2012 EL RETORNO MALEFICO

15 dic 2010

El PRI en su ritornelo

LUIS LINARES ZAPATA

Una y otra vez, a lo largo de su periodo fuera de Los Pinos, el PRI encadena sus ambiciones a la angustia, ciertamente dominante en su cuerpo directivo, por retomar la posición de mando en el Ejecutivo federal. Cierto es que ya no concentran sus energías en mirar hacia su interior, tal como lo hacían en los dorados días de control casi absoluto de la actualidad nacional. Sin embargo, las oteadas que ahora lanzan alrededor están condicionadas por precisas intenciones de escalar posiciones, siempre con la vista puesta en los de arriba. Tienen clara conciencia de las estrecheces que les imponen las elites a las que ofrecen, sin cortapisas ni pruritos, sus variadas habilidades. Otro tanto les acontece al asimilar los amplios márgenes permitidos para las complicidades, una condición determinante, labrada por su cultura, para avanzar hacia las cúspides, tanto en la burocracia partidista como en la función pública.

Los priístas estelares se arropan con los usuales modos de atentos y distantes señores dispensadores de variados tipos de favores. A cambio esperan recibir subordinaciones voluntarias, discretos pagos en contante o, ya de perdida, manejables adherentes. Los puntos de contacto con la realidad los establecen a partir de los grandes intereses en el rejuego cupular y sus cláusulas contractuales, ya bien asentadas en sus genes y formación, devienen, por lo general, de los grupos de presión. Sólo por excepción sus valoraciones y actos decisorios apuntan hacia los íntimos anhelos o necesidades del pueblo llano. Aun en medio de toda esta parafernalia que los atosiga, los priístas se aferran a su inveterada renuncia de ceñirse a cualquier ideología o simple escala de principios que normen su actuación. Prefieren, en aras de la eficacia operativa, quedar a descampado sin importarles ser golpeados por los vaivenes de las cambiantes circunstancias. Se arriesgan, de manera cotidiana, a ser tipificados como una agrupación de identidad difusa, llena de atajos, sólo protegida por el útil reconocimiento de su ecléctico profesionalismo. Hay un dejo de orgullo personal y de grupo en tal actitud bautizada, por ellos mismos, con ribetes de modernidad.

La realidad, en cambio, ha ido mermando la alegada posibilidad del PRI para transformar su vetusta estructura organizativa. Menos aún incidir en la más ambiciosa historia de un México deformado por su injusto desarrollo. El liderazgo que presumen no se concreta en ideas atractivas ni programas arriesgados para acometer aventuras políticas de envergadura. Van negociando, parte por parte, pedazo a pedazo, en un ir y venir sin concierto abarcador que los guíe. La inminente sucesión de su dirigente fue una soberbia pieza de acuerdos cupulares so pretexto de unidad. Es extremadamente difícil predecir la conducta de los priístas ante los serios problemas cotidianos. No dan paso colaborador sin antes poner sobre la mesa, con taimado cálculo, sus pretensiones individualizadas o el negocio entrevisto para beneficio del grupo dominante. Pero, también, exigen, con todo el rigor de los silencios inconfesables, continuos perdones a los muchos infractores de su agrupación. La impunidad es, como destiló uno de sus pasados actores (MDLM) la invariable consecuencia de tales complacencias partidarias, el pegamento que sella los salvoconductos.

