EN EL CLAVO.
4 ago 2010
Centralidad política de AMLO
LUIS LINARES ZAPATA
El acto de masas del domingo 25 de julio en el Zócalo irrumpió en el panorama nacional como un fogonazo político de gran alcance. Sus emanaciones, aun a la distancia, todavía se huelen, giran, se depuran y evolucionan entre los habitantes del país. Sin duda, llegaron hasta las oficinas, los medios y el análisis de los centros de poder mundial, y éstos comenzaron a girar sus anteojos con nuevo cristal. No fue una concentración como otras tantas de similar factura. Fue la intensa calidad de los pronunciamientos la que multiplicó los ecos de esa reunión de alebrestados ciudadanos. La cadena de repercusiones siguió de inmediato y trastocó la, hasta ese día, tendencia al bipartidismo conducido desde arriba. La opción que dejó asentada en muchas de las mentes, deseosas de emprender una aventura de cambio con talla histórica, sacudió, hasta los cimientos, el entramado vigente de la derecha. Fue, ciertamente, la presentación, con todo el rigor de un acontecimiento significativo para el futuro nacional, de un movimiento que aspira a la transformación de este México injusto y apaleado.
La clase política de elite, acostumbrada a lidiar con ella misma, con sus asociados, apoyadores laterales y para sus propios intereses, resintió el golpe. Fue seco, directo al corto alcance de sus ambiciones de sobrevivencia en las alturas decisorias. Descobijó la irrealidad de sus trajines y acuerdos cupulares carentes de dignidad o trascendencia. Todavía rumiando los pocos alcances y significados de las pasadas elecciones, despertó, de pronto y sin defensas, a tareas y significados que la rebasan. Sus oficiantes de primer nivel se entumieron al sentir el ventarrón del cambio que les estropea sus planes de continuidad sin sobresaltos.
Ni siquiera los recientes golpes al crimen organizado pudieron paliar la indefensión del oficialismo, de sus burocracias partidarias y de sus aturdidos estrategas ante la andanada que todavía reverbera en el Zócalo capitalino. Las voces que allí se elevaron vienen de abajo, de lejos, con alegría y hasta desparpajo para dar cuenta de su inevitable presencia. Muchos de ellos, hombres y mujeres de variada condición, se han acunado en parajes que poco cuentan para los mandones y sus servidores. Vinieron, con harto gozo, coraje y preocupación, a develar su nueva condición de ciudadanos combativos. Saben, ahora, que cuentan porque forman el movimiento reivindicador como no hay otro en la República. El espíritu de cuerpo se hizo densidad política y las propuestas apuntaron hacia un destino al alcance de un tirón adicional de concertación, trabajo organizativo y voluntad para salir adelante.
La canalla reaccionó de inmediato al sentir de sus titiriteros. Pero su incapacidad de auscultar, de examinar, de interpretar el presente, menos aún de apuntar hacia el mañana, les ganó la partida. Empezaron por negar cuantos efectos hubiera podido concitar la reunión masiva. Recayeron, una vez más, en los cálculos de siempre, ¿Cuánto costó el acarreo? ¿Quién lo financió? Y han reditado suposiciones de subordinación abyecta, de tontería colectiva de los militantes que actúan sin criterio propio. La obcecación de su líder, AMLO, volvió a la palestra y la crítica convenenciera incidió, de nueva cuenta, en sus ninguneos acostumbrados. Lo daban por marginal y derrotado, rumiando rencores, sin haber sanado de los propios, enormes errores cometidos a partir de 2006. Ese ritornelo, esa manera cerrada, oblicua, tramposa de análisis, es causal sustantiva del estupor que desató el anuncio de su aspiración presidencial.
El pronunciamiento de López Obrador fue pausado, se acompasó con cientos de miles de voces que acudieron al llamado, con clara conciencia del destino que aguarda para después. AMLO, ahora convertido en prospecto que aspira a la Presidencia en 2012, fue medular en los intentos de la media adversa por desviar la atención de la gente, por oscurecer la realidad, esa que se palpa sin siquiera concitarla. En sus desaforados alegatos de catalogar sus andanzas, dichos y posturas como rampantes mentiras y traiciones cotidianas, ofenden hasta al más sencillo de los que, con su humanidad a cuestas, se plantaron ante la actualidad para reclamar su personal sitio. Y sin duda afectarán, para mal de sus propósitos, la sensibilidad de esos otros muchos seres de bien que desean un mejor futuro para sus hijos. Millones de mexicanos que ya no encuentran cabida en este panorama sombrío, decadente, retrógrado, disolvente de la energía social, en que los han sumido una caterva de ambiciosos sin límites, ayunos de visiones inspiradoras o compasión.
