CALDERAS, EL PELIGRO

11 oct 2010

¿Peligro o esperanza?
BERNARDO BÁTIZ V.
En forma por demás inesperada y sorpresiva, un verdadero descontón dirían en mi barrio, el titular formal del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón Hinojosa, volvió a poner en circulación la perversa acusación en contra del dirigente político Andrés Manuel López Obrador, infundio creado por mercenarios extranjeros muy bien pagados, inventores del calificativo peligro para México. A muchos les ha parecido imprudente o inoportuna la alusión a la calumnia del 2006, que tanto daño hizo a nuestra sociedad; a mi parecer, Calderón se está pasando de listo y que lo que busca, al recordar la canallada de la guerra sucia, en la que él mismo participó, es distraer al pueblo mexicano con una cortina de humo que oculte otros temas sin explicación ni excusa.
En este momento en México hay varios temas fundamentales para nuestro futuro, puestos en la mesa de la opinión pública independiente, pero por lo visto el presidente en funciones optó por impulsar al centro del debate nacional un asunto distractor de la atención, siempre agobiada por el bombardeo de imágenes, comentarios en voz engolada o francamente a gritos en las pantallas de televisión y en los micrófonos de la radio.
Enumero algunos de estos temas, que deberían de ser el centro de la atención y que la maniobra de Calderón pretende ocultar. Uno es el de la entrega, que es un regalo, a Televisa-Nextel, a través de la ya famosa licitación 21, de la concesión de una parte muy importante del espectro radioeléctrico, mediante un pago muy por debajo de su valor real.
Tan grave es el asunto, tan comprometedor para el titular formal del Ejecutivo, que un panista sui géneris, como es el legislador del mismo Partido Acción Nacional Javier Corral, se ha sumado y en momentos ha capitaneado el señalamiento de la arbitrariedad, del atraco, sobre el que no se han dado explicaciones convincentes.
Otro tema que requiere la atención de la ciudadanía es el proyecto de reformas constitucionales y legales para consumar, finalmente, la intentona que lleva ya dos sexenios, y que se resume en la propuesta de establecer una policía única para todo el país, atropellando la autonomía municipal e incumpliendo flagrantemente el pacto federal so pretexto del miedo cultivado y de la violencia descontrolada.
Lo que se quiere con esta propuesta, urdida desde el gobierno anterior e impuesta ya en parte, es crear una fuerza armada central, bajo el mando directo de un jefe que sólo reporte y dependa del presidente de la República. Ya de por sí la policía federal parece cada vez más una policía represiva de los años del fascismo europeo o del gobierno militarista de Pinochet; imaginémosla en un poco tiempo, cerca del cambio de gobierno, como una unidad armada, centralizada y rígida, a disposición de una sola persona, Felipe Calderón Hinojosa.
El tercer tema que en mi opinión pretende soslayarse y ocultarse tras las declaraciones distractoras es identificado en los medios como el michoacanazo, acción policiaca con fines políticos, detenida por varios jueces por conducto de sus resoluciones, al sostener, correctamente, que grabaciones anónimas y testigos encubiertos no son suficientes para acusar a nadie. Precisamente fue la Policía Federal la que en forma atropellada y violenta irrumpió en oficinas públicas del estado de Michoacán para detener en sus centros de trabajo a varios alcaldes, al procurador del estado y a otros servidores públicos sorprendidos y que ni se escondían ni se ocultaban.
Si eso sucede cuando el mando policiaco nacional no está aún en unas solas manos, qué será cuando una especie de zar contra la delincuencia sea quien pueda dar órdenes, fundadas o no, a todos los cuerpos policiacos del país. Nadie estará a salvo.