Los priístas tienen un signo distintivo, mismo que no han abandonado en su reciente devenir: asumirse como partido en el poder. No se visualizan como agrupación opositora. Son, en toda ocasión, los manipuladores de la política y se sitúan sobre todos los demás participantes que, a lo sumo y desde su perspectiva, ocupan lugares subsidiarios. Es por ello que no descansan hasta arroparse con toda la parafernalia que rodea a las elites de mando primigenio. Ante tal modo de verse, y creerse, cualquier exceso es inherente a dicha condición. Basta con leer el reportaje de su última reunión, la navideña que concitó Peña Nieto en la casa de gobierno de Toluca, para testificar el despliegue de recursos disponibles de los priístas más distinguidos. Aviones privados, helicópteros disponibles, numerosos guardias, cómodos vehículos, regalos a la acostumbrada usanza de los que merecen ser agasajados. Lo mismo sucede con las masivas cabalgatas organizadas para deleite de gobernadores enriquecidos o con pretensiones de estirpe legendaria. A su disposición quedan caballos de pura sangre, monturas labradas con incrustaciones de plata, atuendos distinguibles a cualquier lente curiosa que pueda hacerlos lucir para la foto de una ocasión memorable. Curiosa manera de recordar pasados improbables, álbumes sin registro serio, pero que los priístas decoran para mostrar un espíritu de cuerpo atascado en rituales vacíos. Una grosera manera de dispendio, el patrimonialismo consumado de un priísmo reacio a modificar sus atávicos impulsos de encaramarse sobre los recursos disponibles y hacerlo a descampado y sin recato.

El PRI no perdió las recientes elecciones estatales porque se coaligaron PAN y PRD, sino por sus infestadas estructuras de gobierno y pésimos mandatarios. Puebla, Oaxaca y Sinaloa son muestras de tales penurias. De similar manera como los errores panistas y perredistas los hicieron fracasar en Aguascalientes o Zacatecas. El crecimiento de la oposición en Hidalgo no se le puede achacar a las virtudes de una alianza, sino al caciquismo anquilosado y abusivo de los priístas locales. Los resultados en Veracruz, desde hace años, acusa una fatiga que sólo la impericia de sus rivales y la rampante ilegalidad de las autoridades han logrado que los priístas se perpetúen en el palacio de Xalapa.

El ofrecimiento ineludible del PRI para todas y cada una de las próximas elecciones, incluyendo la presidencial de 2012, es el de un ritornelo de sus pulsiones y personajes ya bien forjados en batalla. Una indeseable vuelta al pasado, la amenaza de más, mucho más de lo mismo. Nada hay en sus posturas, alegatos, candidatos y desplantes que permita imaginar una época transformadora y progreso de triunfar los priístas en las urnas venideras. Y eso a pesar del enorme coro de presagios levantado por sus difusores bajo consigna, con la pantalla de Televisa en la mera avanzada de sus ansias de retorno.

Juan Pablo II y Maciel, el rating de la agonía

Jenaro Villamil



MÉXICO, D.F., 14 de diciembre (apro).- Ni en sus últimos minutos de vida, la tiranía del rating abandonó a Juan Pablo II. Menos ahora, a casi cinco años de su muerte. La paradoja mediática de Karol Wojtyla fue mayor en el ocaso de su pontificado de casi 27 años: ningún líder contemporáneo como él supo utilizar el poder de los medios para transmitir la imagen de un hombre carismático, omnipresente y dueño de la última palabra, pero esos mismos medios prolongaron durante los últimos años la agonía de un hombre que pasó de ser el “Papa comunicador” al “Papa del silencio”, como lo bautizó la prensa italiana.

Ahora, casi un lustro después de su muerte, la imagen y el legado mediático de Juan Pablo II pretenden ser salvados defenestrando, invisibilizando y mandando a las catacumbas a uno de sus protegidos y aliados más incómodos: Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo.

La orden difundida por Álvaro Corchera, director general de la congregación, no deja lugar a dudas: no sólo el retiro de las fotos de Maciel (algo que ya venía ocurriendo desde hace dos años en los centros de la Legión), sino también prohíbe la venta de sus escritos personales y conferencias; ya no se celebrará ni su natalicio ni su muerte y la cripta del cementerio de Cotija, Michoacán (su lugar renacimiento) dejará de ser un “centro de peregrinación”.

De tener todo el poder e influencia en los grandes medios electrónicos, especialmente los mexicanos, Maciel pasa a formar parte de los “indeseables”, de los que vivirán la agonía del escarnio, aunque no se haya hecho justicia hasta ahora con las víctimas.