Ahora ahí lo tienen, para que aprendan a respetar a los que se preocupan, de verdad, de los anhelos populares, de esos incontables mexicanos que han sido sacados de las estadísticas del triunfo por no alcanzar el éxito y la buena vida. Y ahí andará de aquí hasta la cita de 2012. No descansará en su peregrinar ni cambiará el núcleo de su discurso, siempre atento a los sentires de la gente. Con otros muchos, López Obrador irá y vendrá por la República con una fe inquebrantable en la bondad de la gente, en su toma de conciencia para buscar lo básico: una vida digna, sencilla, satisfactoria y productiva. Por eso había urgencia de introducir algunas modalidades discursivas no oídas con anterioridad, menos aún pronunciadas por políticos de arcaica cepa. Esa parte del sustrato anímico del pueblo que solicita, pide, con la urgencia debida, hablar y que le hablen del amor al prójimo y otros valores de raigambre familiar, inexplicablemente abandonados por la izquierda.
Es por narrativas como la descrita arriba que hubo saltos y berrinches, inesperados unos, retorcidos otros, pero siempre apuntando, con dolo, a la línea de flotación del perfil de López Obrador: su desprecio institucional, la no sujeción a las reglas escritas o acordadas en el rejuego sucesorio. Desempolvaron la estúpida sentencia que afirma, de manera torpe, que las plazas llenas no ganan elecciones. El susto fue mayor: se les plantó enfrente como sólido opositor. Había urgencia de meterlo al carril de las seguridades conocidas para sus anhelos de continuidad. Para detener su movimiento desataron una tormenta de gritos, a cuan más destemplados. La agenda del poder establecido entró en una esfera de riesgo. Ahora quieren calmar a sus grupos, ya desde antes desbocados. A éstos hay que decirles que no habrá división de la izquierda. Esos que ahora usurpan la dirigencia de tal contingente ideológico no han inspirado ruta alguna para aliviar el penar popular. Las alianzas que procrearon de muy poco, o nada, sirvieron para cimentar un asalto al afán transformador. El PRI o el PAN, la derecha partidista, no serán derrotados por alianzas y con candidatos sacados de alguna chistera partidaria. El triunfo en 2012 vendrá de abajo, de esa rebelión en curso que se va acomodando, donde AMLO tiene lugar privilegiado por la confianza que en sus intenciones, capacidades y entrega le reconocen.
LUIS LINARES ZAPATA
El acto de masas del domingo 25 de julio en el Zócalo irrumpió en el panorama nacional como un fogonazo político de gran alcance. Sus emanaciones, aun a la distancia, todavía se huelen, giran, se depuran y evolucionan entre los habitantes del país. Sin duda, llegaron hasta las oficinas, los medios y el análisis de los centros de poder mundial, y éstos comenzaron a girar sus anteojos con nuevo cristal. No fue una concentración como otras tantas de similar factura. Fue la intensa calidad de los pronunciamientos la que multiplicó los ecos de esa reunión de alebrestados ciudadanos. La cadena de repercusiones siguió de inmediato y trastocó la, hasta ese día, tendencia al bipartidismo conducido desde arriba. La opción que dejó asentada en muchas de las mentes, deseosas de emprender una aventura de cambio con talla histórica, sacudió, hasta los cimientos, el entramado vigente de la derecha. Fue, ciertamente, la presentación, con todo el rigor de un acontecimiento significativo para el futuro nacional, de un movimiento que aspira a la transformación de este México injusto y apaleado.
