LO QUE DEJA EL SATRAPA

18 nov 2010

El legado de Ulises
José Gil Olmos
MÉXICO, D.F., 17 de noviembre (apro).- Ulises Ruiz dice en la televisión que fue un orgullo ser gobernador de Oaxaca en los últimos seis años, y que, a pesar de que algunos grupos quisieron deponerlo, sus gobernados lo impidieron. “Pronto nos veremos”, afirma al final de su mensaje, dejando ver que seguirá actuando en la política con nuevos espacios de poder.
El cinismo ha sido una de las características que Ulises Ruiz ha mostrado desde joven, cuando era el operador electoral más avezado del equipo de Roberto Madrazo y de César Augusto Santiago. Desde mediados de los noventa ya se distinguía por ufanarse de saber cómo realizar un fraude electoral sin que hubiera réplicas de la oposición; con esas credenciales llegó a gobernar Oaxaca en 2004, dejando tras de sí una estela de violaciones a los derechos humanos, muertes, represión, impunidad y corrupción como ninguno otro de los gobernadores de esta entidad.
En la edición más reciente de la revista Proceso (número 1776) el corresponsal en Oaxaca, Pedro Matías, da cuenta de la larga lista negra que Ulises Ruiz dejará al nuevo gobernador, Gabino Cué, quien tiene ante sí la responsabilidad de dar una respuesta firme a las peticiones de justicia que los oaxaqueños han lanzado desde que el pasado 4 de julio perdiera el PRI las elecciones, por primera vez en 80 años de gobierno ininterrumpido.
Las cifras que aparecen en el historial negro de Ulises son una expresión del terror con el que gobernó y que con todo cinismo pretende hacer una virtud dentro del PRI: 200 asesinatos de luchadores sociales, políticos opositores y representantes indígenas; más de 600 detenciones, 380 casos de tortura, siete desapariciones forzadas, secuestros, cuatro periodistas asesinados.
En el reportaje se señala que también permanecen sin cumplir mil 264 medidas cautelares dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor de periodistas, activistas, sacerdotes y pueblos enteros, lo mismo que las nueve solicitudes de juicio político contra Ulises Ruiz que no prosperaron y 40 controversias constitucionales interpuestas contra el gobernador por la destitución de funcionarios, discrepancias en la asignación de recursos públicos a los municipios y la revocación del mandato constitucional, principalmente de presidentes municipales.
El saldo negativo del gobierno de Ulises Ruiz no esta sólo en la parte social y de derechos humanos, también en las finanzas que han sido manejadas con dolo a favor de su familia y sus amigos.
Recientemente, a mediados de septiembre, fueron detenidos Daniel García Teurel Ortega y Martha Ortega Habib, hermana y sobrino del secretario de Finanzas del estado, Miguel Ángel Ortega Habib, por el delito de operación de recursos de procedencia ilícita. Ambos detenidos no pudieron explicar el origen de mil millones de pesos que tenían en sus manos.
El monto fue más de lo que reportó la Procuraduría General de la República. Según los legisladores del PAN y PRD en el Congreso de Oaxaca, en realidad se investigaban 4 mil 800 millones de pesos que fueron detectados en las cuentas bancarias de los familiares de Ortega Habib.
Desde el inicio, el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz ha estado salpicado por este tipo de escándalos financieros. Habría que recordar el reportaje publicado en Proceso por la reportera Patricia Dávila sobre el hospital privado SEDNA con un costo de mil 500 millones de pesos instalado en la Ciudad de México sin que haya claridad en el origen de los recursos utilizados. Dicho hospital está a nombre María de Lourdes Salinas Ortiz, esposa de Ulises Ruiz.
También los gastos erogados en la reconstrucción del Zócalo de la capital oaxaqueña a una constructora de su propia familia; igualmente los mil millones que gastó en la Ciudad Judicial, 11 millones 400 mil pesos que destinó a pueblos que integran la Ruta Dominica y 6 mil millones que deja como deuda pública por la firma de Contratos de Servicios de Largo Plazo, mejor conocidos como PPS.
