¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?

21 jun 2010

ELENA PONIATOWSKA
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tú eres el enfrentamiento más lúcido al autoritarismo presidencial, el enfrentamiento más lúcido a las actitudes absurdas cuando no corruptas de las dos cámaras, el enfrentamiento más lúcido a los abusos del poder, la denuncia más ingeniosa y persuasiva de las actitudes y del lenguaje de los políticos, tú nos has hecho brindar contigo y sonreír con tu Por mi madre bohemios, que tiene tantos años de vida. Tú eres el enfrentamiento a nuestra clase política y a nuestra clase empresarial, tú confrontas decisiones y declaraciones tramposas e irreales y te indigna que nuestros tiempos sean los de la impunidad.
Tu mensaje esencial es el de la pérdida de majestad del poder presidencial, tu mensaje esencial en 1985, durante los dos terremotos, fue enseñarnos que a la hora de la desgracia podíamos organizarnos solos y hacerlo con más nobleza y más eficacia que ninguna instancia en dar como lo hicimos, si corríamos nosotros la suerte de todos, si corríamos a buscar picos y palas a la tlapalería, tu mensaje fue ennoblecernos y hacer que creyéramos en nosotros mismos, porque tú eres la nobleza misma, el compromiso mismo, la defensa de los derechos humanos, la indignación y el llanto en Acteal, la frase que alguna vez exclamaste tú que jamás, jamás decías groserías: ¡Ahora sí que no tienen madre!
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? ¿Cómo vamos a entendernos? ¿Cómo vamos a comenzar el día sin tus llamadas telefónicas? ¿Cómo sin tu risa entrañable? A todos nos dabas algo temprano en la madrugada y amanecíamos con tus consejos, tus críticas, tu bárbara e inconmensurable información.
Ya a las siete habías leído todos los periódicos pero también, Monsi, habías leído todos los poemas, habías analizado todas las noticias, pero también habías escrito tu “Nuevo catecismo para indios remisos”, ya a las ocho de la mañana tenías una idea muy clara de hacia dónde se encaminaba el gobierno, qué nueva felonía nos esperaba pero sonreías porque habías salvado con un solo telefonazo a un gato o a un perro o a un toro o a un niño o a una mujer o a un muchacho desbalagado en esta vida entre el Metro Portales y el Villa de Cortés.
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi, cómo vamos a seguir? Nunca entendimos cómo pudiste estar en tres o cuatro lados al mismo tiempo. Tu don de la ubicuidad abarcaba la pintura, la poesía, el humor, la crítica, la lucha por la justicia, el amor a los demás. Tu don de ubicuidad y tu capacidad creativa –incomprensible para mí– te hizo recoger lo más bello de México para fundar museos y hacer libros, porque antes que el del El Estanquillo, que todos llamamos Monsiváis, hiciste otras colecciones, otros museos, investigaste en otros archivos, recuperaste a Leopoldo Méndez y a todo el Taller de Arte Popular, luchaste con ellos contra el fascismo como luchaste al lado de los moneros, de Gabriel Vargas y La Familia Burrón, de Rius, de El Fisgón, de Hernández, de Rocha, de Ahumada, de Naranjo, que ahorita ha de estar mirando incrédulo la pared de enfrente, en su restirador.
Si la sociedad que se organiza, si el cine mexicano, si la trivia, el pudor y la liviandad, si los movimientos sociales son tus grandes temas, el Movimiento Estudiantil del 68 es el que nos atañe a todos, es la punta de flecha del cambio que tú buscas, el de la protesta popular y el de la resistencia civil.
Luchaste como nadie contra la desinformación, viajaste por todo el país, ibas de Oaxaca a Hermosillo, la frontera para ti, Tijuana, Ciudad Juárez, Laredo, fueron ciudades que te brindaron algunas de tus grandes emociones y tus grandes preocupaciones. Fuiste consulta obligada, fuiste pilar del Proceso de don Julio Scherer García y fuiste un observador muy atento de la la lucha contra el narcotráfico y un defensor absoluto del Estado laico. En cambio, te sorprendió y te alegró que los mexicanos demostraran en el Zócalo su respeto por sí mismos y su posibilidad de nacer de nuevo y ser otros al posar desnudos frente a Spencer Tunick.
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Aquí caminamos a tu lado, sonreímos contigo, cantamos contigo, a ti te gustaba cantar y eras muy entonado, te gustaba reírte y reír contigo nos hacía sentirnos casi dioses. Aquí nos tienes a todos desolados y conmovidos, aquí nos tienes destanteados, aquí nos tienes dolidos hasta la médula preguntándote: ¿por qué nos hiciste eso? Y si nos hiciste eso, ¿por qué no nos preparaste mejor?