Una solución mediática para un problema que no es de origen mediático. El problema de los abusos sexuales y los fraudes financieros cometidos por Maciel son de índole jurídica, no mediática, ni teológica. No son simples pecados, sino una serie de delitos que marcan una época, como en el caso de muchos otros sacerdotes y obispos –incluido el cardenal Norberto Rivera-- acusados de encubrir, cometer o solapar actos delictivos.

Pretenden aminorar el impacto negativo en el propio legado de Juan Pablo II y, por supuesto, salvar a su sucesor Benedicto XVI del incómodo papel de gran encubridor.

Su última imagen al mundo fueron los dramáticos 13 minutos de su aparición en la ventana, sin poder hablar (él, que dominaba una decena de idiomas) ante la Plaza de San Pedro, el domingo de Resurrección del 27 de marzo de 2005. Esas imágenes fueron transmitidas por 104 televisoras de 70 países, más miles de periódicos y páginas en internet que reprodujeron la dramática foto de Juan Pablo II con la boca abierta, gimiendo y con un rictus de dolor en el rostro.

La agonía generó rating, así como las más de 25 horas de transmisión permanente de las grandes cadenas televisivas, desde la tarde del 31 de marzo hasta la noche del 1 de abril, sobre los últimos minutos de vida del sumo pontífice.

De una u otra manera, Juan Pablo II se volvió un rehén de su propia doctrina mediática. Una de sus frases predilectas, según recordó el arzobispo John Patrick Foyle, jefe de comunicación de El Vaticano, era: “si no lo vemos en la televisión es como si no existiera”. No en balde, otra de sus frases sirvió de slogan para la cobertura 44 horas televisivas durante su última y quinta visita a México en el verano de 2002: “La fe se puede ver”.

Gracias a estos principios, millones de católicos y no creyentes consideraban a Juan Pablo II un icono mediático, quizá el único capaz de utilizar con extraordinaria habilidad los adelantos tecnológicos en la comunicación para hacer llegar un mensaje muy conservador y tradicionalista, incluso en contradicción con las propias prácticas de sus seguidores más fieles y más jóvenes que utilizan condón, se divorcian y aceptan la homosexualidad.

En España, por ejemplo, bendijo en 2003 poco más de 7 mil mensajes SMS enviados por teléfono celular con su imagen. Desde 1995, él revisaba personalmente el contenido del sitio en internet www.vatican.va. En el 2001, presentó ante la Sala de Prensa del Vaticano su carta apostólica “El rápido desarrollo”, dirigida a los responsables de las comunicaciones sociales. En su parte sustancial exclamaba:

“¡No tengan miedo a las nuevas tecnologías! Ya que están entre las cosas maravillosas que Dios ha puesto a nuestra disposición para descubrir, usar, dar a conocer la verdad”.

Entre las nuevas tecnologías, el pontífice destacó el uso del internet porque “no sólo proporciona recursos para una mayor información, sino que también habitúa a las personas a una comunicación interactiva”.

Al cumplir 25 años de pontificado, en 2003, más de 2 millones 800 mil personas de todo el mundo le enviaron mensajes de felicitación al “Papa comunicador”.

Giuseppe de Carli, jefe de la división vaticana para la televisión pública italiana, describió así la efectividad de Juan Pablo II como líder mediático que data de sus primeros años como actor de teatro:

“Mira de frente a la cámara, domina a las masas, especialmente a los jóvenes, se interrumpe a sí mismo para esperar los aplausos. Entiende las pausas, los silencios, busca y encuentra el momento oportuno. Juega con todo esto. Es su carisma”.

