EL DESPEÑADERO QUE NOS AMENAZA

9 dic 2010

En defensa de la soberanía

OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO
Ya sabíamos que Felipe Calderón se había lanzado a golpear el avispero del crimen organizado sin plan alguno. También sabíamos que su defensa del país y de sus instituciones ante los intereses de Estados Unidos dejaba mucho que desear. Pero las revelaciones de Wikileaks lo confirman. Y éste es el dato más importante, independientemente de que el joven Assange, premio mundial del contraespionaje electrónico otorgado por la Fundación City Counterintelligence (que acabo de inventar por analogía con la City Mayors), sea sometido a juicio por lo que convenientemente le inventen.

“Felipe Calderón Hinojosa –le dijo José María Aznar al embajador estadunidense en España– admitió que había cometido un error de cálculo sobre la profundidad y amplitud de la corrupción y también sobre la penetrante influencia del narcotráfico en México, que estaba más allá de toda comprensión.” (Véase La Jornada, 07/12/10) Y así fue: un error de cálculo que el jefe del Ejecutivo mexicano se niega a reconocer a pesar de las evidencias cotidianas en los últimos cuatro años y de los análisis de todos los expertos en el tema que han escrito sobre éste en muy diversas publicaciones.

El otro error de Calderón ha sido, como también se ha dicho, haberse plegado a los intereses de Estados Unidos al romper el hilo delgado de la estabilidad política y social del país, y al usar, sin preparación ni pertrechos suficientes, al Ejército Mexicano en su guerra contra el narcotráfico.

Respecto del Ejército Mexicano surge una conjetura que podría convertirse fácilmente en una hipótesis científica: Estados Unidos ha presionado, desde los tiempos del gobierno de Fox, a que se use a los militares para combatir el narcotráfico y, al mismo tiempo, según las revelaciones de Wikileaks, ha estimado que al cuerpo castrense le faltan atributos incluso para confiar en él por ser torpe, descoordinado, anticuado, burocrático, parroquial y con aversión al riesgo. Parece contradictorio, pero no lo es. Más bien huele a descalificación de nuestro Ejército para, al mismo tiempo y por esa razón, justificar una nada extraña intención de meter su cuchara por la vía de las condiciones del Plan Mérida, la capacitación de nuestros soldados, la modernización de las fuerzas armadas y, ¿por qué no?, la instalación de bases militares, como en Colombia, en nuestro territorio (y de paso vendernos aviones, helicópteros y armas de todo tipo que son y seguirán siendo un negocio tan lucrativo como el de las drogas).

No defiendo al Ejército ni a la Marina, pues desde hace muchos años se han metido en asuntos en los que no han tenido justificación legal (ahora mismo en Cuernavaca pululan como si estuviéramos en estado de sitio), pero una cosa es no defender a estas instituciones que se han ganado a pulso varias desacreditaciones y otra sería aceptar que sean rehenes de las fuerzas armadas imperiales estadunidenses. Los latinoamericanos no podemos olvidar la existencia del Western Hemisphere Institute for Security Cooperation, mejor conocido por Escuela de las Américas, primero en Panamá y luego en Fort Benning en Georgia, donde han sido entrenados en tortura, represión, golpes de Estado y asesinatos más de 50 mil militares de América Latina y donde se les ha tratado de lavar el cerebro para que vean con admiración al país del norte y sus planes expansivos.

En relación con la defensa de nuestra soberanía, Calderón no se ha comportado a la altura de las exigencias constitucionales. Cuando le dijo al director de Inteligencia Nacional del país imperial –según la cada vez más admirada Wikileaks– que para disminuir la influencia de Chávez en América Latina se necesita mayor presencia de Estados Unidos, le estaba ratificando la política de puertas abiertas para que interviniera más en nuestros países y, para buen entendedor, en México y sus asuntos internos.

Cuando Zedillo gobernaba decíamos que era un gerente de Estados Unidos, una especie de procónsul de ese país. No sabíamos entonces que si bien nuestra apreciación era correcta, y el tiempo la demostró, con Calderón las relaciones de subordinación serían mayores, con el agravante de que es también rehén de la ultraderecha mexicana (incluida la Iglesia católica más conservadora) y de que ha convertido al país en uno de los más inseguros del mundo, que, al paso que vamos, dejará de tener futuro como nación.

En el México de estos días reinan, con excepciones notables, pero difícilmente mayoritarias, la confusión, el desánimo, la frustración, la pérdida del sentido de pertenencia, el individualismo a ultranza, la desilusión, la incredulidad, la crisis de los partidos y el ni modo, qué vamos a hacer. ¿Cómo estarán las cosas que, según una reciente encuesta de Mitofsky, el que tiene más simpatías para suceder a Calderón es Peña Nieto? Es decir, más de lo mismo, pero de otro partido.