Paradójicamente mientras hizo esos gastos extraordinarios sin ofrecer un reporte claro, Ulises Ruiz privó al ayuntamiento de Oaxaca de Juárez de más de 44 millones de pesos de recursos federales, lo cual generó un colapso financiero en la capital del estado, al grado de no tener ni para pagar el alumbrado público.
En sus últimos días Ulises Ruiz se ha dedicado a difundir una serie de mensajes como despedida de su gestión de seis años. En uno de ellos, acusa la existencia de “grupos” que tenían paralizado al estado pero que gracias a su gobierno, esto se superó y ahora Oaxaca está listo para seguir creciendo en paz; en otro anuncia que “pronto nos veremos”.
Esto es, quizá, lo que muchas organizaciones y personas lastimadas por su gobierno espera, pero verlo pronto ante tribunales judiciales, a fin de que responsa a todos y cada uno de los agravios. Si, pronto nos veremos, pero para ajustar cuentas con la justicia.
A 100 años: Ricardo Flores Magón
ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
Descubrí –no sé si es la palabra adecuada– a Ricardo Flores Magón a través de sus artículos y cuentos publicados en unos cuadernillos adquiridos en alguna de las librerías de viejo de la calle Hidalgo. Me sorprendió el lenguaje, esa prosa directa y combativa que, de alguna forma, proseguía la tradición de los liberales de la Reforma para renombrar sus circunstancias con frases exactas, a pesar del utopismo libertario o la retórica de la época. Aunque a los magonistas se les reconoce con letras de oro su papel como precursores, en otros sentidos todavía hoy forman parte de esa historia que cabalga entre el olvido y el culto burocrático y, por lo mismo, no acaba de entenderse y asimilarse . El Programa del Partido Liberal Mexicano, expedido en 1906, es la verdadera fuente programática de la revolución social que muy pocos presentían bajo la inquietud política que por entonces cimbraba al gobierno de hierro de Porfirio Díaz; reivindica para la nación el proyecto democrático contenido en el respeto a la Constitución de 1857, pero, además, se adelanta a su tiempo exigiendo plena ciudadanía para las mayorías trabajadoras, indefensas ante el paso arrollador de la modernización emprendida por los científicos. El programa liberal es el resultado de años de esforzado sacrificio militante, de cárcel y persecución, de acuerdos puntuales entre facciones discrepantes, no el fruto escolar de un lúcido gabinete de expertos o la obra de un caudillo ilustrado. Allí está la experiencia viva del pueblo carente de derechos, la lucha por la tierra y la comunidad reinterpretada por Flores Magón, mediante una síntesis práctica y conceptual cuya vigencia trascenderá al estallido de la revuelta armada.
Para lograr sus objetivos crearon clubes liberales por todo el país; editaron Regeneración, el gran periódico clandestino que articuló la protesta dispersa en las profundidades de un país enorme, analfabeto y mal comunicado. Los liberales dirigieron huelgas, se convirtieron en organizadores y tribunos, pero sobre todo se volcaron en la tarea de educar a sus seguidores en el sentido que les dictaban sus profundas convicciones libertarias. Fueron ellos, los magonistas, los primeros en llevar a la rebelión rural la consigna de ¡Tierra y libertad!, pauta para el gran cambio social que se gestaba tras las bambalinas de la sucesión presidencial. Por eso, acierta Armando Bartra al reconocer al magonismo como la corriente más radical, cuya influencia en la formación de la cultura de izquierda, progresista, está presente pese a los prejuicios. Los textos capitales magonistas resuenan vivos, pese a la caducidad de las ideologías, allí donde estalla, espontánea, la protesta popular y la comunidad hace un ejercicio de sobrevivencia frente al impulso modernizador que la despoja no de la miseria pero sí de los lazos y valores que le han permitido resistir.
Apenas un día antes del comienzo oficial de la Revolución, Flores Magón advierte: “Es oportuno ahora volver a decir lo que tanto hemos dicho: hay que hacer que este movimiento, causado por la desesperación, no sea el movimiento ciego del que hace un esfuerzo para librarse del peso de un enorme fardo, movimiento en que el instinto domina casi por completo a la razón (…) De no hacerlo así, que se levanta no serviría más que para sustituir un presidente por otro presidente, o lo que es lo mismo, un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; debemos tener presente que ningún gobierno, por honrado que sea, puede decretar la abolición de la miseria”.
