RECUPERAR EL RUMBO
27 jul 2010
¿Tiene posibilidades la izquierda?
Javier Sicilia
MÉXICO, D.F., 26 de julio.- Los errores de López Obrador durante y después de las elecciones de 2006, el ancestral faccionalismo de la izquierda, el mezquino aggiornamiento de Jesús Ortega que terminó por hacerle el juego a la campaña mediática contra AMLO y el solapamiento de sus miembros corruptos, han llevado al PRD y a sus partidos aledaños –esa mezcla del viejo priismo nacionalista, de movimientos de izquierda desamparados por la debacle de la URSS y de oportunistas– al triste papel de comparsa de su adversario fundamental, el PAN. Lo más grave de esa mezcla innatural no es sólo que no produce nada sino que ha desdibujado de manera inquietante su rostro. Desconcertado, arrinconado, desacompasado frente a lo adverso, el PRD ha reducido su grandeza a evitar que el PRI vuelva a gobernar.
¿Dónde quedó el proyecto que en 2006 movilizó a una enorme ciudadanía? ¿Dónde la lucha por los despojados de este país? ¿Habría que decir que la culpa de su situación se debe a que –como lo señaló Lorenzo Meyer en la entrevista que Proceso le hizo en su número 1758– nuestra élite de poder “fue tan temerosa, tan mezquina, tan poquita cosa, que se espantó”?
No lo creo. Si el PRD es esa triste cosa que hoy sirve de comparsa al PAN y no alcanzó ni siquiera a mantener su proyecto de nación, se debe a que los perredistas salieron al campo político con mentalidad perdedora. No sólo cometieron, durante las elecciones de 2006, los suficientes errores para perder, sino que una vez que los cometieron y aceptaron la guerra sucia –recordemos que AMLO decidió ir a las urnas con ella y sólo tomó la avenida Reforma cuando perdió–, una buena parte de la izquierda terminó por aceptar también que “López Obrador era un peligro para México” –el aggiornamiento de Jesús Ortega es su rostro más claro.
Por lo tanto, la culpa de su debacle no la tienen las élites, sino la propia izquierda y su mentalidad colonizada, su mentalidad –para retomar la hipótesis que el propio Meyer esgrimió en la entrevista citada de que México fue una “colonización de explotación”– de explotados y siervos. La culpa no es de esa minoría que tiene el dinero y los medios a su servicio, sino de una izquierda que, a pesar de sus bravatas –siempre hechas a destiempo– y de sus derechos democráticos, conserva en su ethos el estigma de la Colonia y continúa aceptando que en México –vuelvo a Meyer– haya “dos tipos de seres humanos: los poquitos que tienen el derecho a mandar, los capaces de entender las complejidades de la vida política, y el resto [representado por las actitudes, las desuniones de la izquierda y sus mezquinos oportunismos] que son los siervos”.
Si las élites existen y gobiernan no es porque sean poderosas, sino porque, como lo demostró Gandhi, hay una mayoría dispuesta a aceptar que esa élite tiene razón; que esa mayoría y sus proyectos incluyentes son inferiores a la “grandeza” de las élites que “gobiernan”.
¿Habrá entonces que resignarse a ver una izquierda arrasada y servil que estúpidamente camina a su desaparición, a su engullimiento en la crisis de los sistemas políticos en donde la distinción entre izquierdas y derechas es un simple asunto de semántica que sirve de comparsa a las élites económicas? ¿Habrá que aceptar que el padecimiento de la izquierda es un asunto de determinismo étnico irresoluble, tan irresoluble como el diagnóstico que de ese ethos hicieron Samuel Ramos y Octavio Paz en El perfil del hombre y la cultura en México y en El laberinto de la soledad?