La clase política de elite, acostumbrada a lidiar con ella misma, con sus asociados, apoyadores laterales y para sus propios intereses, resintió el golpe. Fue seco, directo al corto alcance de sus ambiciones de sobrevivencia en las alturas decisorias. Descobijó la irrealidad de sus trajines y acuerdos cupulares carentes de dignidad o trascendencia. Todavía rumiando los pocos alcances y significados de las pasadas elecciones, despertó, de pronto y sin defensas, a tareas y significados que la rebasan. Sus oficiantes de primer nivel se entumieron al sentir el ventarrón del cambio que les estropea sus planes de continuidad sin sobresaltos.
Ni siquiera los recientes golpes al crimen organizado pudieron paliar la indefensión del oficialismo, de sus burocracias partidarias y de sus aturdidos estrategas ante la andanada que todavía reverbera en el Zócalo capitalino. Las voces que allí se elevaron vienen de abajo, de lejos, con alegría y hasta desparpajo para dar cuenta de su inevitable presencia. Muchos de ellos, hombres y mujeres de variada condición, se han acunado en parajes que poco cuentan para los mandones y sus servidores. Vinieron, con harto gozo, coraje y preocupación, a develar su nueva condición de ciudadanos combativos. Saben, ahora, que cuentan porque forman el movimiento reivindicador como no hay otro en la República. El espíritu de cuerpo se hizo densidad política y las propuestas apuntaron hacia un destino al alcance de un tirón adicional de concertación, trabajo organizativo y voluntad para salir adelante.
La canalla reaccionó de inmediato al sentir de sus titiriteros. Pero su incapacidad de auscultar, de examinar, de interpretar el presente, menos aún de apuntar hacia el mañana, les ganó la partida. Empezaron por negar cuantos efectos hubiera podido concitar la reunión masiva. Recayeron, una vez más, en los cálculos de siempre, ¿Cuánto costó el acarreo? ¿Quién lo financió? Y han reditado suposiciones de subordinación abyecta, de tontería colectiva de los militantes que actúan sin criterio propio. La obcecación de su líder, AMLO, volvió a la palestra y la crítica convenenciera incidió, de nueva cuenta, en sus ninguneos acostumbrados. Lo daban por marginal y derrotado, rumiando rencores, sin haber sanado de los propios, enormes errores cometidos a partir de 2006. Ese ritornelo, esa manera cerrada, oblicua, tramposa de análisis, es causal sustantiva del estupor que desató el anuncio de su aspiración presidencial.
El pronunciamiento de López Obrador fue pausado, se acompasó con cientos de miles de voces que acudieron al llamado, con clara conciencia del destino que aguarda para después. AMLO, ahora convertido en prospecto que aspira a la Presidencia en 2012, fue medular en los intentos de la media adversa por desviar la atención de la gente, por oscurecer la realidad, esa que se palpa sin siquiera concitarla. En sus desaforados alegatos de catalogar sus andanzas, dichos y posturas como rampantes mentiras y traiciones cotidianas, ofenden hasta al más sencillo de los que, con su humanidad a cuestas, se plantaron ante la actualidad para reclamar su personal sitio. Y sin duda afectarán, para mal de sus propósitos, la sensibilidad de esos otros muchos seres de bien que desean un mejor futuro para sus hijos. Millones de mexicanos que ya no encuentran cabida en este panorama sombrío, decadente, retrógrado, disolvente de la energía social, en que los han sumido una caterva de ambiciosos sin límites, ayunos de visiones inspiradoras o compasión.
Ahora ahí lo tienen, para que aprendan a respetar a los que se preocupan, de verdad, de los anhelos populares, de esos incontables mexicanos que han sido sacados de las estadísticas del triunfo por no alcanzar el éxito y la buena vida. Y ahí andará de aquí hasta la cita de 2012. No descansará en su peregrinar ni cambiará el núcleo de su discurso, siempre atento a los sentires de la gente. Con otros muchos, López Obrador irá y vendrá por la República con una fe inquebrantable en la bondad de la gente, en su toma de conciencia para buscar lo básico: una vida digna, sencilla, satisfactoria y productiva. Por eso había urgencia de introducir algunas modalidades discursivas no oídas con anterioridad, menos aún pronunciadas por políticos de arcaica cepa. Esa parte del sustrato anímico del pueblo que solicita, pide, con la urgencia debida, hablar y que le hablen del amor al prójimo y otros valores de raigambre familiar, inexplicablemente abandonados por la izquierda.