Estas puestas en escena se potenciaron con el seguimiento de la televisión a prácticamente todas sus giras por más de 100 naciones. Tan sólo en México, su última visita rompió récords de audiencia para Televisa y TV Azteca. El evento donde Vicente Fox le besó su anillo alcanzó un share (número de pantallas sintonizadas al mismo tiempo) de casi 90 por ciento de audiencia en la zona metropolitana. Prácticamente, todos los hogares mexicanos sintonizaron ese momento. De las 44 horas de transmisión televisiva, el 45 por ciento lo siguió a través de Televisa y el 31 por ciento de TV Azteca, según una encuesta realizada por el periódico Reforma. La nunciatura informó que un promedio de 15 mil personas diariamente visitaron el sitio www.mexicosiemprefiel.com, creado ex profeso para difundir las entrevistas e imágenes de Juan Pablo II.

La desmesura no impidió que las dos grandes televisivas utilizaran como un pretexto la figura del Papa para prolongar la “guerra” por la audiencia, tal y como se observó desde el jueves 31 de marzo durante los constantes cortes informativos para dar a conocer los últimos detalles de la agonía del Juan Pablo II.

En uno de sus cortes televisivos, el canal 2 de Televisa transmitió el contraste entre la última imagen de Juan Pablo II feliz, rodeado de niños y con palomas en su balcón frente a la plaza de San Pedro, en enero de 2005, y la dramática imagen del 27 de marzo, con 15 kilos menos, notoriamente demacrado y silencioso.

La corresponsal Valentina Alazkraki describió así el debate que se ha generado en Italia frente a estas imágenes: “se ha dicho que se ha tratado de un reality show, pero la gente que acude a la plaza de San Pedro lo ha percibido en forma opuesta, como una forma de Juan Pablo II de compartir su dolor con el mundo”.

Ramón Teja, editorialista del diario español El País, calificó de “inhumana” esta exhibición, mientras que el diario austriaco Der Standard, consideró que las fotografías del Papa agonizante fueron un “fuerte signo en el mundo donde la enfermedad y la vejez son tabú”.

Lo cierto es que antes de su notorio decaimiento físico y de la sucesión de escándalos que acompañaron al final de su papado, Juan Pablo II y sus colaboradores de El Vaticano mantenían un férreo control de la imagen y la presencia mediática del pontífice.

La fecha clave, según especialistas y despachos informativos, fue en la Semana Santa de 2002, cuando, por primera vez, Juan Pablo II apareció en un andador y no pudo recorrer ninguna estación de la tradicional ceremonia del Vía Crucis y sólo pudo musitar, con voz entrecortada, “la paz sea contigo Jerusalén, ciudad amada de Dios”.

El diario italiano La República especuló en ese momento que el pontífice tendría que utilizar muy pronto una silla de ruedas, debido al dolor persistente en su rodilla derecha, provocado por las secuelas del mal de Parkinson que lo aquejó desde una década atrás. El golpe de imagen fue duro para un pontífice que también presumió de haber sido un atleta en su juventud y un líder incansable en sus giras internacionales.

Sin embargo, para la agencia France Press, Juan Pablo II estaba mucho más afectado por la “traición” de sus sacerdotes responsables de delitos sexuales que por sus propios problemas de salud. Apenas el Jueves Santo de ese año, el Papa calificó como “traidores” a los sacerdotes que alteraron los votos del celibato. Nunca se aclaró si ese término también valía para Maciel.

La suma de escándalos por acoso sexual, pederastia entre seminaristas y entre sacerdotes y feligreses creció en forma súbita desde entonces. El escándalo también generaba rating, lectores y contrastaba la imagen idílica del cuarto siglo del “Papa comunicador” con el rostro real de una institución anquilosada, dependiente de la imagen de su principal dirigente, pero incapaz de renovarse moralmente.

Para esas fechas el obispo polaco Julios Paetz, excolaborador personal de Juan Pablo II, fue acusado de acoso sexual a seminaristas y sacerdotes. El caso se sumó a la renuncia del obispo de Palm Beach, Florida, Anthony O’Connell, acusado de haber abusado de un joven seminarista 25 años atrás. Otro caso fue el del sacerdote de Boston, John Geoghan, condenado a 10 años de cárcel por haber abusado de un niño en 1991. El cardenal Bernard Law, quien conoció este caso, aceptó finalmente dar a la justicia el nombre de 80 sacerdotes que también fueron víctimas o protagonistas de abusos sexuales.