Yo no lo acepto. Debajo de la forma idiota con la que después de 2006 la izquierda se ha comportado, el proyecto está allí, aunque soterrado. Mientras la izquierda cupular y los medios se han dedicado a mostrar su desdibujamiento, López Obrador ha mantenido en la gente –es decir, allí donde realmente habita la vida política– su proyecto de nación. Debajo de esa cosa ridícula que se ha dado en llamar el “gobierno legítimo”, de graves errores de los que tiene que cuidarse –AMLO necesita a su lado asesores con una profunda visión ética e integradora– y de los medios que han decidido ignorarlo, López Obrador, con una voluntad semejante a la de Juárez durante el segundo imperio, ha recorrido el país con su proyecto a cuestas.
Si la izquierda quiere salir de la trampa en la que ella misma se metió y volver a darle una salida a la nación, deberá volver a cohesionarse alrededor de esa figura y de su proyecto –un proyecto que deberá afinarse en el tiempo que resta para ganarse la confianza de los empresarios honestos, romper los monopolios, volverse hacia el zapatismo y otras causas populares, crear una lúcida política social que pueda limitar al crimen organizado y refundar el sindicalismo, espantosamente corrompido desde su nacimiento–; eso exige una fuerte dosis de humildad y de sentido ético.
Lo que el PRD ha olvidado es que para crear la justicia social no se necesita ni estar al día, es decir, aggiornado, ni crear planteamientos ingeniosos. Exige, como lo han hecho López Obrador y el zapatismo –hay que retomar mucho de lo que esta otra lucha negada ha dado a la nación– un profundo sentido común y esas cosas sencillas que se llaman unidad, clarividencia, energía y desinterés. Sin ellas, tanto la izquierda como el país irán a su absoluta ruina en 2012.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
Javier Sicilia
MÉXICO, D.F., 26 de julio.- Los errores de López Obrador durante y después de las elecciones de 2006, el ancestral faccionalismo de la izquierda, el mezquino aggiornamiento de Jesús Ortega que terminó por hacerle el juego a la campaña mediática contra AMLO y el solapamiento de sus miembros corruptos, han llevado al PRD y a sus partidos aledaños –esa mezcla del viejo priismo nacionalista, de movimientos de izquierda desamparados por la debacle de la URSS y de oportunistas– al triste papel de comparsa de su adversario fundamental, el PAN. Lo más grave de esa mezcla innatural no es sólo que no produce nada sino que ha desdibujado de manera inquietante su rostro. Desconcertado, arrinconado, desacompasado frente a lo adverso, el PRD ha reducido su grandeza a evitar que el PRI vuelva a gobernar.
¿Dónde quedó el proyecto que en 2006 movilizó a una enorme ciudadanía? ¿Dónde la lucha por los despojados de este país? ¿Habría que decir que la culpa de su situación se debe a que –como lo señaló Lorenzo Meyer en la entrevista que Proceso le hizo en su número 1758– nuestra élite de poder “fue tan temerosa, tan mezquina, tan poquita cosa, que se espantó”?
No lo creo. Si el PRD es esa triste cosa que hoy sirve de comparsa al PAN y no alcanzó ni siquiera a mantener su proyecto de nación, se debe a que los perredistas salieron al campo político con mentalidad perdedora. No sólo cometieron, durante las elecciones de 2006, los suficientes errores para perder, sino que una vez que los cometieron y aceptaron la guerra sucia –recordemos que AMLO decidió ir a las urnas con ella y sólo tomó la avenida Reforma cuando perdió–, una buena parte de la izquierda terminó por aceptar también que “López Obrador era un peligro para México” –el aggiornamiento de Jesús Ortega es su rostro más claro.
Por lo tanto, la culpa de su debacle no la tienen las élites, sino la propia izquierda y su mentalidad colonizada, su mentalidad –para retomar la hipótesis que el propio Meyer esgrimió en la entrevista citada de que México fue una “colonización de explotación”– de explotados y siervos. La culpa no es de esa minoría que tiene el dinero y los medios a su servicio, sino de una izquierda que, a pesar de sus bravatas –siempre hechas a destiempo– y de sus derechos democráticos, conserva en su ethos el estigma de la Colonia y continúa aceptando que en México –vuelvo a Meyer– haya “dos tipos de seres humanos: los poquitos que tienen el derecho a mandar, los capaces de entender las complejidades de la vida política, y el resto [representado por las actitudes, las desuniones de la izquierda y sus mezquinos oportunismos] que son los siervos”.