Sólo López Obrador y su movimiento popular –y lo digo aunque muchos me critiquen– podrá salvar al país del desPEÑAdero que lo amenaza. Tenemos menos de un año para revertir el proceso dominante y continuista y para juntar fuerzas para salvaguardar nuestra soberanía y recuperar la estabilidad que nos caracterizaba antes de que el mundo de los negocios (lícitos e ilícitos, nacionales y extranjeros) nos gobernara

El tsunami de WikiLeaks

Jenaro Villamil

MÉXICO, D.F., 7 de diciembre (apro).- Un aire a Lisbeth Sallander, la heroína hacker del novelista sueco Stieg Larsson, acompaña a Julian Assange, periodista australiano de 39 años, fundador de Wikileaks y convertido en “enemigo público número uno” de los servicios de espionaje norteamericanos y de la Interpol.

Nueve días después de lanzar los más de 250 mil documentos confidenciales del Departamento de Estado, Assange decidió entregarse este martes a la justicia en Londres como una estrategia para defenderse. Y su nombre volvió a ocupar los titulares de la prensa internacional.

Sin embargo, no es la leyenda temprana lo que convierte a Assange en un personaje enigmático, sino su activismo atípico. “El valor es contagioso”, ha dicho, para justificar su desafío ante la mezcla explosiva de revelaciones de información confidencial con acceso a la tecnología, que se ha convertido en un auténtico tsunami global contra los salones de la opacidad y de los adoradores de la “razón de Estado”.

Los Halcones en el Palacio de las Corrientes de Aire puede ser también un buen título para este episodio que mantiene electrizadas a las redacciones periodísticas de todo el mundo ante la divulgación de una parte de 250 mil cables diplomáticos, extraídos de las computadoras del Departamento de Estado norteamericano, por un soldado que, además, es admirador de Lady Gaga.

Assange y los periodistas que lo acompañan en esta aventura han dicho que los documentos hasta ahora conocidos no son los más delicados, sino apenas una muestra de lo que pueden divulgar si la cacería en su contra persiste. Lo menos que han logrado demostrar estas filtraciones gestionadas con “medios institucionales” –The New York Times, Der Spiegel, The Guardian, Le Monde, El País- es que sí se puede trabajar de manera coordinada y multinacional entre periodistas para desentrañar la materia prima de los documentos sacados de la secrecía.

La historia de Wikileaks es tan breve como intensa, al igual que las nuevas redes sociales conocidas como web 2.0. Creado en 2006, este sitio web dio este año una primera muestra de su capacidad de revelación cuando en abril divulgó un video grabado en 2007, donde se observa a soldados estadunidenses matando desde un helicóptero a civiles iraquíes. En octubre puso a disposición 400 mil reportes del Pentángono y de la OTAN sobre la intervención en Irak. Pero el auténtico tsunami inició el pasado 28 de noviembre.

La ola de documentos puestos a disposición de lectores de todo el mundo constituye un gran outing sobre el doble rasero de la diplomacia norteamericana y los intereses en juego.

La liberación de varios documentos del Departamento de Estado relacionados con México constituyen una auténtica bomba para un gobierno federal ineficaz en su guerra contra los cárteles de la droga.

Los cables de Wikileaks confirmaron muchos puntos que han sido documentados en revistas críticas como Proceso y también hizo revelaciones que, como advirtió Porfirio Muñoz Ledo, nos colocan en la antesala de la intervención militar directa de Estados Unidos. Veamos:

--La injerencia del Departamento de Estado en la batalla contra el narco. Calderón pidió ayuda a Washington. Y la capital imperial califica de “torpes, descoordinadas, anticuadas, burocráticas y parroquiales” a las Fuerzas Armadas mexicanas, con una salvedad: la Armada. Los marinos mexicanos se han capacitado en Estados Unidos y este país está detrás de los grandes operativos recientes de la Secretaría de la Marina.

--Reveló que el titular de Defensa, Guillermo Galván, le planteó a Dennis Blair, el máximo responsable del espionaje norteamericano, la posibilidad de decretar el estado de excepción en México, basándose en lo estipulado en el artículo 29 constitucional.

--Documenta que las disputas entre PGR, Sedena, SSP y sus máximos titulares por el mando de una estrategia ausente en esta “guerra”, es claramente monitoreado por Estados Unidos. Ante la descoordinación, la violencia se ha incrementado.