Aquí están doña María, Bety y Araceli y Marta Lamas y Jesus y Raquel y Chema y Lilia y Jenaro y Alejandro y Rolando, y Neus y Cheli y Julia y Sabina y Javier y Braulio y Margo y Alejandra y Enrique, y no está Bolívar porque se te adelantó, a lo mejor lo vas a ver, a lo mejor abrazas a Saramago, con quien viajaste a Chiapas en los noventas. A la que sí vas a ver, seguro, es a doña María Esther, que supo educarte como a nadie, que te hizo leer la Ilíada desde muy niño, que te enseñó la biblia de memoria, que te hizo pensar como piensas ahora, con esa inmensa inteligencia que a todos nos deslumbra.
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tú nos abriste puertas a otros mundos, a un mundo raro como ironizarías en este momento, tú te lanzaste antes que nosotros, tú defendiste las causas de los más indefendibles en el sentido de que nadie los cuida, tú nos abriste puertas antes impenetrables. Soy una señora de 78 años, con 10 nietos tras de mí, y quiero decirte que nada en los últimos meses de tu enfermedad me ha conmovido tanto como el amor que te tiene Omar. Su dolor te honra, su entrega es tu trofeo y a mí me hace entender lo que significa la existencia real del amor sin límites, el amor que no tiene fronteras sexuales y ese amor me enaltece como enaltece a todos los movimientos de reivindicación o de identidades diversas en mi país, en tu país, en el país de todos nosotros que estamos aquí de pie a tu lado, caminamos a tu lado y vamos a seguir, juntos codo a codo denunciando lo que tú denunciabas y celebrando la congruencia, la ironía, el compromiso, el clamor por la transparencia, el No sin nosotros de 1996 y el Nunca más un México sin nosotros de los indígenas de Chiapas.
¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tus causas serán nuestras causas, tu defensa de las minorías, nuestra defensa, no seremos estatuas de sal, somos, eso sí, tus amores perdidos, pero tú siempre serás el gran amor que enaltece y que todos buscamos en la vida.
¿Qué va a hacer México, sin ti, Monsi?
Carlos Monsiváis, una minoría inabarcable
CARLOS BONFIL
Al día Siguiente de la pérdida del gran amigo e interlocutor que fue Carlos Monsiváis, queda entre sus amigos y familiares una mezcla extraña de desasosiego y orgullo. Desasosiego por no haber sabido tal vez calibrar enteramente la dimensión moral de un maestro y director de conciencias, y porque muchas de sus lecciones cayeron en el saco roto de esa desidia y pereza intelectual que sólo él sabía exponer y sacudir periódicamente. Como ninguno, Carlos enseñaba la urgencia de la indignación ante las injusticias sociales; como muy pocos, la necesidad también de poblar nuestras mañanas con materiales siempre renovados de emoción y asombro, ante una lectura, una película, una exposición o un concierto. Era un hombre cubierto todo él de hallazgos culturales que siempre comunicó con la misma voracidad y entusiasmo con que los descubría, al instante mismo en una llamada telefónica, desglosados después en un artículo o una reseña, ponderados críticamente en un ensayo. Ese pan nuestro de cada día, nadie lo dará ya hoy, al menos no con una generosidad parecida. En un medio político e intelectual marcado por el cinismo y la mentira, Monsiváis era también el último dique contra una mediocridad que hoy puede vanagloriarse de no tener ya vigía alguno ni censor que la señale. Al menos no de una talla parecida.