Si las élites existen y gobiernan no es porque sean poderosas, sino porque, como lo demostró Gandhi, hay una mayoría dispuesta a aceptar que esa élite tiene razón; que esa mayoría y sus proyectos incluyentes son inferiores a la “grandeza” de las élites que “gobiernan”.
¿Habrá entonces que resignarse a ver una izquierda arrasada y servil que estúpidamente camina a su desaparición, a su engullimiento en la crisis de los sistemas políticos en donde la distinción entre izquierdas y derechas es un simple asunto de semántica que sirve de comparsa a las élites económicas? ¿Habrá que aceptar que el padecimiento de la izquierda es un asunto de determinismo étnico irresoluble, tan irresoluble como el diagnóstico que de ese ethos hicieron Samuel Ramos y Octavio Paz en El perfil del hombre y la cultura en México y en El laberinto de la soledad?
Yo no lo acepto. Debajo de la forma idiota con la que después de 2006 la izquierda se ha comportado, el proyecto está allí, aunque soterrado. Mientras la izquierda cupular y los medios se han dedicado a mostrar su desdibujamiento, López Obrador ha mantenido en la gente –es decir, allí donde realmente habita la vida política– su proyecto de nación. Debajo de esa cosa ridícula que se ha dado en llamar el “gobierno legítimo”, de graves errores de los que tiene que cuidarse –AMLO necesita a su lado asesores con una profunda visión ética e integradora– y de los medios que han decidido ignorarlo, López Obrador, con una voluntad semejante a la de Juárez durante el segundo imperio, ha recorrido el país con su proyecto a cuestas.
Si la izquierda quiere salir de la trampa en la que ella misma se metió y volver a darle una salida a la nación, deberá volver a cohesionarse alrededor de esa figura y de su proyecto –un proyecto que deberá afinarse en el tiempo que resta para ganarse la confianza de los empresarios honestos, romper los monopolios, volverse hacia el zapatismo y otras causas populares, crear una lúcida política social que pueda limitar al crimen organizado y refundar el sindicalismo, espantosamente corrompido desde su nacimiento–; eso exige una fuerte dosis de humildad y de sentido ético.
Lo que el PRD ha olvidado es que para crear la justicia social no se necesita ni estar al día, es decir, aggiornado, ni crear planteamientos ingeniosos. Exige, como lo han hecho López Obrador y el zapatismo –hay que retomar mucho de lo que esta otra lucha negada ha dado a la nación– un profundo sentido común y esas cosas sencillas que se llaman unidad, clarividencia, energía y desinterés. Sin ellas, tanto la izquierda como el país irán a su absoluta ruina en 2012.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
Rupturas
JOSÉ BLANCO
La sucesión presidencial está en marcha, la llamada clase política en pleno tiene prisa. Una parte acaso significativa de la sociedad también tiene prisa, pero por motivos harto diferentes. Son, por desgracia, desasosiegos de distinto origen y de diferente clase.
Todo indica que el PAN, en su esencia más profunda, no rompió jamás su vocación de brega de eternidades. Cuando fundamos el PAN, dijimos que no era tarea de un día sino brega de eternidad..., escribió Manuel Gómez Morín. No es extraño que cuando fue malhadadamente elegido Fox, Felipe Calderón dijera, palabras más, palabras menos, la noche de los infaustos resultados: no creí que podría ver en vida la derrota del PRI y el triunfo del PAN.
Por más enigmático que pueda parecer, el PAN nació viéndose a sí mismo con el destino de ser leal oposición, y no partido gobernante. Los hechos se han ocupado de demostrarnos que su raíz continúa viva y mandando. Hacer uso de la política para ejercer el gobierno le resultó un sistema con más variables que ecuaciones. No hay modo.