Años después, ya en plena decadencia del nacionalismo revolucionario oficialista, durante un acto de homenaje al libertario Flores Mágón realizado en el lugar donde se veló el cuerpo de Francisco Villa, en Parral, Chihuahua, me tocó presenciar la ira de los mineros de Santa Bárbara contra el líder charro local al oír que el pago del séptimo día, razón de la dura lucha que llevaban a cabo, ya era una demanda del Partido Liberal Mexicano en 1906 y seguía sin aplicarse. Programa incumplido o apunte inagotable hacia el futuro, la población se identificaba de nuevo con sus primigenios protagonistas. Y en las normales rurales de los terribles años 70, entre los universitarios que vivieron la represión del Estado, las palabras incendiarias de Ricardo en Regeneración se escuchan por muchos jóvenes que ya no estaban dispuestos a esperar. Va a estallar de un momento a otro. Los que por tantos años hemos estado atentos a todos los incidentes de la vida social y política del pueblo mexicano, no podemos engañarnos. Los síntomas del formidable cataclismo no dejan lugar a la duda de que algo está por surgir y algo por derrumbarse, de que algo va a levantarse y algo está por caer (Regeneración, 19 de noviembre de 1910).
El magonismo cursa conforme a sus principios e ideales anarquistas, pero el discurso trasciende el doctrinarismo y se convierte en lengua franca de los rebeldes mexicanos que instintivamente, si vale decirlo así, desconfían de los políticos para rendirle culto al pueblo como sujeto del único cambio capaz de resolver los problemas de la sociedad. Expresa como nadie la impaciencia revolucionaria, matriz de su gran utopía.
“Los partidos conservadores y burgueses os hablan de libertad, de justicia, de ley, de gobierno honrado, y os dicen que, cambiando el pueblo los hombres que están en el poder por otros, tendréis libertad, tendréis justicia, tendréis ley, tendréis gobierno honrado. No os dejéis embaucar. Lo que necesitáis es que se os asegure el bienestar de vuestras familias y el pan de cada día; el bienestar de las familias no podrá dároslo ningún gobierno. Sois vosotros los que tenéis que conquistar esas ventajas, tomando desde luego posesión de la tierra, que es la fuente primordial de la riqueza, y la tierra no os la podrá dar ningún gobierno…”
Hoy que se celebra el centenario de la Revolución, entre tantos fastos y luces resulta aleccionador saber hasta qué punto los precursores son también nuestros contemporáneos.
Las izquierdas, el qué y el cómo
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO
El gran problema de las izquierdas de estos tiempos es que hay muchas teorías y ningún camino más o menos claro para hacerlas realidad. Vivimos algo así como un periodo (que no ha sido corto, por cierto) de incertidumbres, de búsquedas, de propuestas ideales que se quedan en lo ideal, de debates en el terreno de la abstracción en el que muchas especulaciones son confundidas, deliberadamente, con nuevas filosofías. Los autores de moda, algunos con discursos muy atractivos para los jóvenes rebeldes, lo único que han hecho es discutir entre ellos para demostrar las debilidades del otro y reivindicar su filosofía como la buena y la correcta. Han faltado, a mi juicio, las propuestas viables para no sólo redefinir a las izquierdas sino para señalar el rumbo y las acciones que las rediseñarían frente a las derechas y el gelatinoso centro.
Todos estos autores de moda, que largo sería citar, son revisionistas (tal vez en el buen sentido de la palabra) de lo que en su tiempo plantearan Marx y Engels y algunos de sus revisionistas de aquellos años, ya muy viejos para nosotros.
Qué bueno que se han querido revisar muchos de los viejos planteamientos que supuestamente correspondieron a una fase ya superada del capitalismo del siglo XIX y de principios del XX. Y digo qué bueno porque ciertamente el mundo ha cambiado muchísimo y a un ritmo verdaderamente vertiginoso. Son tan rápidos los cambios, que nos rebasan incluso para su comprensión, como los que ocurren con ciertas tecnologías: compro una computadora y a la semana resulta ya obsoleta en muchos sentidos, e igual pasa con los teléfonos celulares y cientos de artefactos que usamos todos los días. Sin embargo, la esencia del capitalismo y sus principales leyes sistematizadas por Marx no han cambiado en lo sustancial, por más que su forma y sus tripas sean diferentes y cada vez más complejas.