--Uno de los datos más inquietantes es el recuento de 10 agentes de la DEA y 51 “contactos” o soplones al servicio del FBI que han sido ejecutados por los cárteles de la droga. Si el asesinato en 1984 del agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, generó la famosa Operación Leyenda que llevó a una intervención agresiva de Estados Unidos en México, imaginemos lo que estas “ejecuciones” pueden provocar ante la percepción creciente de un “Estado fallido”.

Lo más sintomático frente al tsunami es la pretensión de censurar un modelo informativo e informático que, por definición, es horizontal, autogestivo (quien quiera puede encontrar suficientes pistas para auténticos reportajes e investigaciones de más calado) y fuera de los modelos de control tradicionales.

La gestión del escándalo ha sido torpe y ha arrasado el prestigio de algunos sitios que decidieron cerrar el acceso a las cuentas de Wikileaks, como han sido los casos del servicio Pay Pal y de Amazon. ¿Con qué autoridad Estados Unidos o sus organizaciones civiles afines pueden condenar a China o a Cuba por censurar sitios como Google si ellos han alentado lo mismo con Wikileaks?

Frente a estos hechos, Assange ha señalado: “nuestra principal defensa no es la ley, sino la tecnología”. Y en este punto está lo más atrayente del tsunami informativo: ¿cómo frenar o censurar un modelo basado justamente en su capacidad de reinvención?

¿Qué va a suceder frente a la situación y las previsibles filtraciones nuevas? ¿Sobrevivirá Wikileaks a la cacería que se ha armado en contra de su fundador? Más allá del thriller que se ha orquestado en contra de Assange, lo importante del tsunami es lo siguiente:

Termina la era de los escándalos al estilo Watergate y comienzan los del Wikigate. Es decir, las grandes revelaciones ya no requerirán de una “garganta profunda”, sino del acceso a la tecnología y a la información.

Se replantea el “secreto de Estado” en un mundo globalizado, interconectado. Eso no lo ha entendido el gobierno de Felipe Calderón y sus voceros oficiosos. La guerra contra el narco no es un asunto solamente mexicano; se ha transformado en un expediente de interés global, gracias a Wikileaks.

El ejercicio periodístico no se afecta ni se suplanta, como se quejan los ortodoxos o los bribones. Por el contrario, el periodismo se potencia gracias a los documentos que Wikileaks pone a disposición como un gran materia prima para investigar, explicar, contrastar, analizar. Es el periodismo analítico lo que se reclama ahora en un mundo atribulado por secretos, maniqueísmo imperial, guerras de odio.

En esencia, estamos ante la primera gran revolución informativa del siglo XXI. Sus consecuencias son impredecibles, pero las lecciones y los escenarios que de esto surgirá ya están en nuestro horizonte.

WikiFloods

JORGE EDUARDO NAVARRETE

Nadie duda que se enfrenta mucho más que una filtración, de las que se producen de tiempo en tiempo con consecuencias más o menos trascendentes. Esta vez se trata de una verdadera inundación: un cuarto de millón de despachos diplomáticos, algunos de data muy reciente, provenientes de embajadas y consulados estadunidenses en todo el mundo, literalmente. Cables que no fueron redactados para hacerse públicos, sino tras largos periodos y, algunos de ellos, quizá nunca. Documentos que no incluyen los más impenetrables –los etiquetados sólo para los ojos del presidente, frase preferida por los autores de novelas de intriga internacional.

Se supo desde el principio que los cables más secretos, como los originados en otras dependencias –Defensa, Consejo Nacional de Seguridad, por ejemplo– no estaban alojados en los servidores de los que se extrajeron los textos que fueron puestos en manos de Wikileaks.

Mientras no se demuestre lo contrario, hay que atribuir a quienes directamente se apoderaron de los cables motivos políticos altruistas: romper o rasgar el velo de cerrada opacidad que hace de la diplomacia y la política exterior uno de los ámbitos menos transparentes. Es claro que una operación de esta naturaleza tiene sus costos y en este caso el más alto ha correspondido a la diplomacia estadunidense y a sus estilos y procedimientos.

Pienso que Wikileaks se sintió abrumada por el volumen de la información recibida y no tuvo empacho en reconocer, al menos de manera implícita, su incapacidad para procesarla en forma directa. Por ello delegó esa tarea en cinco medios de prensa, procurando un cierto equilibrio geográfico e idiomático. Es claro que se quedó corta. Dos o tres medios prestigiados del mundo en desarrollo debieron quedar incluidos para asegurar mayor variedad en los criterios que gobernarían la selección y la secuencia de divulgación de los materiales.