Es por narrativas como la descrita arriba que hubo saltos y berrinches, inesperados unos, retorcidos otros, pero siempre apuntando, con dolo, a la línea de flotación del perfil de López Obrador: su desprecio institucional, la no sujeción a las reglas escritas o acordadas en el rejuego sucesorio. Desempolvaron la estúpida sentencia que afirma, de manera torpe, que las plazas llenas no ganan elecciones. El susto fue mayor: se les plantó enfrente como sólido opositor. Había urgencia de meterlo al carril de las seguridades conocidas para sus anhelos de continuidad. Para detener su movimiento desataron una tormenta de gritos, a cuan más destemplados. La agenda del poder establecido entró en una esfera de riesgo. Ahora quieren calmar a sus grupos, ya desde antes desbocados. A éstos hay que decirles que no habrá división de la izquierda. Esos que ahora usurpan la dirigencia de tal contingente ideológico no han inspirado ruta alguna para aliviar el penar popular. Las alianzas que procrearon de muy poco, o nada, sirvieron para cimentar un asalto al afán transformador. El PRI o el PAN, la derecha partidista, no serán derrotados por alianzas y con candidatos sacados de alguna chistera partidaria. El triunfo en 2012 vendrá de abajo, de esa rebelión en curso que se va acomodando, donde AMLO tiene lugar privilegiado por la confianza que en sus intenciones, capacidades y entrega le reconocen.
Mediocracia en El Mayab
Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F., 3 de agosto (apro).- Con el pretexto de rendir su “tercer informe ciudadano”, la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco organizó con presupuesto público una gran pachanga el domingo 1 de agosto, con formato de reality show en un centro de convenciones que anteriormente fueron las instalaciones de la paraestatal Cordemex, viejo elefante blanco de la época dorada del henequén, que ahora se ha convertido en un set televisivo para el “cultivo” de la gobernante que hace tres años le ganó al PAN la gubernatura.
Al evento acudieron más de cinco mil invitados, destacándose personajes de la farándula de Televisa y de TV Azteca como la conductora Galilea Montijo; la productora teatral Carmen Salinas; la recién designada dirigente de la ANDA, Silvia Pinal, tan dócil al “canal de las estrellas”; el cantautor Juan Gabriel, y el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, a quien no le bastaron sus guardaespaldas para que la jarana organizada por su colega priista lo resguardara de la prensa, así como los mandatarios vecinos de Campeche y Quintana Roo, y hasta el recién electo de Tamaulipas.
El evento constituyó una bochornosa muestra de cómo la megalomanía mezclada con la vulgaridad mediática puede transformar un evento de interés público en un circo muy costoso.
Ataviada con un traje regional muy elegante, maquillada como si se presentara en una final de concurso de belleza, la gobernadora se apoyó en varios videoclips para demostrar la “parte sensible” de su gobierno. Lloró cuando escuchó algunos testimonios de ciudadanos que recibieron la generosa ayuda del gobierno, como si fueran escenas del Teletón; bailó la jarana yucateca e invitó a una gran comilona en la exhacienda de Chichí Suárez, en un sitio muy cercano donde hace dos años aparecieron 12 personas descabezadas, suceso que hasta ahora no se ha aclarado.
En el colmo del fervor mediático, Ivonne Ortega –la misma gobernadora que recibió una rechifla cuando quiso convertirse en protagonista de una pelea de box televisada en cadena nacional-- se enredó con las fechas históricas cuando anunció airosa que el cantante Juan Gabriel actuaría el 15 de septiembre en tierras yucatecas “para conmemorar el aniversario del Grito de la Revolución” y transformó su “corte de caja” en un clarísimo acto de campaña priista. “El triunfo electoral del 2007 ha sido ampliado y refrendado en fiestas cívicas y en ejercicios sociales impecables”, sentenció en su discurso.
No hubo ningún anuncio espectacular. No se sabe cuál es el verdadero proyecto de desarrollo para una entidad con tantas carencias como Yucatán. Tampoco hubo rendición de cuentas sobre las millonarias cantidades destinadas por su gobierno a la televisión comercial (a través de telenovelas como Sortilegio; la donación de 300 millones de pesos para un CRIT del Teletón; la producción y organización de un concurso de belleza; los conciertos en Chichén Itzá, zona arqueológica convertida en una Disneylandia virtual de la gobernadora), mucho menos sobre los grandes negocios de infraestructura urbana como el que está en marcha en el municipio de Ucú, conurbado a Mérida.