Una consulta del instituto demográfico Forsa, en Alemania, reveló que el 54 por ciento de los encuestados creía que la enfermedad del Papa dañaba la imagen de la Iglesia, mientras sólo un 21 por ciento opinaba lo contrario. El periódico estadunidense Usa Today publicó un sondeo en el 2002 que reveló que el 72 por ciento de los católicos opinaba que la jerarquía manejaba mal el problema de los escándalos por delitos sexuales, y el 74 por ciento consideraba que El Vaticano “sólo piensa en defender su imagen y no a resolver el problema”.

Ese fue el otro rostro de la agonía del “Papa comunicador”. El rating de los escándalos le robó cámara al carisma del propio Juan Pablo II y marcó el ocaso de su pontificado, que si bien pudo vencer al “imperio del mal” del comunismo, no pudo librarse de las trampas mediáticas de la imagen y la autocensura.

Ahora, otro efecto del rating, la defenestración de Maciel, arroja las sombras sobre el papado de Juan Pablo II y sobre su sucesor, Benedicto XVI.

Isabel Wallace o cómo suspender la farsa

Sabina Berman



MÉXICO, D.F., 14 de diciembre.- Camina lado a lado del asesino de su hijo. Ella en un saco corto de cuadros azul y blancos, estilo Chanel, él con el pelo largo, el rostro duro. Caminan por los corredores de tierra en los Canales de Cuemanco. Rodeados de policías. “Me da rabia”. Cuenta luego ella. “Me da rabia ver cómo él está vivo, cómo respira, cómo los ojos se le mueven, y mi hijo Hugo no está”.

Están caminando para que el asesino, uno de los seis que secuestraron y asesinaron a Hugo Wallace hace cinco años, reconozca el sitio donde él personalmente tiró el cuerpo. Más bien los dos sitios donde tiró las dos bolsas de plástico negro, las dos bolsas de basura, que contenían el cuerpo cercenado con una sierra eléctrica.

Las minucias del horror.

¡Qué admirable mujer!: tuit en referencia a Isabel Wallace. ¡Qué entereza de mujer!: otro tuit. ¡Todos debíamos ser como Isabel Wallace!: un tercer tuit. Y un cuarto tuit: ¡Pero no lo somos!

¿Todos debíamos ser como Isabel Wallace? Maldito el país que fuerza a sus ciudadanos al heroísmo.

Que Hugo Wallace haya sido secuestrado en primer lugar, que la policía no haya dado con él y sus captores durante las primeras horas, a pesar que Isabel Wallace les indicó el sitio donde probablemente estaba capturado y les mostró una fotografía de los posibles secuestradores, ambos datos que años después se probaron ciertos: esa es la desgracia social que da el contexto para que Isabel Wallace haya tenido que ser una heroína.

¿Fue la policía negligente o estaba coludida con los secuestradores? Probablemente lo segundo. Lo cierto es que la cabeza de la banda de secuestradores era un expolicía, César Freyre, con amigos en la policía.

“¿Es verdad que de cada dos policías uno está coludido con el crimen?” Se lo pregunto a Eduardo Gallo, presidente de México Unido contra la Delincuencia. “N´ombre, de cada dos policías 1.98% está coludido con el crimen”. Gallo explica más. Es casi imposible ser un policía honesto hoy día en México. Si un policía no coopera con el crimen, recibe un balazo.

“Y a todo esto, ¿cuánta gente se dedica al negocio del secuestro?” Gallo replica: “Alrededor de cien mil”. Y otra vez explica más. Es toda una cultura el secuestro. Son familias que trabajan juntas: madre, padre, hijos, cuñados, todos cooperan. Aún su religiosidad católica está involucrada. Piden a la Virgen porque resulte el secuestro. Ahora el culto a la Santa Muerte completa el círculo de adoración a la violencia.

