace seis años el priista Ulises Ruiz, allegado a Roberto Madrazo y su grupo ganó la elección para gobernador a Gabino Cué que, como ahora, encabezaba una alianza opositora que proponía un cambio de gobierno en Oaxaca, una de las entidades con mayores rezagos del país.
En aquella ocasión, Ulises Ruiz hizo gala de sus artes en el fraude electoral y ganó con poco más de 30 mil votos. En ese entonces, el padrón era de más de 2 millones de electores. Debido a una serie de irregularidades durante la jornada, el proceso electoral se fue a los tribunales donde el priista ganó en medio de cuestionamientos a las autoridades electorales.
Desde su llegada al gobierno de Oaxaca, Ulises Ruiz empezó la dejar la marca que distinguiría su gobierno: el uso del poder de manera impune y corrupta.
Mandó a hacer obras públicas que quedaron en manos de su familia, lanzó una campaña de persecución contra sus adversarios y se apropió del PRI en el estado haciendo a un lado a sus propios compañeros de partido.
La violencia nació de sus manos hasta hoy día ofreciendo un récord vergonzante, que no ha tenido ningún gobernante mexicano: 70 muertos por razones políticas (incluidas las últimas de San Juan Copala), 500 activistas sociales detenidos, y la desaparición de una decena de personas ligadas a distintas organizaciones sociales, políticas y hasta guerrilleras.
En el 2006, el mandatario oaxaqueño estuvo a punto de salir del gobierno por el conflicto de la APPO, pero al final logró salir airoso. Compró conciencias de líderes sociales y maestros, y engañó a los oaxaqueños haciéndoles creer que todo era culpa de las agrupaciones populares y del magisterio. Aún más, en un alarde del manejo mediático que tiene, creo la pantalla del surgimiento de un supuesto grupo armado en la sierra que utilizaban, dijo, tenis Nike nuevos.
En ese año, el presidente Vicente Fox lo arropó en una negociación oscura con el PRI. A cambio de mantenerlo, el PRI le daría el reconocimiento de la victoria de Felipe Calderón en esa elección presidencial. Y así fue.
Ulises Ruiz fue el primer gobernador del PRI que hizo un reconocimiento del triunfo de Calderón la noche de aquel 2 de julio al escribir una carta dirigida a sus pares de otros estados, rebasando la voluntad de Madrazo que aún no se atrevía a reconocer su derrota.
A partir de entonces todo se le perdonó a Ulises Ruiz, quien hizo cómplice a Calderón de su gobierno, pasándose por el arco del triunfo las acusaciones de violaciones a las garantías individuales de los oaxaqueños y de asesinatos a líderes sociales e indígenas como lo hizo la Suprema Corte de Justicia al investigar el conflicto del 2006.
El gobierno de Ulises Ruiz ha sido una pesadilla para los oaxaqueños en los últimos seis años. Diario lo ven pasar en camionetas de lujo, en aviones arrendados que al final de su administración quiere apropiarse, luciendo su impunidad mientras la capital del estado sufre la peor crisis económica de su historia.
Nuevas manifestaciones de maestros y de organizaciones populares han cerrado las principales calles de la ciudad afectando la actividad comercial y turística de la ciudad de Oaxaca.
Restaurantes y hoteles vacíos, tiendas y bares sin gente, comercios sin actividad, nuevos enfrentamientos en las calles y conatos de violencia en algunas zonas del estado, es lo que se vive en vísperas de la elección del próximo 4 de julio cuando se elijan al gobernador, presidencias municipales y diputados locales.
La violencia con la que llego Ulises Ruiz parece ser la misma con la que pretende hacer ganar a su candidato Eviel Pérez Magaña quien enfrenta a un candidato de la oposición más fortalecido por la experiencia de la contienda electoral de hace seis años.
De acuerdo con expertos, en las elecciones de Oaxaca, la violencia y el temor a participar benefician al PRI porque mantiene su voto duro y aleja las posibilidades de una mayor participación ciudadana.
Es por ello que no se descarta que desde el gobierno de Ulises Ruiz se promuevas acciones violentas encaminadas a inhibir el voto.
Oaxaca esta sumida en una profunda crisis desde que llego Ulises Ruiz. Es tiempo de que los oaxaqueños reflexionen si quieren mantener un gobierno de continuidad o dar el paso a la alternancia, aunque sea también un riesgo como lo demostraron los gobiernos de Felipe Calderón y Vicente Fox.