Una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de ideologías contradictorias, de mentiras sistemáticas, impide la visión limpia de la vida nacional, palabras escritas también por Gómez Morín, son tan ciertas como nunca, pero el famoso fundador no sospecharía que su partido hoy contribuiría arduamente a configurar tan aciaga vida de la República.
Ciertamente la institucionalidad política no propicia, incluidas las reglas electorales, el acuerdo entre los partidos, ni que los partidos propicien el gobierno de la sociedad, aunque simultáneamente deban satisfacer sus intereses políticos: buscar y retener el poder.
Estos círculos viciosos sólo puede romperlos la política misma, en primer lugar el gobierno y su partido, pero no es lejano también responsabilidad del resto de los partidos. Elaboración de propuestas para la reforma del Estado se han formulado en cascada, empezando con la vasta tarea realizada y coordinada por Muñoz Ledo pareciera que hace un siglo. Pero el espacio para la posibilidad de los acuerdos interpartidarios, si existió alguna vez en alguna medida, hoy está cerrándose por efecto de la sucesión en marcha.
De modo que tendremos –salvo prodigio milagroso obra de los dioses de los panistas– una horrorosa sucesión al final de la cual el país estará exactamente en las mismas condiciones que antes de los comicios presidenciales: la misma institucionalidad política, los mismos partidos y sus intereses lejanos de la sociedad a la que no se deben. Gane quien gane.
Aunque en marcha, la sucesión presenta un conjunto de enigmas extremadamente amenazante para la vida futura de esta sociedad sometida simultáneamente a mil desdichas, y no halla puente, ni batel, ni vado –palabras de Díaz Mirón–, para cruzar este río que ahora tiene en mil lugares avenidas tumultuosas.
Rupturas en todas partes. Del orden social, por el crimen organizado, que ha pasado del narcotráfico masivo, a ocupar otras numerosas plazas del crimen: robos, secuestros, asesinatos de policías y soldados, calentamiento de plazas, venta creciente de cuotas de piso (en gran parte del territorio nacional) a pequeños y medianos establecimientos, y ahora también de civiles asesinados por docenas, cuyas vidas transcurrían ajenas al crimen. La actividad facinerosa se acerca al terrorismo: desde los bombazos el día del Grito en Morelia, en 2008, hasta la reciente explosión del coche bomba en Ciudad Juárez, los hechos van configurando una situación que puede llegar a ser de terrorismo intenso, como otras actividades criminales.
El Estado como tal no está cuestionado, pero la ingobernabilidad no cesa de crecer. La primerísima obligación de un gobierno es la seguridad de la población, y ésta brilla por su ausencia.
¿Habrá rupturas en los partidos, en primer lugar en el PRD? Puede ser. El pacto Ebrard-López Obrador, de que sería candidato de la izquierda “quien estuviera mejor posicionado (whatever that means), desembocó en ruptura, por obra del segundo, como resultado del éxito electoral de las alianzas PAN-PRD, en los comicios de gobernadores, contra las cuales estaba AMLO. Su autodestape llevó a lo mismo a Marcelo Ebrard. ¿Cuál será el desenlace final? Al parecer hay dos posibilidades: o Ebrard rinde su plaza en aras de conservar la unidad de las izquierdas, o las izquierdas se rompen alejando aún más sus posibilidades electorales.
El mayor pragmatismo del PRI, en un contexto de crecimiento de sus probabilidades de regreso al poder, haría pensar que hay muchos priístas dispuestos a tragar montañas si es preciso, para recuperar Los Pinos. Pero realmente ¿todos los priístas están ya dispuestos a aceptar el invento de Televisa, un político de perfil menor egresado de la Universidad Panamericana fundada por el Opus Dei? ¿Será un operador de los intereses de Televisa, socios y congéneres aliados al grupo Atlacomulco? Es difícil aceptar que el PRI es todo lo que tenga que ofrecer al país.