Se le critica a Marx que hiciera del proletariado la clase revolucionaria que terminaría por enterrar el capitalismo (que no fue exactamente así), pero ahora se reivindica, con el mismo papel, a las clases subalternas, excluidas, marginadas, la multitud y con muchos otros nombres que suelen resumirse con el cómodo calificativo de los de abajo (¿qué tan abajo?) sin tomar en cuenta la diversidad de intereses, formas de pensamiento y de objetivos de todos ellos. Se habla de ciudadanos, de sociedad civil, de comunidades que sólo existen en la fantasía de quienes quieren verlas como tales sin tomar en cuenta el individualismo y la diversidad de quienes las conforman, etcétera.
Si la sociedad de los de abajo fuera como la imaginan los nuevos filósofos del siglo XXI, los jóvenes (incluso niños) no serían atraídos, por ejemplo, por el narcotráfico. Se confunden las comunidades efímeras (verbigracia por servicios municipales) con las que lucharían contra el capitalismo. Y aun entre éstas hay diferencias, pues unas aspiran al socialismo y otras a la autogestión de tipo anarquista: a la democracia de los excluidos, como si el hecho de ser relegados los hiciera personas capaces de renovarse radicalmente y llegar a un estado de perfección definitivo, como señalara Mannheim al explicar el quiliaismo. Y, por si no fuera suficiente, unos quieren un socialismo como el mal llamado realmente existente (los nostálgicos) y otros de tipo socialdemócrata al estilo escandinavo que ya empieza a tener fisuras y a presentar contradicciones serias; unos lo quieren sin tomar el poder y otros tomándolo, para realizar los cambios (¿cuáles, concretamente?) desde abajo o desde la esfera del Estado.
El ahora tan criticado Lenin señaló alguna vez que los trabajadores, por el hecho de serlo, no eran revolucionarios. Y siguiendo a Marx (y a Hegel), se refirió a la conciencia, a la conciencia de sí y para sí, es decir, la conciencia de identificación con quienes están en situación semejante y aspiran a algo también semejante. Pienso que algo similar tendría que ocurrir con la sociedad (con el pueblo o fracciones de éste, con los excluidos y marginados). ¿Y cómo adquiere el pueblo esta conciencia, cómo descubre las raíces antipopulares del modelo neoliberal y del mismo capitalismo? Este es el gran enigma. Antes se pensaba que el partido vanguardia jugaría ese papel, y ahora se ha descartado, sin más, esa posibilidad y se ha caído, pienso, en una confianza exagerada –sin bases reales– en la capacidad de la sociedad civil, de los de abajo, de los excluidos, en su organización autogestionaria (sin jefes ni jerarquías, pues) para cambiar el mundo. Esto suena como una utopía extática (así con x) sin sustento en la realidad. Si los pueblos fueran como quisiéramos que fueran no votarían por sus enemigos más evidentes para que los gobiernen.
Hace cosa de cinco años Frei Betto escribió: La crisis de la izquierda no procede sólo de la caída del Muro de Berlín. Es también una crisis teórica y práctica. Teórica: la de quien enfrenta el reto de un socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralización de líderes y estructuras políticas. Práctica: la de quien sabe que no hay salida sin retomar el trabajo de base, reinventar la estructura sindical, reactivar el movimiento estudiantil e incluir en su agenda las cuestiones indígenas, raciales, feministas y ecológicas. Lo que no nos dijo fue ¿cómo se logrará superar esa crisis de la práctica sin idealizar la autogestión de la sociedad (desigual como es), sin líderes ni organización, tal y como es planteada por muchos movimientos y filósofos de moda? El cómo, lo digo con honestidad, es el que me inquieta, pues el qué, aunque no lo tenemos bien identificado, debería de ser más sencillo de percibir, aunque sea por lo que no debe ser el mundo en que vivimos.
A Antonio Delhumeau, amigo y compañero de generación en la UNAM, con tristeza por su fallecimiento