EL GOBIERNO AUTISTA

23 sep 2010

El Diario de Juárez y la impunidad
ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
La respuesta del gobierno federal a El Diario de Juárez es inaudita: en lugar de recoger el guante para apoyar a los periodistas acosados por la delincuencia, el vocero oficial prefirió el regaño fácil, la apresurada descalificación de una voz autorizada que reclama con desesperación menos discursos y más efectividad. En pocas palabras: la autoridad no se hizo cargo de la gravedad del asunto y lo trasladó, una vez más, al esquema que le permite asegurar que el Estado está ganando la guerra a la delincuencia organizada. Al gobierno no le preocupa tanto que El Diario pacte una supuesta tregua informativa con los asesinos de los dos reporteros que han caído en los dos últimos años, sino la caracterización de la situación que se vive en ese estado fronterizo. Le resulta intolerable que se diga que “ustedes (la delincuencia) son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido”. Y menos admisible le resulta al gobierno esta descarnada opinión: “la historia es bien conocida: el primer mandatario, para conseguir la legitimación que no obtuvo en las urnas, se metió –sin una estrategia adecuada– a una guerra contra el crimen organizado sin conocer además las dimensiones del enemigo ni de las consecuencias que esta confrontación podría traer al país… En ese contexto, los periodistas también fueron arrastrados a esta lucha sin control (… pues) nunca recibieron de su gobierno los ‘mecanismos de protección especial’ que subrayó como indispensables”. Como era previsible, el debate se ha centrado en el tema de la libertad de expresión, asunto vital si los hay. Pero no se trata sólo de un episodio entre otros importantes de la secular lucha por garantizar ese derecho. En rigor, para comprender mejor las razones de la valiente denuncia de El Diario, convendría recordar que estamos ante una situación límite originada en una terrible historia que, podría decirse, condiciona, determina desde hace años, la vida toda en esa región.
En la ciudad ya no hay zonas seguras (para hallarlas hay que cruzar la frontera), aunque la violencia radica y se multiplica en los barrios marginales donde años de marginación han forjado una sociedad gelatinosa, fragmentada, sin horizontes. Allí se reclutan y adiestran los halcones, los pandilleros-soldados de las bandas, implacable poder reinante en buena parte de la frontera: es la base sociológica sobre la cual se alza el imperio de la violencia que se extiende copando los cuerpos de seguridad, la justicia. Los ciudadanos de esta urbe (y otras regiones del norte) llevan años sufriendo las consecuencias de ese crecimiento exponencial del delito asociado al control de su territorio como puerta de paso hacia el gran mercado de las drogas: en Juárez se despliega el fenómeno ominoso de los feminicidios que escandalizan al mundo pero no iluminan a las autoridades, siempre lentas, descuidadas, insensibles y, al final, solapadoras. Y no fue por falta de avisos oportunos. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró en un amplio informe de 2002 que desde 1993 las mujeres que viven en Ciudad Juárez tienen miedo, subrayando el aumento del delito impulsado por el crimen organizado y el narcotráfico. Si algo se hizo para impedir la pérdida de cohesión social es obvio que no tuvo éxito, como se demuestra con la reiteración de las finalidades contenidas en el Plan Todos somos Juárez, que busca disminuir la violencia atendiendo a los jóvenes como punto de partida de la recomposición social. Pero la criminalidad no baja. En una nota reciente, El Diario de Juárez informa que tan sólo en esta frontera, de 2 mil 236 asesinatos que se han cometido en lo que va de 2010, sólo ha judicializado 67, apenas 3 por ciento de los casos, y no todos han sido resueltos ni sentenciados.
Este fracaso se explica por el distanciamiento del Estado respecto de la población y sus problemas. Se trata de una crisis real, pues la impunidad se sustenta en una larga historia de complicidades políticas amparadas por la corrupción y, si hemos de creer al general Carrillo Olea, colaborador de este diario, por el desmantelamiento en los años 90 de los aparatos de inteligencia, concomitante, añado, con la caída brutal de la economía y la expansión de las migraciones hacia el norte. Ese es el tema de fondo que acompaña y limita el curso de la guerra cotidiana contra los cárteles, la razón por la cual se pervierten otras formas de actuación de la justicia en general y se tambalean los supuestos estratégicos que animan a las autoridades.
El gobierno federal y las autoridades estatales y municipales siguen sumergidos en la falta de transparencia y la desinformación. La respuesta oficial a El Diario de Juárez se resiste a reconocer los hechos, menos aún a comprender el estado de ánimo de las víctimas. Pero ya son demasiados los casos de interpretación errónea como para considerarlos simples accidentes en un terreno escarpado: es la ceguera derivada del subjetivismo, la confusión entre interpretación y propaganda. De nuevo, la soledad del poder frente a la sociedad civil.