La intentona de Calderón será inútil, es torpe y obvia, pero no por ello debe dejarse pasar sin más; la verdad es que si al llamado peligro para México se le hubiera reconocido su triunfo en las elecciones de 2006, a estas alturas cuando menos dos refinerías estarían ya funcionando en el país, el sistema ferroviario se encontraría en proceso del rehabilitación, los índices de impunidad irían a la baja y con el ahorro que se obtuviera, como sucedió en la ciudad de México, obras públicas y programas de desarrollo social se estarían multiplicando en todo el territorio nacional.
Ante el desastre en el que nuestra patria se encuentra, resbalando cada vez más en la pendiente de la violencia, la inseguridad, la deshonestidad, la crisis educativa, el abandono del campo, el desempleo y la abismal desigualdad social que padecemos, López Obrador ciertamente no representa ningún peligro para México: por el contrario, el movimiento por él encabezado, que se extiende cada vez con más amplitud y es aceptado por millones, es la única esperanza de un cambio de fondo. Desde luego ningún peligro para México, como lo cree o simula creer Calderón; por el contrario, la esperanza de un cambio profundo a partir del voto popular, de la organización, del trabajo y con base en principios. Nada de violencia, sí mucho valor civil, constancia, congruencia y liderazgo popular.
López Obrador y el futuro del PRD
Miguel Ángel Granados Chapa
MÉXICO, D.F., 11 de octubre.- En la dislocada dinámica política de hoy, los adversarios se hacen favores y los correligionarios riñen entre sí. Eso, al menos, ocurre en el entorno de Andrés Manuel López Obrador: En su estrategia mexiquense, que beneficia al PRI y a Enrique Peña Nieto, el exjefe de Gobierno capitalino estaba a punto de fracturar al partido que dirigió hace 12 años, cuando el curso de colisión fue frenado por la iracundia del presidente Felipe Calderón, que forzó a un por lo menos momentáneo cese de las hostilidades entre el hombre que encarna, según la diatriba presidencial, “un peligro para México”, y las corrientes –Nueva Izquierda en particular– que lo consideran “un peligro para el PRD”.
En el Estado de México López Obrador ha llevado a un punto extremo su descalificación de las alianzas entre los partidos que lo apoyaron en 2006 y Acción Nacional. No evitó que se configuraran en varios estados, y en algunos las coaliciones triunfaron a contrapelo de la posición lopezobradorista. En el caso de Oaxaca la acritud antialiancista se edulcoró, gracias sobre todo a la índole del gobierno saliente y a las habilidades de Gabino Cué, quien logró la aquiescencia de Calderón y el disimulo activo de López Obrador, contrastante con su beligerancia en otras entidades.
En una singular percepción de la política mexiquense –donde son claros dos datos: que unidos PAN y PRD en torno de un candidato que no provenga de ninguno de esos partidos lograría vencer a Peña Nieto y que esa derrota podría anticipar la del gobernador saliente–, López Obrador ha radicalizado su posición. Como hizo en Iztapalapa el año pasado, ha tomado como propio el proceso preelectoral y está recorriendo la vasta entidad predicando la oposición a la alianza, sobre la base de la identidad del PAN y el PRI. No le falta razón, pero carece de ella, al mismo tiempo. Por lo tanto, ha ahondado su hostilidad a la unión de su partido con el blanquiazul. Anunció que si el PRD se coaliga con el PAN él impulsará una candidatura separada. Formalmente no podría hacerlo, porque la legalidad interna del perredismo lo impide. Y aunque López Obrador se benefició de la lenidad con que sus antagonistas están obligados a tratarlo, so pena de una ruptura definitiva, el exjefe de Gobierno ha querido aparecer respetuoso del estatuto y avisó ya de su propósito de irse temporalmente del partido, como si fuera dable pedir licencia para impulsar una candidatura ajena y aun opuesta a la que sostenga el PRD.
Nadie sabe cómo se instrumentaría tal permiso temporal. Lo que en realidad ocurriría es que las fuerzas contrarias a López Obrador, que dominan el partido, con Nueva Izquierda a la cabeza, quedarían ante la gran tentación de echar al perredista más conspicuo y, como sugiere burlón el protagonista de este episodio, quedarse con el cascarón. El PRD sin López Obrador, especialmente si su salida fuera brusca, forzada, rijosa, dejaría de ser lo que, a pesar de todo, ha sido: una opción para alcanzar el poder en pos de una política que sirva a las mayorías.