Miseria antisindical del régimen
ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
He vivido y visto lo suficiente como para saber que detrás de la represión en Cananea subyace el viejo aliento depredador de las clases dominantes mexicanas, sus temores atávicos ante todo aquello que no pueden controlar o no les beneficia en el bolsillo. Es una actitud objetiva, estructural, pero también una elección moral de corte paternalista o de plano autoritaria. Mi generación nace a la izquierda conmocionada por dos grandes acontecimientos de naturaleza muy diferente: la revolución cubana del 1º de enero de 1959 y el último coletazo de las luchas de clase emprendidas por los maestros, los telefonistas, petroleros, electricistas y, sobre todo, los ferroviarios, cuya gesta insurgente aplastada con inaudita ferocidad marcaría los años 60 mexicanos, en particular la movilización ciudadana por las libertades públicas que alcanza en 1968 el punto de no retorno en el horizonte de la transformación democrática. Vimos entonces cómo se daban la mano la histeria derechista de la Iglesia católica y el gobierno dispuesto a sacrificar, en nombre de la estabilidad y el desarrollo, el renacimiento tormentoso de la conciencia obrera, subyugada por la corrupción impuesta como política de Estado mediante el llamado charrismo sindical. Nos tocó, más adelante, ser testigos de la increíble ferocidad de la alta burocracia revolucionaria para someter a los médicos que reclamaban espacios, reconocimientos y voz en la sanidad pública, como antes lo habían intentado los maestros comandados por Othón Salazar. Calumniados por la prensa servil al poder (que era casi toda la prensa del país), sus líderes, como antes Demetrio Vallejo, Valentín Campa y muchos más padecieron cárcel sin que la sociedad creada por el capitalismo emergente, gracias a los negocios público/privados, dudara del imperio del derecho, que es la gran burla de los poderosos ante la injusticia de carne y hueso, tangible. La autocomplacencia mediática comenzaba a llenar los vacíos del discurso oficial recreando en las pantallas un México de ficción, impetuoso, folclórico y a la vez moderno. Por eso, la irrupción desde la nada, o eso creían los teóricos de la conjura, de un movimiento estudiantil de masas que alza entre sus reivindicaciones básicas la libertad de los presos políticos, pues eso justamente eran los dirigentes sociales recluidos en Lecumberri, sacude el principio de autoridad encarnado en la voluntad todopoderosa e incuestionable del presidente de la República.
El fin del llamado milagro mexicano, la crisis económica e institucional que en el 68 hace realidad visible cuáles son los límites insuperables de un régimen sustentado en el corporativismo, formalmente apoyado por una alianza con las masas trabajadoras, pero incapaz de poner al día el programa de reformas sociales y democráticas que la Constitución y el legado de la Revolución Mexicana había puesto en sus manos. Entre el charrismo y el sindicalismo blanco patronal, la clase obrera, o mejor dicho, las camarillas corruptas que la jinetean, obtendría apenas unas migajas del gran negocio llamado México, contrariando leyes, historia, sentido común.
El estallido de la llamada insurgencia sindical en los años 70 puso a prueba los mecanismos de control de la fuerza de trabajo que en el pasado habían permitido la expansión económica pero también la cristalización de los privilegios fiscales de una burguesía voraz, carente en lo absoluto de sensibilidad social y dispuesta a subvertir el orden así fuera mediante la prédica ideológica de la revuelta antiestatista. En esa tesitura el nacionalismo revolucionario oficial era una ideología muerta, pues la crisis ya era tan profunda y tanta la descomposición que, en los hechos, desde el poder se adoptaron uno a uno los principios de sus supuestos adversarios históricos: la iniciativa privada dispuesta a dominar la economía pero también a gobernar en nombre de la democracia sin renunciar al presidencialismo. La lucha sindical, inevitable en la sociedad capitalista, probó que las consignas de la hora a favor de la independencia y la democracia no eran otra cosa que los llamados a forjar las organizaciones de defensa de los asalariados que, en rigor, solo existían en el papel o como patrimonio de los corruptos líderes a los que las autoridades del trabajo santificaban con el ilegal procedimiento de la toma de nota.