Ivonne Ortega, como dijera su correligionario veracruzano Fidel Herrera, se siente en “la cúspide de su poder” porque las televisoras transmitieron en vivo su informe (aún no se sabe cuánto le costó al erario yucateco este despilfarro), porque además estuvo apadrinada por su principal respaldo político y financiero, Enrique Peña Nieto, el iniciador de estos reality shows que son abiertos actos anticipados de campaña. Se ha convertido un deporte de la chismografía yucateca saber en qué momento Ivonne Ortega se sumará abiertamente a la campaña de Peña Nieto y quién administrará la hacienda peculiar del PRI.
La pachanga del nuevo casting de gobernadores televisivos se prolongó al día siguiente en Cancún, la zona turística a tres horas y media de Mérida. En el mismo sitio se reunieron Ortega Pacheco; el mandatario de Quintana Roo, Félix González Canto y los alcaldes de Cancún e Isla Mujeres, para celebrar al empresario radiofónico Gastón Alegre López, quien alguna vez coqueteó con la idea de transformase en un gobernador perredista.
Siguió el jaripeo, la comilona, las relaciones públicas, el intercambio de halagos mutuos y la ausencia de sociedad civil en este reality show. Lo sucedido ha escandalizado hasta a la misma vieja guardia priista. Ni a la exgobernadora priista, Dulce María Sauri, ni a la dos veces alcaldesa panista de Mérida, Ana Rosa Payán, se les hubiera ocurrido una serie de “informes ciudadanos” de tal desmesura. ¿Qué dirían las antiguas feministas yucatecas que participaron en los gobiernos de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto al ver convertido un gobierno de género en una degeneración del arte de gobernar?
El problema es que esta nueva generación de gobernadores priistas, cercanos al entorno de Peña Nieto, confunden la popularidad con el rating, la espectacularidad con la credibilidad, la producción televisiva con el oficio de gobernar. Eso sí, saben dónde están los grandes negocios sexenales y son muy epidérmicos a las críticas en la prensa. Quizá porque los aplausos pregrabados los han convertido en personajes de un largo Truman Show.
Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F., 3 de agosto (apro).- Con el pretexto de rendir su “tercer informe ciudadano”, la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco organizó con presupuesto público una gran pachanga el domingo 1 de agosto, con formato de reality show en un centro de convenciones que anteriormente fueron las instalaciones de la paraestatal Cordemex, viejo elefante blanco de la época dorada del henequén, que ahora se ha convertido en un set televisivo para el “cultivo” de la gobernante que hace tres años le ganó al PAN la gubernatura.
Al evento acudieron más de cinco mil invitados, destacándose personajes de la farándula de Televisa y de TV Azteca como la conductora Galilea Montijo; la productora teatral Carmen Salinas; la recién designada dirigente de la ANDA, Silvia Pinal, tan dócil al “canal de las estrellas”; el cantautor Juan Gabriel, y el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, a quien no le bastaron sus guardaespaldas para que la jarana organizada por su colega priista lo resguardara de la prensa, así como los mandatarios vecinos de Campeche y Quintana Roo, y hasta el recién electo de Tamaulipas.
El evento constituyó una bochornosa muestra de cómo la megalomanía mezclada con la vulgaridad mediática puede transformar un evento de interés público en un circo muy costoso.
Ataviada con un traje regional muy elegante, maquillada como si se presentara en una final de concurso de belleza, la gobernadora se apoyó en varios videoclips para demostrar la “parte sensible” de su gobierno. Lloró cuando escuchó algunos testimonios de ciudadanos que recibieron la generosa ayuda del gobierno, como si fueran escenas del Teletón; bailó la jarana yucateca e invitó a una gran comilona en la exhacienda de Chichí Suárez, en un sitio muy cercano donde hace dos años aparecieron 12 personas descabezadas, suceso que hasta ahora no se ha aclarado.