Pero la expulsión de López Obrador, que heriría de muerte a su partido, no beneficiaría mecánicamente al que lo acogiera, previsiblemente el PT, que ya lo considera su candidato presidencial, como lo evidencian los mensajes con que ese partido ocupa los tiempos a que legalmente tiene derecho y que fueron recientemente suspendidos. No habría necesariamente una migración de perredistas al PT, a menos que el ahínco y la astucia conocidos y reconocidos en López Obrador consiguieran un efecto semejante al que hizo delegada de Iztapalapa a Clara Brugada, sin necesidad de pasar esta vez por el riesgo de crear un minúsculo Frankestein que se llamara Juanito o respondiera a otro apelativo.
La rispidez entre Los Chuchos y López Obrador crecía por horas, al grado de la mofa contra el principal dirigente social del país, impensable en otras horas, cuando Felipe Calderón se retrotrajo al 2006, de manera inesperada, y dijo a Salvador Camarena, en entrevista radiofónica, que sigue creyendo que en ese año en que vivimos en peligro su principal antagonista era en efecto un peligro para México.
López Obrador percibió con claridad el desliz en que incurrió quien, para él, ha usurpado la Presidencia que cree haber ganado, y no cayó en la provocación calderoniana, que actualizó la denigración a su oponente asegurando que habría sido un gobierno catastrófico el que encabezara López Obrador. Y lejos de individualizar en él la invectiva, la extendió ofensivamente a sus seguidores, a quienes llamó fanáticos, “feligresía del odio”, distintos del mexicano común cuyo retrato convencional dibujó: es el que trabaja, lleva a sus hijos a la escuela y quiere vivir en paz y tranquilidad, como si fuera tan común la vida casi idílica que pinta, cuando la realidad muestra el esfuerzo cotidiano por sobrevivir en la inmensa mayoría de los mexicanos.
En vez de reaccionar abruptamente, con un impromptu como el que lo llevó a ordenar silencio a la chachalaca que veía en Fox, López Obrador esperó una horas, escribió su respuesta y la leyó pausadamente a modo de preámbulo a la presentación de su libro sobre la mafia que se robó a México.
“Es muy lamentable –dijo en una feria alternativa del libro, en la Alameda, el miércoles pasado– que Felipe Calderón, que fue impuesto por la funesta camarilla culpable de la tragedia nacional, en vez de pedirle perdón a los mexicanos por el desastre actual, siga optando por la mentira, la confrontación y la ofensa a millones de mexicanos que no se dejaron engañar y a los que llama ‘fanáticos’ y quienes, en uso de sus derechos y libertades consagradas en la Constitución, siguen expresando su decisión y trabajando para transformar a México por la vía pacífica, hasta derrotar en buena lid a la oligarquía y establecer una auténtica democracia que permita que las riquezas de México se distribuyan con justicia y se utilicen para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la población.”
Dijo también que la descalificación en su contra es “tan burda y ofensiva (…) que ni siquiera me atrevería a usarla en contra de Calderón”. Sí lo hizo, en cambio, Hortensia Aragón, secretaria general del PRD, quien achacó a Calderón el ser “un peligro para México”. Igualmente reaccionó contra el despropósito presidencial Jesús Ortega, quizá no con la contundencia que era de esperarse en quien coordinó la campaña presidencial de 2006 y enfrentó los efectos de aquella acusación. Pero no regateó su solidaridad a López Obrador. Y quienes estaban a punto de la ruptura han tenido por lo menos que aplazar sus querellas, unidos ante el evidente acto de autoritarismo y de intolerancia que, más allá de la coyuntura electoral mexiquense, puede afectarnos a todos.