Queda por saber que hará el amigo de El Yunque, Manuel Espino. Ubicado considerablemente a la derecha de Calderón, formado en una modesta universidad de Hermosillo, la Universidad del Noroeste, fundada en 1979, a partir del Liceo de Varones. Usted puede imaginar el cultivo de su intelecto. Hace tiempo que este señor reprueba al panismo dominante, y sus iniciativas políticas internas al PAN algún estrago puede causar, unidos a los que debe procurar el inefable Fox.
Bonito que pinta el futuro, ¿no cree usted?
JOSÉ BLANCO
La sucesión presidencial está en marcha, la llamada clase política en pleno tiene prisa. Una parte acaso significativa de la sociedad también tiene prisa, pero por motivos harto diferentes. Son, por desgracia, desasosiegos de distinto origen y de diferente clase.
Todo indica que el PAN, en su esencia más profunda, no rompió jamás su vocación de brega de eternidades. Cuando fundamos el PAN, dijimos que no era tarea de un día sino brega de eternidad..., escribió Manuel Gómez Morín. No es extraño que cuando fue malhadadamente elegido Fox, Felipe Calderón dijera, palabras más, palabras menos, la noche de los infaustos resultados: no creí que podría ver en vida la derrota del PRI y el triunfo del PAN.
Por más enigmático que pueda parecer, el PAN nació viéndose a sí mismo con el destino de ser leal oposición, y no partido gobernante. Los hechos se han ocupado de demostrarnos que su raíz continúa viva y mandando. Hacer uso de la política para ejercer el gobierno le resultó un sistema con más variables que ecuaciones. No hay modo.
Una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de ideologías contradictorias, de mentiras sistemáticas, impide la visión limpia de la vida nacional, palabras escritas también por Gómez Morín, son tan ciertas como nunca, pero el famoso fundador no sospecharía que su partido hoy contribuiría arduamente a configurar tan aciaga vida de la República.
Ciertamente la institucionalidad política no propicia, incluidas las reglas electorales, el acuerdo entre los partidos, ni que los partidos propicien el gobierno de la sociedad, aunque simultáneamente deban satisfacer sus intereses políticos: buscar y retener el poder.
Estos círculos viciosos sólo puede romperlos la política misma, en primer lugar el gobierno y su partido, pero no es lejano también responsabilidad del resto de los partidos. Elaboración de propuestas para la reforma del Estado se han formulado en cascada, empezando con la vasta tarea realizada y coordinada por Muñoz Ledo pareciera que hace un siglo. Pero el espacio para la posibilidad de los acuerdos interpartidarios, si existió alguna vez en alguna medida, hoy está cerrándose por efecto de la sucesión en marcha.
De modo que tendremos –salvo prodigio milagroso obra de los dioses de los panistas– una horrorosa sucesión al final de la cual el país estará exactamente en las mismas condiciones que antes de los comicios presidenciales: la misma institucionalidad política, los mismos partidos y sus intereses lejanos de la sociedad a la que no se deben. Gane quien gane.
Aunque en marcha, la sucesión presenta un conjunto de enigmas extremadamente amenazante para la vida futura de esta sociedad sometida simultáneamente a mil desdichas, y no halla puente, ni batel, ni vado –palabras de Díaz Mirón–, para cruzar este río que ahora tiene en mil lugares avenidas tumultuosas.
Rupturas en todas partes. Del orden social, por el crimen organizado, que ha pasado del narcotráfico masivo, a ocupar otras numerosas plazas del crimen: robos, secuestros, asesinatos de policías y soldados, calentamiento de plazas, venta creciente de cuotas de piso (en gran parte del territorio nacional) a pequeños y medianos establecimientos, y ahora también de civiles asesinados por docenas, cuyas vidas transcurrían ajenas al crimen. La actividad facinerosa se acerca al terrorismo: desde los bombazos el día del Grito en Morelia, en 2008, hasta la reciente explosión del coche bomba en Ciudad Juárez, los hechos van configurando una situación que puede llegar a ser de terrorismo intenso, como otras actividades criminales.
El Estado como tal no está cuestionado, pero la ingobernabilidad no cesa de crecer. La primerísima obligación de un gobierno es la seguridad de la población, y ésta brilla por su ausencia.