En el colmo del fervor mediático, Ivonne Ortega –la misma gobernadora que recibió una rechifla cuando quiso convertirse en protagonista de una pelea de box televisada en cadena nacional-- se enredó con las fechas históricas cuando anunció airosa que el cantante Juan Gabriel actuaría el 15 de septiembre en tierras yucatecas “para conmemorar el aniversario del Grito de la Revolución” y transformó su “corte de caja” en un clarísimo acto de campaña priista. “El triunfo electoral del 2007 ha sido ampliado y refrendado en fiestas cívicas y en ejercicios sociales impecables”, sentenció en su discurso.
No hubo ningún anuncio espectacular. No se sabe cuál es el verdadero proyecto de desarrollo para una entidad con tantas carencias como Yucatán. Tampoco hubo rendición de cuentas sobre las millonarias cantidades destinadas por su gobierno a la televisión comercial (a través de telenovelas como Sortilegio; la donación de 300 millones de pesos para un CRIT del Teletón; la producción y organización de un concurso de belleza; los conciertos en Chichén Itzá, zona arqueológica convertida en una Disneylandia virtual de la gobernadora), mucho menos sobre los grandes negocios de infraestructura urbana como el que está en marcha en el municipio de Ucú, conurbado a Mérida.
Ivonne Ortega, como dijera su correligionario veracruzano Fidel Herrera, se siente en “la cúspide de su poder” porque las televisoras transmitieron en vivo su informe (aún no se sabe cuánto le costó al erario yucateco este despilfarro), porque además estuvo apadrinada por su principal respaldo político y financiero, Enrique Peña Nieto, el iniciador de estos reality shows que son abiertos actos anticipados de campaña. Se ha convertido un deporte de la chismografía yucateca saber en qué momento Ivonne Ortega se sumará abiertamente a la campaña de Peña Nieto y quién administrará la hacienda peculiar del PRI.
La pachanga del nuevo casting de gobernadores televisivos se prolongó al día siguiente en Cancún, la zona turística a tres horas y media de Mérida. En el mismo sitio se reunieron Ortega Pacheco; el mandatario de Quintana Roo, Félix González Canto y los alcaldes de Cancún e Isla Mujeres, para celebrar al empresario radiofónico Gastón Alegre López, quien alguna vez coqueteó con la idea de transformase en un gobernador perredista.
Siguió el jaripeo, la comilona, las relaciones públicas, el intercambio de halagos mutuos y la ausencia de sociedad civil en este reality show. Lo sucedido ha escandalizado hasta a la misma vieja guardia priista. Ni a la exgobernadora priista, Dulce María Sauri, ni a la dos veces alcaldesa panista de Mérida, Ana Rosa Payán, se les hubiera ocurrido una serie de “informes ciudadanos” de tal desmesura. ¿Qué dirían las antiguas feministas yucatecas que participaron en los gobiernos de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto al ver convertido un gobierno de género en una degeneración del arte de gobernar?
El problema es que esta nueva generación de gobernadores priistas, cercanos al entorno de Peña Nieto, confunden la popularidad con el rating, la espectacularidad con la credibilidad, la producción televisiva con el oficio de gobernar. Eso sí, saben dónde están los grandes negocios sexenales y son muy epidérmicos a las críticas en la prensa. Quizá porque los aplausos pregrabados los han convertido en personajes de un largo Truman Show.
La miseria de la pobreza
ARNOLDO KRAUS
No me disculpo por el título de este artículo. Los conocedores del lenguaje sugieren, con razón, no utilizar pleonasmos. En cambio, la realidad permite y exige tocar el lenguaje. En el rubro salud, la pobreza, sobre todo en los niños, muestra, con frecuencia, las caras más miserables del binomio enfermedad y pobreza. Esas lacras las padecen quienes no tienen la oportunidad de acceder al mundo por sus precarias condiciones económicas. Esa realidad la explotan los políticos de los países pobres cuando desean conseguir votos para sus campañas. Un estudio científico reciente demuestra por qué las personas de escasos recursos económicos tienen pocas oportunidades de ascender en las escalas económicas, sociales y culturales.
En la edición de julio de 2010 de la revista Proceedings of the Royal Society of Biological Sciences, Christopher Eppig y sus colaboradores publicaron el artículo Parasite prevalence and the worldwide distribution of cognitive ability (Prevalencia parasitaria y la distribución mundial de habilidades cognitivas), donde confirman, por medio de una serie de experimentos muy cuidadosos, lo que el lego y los médicos sospechan o saben: los cerebros de los niños que sufren infecciones o enfermedades parasitarias no se desarrollan adecuadamente. La razón es tan obvia como dramática: los parásitos y las enfermedades infecciosas utilizan las calorías requeridas por el cerebro para desarrollarse.