La gran apuesta reformadora de los electricistas democráticos encabezados por Rafael Galván para democratizar al sindicalismo, modernizando sus desgastadas estructuras y rectificando el rumbo del sector nacionalizado, fue liquidada tras una dura, desigual batalla, a la que seguirían sin remedio nuevas derrotas en otros frentes. Era así como el Estado cancelaba la posibilidad de revitalizar la vigencia del programa social y democrático perfilado en la Carta Magna. Con ello, sin embargo, se puso de manifiesto que el viejo charrismo sindical modernizado por los contratos de protección y otras trampas nada sería sin la directa intervención del Estado en los asuntos obrero-patronales, es decir, sin la apelación a la amañada legalidad interpretada por autoridades complacientes o por el uso final de la fuerza como recurso contra la resistencia de los trabajadores. La transición democrática no incluyó la reforma de las organizaciones sociales y la simulación se hizo parte sustantiva de la nueva política presidencialista a cargo de la derecha que llega al gobierno comprometida hasta la médula con el infausto proyecto neoliberal, heredado de las tres últimas administraciones priístas. Al calor de la necesidad del cambio, el odio clasista pasó a ser pieza básica del ideario cínico, seudo liberal de las clases medias acosadas por la inseguridad y la necesidad de hallar culpables a modo por el desorden reinante. Se condena la corrupción sindical, pero no se tocan los resortes que impiden a los trabajadores deshacerse de ella. Por eso, ante la obvia ilegalidad y el uso brutal de la fuerza contra los huelguistas de Cananea, predomina entre los críticos cierta condescendencia cómplice. Frente al sindicalismo corrupto y corruptor como el que impera en la Secretaría de Educación o en Pemex, se alza el griterío que pide la extinción de las organizaciones de autodefensa, la simple desaparición de los mecanismos que impiden a la patronal explotar la fuerza de trabajo sin control alguno, pues de eso se trata la reforma laboral en ciernes. Este gobierno que se desgarra por la representación del ciudadano sin adjetivos, no quiere la democracia sindical; menos, la independencia de sus organizaciones. Su propuesta no significa abolir los vestigios corporativos, sino que el sindicato sea una sumisa agencia de colocaciones al servicio de los dueños del negocio. Pero algo se le olvida: en este anodino centenario de la Revolución Mexicana, Cananea es mucho más que un nombre simbólico. Veremos.
PD. Bolívar Echeverría nos trajo de viva voz a Rudi Dushke, con quien había colaborado en Berlín. Comparada con la improvisación teórica característica de los movimientos estudiantiles de nuestra época, la aportación de Bolívar fue la de un joven pensador marxista que actuaba sobre la realidad para transformarla sin concesiones a las modas ideológicas. Tenía la curiosidad política del militante, la actitud vigilante del filósofo y la disposición de ánimo para incursionar en la cultura con pasión y rigor, sin gesticulaciones sectarias En el 68, junto con Carlos Pereyra, escuchamos asombrados la propuesta de convocar al diálogo público en el Zócalo. Bolívar sabía que había llegado la hora de las grandes definiciones y ya no habría marcha atrás. Para nuestra fortuna, Bolívar Echeverría se quedó entre nosotros, en la UNAM, en el país, vinculado a sus problemas y a la esperanza del cambio. Murió como un mexicano universal. A su familia, a sus hijos, un abrazo.
Astillero
Feliz viaje, Felipe. Visita de Estad(i)o
Dos asesinatos. Tibieza oficial
¿Atentado zeta en EU?
JULIO HERNÁNDEZ LÓPEZ
Así sea por unos días, el director técnico de Los Pinos disfrutará de un viaje de placer y relaciones públicas al que extrañamente quiso disfrazar de abnegada sesión binacional de trabajo con partido mundialista inaugural de cortesía en algún receso. La evasión balompédica (es decir, relacionada también con el balón) se produce cuando los asuntos nacionales se mantienen en la hirviente crisis ya acostumbrada pero, además, cuando se multiplican las evidencias y testimonios de que ciudadanos mexicanos han sido atacados de manera artera en su propia patria y en el borde gringo hasta causarles la muerte.