¿Habrá rupturas en los partidos, en primer lugar en el PRD? Puede ser. El pacto Ebrard-López Obrador, de que sería candidato de la izquierda “quien estuviera mejor posicionado (whatever that means), desembocó en ruptura, por obra del segundo, como resultado del éxito electoral de las alianzas PAN-PRD, en los comicios de gobernadores, contra las cuales estaba AMLO. Su autodestape llevó a lo mismo a Marcelo Ebrard. ¿Cuál será el desenlace final? Al parecer hay dos posibilidades: o Ebrard rinde su plaza en aras de conservar la unidad de las izquierdas, o las izquierdas se rompen alejando aún más sus posibilidades electorales.
El mayor pragmatismo del PRI, en un contexto de crecimiento de sus probabilidades de regreso al poder, haría pensar que hay muchos priístas dispuestos a tragar montañas si es preciso, para recuperar Los Pinos. Pero realmente ¿todos los priístas están ya dispuestos a aceptar el invento de Televisa, un político de perfil menor egresado de la Universidad Panamericana fundada por el Opus Dei? ¿Será un operador de los intereses de Televisa, socios y congéneres aliados al grupo Atlacomulco? Es difícil aceptar que el PRI es todo lo que tenga que ofrecer al país.
Queda por saber que hará el amigo de El Yunque, Manuel Espino. Ubicado considerablemente a la derecha de Calderón, formado en una modesta universidad de Hermosillo, la Universidad del Noroeste, fundada en 1979, a partir del Liceo de Varones. Usted puede imaginar el cultivo de su intelecto. Hace tiempo que este señor reprueba al panismo dominante, y sus iniciativas políticas internas al PAN algún estrago puede causar, unidos a los que debe procurar el inefable Fox.
Bonito que pinta el futuro, ¿no cree usted?
El estorbo de Lozano
JOSÉ ANTONIO ALMAZÁN GONZÁLEZ
En medio de una expectación, todavía no del todo aclarada, el pasado jueves 22, durante seis horas, la dirección del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) se reunió con el secretario de Gobernación en el Palacio de Cobián, este último cumpliendo instrucciones precisas de Felipe Calderón para buscar vías de solución al conflicto electricista derivado del decreto de extinción de Luz y Fuerza del Centro (LFC). La presencia del titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Javier Lozano Alarcón, en dicha reunión resultaba inevitable. Sin embargo, su intervención, más que ayudar, buscó disminuir los alcances de un acuerdo para resolver un conflicto próximo a cumplir los 10 meses.
El escueto documento de tres puntos firmado en la Secretaría de Gobernación (SG) en el que se reconoce la representación del SME y se acuerda la instalación de una mesa de diálogo de alto nivel, para revisar y concretar alternativas de solución al conflicto electricista, fue torpedeado al día siguiente por las atropelladas declaraciones de Lozano. Sería tal vez porque al llegar tarde a la cita que se inició a las 6:30 pm se vio impedido de enterarse, de primera mano, de la larga plática que durante 2 horas y 40 minutos sostuvieron el secretario general del SME, Martín Esparza Flores, y el nuevo secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora. Horas después y superado su enojo, pudo participar en la redacción del acuerdo entre la SG y el SME y, a regañadientes, tuvo que aceptar en su texto el reconocimiento de la representación sindical. En realidad dicha aceptación trastocó uno de los fundamentos de la estrategia gubernamental para golpear al SME, dejarlo sin representación al negarle la toma de nota.