Es en ese contexto, con una policía coludida con un subsector criminal de la sociedad, es que Isabel Wallace tuvo hace cinco años que decidirse a ser heroica. Puso a un lado sus ocupaciones profesionales, se dedicó de tiempo completo a buscar a los secuestradores de Hugo y a Hugo, que creyó vivo largo tiempo. Uno tras otro los localizó. Luego de localizar a cada uno, tuvo que presionar a la fuerza pública para que los capturara. Luego tuvo que vigilar al Ministerio Público y a los jueces, como si se trataran de otros criminales, para que el Estado no realizara su farsa usual y trabajara contra la Justicia, que es como en realidad trabaja la mayor parte de las veces.

“¿Cuántas de las denuncias llevan al encierro de un criminal?” Se lo pregunto a María Elena Morera, presidenta de Ciudadanos por una Causa en Común. “En primer lugar, el 80% de los crímenes no son denunciados. Del 20% que sí son denunciados, sólo el 2% de las denuncias llevan al encierro del criminal.”

Celebramos el heroísmo de Isabel Wallace, pero instintivamente su historia nos aterra. Ilustra cómo los civiles vivimos rodeados de enemigos embozados, enemigos oficiales y no oficiales. Y encima, cómo vivimos confundidos por la retórica pública del Estado, que anuncia por radio y televisión que el Estado funciona cada día mejor. Que el Estado está desde hace cuatro años en guerra contra el crimen. Que el Estado está de nuestro lado.

“Oye Eduardo Gallo, ¿y qué pasó con el Acuerdo Nacional para la Seguridad? ¿Qué pasó con todos esos hombres y mujeres de poder que hace dos años firmaron ante las cámaras de televisión su compromiso para erradicar el crimen? Desde el presidente Calderón hasta los gobernadores, pasando por los principales líderes sindicales, desfilaron para firmar el acuerdo”. Eduardo Gallo se embronca al contestar: “Nada, nada. Falsean las cifras. Solo les importa que parezca que algo han hecho”. Pero de acuerdo a los indicadores que el mismo Acuerdo Nacional impuso, en materia de mejora de la seguridad, cada estado de la República reprobó este año. “Oye Gallo, ¿son mentirosos o incompetentes?” “Son mentirosos e incompetentes.” La misma Isabel Wallace lo resume en una frase: “Son unos simuladores”.

Regresemos por un instante al inicio: son cien mil los secuestradores, ¿de verdad no puede el Estado mexicano contra ellos? Hay más gente en los gobiernos que secuestradores, pero por desgracia están ocupados en otras cosas. Por ejemplo, en ganar elecciones que les aseguren su permanencia en los gobiernos.

Le digo a María Elena Morera: “Tú te volviste activista social luego de que tu marido Pedro fue secuestrado. Eduardo Gallo se volvió activista luego de que su hija Paola fue secuestrada y asesinada. Sus historias son paralelas a las de Isabel Wallace. Una pregunta: ¿qué pasaría si todas las familias víctimas de un secuestro hubieran hecho lo mismo: se hubieran vuelto activas socialmente?” María Elena se sonríe ante la posibilidad. “Sería otro país, claro”.

Es tiempo de que la sociedad civil lo entienda. Si el cambio no viene de la Sociedad Civil, no vendrá de la clase política. Todos tendríamos que convertirnos, al menos parte del tiempo, en Isabel Wallace, en Eduardo Gallo, en María Elena Morera. Aunque cabe la pregunta: ¿entonces para qué queremos a la clase política que tenemos? ¿Para qué seguimos la farsa de entregarles a los políticos con nuestro voto los instrumentos de poder del Estado? ¿No tendríamos que suspender la farsa?

Suspender la farsa: ¿cómo puede la Sociedad Civil suspender la farsa? Hablemos de ello. Construyamos los mecanismos ya.