Tamaulipas, sin ley
José Gil Olmos
MÉXICO, D.F., 22 de septiembre (apro).- La semana santa pasada algunos de los habitantes de Ciudad Mante vivieron una situación inédita. Por dos días seguidos Los Zetas se apropiaron de la ciudad, regalaron dinero, despensas y, por si fuera poco, ofrecieron sus servicios de protección, con la promesa de que pelearían por lo justo contra el cártel del Golfo (CDG): su plaza en Tamaulipas.
En camionetas con la letra “Z” grabada de manera profesional en una de las puertas, los miembros de ese grupo del crimen organizado transitaron durante dos días completos por toda la ciudad, sin que nadie les marcara un alto. Ni la policía ni el Ejército, que supuestamente vigila de manera permanente el estado de Tamaulipas, hicieron acto de presencia, mientras Los Zetas iban y venían de un lado a otro en plena campaña de promoción de imagen.
Los convoyes con las poderosas camionetas repletas de hombres fuertemente armados se metieron por las colonias populares para acercarse a la gente. Se dividieron en grupos para abarcar todo y repartir lo que traían.
Algunos de ellos traían dinero en efectivo y distribuyeron a manos llenas billetes de 200 y 500 pesos a la gente más pobre que se les acercaba y que tomaba el dinero entre sus manos mientras escuchaban lo que les decían Los Zetas: “nosotros no secuestramos, no matamos ni decapitamos, son los del cártel del Golfo, por eso vinimos a protegerlos”.
Otro grupo comenzó a repartir bolsas con una despensa básica: arroz, frijoles, aceite, azúcar, etcétera., que daban a las familias que salían de sus casas. Los hombres armados decían que ellos no habían empezado la guerra, sino los del cártel del Golfo o “chapitos”, quienes, afirmaron, quieren apropiarse del estado.
Algunos otros miembros del grupo de Los Zetas llevaban consigo grandes cantidades de flores, que ofrecían a la gente junto con el dinero o las despensas, insistiendo en su mensaje de “grupo defensor” de los tamaulipecos.
Las hojas que repartieron tenían un mensaje de declaración de guerra, misma que inició desde febrero o marzo pasados, cuando el cártel del Golfo y La Familia Michoacana, así como el cártel de Sinaloa, unieron sus fuerzas para combatir a Los Zetas y sacarlos de Tamaulipas a punta de balazos.
“Nosotros Los Zetas les recordamos que antes de que ellos llegaran éste era un pueblo tranquilo y los del CDG han venido a sembrar el terror amenazando primeramente a gente inocente en la plaza principal, golpeando a comerciantes y robándoles toda su mercancía.
“Estas personas sin escrúpulos que dicen ser buenos y que vienen a limpiar a Mante, se han aliado a varios cárteles para poder tener el valor de hacernos frente, sólo que en su dizque ‘lucha’ han matado gente inocente; las personas tienen miedo salir a trabajar, los niños de ir a la escuela y los jóvenes no pueden ir a divertirse.
“Este pueblo está muriendo a causa del terror que infunden los CDG. No es justo para ustedes que están ajenos a nuestros negocios, por eso vamos a defender esa paz con Z que se tenía en Mante; dénnos la oportunidad de trabajar para devolver a Ciudad Mante su tranquilidad. Ustedes ya nos conocen, somos gente que los va a cuidar, por eso ayúdennos reportándonos al número XXXXXXXX cualquier convoy de carros o personas relacionadas al CDG. Por favor eviten hacer bromas o consideraremos que están de su parte.
“Este mensaje también va para todos aquellos que están sembrando pánico en internet; nadie nos ha corrido, aquí seguimos y defenderemos lo justo, tenemos tiempo aquí en Mante y sabemos quién es quién, cuídense aquellos que andan mal, que a los inocentes no se les molestará para nada. Atte. ‘Z’”.
Después de realizar su acto de campaña, quizá inédito en la historia del país, Los Zetas se retiraron como llegaron: sin ser tocados por ninguna de las autoridades municipales, estatales o federales.
El cártel del Golfo, por su parte, también realizó una estrategia mediática distribuyendo panfletos u hojas simples en las que acusaba a Los Zetas de haber provocado el clima de violencia en Tamaulipas.
La situación en esta entidad se ha tornado cada vez más difícil para sus habitantes, porque a diferencia de otros estados como Chihuahua, Coahuila, Durango, Sinaloa o Sonora, en Tamaulipas se vive una situación tan violenta que no pueden vivir tranquilamente en ninguna parte del estado.