Lo cierto es que el SME, como es público y notorio, llevó a Gobernación propuestas muy específicas y razonadas. Sin embargo, a las 4 de la tarde del 23 de julio, en entrevista radiofónica, Lozano rompió un silencio de varios días, señalando: En ningún momento se habló de la posibilidad, es más, quedó fuera de la discusión el tema de una eventual contratación colectiva, o de la creación de una empresa, o de la figura de la sustitución patronal en la Comisión Federal de Electricidad. En la misma línea de sabotear la vía del diálogo y negociación, horas antes de la reunión en la SG, el subsecretario Roberto Gil Zuarth se lamentó de las propuestas del SME. A nadie extraña que este dúo dinámico bloquee las alternativas de solución. Fracasada la estrategia de doblar al SME y perdida la batalla por alcanzar la Secretaría de Gobernación, ambos personajes saben que la solución al conflicto cuestiona inevitablemente su permanencia en el gabinete.
Las propuestas del SME tienen fundamento y razón, incluso en la lógica de la extinción de LFC. La región central del país no puede quedar al garete de las empresas contratistas de la CFE que, al margen de la Constitución y la ley, han demostrado su completa incapacidad técnica, operativa, administrativa, etcétera, para dar mantenimiento y atender fallas, interrupciones y disturbios que crecen, día a día, en la zona. La continuidad en la prestación del servicio público de energía eléctrica es una imperiosa necesidad derivada de la observancia y aplicación del párrafo sexto del artículo 27 constitucional. Sea la CFE o bien algún otro organismo público, en los términos de la propia Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica (LSPEE) y de su artículo 4 transitorio, que no ha sido modificado, la exclusividad de la Nación en la prestación del servicio público continúa siendo una potestad constitucional.
Las autoridades no pueden negar la figura de patrón sustituto, mediante artilugios legaloides, pues sea el SAE, la CFE, la Secretaría de Energía, la de Hacienda y las otras secretarías que firmaron el decreto de extinción, juntas o por separado, el Estado es el único patrón. Así ha sido desde 1960 en que se nacionalizó la industria eléctrica y en octubre de ese año se elevó a rango constitucional. En aquel entonces el Estado mexicano se constituyó en patrón sustituto mayoritario. En agosto de 1963, al mexicanizarse la Mexlight y crearse la Compañía de Luz y Fuerza del Centro SA operó la figura de patrón sustituto, pese a que continuó existiendo la vieja empresa canadiense The Mexican Light and Power Limited. En 1989, al modificarse el artículo 4 transitorio de la LSPEE se plasmó también la figura de patrón sustituto y en febrero de 1994 al crearse el organismo descentralizado Luz y Fuerza del Centro, una vez liquidada la Mexlight en noviembre de 1992, se aplicó también la figura de sustitución patronal.
Lozano es un estorbo para el diálogo y la negociación en un cargo público cuya principal función es ésa. Lo mismo en el caso de Pasta de Conchos, cuyas viudas y familiares siguen reclamando justicia desde aquel trágico 19 de febrero de 2006, que en las huelgas mineras de Taxco, Sombrerete y Cananea próximas a cumplir tres años de heroica resistencia el 30 de julio. Su deambular en la STPS ha sido en menoscabo de los derechos laborales y en protección de la impunidad patronal. Aquel que odia a la clase trabajadora no puede sentarse con ella en la mesa. Lo veremos en los próximos días.
JOSÉ ANTONIO ALMAZÁN GONZÁLEZ
En medio de una expectación, todavía no del todo aclarada, el pasado jueves 22, durante seis horas, la dirección del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) se reunió con el secretario de Gobernación en el Palacio de Cobián, este último cumpliendo instrucciones precisas de Felipe Calderón para buscar vías de solución al conflicto electricista derivado del decreto de extinción de Luz y Fuerza del Centro (LFC). La presencia del titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Javier Lozano Alarcón, en dicha reunión resultaba inevitable. Sin embargo, su intervención, más que ayudar, buscó disminuir los alcances de un acuerdo para resolver un conflicto próximo a cumplir los 10 meses.