A este desasosiego le acompaña hoy el placer y orgullo de haber compartido al lado suyo algunos de sus muchos entusiasmos y de sus no pocas intransigencias: la militancia de izquierda y el gusto por las causas perdidas, el gusto infinito y siempre renovable de la cinefilia, el amor incondicional por los animales, el rechazo de las hipocresías religiosas y de las mezquindades políticas, el asombro de los viajes, el acopio de las conquistas sexuales y el resignado abandono de toda certidumbre en la materia, la infatigable reconversión de ilusiones amorosas pasajeras en amistades verdaderamente perdurables, la misoginia lúdica muy pronto desmentida por la frecuentación gozosa de tantas mujeres, el gusto por los idiomas extranjeros como manera de quitar candados a libros y videos de tantas partes del mundo, el deseo de no transigir jamás en nuestros afectos y convicciones para no perder en el tránsito a una madurez engañosa un resto de candor adolescente. Recuerdo hoy a Carlos como lo conocí hace muchos años, seductor en su desparpajo, entusiasta y feliz en medio de sus libros y películas, impaciente por transmitir su sabiduría, tan inabarcable como su gusto por la trivia, azotándose con la letra sentimental de un bolero, con furias de antiguo testamento, muy veleidoso y lleno de caprichos, y con esa gran generosidad que siempre le conquistó simpatías espontáneas en la calle, un raro privilegio entre nuestros intelectuales. Es síntoma lamentable de nuestros tiempos ver cómo en muy poco tiempo han desaparecido figuras tan excepcionales como Carlos Montemayor, Bolívar Echeverría, José Saramago, y ahora Carlos Monsiváis, dejando en la izquierda política un enorme vacío, y un tanto en el desamparo a muchas causas justas que con ellos pierden a sus mejores abogados. Proceden hoy tareas inmediatas: recuperar su legado moral, que es en lo esencial la defensa infatigable de los derechos de esas minorías políticas, religiosas, raciales y sexuales que gracias también a él hoy son inabarcables, luchar contra la intolerancia eclesiástica y la homofobia, reducir a un balbuceo incoherente el mediocre discurso de la derecha empresarial y política, rescatar el patrimonio del intelectual y coleccionista que fue capaz de crear el museo que hoy lleva su nombre y que habrá también de albergar su enorme biblioteca y sus videos para disfrute directo de la gente de su ciudad y de los visitantes del país entero. Las últimas frases en las memorias del filósofo Jean Paul Sartre pueden, sin rubor, aplicarse a la trayectoria de nuestro intelectual más riguroso y honesto: Lo que me gusta de mi locura es que siempre me protegió, desde el primer día, contra las seducciones de la elite: jamás me sentí el feliz propietario de un talento: mi único asunto fue salvarme, sin nada en las manos, sin nada en los bolsillos, con el trabajo y con la fe. De golpe esta pura opción dejaba de elevarme por encima de nadie: sin pertrechos, sin herramientas, me dediqué de cuerpo entero a salvarme de lleno. Si coloco la salvación imposible en el desván de los accesorios, ¿qué queda? Todo un hombre hecho de todos los hombres que los vale a todos y que vale lo que cualquiera de ellos.


Herrera y Yunes, tal para cual
Miguel Ángel Granados Chapa

MÉXICO, D.F., 21 de junio.- Criados en las mismas tradiciones, conocedores de las trampas y los trucos para dominar al adversario, Fidel Herrera y Miguel Ángel Yunes protagonizan el rudo proceso electoral que concluirá en Veracruz –como en otras 14 entidades de la república– dentro de dos domingos. Herrera no es candidato, pero es el gobernador que mueve los hilos de las candidaturas del PRI. Estaba haciéndolo con la astucia que le permitió hacer una larga carrera. Pero esta vez topó con la socarronería de Yunes, que puso pájaros en el alambre (como quizá lo hizo muchas veces antes, cuando era priista) y sorprendió a Herrera en conversaciones comprometedoras que el candidato panista dio a conocer por interpósitas personas.
Aunque son casi estrictamente contemporáneos (Herrera nació en 1949 y Yunes tres años después), sus trayectorias políticas fueron distantes, hasta 1998, en que ambos creyeron que podrían alcanzar la gubernatura, que en esa ocasión estaba reservada para que Miguel Alemán Velasco alimentara sus sueños políticos, como si le fuera dable reproducir los que su padre hizo realidad: al pretender transitar del Senado a la gubernatura, como logró su progenitor, quizá lo asaltó la gana de continuar el camino hasta concluir en el Palacio Nacional. Pero Miguel Alemán Valdés lo había hecho a una edad muy temprana y en circunstancias en que más podía el azar –la fortuna al modo de Maquiavelo, no la que suma caudales– que el dinero.
Gobernador Alemán Velasco, parecería que Yunes y Herrera quedaban emplazados para seis años después, para 2004. En realidad era un despropósito del ahora panista, pues implicaba comparar su carrera con la de Herrera, mucho más prolongada y variada que la suya. Ambos fueron diputados, pero Herrera pisó la Cámara –todavía en el palacio del Factor, en Allende y Donceles– en 1973, mientras que Yunes estrenó curul casi 20 años después, en 1991. Ninguno de los dos alcanzó cargos de significación en el gobierno federal, pero Herrera estuvo en contacto con la política nacional desde muy temprano, lo cual le permitió hacer una carrera legislativa (cuatro turnos en la Cámara de Diputados y uno en el Senado), mientras que Yunes sólo volvió una vez a San Lázaro. Estaba allí, rabioso y lleno de rencor por no ser él quien ocupara el sitio, cuando Herrera ganó la candidatura de su partido y también triunfó en la elección constitucional, con pocos votos de diferencia y aun menor margen de credibilidad. Se le opuso entonces, desde el PAN, Gerardo Buganza, quien seis años más tarde dejó ese partido, agraviado porque Yunes fue el escogido por el presidente Calderón para enfrentar a un candidato priista de menor talla política que Herrera un sexenio atrás, y al cual era posible derrotar con holgura. Consideró tan honda la ofensa, porque con ella se privilegió a Yunes, que se fue del PAN y se manifestó partidario de Duarte, el candidato fácil al que iba a vencer. En las revelaciones que el PAN ha puesto a circular resalta el hecho, que puede ser calumnioso por provenir de Yunes, de que tal adhesión no fue gratuita, sino que tuvo una recompensa material.