La entidad tiene una vieja historia en el trafico de enervantes --primero fueron el tabaco y alcohol, después la mariguana y ahora las drogas duras--, pero nunca nadie se había apropiado del estado estableciendo su propia ley.
En mayo pasado, José Mario Guajardo Valera, candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la alcaldía de Valle Hermoso, fue asesinado, y a mediados de junio el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno estatal, Rodolfo Torre Cantú, murió acribillado en la carretera Soto La Marina.
Después vino el escándalo internacional en el municipio tamaulipeco de San Fernando, donde elementos de la Marina encontraron 72 cadáveres que presuntamente pertenecían a inmigrantes indocumentados asesinados por Los Zetas.
Tamaulipas, pues, es un estado donde la ley está en entredicho. Los grupos del crimen organizado han hecho de sus pueblos y ciudades territorios delimitados a punta de balazos. Si en alguna ocasión se pusieron en duda y hasta se criticaron las apreciaciones de funcionarios norteamericanos de que en algunas zonas de México se vive un “estado fallido” por los grupos criminales con características de “insurgencia”, lamentablemente en Tamaulipas se comprueban.
Conjugar un nuevo verbo
GUSTAVO DUCH GUILLOT*
Ecuador, por fin y por muchos esfuerzos sumados y conjugados, yasuniza. En el delta del Níger; en la laguna del Tigre, en Guatemala, en el Madidi, en la Amazonia de Bolivia; en las selvas de Perú; en los páramos de Colombia… quiere –su sociedad civil– yasunizar. La civilización, nuestra y de ahora, debería lo más pronto posible yasunizar.
Mientras en el Golfo de México casi 5 millones de barriles de crudo, según los científicos, han salido a la superficie de forma incontrolada, en el mayor derrame no intencional de petróleo de la historia, en Ecuador, el pasado 2 de agosto se firmó un fideicomiso entre el gobierno ecuatoriano y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), como primer paso, fundamental, para dejar bajo tierra –sin posibilidad de escapes, de contaminación de ríos y cielos, de esclavizajes empresariales, sin oleoductos fragmentando territorios, sin chimeneas apuntando al corazón, etcétera– 850 millones de barriles de petróleo.
El fideicomiso permite poner en marcha la llamada Iniciativa Yasuní, de dejar sin explotar uno de los yacimientos petroleros más importantes del mundo, enclavado en un parque natural –el Yasuní– con un valor ecológico incalculable. Para ello, algunos cálculos sí que se han hecho. Básicamente, Ecuador renuncia a su petróleo si por parte de la comunidad internacional se contribuye con la mitad del valor monetario que supondría la extracción (3 mil 500 millones de dólares en 10 años) a modo de compensación por los ahorros en los costes ecológicos (globales) que tendríamos derivados de la quema de todo ese crudo (sólo en anhídrido carbónico el planeta se ahorra 410 millones de toneladas). Debemos añadir que esa cantidad económica, que esperemos se alcance, se justificaría también como primer pago para saldar la deuda ecológica que el norte rico tiene sobre países explotados ambientalmente como Ecuador. Por ejemplo, grandes corporaciones se enriquecen con la exportación de langostinos de Ecuador a toda Europa, a costa de destruir muchas hectáreas de manglares.
La Iniciativa Yasuní tiene el enorme valor de ser la primera propuesta de estas características, alimentada por tantos años de resistencia de las comunidades amazónicas frente a las agresiones de las petroleras y por el empuje de los movimientos ecologistas ecuatorianos. Personas como el ex canciller Fánder Falconí, el ex ministro y presidente de la Asamblea Constituyente Alberto Acosta o Esperanza Martínez, cofundadora de Acción Ecológica y de Oilwatch, junto con apoyos internacionales, como el del profesor catalán Joan Martínez Alier, han sabido empujar en los momentos clave, para que ahora, tras la firma del fideicomiso, toda la sociedad vele porque el proceso siga adelante como se diseñó. No explotar el petróleo del Yasuní sólo tiene unas víctimas, las corporaciones del petróleo, y tienen muy mal perder.
Cuando yasunizar aparezca en los diccionarios, hará referencia etimológica al pueblo huaorani que habita la región, ya que como ellos y ellas dicen, viven en las sociedades de la abundancia, pues producen lo mínimo suficiente para satisfacer sus necesidades.
Yasunizar, expresión que marca un avance evolutivo de toda una sociedad en pos de su sostenibilidad.
Yasunizar se aplica a aquellas acciones valientes construidas desde pensamientos libres, que no se dejan contaminar.
Yasunizar, ofrecer un cambio de paradigma real y posible.
* Autor del libro Lo que hay que tragar