El escueto documento de tres puntos firmado en la Secretaría de Gobernación (SG) en el que se reconoce la representación del SME y se acuerda la instalación de una mesa de diálogo de alto nivel, para revisar y concretar alternativas de solución al conflicto electricista, fue torpedeado al día siguiente por las atropelladas declaraciones de Lozano. Sería tal vez porque al llegar tarde a la cita que se inició a las 6:30 pm se vio impedido de enterarse, de primera mano, de la larga plática que durante 2 horas y 40 minutos sostuvieron el secretario general del SME, Martín Esparza Flores, y el nuevo secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora. Horas después y superado su enojo, pudo participar en la redacción del acuerdo entre la SG y el SME y, a regañadientes, tuvo que aceptar en su texto el reconocimiento de la representación sindical. En realidad dicha aceptación trastocó uno de los fundamentos de la estrategia gubernamental para golpear al SME, dejarlo sin representación al negarle la toma de nota.
Lo cierto es que el SME, como es público y notorio, llevó a Gobernación propuestas muy específicas y razonadas. Sin embargo, a las 4 de la tarde del 23 de julio, en entrevista radiofónica, Lozano rompió un silencio de varios días, señalando: En ningún momento se habló de la posibilidad, es más, quedó fuera de la discusión el tema de una eventual contratación colectiva, o de la creación de una empresa, o de la figura de la sustitución patronal en la Comisión Federal de Electricidad. En la misma línea de sabotear la vía del diálogo y negociación, horas antes de la reunión en la SG, el subsecretario Roberto Gil Zuarth se lamentó de las propuestas del SME. A nadie extraña que este dúo dinámico bloquee las alternativas de solución. Fracasada la estrategia de doblar al SME y perdida la batalla por alcanzar la Secretaría de Gobernación, ambos personajes saben que la solución al conflicto cuestiona inevitablemente su permanencia en el gabinete.
Las propuestas del SME tienen fundamento y razón, incluso en la lógica de la extinción de LFC. La región central del país no puede quedar al garete de las empresas contratistas de la CFE que, al margen de la Constitución y la ley, han demostrado su completa incapacidad técnica, operativa, administrativa, etcétera, para dar mantenimiento y atender fallas, interrupciones y disturbios que crecen, día a día, en la zona. La continuidad en la prestación del servicio público de energía eléctrica es una imperiosa necesidad derivada de la observancia y aplicación del párrafo sexto del artículo 27 constitucional. Sea la CFE o bien algún otro organismo público, en los términos de la propia Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica (LSPEE) y de su artículo 4 transitorio, que no ha sido modificado, la exclusividad de la Nación en la prestación del servicio público continúa siendo una potestad constitucional.
Las autoridades no pueden negar la figura de patrón sustituto, mediante artilugios legaloides, pues sea el SAE, la CFE, la Secretaría de Energía, la de Hacienda y las otras secretarías que firmaron el decreto de extinción, juntas o por separado, el Estado es el único patrón. Así ha sido desde 1960 en que se nacionalizó la industria eléctrica y en octubre de ese año se elevó a rango constitucional. En aquel entonces el Estado mexicano se constituyó en patrón sustituto mayoritario. En agosto de 1963, al mexicanizarse la Mexlight y crearse la Compañía de Luz y Fuerza del Centro SA operó la figura de patrón sustituto, pese a que continuó existiendo la vieja empresa canadiense The Mexican Light and Power Limited. En 1989, al modificarse el artículo 4 transitorio de la LSPEE se plasmó también la figura de patrón sustituto y en febrero de 1994 al crearse el organismo descentralizado Luz y Fuerza del Centro, una vez liquidada la Mexlight en noviembre de 1992, se aplicó también la figura de sustitución patronal.
Lozano es un estorbo para el diálogo y la negociación en un cargo público cuya principal función es ésa. Lo mismo en el caso de Pasta de Conchos, cuyas viudas y familiares siguen reclamando justicia desde aquel trágico 19 de febrero de 2006, que en las huelgas mineras de Taxco, Sombrerete y Cananea próximas a cumplir tres años de heroica resistencia el 30 de julio. Su deambular en la STPS ha sido en menoscabo de los derechos laborales y en protección de la impunidad patronal. Aquel que odia a la clase trabajadora no puede sentarse con ella en la mesa. Lo veremos en los próximos días.