El ciudadano estadunidense Humberto Navarrete, que vive en National City y estudia para asistente médico en Chula Vista, ambos lugares en California, dice estar decidido a sostener ante cualquier autoridad su testimonio de la manera como vio a cinco agentes migratorios golpear al indocumentado Anastasio Hernández Rojas que ya estaba sometido, esposado y boca abajo, y luego aplicarle descargas eléctricas hasta asesinarlo. Navarrete grabó con su Blackberry, en compañía de Sergio González, cuatro videos, accesibles en http://bit.ly/bqaFdq, que entregó a Diario San Diego y en los que se escuchan los gritos de dolor y solicitudes de auxilio de Hernández Rojas. El testigo narra: En el video tres llegan dos unidades móviles con al menos dos personas en cada vehículo y se incorporan a los otros oficiales y empiezan a golpear a la persona que está en el suelo. En el cuarto video sigo grabando y llegan más oficiales, más agentes, al menos eran ya unos veinte oficiales de azul y verde; rodean a la persona esposada que está en el suelo, y en eso un oficial hace una señal y todos los agentes como que se abrieron hacia un lado y saca una pistola eléctrica y descarga un cartucho. Yo conté al menos arriba de cinco descargas. La persona empieza a dar vueltas por el suelo por cada descarga.
Sergio González, con cuarenta años de residir en National City y dedicado a la construcción, también da su testimonio: “La persona que estaban golpeando pedía auxilio a gritos ‘auxilio, quítenmelos’, y nomás se oían los trancazos, pero al momento de que los oficiales le dan las descargas por medio de la pistola eléctrica, la persona dejó de gritar, perdió el conocimiento (...) Los agentes migratorios estadunidenses cuando estaban golpeando a esta persona estaban a unos metros de la acera, del pasillo para cruzar a Tijuana, y después se lo llevaron más retirado a la parte de atrás del automóvil y todavía gritaba la persona, pero después de las descargas perdió el conocimiento y ya no gritó (...) Un oficial de México nos pidió que le entregáramos los videos y un reporte, pero la verdad, estos agentes mexicanos mejor se metieron a la oficina que está a un lado de la pasada, por lo que vinieron unos soldados de la Marina mexicana y nos pidieron que nos moviéramos”.
Bobbie McDow, estadunidense casada con el mexicano Raúl Flores, da testimonio de un suceso criminal más, éste en Ciudad Juárez, donde presenció la manera en que un agente migratorio gringo asesinó a Sergio Adrián Hernández Huereca, de 15 años, estudiante de secundaria con reconocimientos escolares y deportivos. Dijo que uno de los agentes disparó hacia México mientras sometía a un adolescente, y aun cuando alguno de los chicos tiró piedras contra los vigilantes migratorios gringos, su vida nunca estuvo amenazada. Flores señaló que al adolescente le dispararon luego que salió detrás de un pilar en el lado mexicano de la frontera con sus manos al aire, y que el agente y el chico tuvieron cuatro segundos para mirarse uno al otro, antes de que el jovencito recibiera los impactos, primero en un hombro y luego en la cabeza.
Dos mexicanos asesinados por policías estadunidenses: el primero, a unos metros de ser deportado por Tijuana, y el segundo en Ciudad Juárez. Pero la gerencia trasnacional con sede en Los Pinos apenas alcanza a desplegar los recursos tan clásicos como ineficientes de la tibia nota diplomática, la exigencia de indagaciones policiacas y la apuesta por el paso del tiempo. Ayer mismo, la inconmovible canciller mexicana, Patricia Espinosa, dijo que el calderonismo ya había hecho todo lo que le correspondía y que es tiempo de mirar al futuro, pensando en enfoques regionales y reformas migratorias.
La ola de violencia contra los mexicanos proviene de factores múltiples que no pueden darse por agotados mediante burocracias de diplomacia agachona ni coartadas policiacas compartidas. Calderón debería estar aplicadamente atento a lo que está sucediendo en la frontera (sobre todo, luego que su discurso de fanfarronerías aplaudidas parcialmente en Washington aceleró las reacciones conservadoras adversas), donde soldados mexicanos habrían apuntado con sus fusiles a los agentes fronterizos gringos luego del asesinato del adolescente, según la conveniente versión que la FBI ha hecho circular, poniéndose a la defensa y alentando la histeria estadunidense contra la amenaza mexicana. Pero en lugar de enfrentar con vigor esos y otros problemas graves del país, prefiere viajar, evadirse, disfrutar y, políticamente, hacer sánduiches de irresponsabilidad combinada con mentira.