Los argumentos del grupo de Christopher Eppig son contundentes. Los cerebros de los recién nacidos, explican los investigadores, utilizan 87 por ciento de la energía proveniente de los alimentos para funcionar adecuadamente; a los cinco años utilizan 44 por ciento; a los diez años, 34 por ciento, y, en los adultos 25 por ciento. Esa energía es indispensable para que el cerebro funcione normalmente. En los niños enfermos, continúan explicando, los parásitos impiden la absorción de energía y, por extensión, el desarrollo del cerebro. Son cuatro las razones: 1) algunos parásitos se nutren de los tejidos del huésped; esas pérdidas las suple el cuerpo utilizando su propia energía. 2) los parásitos, al producir diarrea, impiden la absorción adecuada de nutrientes. 3) algunos virus utilizan a las células del cuerpo para reproducirse a sí mismos; ese proceso consume la energía del cuerpo. 4) las infecciones activan el sistema inmunológico del huésped para contrarrestar la agresión; ese hecho también consume energía.
Las consecuencias de esas infecciones son devastadoras. Los países donde el nivel de inteligencia es menor son aquellos donde la prevalencia –proporción de personas que sufren una enfermedad respecto del total de la población– de infecciones es mayor; lo inverso también es cierto: en las naciones donde las infecciones no son frecuentes el promedio de inteligencia es mayor. Además, el estudio demostró que las infecciones se correlacionan más estrechamente con el nivel de inteligencia que otros factores cruciales, como la buena nutrición, la riqueza, la educación o el clima.
Los datos de Eppig y sus colegas demuestran una de las razones por las cuáles los niños pobres del Tercer Mundo carecen de oportunidades para competir en la sociedad. Aunque los hallazgos del estudio no pertenecen al rubro de la política los políticos deben conocer la magnitud de la tragedia. En México, donde la pobreza, amén de ser decreto presidencial y partidista es endémica, quienes detentan el poder y mal usan el dinero de la nación son los responsables de la imposibilidad de mejorar la calidad de vida de más de la mitad de sus conciudadanos. La responsabilidad estriba en la prevalencia de parasitosis, enfermedades infecciosas y desnutrición de los niños pobres y en la falta de tratamiento oportuno y adecuado.
Proteger a la niñez de enfermedades infecciosas y parasitarias incrementaría la capacidad intelectual y las oportunidades de los niños para acceder a la sociedad que les ha cerrado las puertas. Hace casi 21 años, la Asamblea General de la ONU aprobó por unanimidad la Convención sobre los Derechos del Niño. Nuestro gobierno ratificó el convenio al año siguiente: ¿por qué no hacerlo si no cuesta firmar decretos? Aunque el informe reciente del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia asevera que desde entonces se han realizado grandes progresos, dudo mucho que esa información sea veraz. Cuando se conoce o se escucha lo que sucede en la sierra de Guerrero, en las serranías, desiertos, o lo que queda de los bosques de estados como Chiapas, Zacatecas y Oaxaca es lícito cuestionar la información proporcionada por Naciones Unidas. En México, pocos presidentes, pocos ministros, pocos rectores de universidades y pocos empresarios provienen de esas regiones. La miseria moral y la incapacidad científica, técnica y cultural de nuestros políticos es la responsable de no modificar las secuelas de la pobreza en la salud. Bien harían nuestros jerarcas sí leyesen el artículo de Eppig.
ARNOLDO KRAUS
No me disculpo por el título de este artículo. Los conocedores del lenguaje sugieren, con razón, no utilizar pleonasmos. En cambio, la realidad permite y exige tocar el lenguaje. En el rubro salud, la pobreza, sobre todo en los niños, muestra, con frecuencia, las caras más miserables del binomio enfermedad y pobreza. Esas lacras las padecen quienes no tienen la oportunidad de acceder al mundo por sus precarias condiciones económicas. Esa realidad la explotan los políticos de los países pobres cuando desean conseguir votos para sus campañas. Un estudio científico reciente demuestra por qué las personas de escasos recursos económicos tienen pocas oportunidades de ascender en las escalas económicas, sociales y culturales.