Herrera sirvió lealmente a Alemán y consiguió que su juicio pesara ante Roberto Madrazo y Elba Ester Gordillo, secretaria general del PRI, para ganar la candidatura, postergando a Yunes. Éste consolidaba entonces su acercamiento a la lideresa magisterial, en la Cámara de Diputados. Su conocimiento de la ley y de sus trampas, su agresividad sin escrúpulos, lo hicieron un ariete necesario en la batalla interna por el dominio del Congreso, preámbulo a la contienda por la candidatura presidencial. Gordillo arrastró consigo a Yunes en su caída, cuando diputados oaxaqueños y mexiquenses fueron la punta de lanza contra la profesora que, desposeída del liderazgo en la Cámara, quedó en posición precaria, pues siguió siendo secretaria general del partido, enemistada con el presidente del mismo, su antiguo y circunstancial aliado, y pillada en la operación de estar creando un partido para su uso personal, Nueva Alianza.
En el extremo del pragmatismo, una vez echada del PRI y emergida del clóset, es decir, asumido su papel en el Panal, que durante un tiempo pretendió disimular, ella misma y su partido se asocian con el mejor postor. Ella, priista sin duda en 2000, se aproximó a Vicente Fox y logró concesiones para su equipo. Pero con Calderón estrechó los lazos, al punto de que sus indispensables servicios electorales –cruciales para que el candidato panista llegara en 2006 a la silla presidencial– fueron recompensados con la cesión de una franja de la administración. En ella descolló el ISSSTE, que fue entregado a Yunes, quien en la administración anterior había llegado a ser subsecretario, un rango del que estuvo lejos durante su militancia priista.
Esa militancia había cesado simultáneamente con el despido de Gordillo. Por un tiempo Yunes se mantuvo sin partido, quizá en espera de los movimientos de piezas que su jefa tenía que realizar, y luego se convirtió en panista, como quien se cambia de calcetines. Vio con disgusto que en 2007 el Panal hiciera alianza con el PRI en Veracruz, por la cordial relación que a despecho de Yunes mismo mantenían Herrera y Gordillo. Y procuró crear la plataforma desde donde llegaría al gobierno del estado por el camino sesgado de un partido al que desdeñó y persiguió cuando fue secretario de Gobierno, el cargo más relevante a que lo condujo el PRI, bajo Patricio Chirinos, es decir, bajo Carlos Salinas.
Durante los tres años en que encabezó el instituto de la seguridad social de los empleados públicos (a los que sometió a un infamante nuevo régimen de pensiones), sus dos jefes, Calderón y Gordillo, acordaron postularlo en Veracruz. Aquél dispuso que el PAN lo eligiera, y ésta puso a su disposición el Panal. Mucho antes de esas operaciones, Yunes hizo campaña en Veracruz con gran descaro. Fingiendo que realizaba obras sociales en beneficio del personal federal que trabaja en ese estado, pagó propaganda intensa y onerosa, y viajó con gran frecuencia a su entidad natal, no como oriundo de Soledad de Doblado que visita a los suyos, sino como precandidato. Tal vez se le acuse, en estos días, de ese gasto realizado en precampaña y para responder al golpe mediático y político que implica mostrar a Herrera como dispendioso sultán que abre generosos cofres y escarcelas (no los suyos, que los tiene, sino los del poder público) para lograr que sus candidatos hagan campañas cómodas (“dale a todos”, sugiere a un aspirante perplejo por tantas reclamaciones de apoyo de sus multiplicados coordinadores de campaña).
Pobre sociedad veracruzana, apresada entre Escila y Caribdis, entre un gobernador prolongado en un candidato dócil y débil y un voraz ejercedor del poder tope donde tope. Queda a los veracruzanos la opción de Dante Delgado, tercero en discordia, sufridor de la ruindad de Yunes, quien lo encarceló y buscó además infamarlo con acusación de delitos patrimoniales, que libró cabalmente. Sus defectos, especialmente el predominio personal sobre el partido que fundó, son inocultables, pero comparado con Herrera y Yunes es una alternativa digna de ser valorada.