Las revelaciones, iniciadas hace 12 días, continuarán capturando la atención de la opinión publica mundial por semanas o meses. Cuando el polvo se asiente, cuando retorne la tranquilidad perturbada ahora por los enfoques y reacciones amarillistas y excesivas, podrá verse qué conocimientos valiosos habrán de derivarse de esta wikifiltración con proporciones y alcances de wikinundación.

Conviene recordar, desde luego, el más egregio de los antecedentes. La filtración de los papeles del Pentágono realizada hace 30 años por Daniel Ellsberg. El carácter reservado de la información y su apropiación no autorizada no impidieron al New York Times reconocer su inmenso valor informativo y proceder a su divulgación, a pesar de la tormenta de invectivas y amenazas que se abatió sobre Ellsberg.

Hay un evidente paralelo con las censuras y acciones que ahora se enderezan contra Julian Assange y su organización. Es difícil justificar el acoso de que son víctimas: privarlas de sus plataformas informáticas y sostenes financieros, alimentados con aportaciones voluntarias, con argumentos claramente banales; excluirlas de los sistemas de búsqueda en la red, alegando incumplimiento de vagos requisitos o criterios administrativos; negar la fianza al inculpado tras su presentación voluntaria en una estación de policía londinense, dejando en claro que no pretende evadir la acción de la justicia, son reacciones excesivas e injustificadas que sólo aumentarán la simpatía con que son vistos en amplios sectores de la opinión pública.

Sin tener una idea del contenido del conjunto de documentos liberados es difícil enjuiciar los criterios a los que han acudido los medios a los que se encomendó la divulgación y el ritmo y secuencia de ésta. A primera vista parecería que se optó por divulgar primero los despachos referidos a las zonas calientes del momento.

Así, cables referidos a Irán (74, según la cuenta de The Guardian al 7 de diciembre), Pakistán (61), Afganistán (59), países de Medio Oriente (33) e Irak (20) han sido los más difundidos. Un enfoque no carente de amarillismo –característica no exclusiva de ciertas notas periodísticas– tiñe los despachos divulgados sobre Francia, Libia, Nicaragua, Rusia y Venezuela, por ejemplo.

El País ha dado especial prominencia a los despachos referidos a España y América Latina. Lo que he podido leer hasta ahora no contiene elementos que provoquen terremotos o inundaciones. Más bien se confirman circunstancias o apreciaciones ya conocidas, precisamente porque la información original pudo estar basada en los despachos que ahora se divulgan.

Un ejemplo de esto se halla en las apreciaciones sobre la eficiencia y honestidad de las fuerzas del orden en México. Los juicios despectivos contenidos en algunos cables ya habían sido mencionados, sin citarlos directamente, en declaraciones de funcionarios estadunidenses. En un número de casos mayor del que sería de esperarse, tratándose de un servicio diplomático profesional, los contenidos son abiertamente banales. Como hizo notar un comentarista, no ayuda mucho a nuestra comprensión del mundo saber que el jefe de Estado de Libia tiene preferencia por las mujeres eslavas, altas, rubias y esbeltas, mientras en el caso del jefe de gobierno de Italia, como el don Giovanni de Mozart, sua passion predominante é la giovin principiante.

Mucho más preocupante es, como subraya Timothy Garton Ash en The Guardian el 28 de noviembre, la naturaleza de las instrucciones que, en ocasiones, el Departamento de Estado remite a sus agentes diplomáticos: “Es muy perturbador –escribe– encontrar cables firmados por Hillary Clinton que parecen indicar que se instruye a agentes diplomáticos regulares realizar tareas que se esperaría fueran confiadas en todo caso a espías de baja estofa, tales como averiguar detalles del uso de tarjetas de crédito o información biométrica de funcionarios de la ONU”. Es natural que resulte embarazoso que estas cosas salgan a luz.

Una palabra sobre la reacción de la cancillería mexicana. Junto con Libia, es quizá la única que ha puesto en duda la autenticidad de los cables divulgados, al hablar de documentos cuya autoría se imputa a la diplomacia estadunidense (Comunicado 395, 2 de diciembre de 2010). Incurre además en un acto fallido clásico: desestima el contenido de los cables porque incluyen un énfasis subjetivo por parte de quien los elabora en lo que considera que es del interés de sus superiores. Es curioso, dada esta apreciación, que uno de los cables señale que Calderón advirtió al jefe estadunidense de inteligencia la necesidad de que EU reconociera el peligro que significa la actividad diplomática de Libia en América Latina. Precisamente lo que ese superior quería oír.