En la edición de julio de 2010 de la revista Proceedings of the Royal Society of Biological Sciences, Christopher Eppig y sus colaboradores publicaron el artículo Parasite prevalence and the worldwide distribution of cognitive ability (Prevalencia parasitaria y la distribución mundial de habilidades cognitivas), donde confirman, por medio de una serie de experimentos muy cuidadosos, lo que el lego y los médicos sospechan o saben: los cerebros de los niños que sufren infecciones o enfermedades parasitarias no se desarrollan adecuadamente. La razón es tan obvia como dramática: los parásitos y las enfermedades infecciosas utilizan las calorías requeridas por el cerebro para desarrollarse.
Los argumentos del grupo de Christopher Eppig son contundentes. Los cerebros de los recién nacidos, explican los investigadores, utilizan 87 por ciento de la energía proveniente de los alimentos para funcionar adecuadamente; a los cinco años utilizan 44 por ciento; a los diez años, 34 por ciento, y, en los adultos 25 por ciento. Esa energía es indispensable para que el cerebro funcione normalmente. En los niños enfermos, continúan explicando, los parásitos impiden la absorción de energía y, por extensión, el desarrollo del cerebro. Son cuatro las razones: 1) algunos parásitos se nutren de los tejidos del huésped; esas pérdidas las suple el cuerpo utilizando su propia energía. 2) los parásitos, al producir diarrea, impiden la absorción adecuada de nutrientes. 3) algunos virus utilizan a las células del cuerpo para reproducirse a sí mismos; ese proceso consume la energía del cuerpo. 4) las infecciones activan el sistema inmunológico del huésped para contrarrestar la agresión; ese hecho también consume energía.
Las consecuencias de esas infecciones son devastadoras. Los países donde el nivel de inteligencia es menor son aquellos donde la prevalencia –proporción de personas que sufren una enfermedad respecto del total de la población– de infecciones es mayor; lo inverso también es cierto: en las naciones donde las infecciones no son frecuentes el promedio de inteligencia es mayor. Además, el estudio demostró que las infecciones se correlacionan más estrechamente con el nivel de inteligencia que otros factores cruciales, como la buena nutrición, la riqueza, la educación o el clima.
Los datos de Eppig y sus colegas demuestran una de las razones por las cuáles los niños pobres del Tercer Mundo carecen de oportunidades para competir en la sociedad. Aunque los hallazgos del estudio no pertenecen al rubro de la política los políticos deben conocer la magnitud de la tragedia. En México, donde la pobreza, amén de ser decreto presidencial y partidista es endémica, quienes detentan el poder y mal usan el dinero de la nación son los responsables de la imposibilidad de mejorar la calidad de vida de más de la mitad de sus conciudadanos. La responsabilidad estriba en la prevalencia de parasitosis, enfermedades infecciosas y desnutrición de los niños pobres y en la falta de tratamiento oportuno y adecuado.
Proteger a la niñez de enfermedades infecciosas y parasitarias incrementaría la capacidad intelectual y las oportunidades de los niños para acceder a la sociedad que les ha cerrado las puertas. Hace casi 21 años, la Asamblea General de la ONU aprobó por unanimidad la Convención sobre los Derechos del Niño. Nuestro gobierno ratificó el convenio al año siguiente: ¿por qué no hacerlo si no cuesta firmar decretos? Aunque el informe reciente del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia asevera que desde entonces se han realizado grandes progresos, dudo mucho que esa información sea veraz. Cuando se conoce o se escucha lo que sucede en la sierra de Guerrero, en las serranías, desiertos, o lo que queda de los bosques de estados como Chiapas, Zacatecas y Oaxaca es lícito cuestionar la información proporcionada por Naciones Unidas. En México, pocos presidentes, pocos ministros, pocos rectores de universidades y pocos empresarios provienen de esas regiones. La miseria moral y la incapacidad científica, técnica y cultural de nuestros políticos es la responsable de no modificar las secuelas de la pobreza en la salud. Bien harían nuestros jerarcas sí leyesen el artículo de Eppig.