EL BUFON MEDIÁTICO

17 ene 2011

Moreira, o la bravuconería priista
Miguel Ángel Granados Chapa
MÉXICO, D.F., 17 de enero.- Faltan casi dos meses para que la reemplace formalmente pero ya Humberto Moreira ha eclipsado a Beatriz Paredes. A diferencia de la tenacidad de la exgobernadora tlaxcalteca, que se afanó en dos ocasiones por llegar a la presidencia del PRI, Moreira recorrió un camino tan allanado que se le hace tarde para figurar a la cabeza de su partido, y por lo menos para fines escenográficos es ya el líder priista, mientras que la titular del cargo ha tenido que hacer mutis.
Se percibe ya, por esa anticipación, una mudanza en el estilo de dirección del partido. Beatriz Paredes no era precisamente silenciosa y cuando había que expresarse con rotundidad y aun dureza sobre el gobierno o el propio presidente Calderón, no vacilaba en hacerlo. Pero educada en la vieja política sabía contenerse, moderarse, quizá más de la cuenta en algunos momentos. En contraste, Moreira está imponiendo una locuacidad impregnada de bravuconería, ese estilo de habla populachera que confunde la sencillez y el lenguaje claro con la chabacanería y la insolencia. Se parece tanto en eso a Vicente Fox, que ha reproducido su anuncio sobre el exterminio de las tepocatas y las víboras prietas: filosofía política del más alambicado estilo, la más elevada alcurnia, la más profunda raíz.
Cada quien su habla, y cada partido su dirigente. Pero es de preguntarse si el estilo provocador de Moreira, al que los secretarios de estado carentes de obra que realizar contestan como si entablaran un debate y no protagonizaran simplemente una reyerta tabernaria, es el que conviene al partido que gobernó a México desde la Presidencia de la República durante siete décadas cuando está en aparente posibilidad de retornar a Los Pinos. Los ciudadanos que ven ese regreso como algo inexorable esperan, supongo, que vuelva al Poder Ejecutivo federal no el PRI de antaño, sino un nuevo partido, capaz de organizar el esfuerzo colectivo en un ambiente de competitividad electoral y legislativa, al que no estuvo acostumbrado durante esos setenta años.
Me inclino a pensar que no. Moreira representa el PRI autoritario del pasado, el habituado a imponer decisiones, el que no rendía cuentas porque no era permitido que nadie las demandara. No ha hecho más que política de campanario y ahora estará situado en un mirador más alto, desde el que contemplará horizontes más dilatados y en cuyo entorno deberá sostener diálogo con dirigentes de partidos no tan poderosos como el PRI de antaño o el de hoy (20 gubernaturas y la mayoría en la Cámara de Diputados, así como miles de ayuntamientos) pero no tan débiles como ayer.
El PRI requería un dirigente capaz de ejercer la fuerza que ha mantenido o recobrado pero con apego a reglas democráticas modernas. Un político que combinara capacidades para el pensamiento y para la acción. De lo contrario, se convertirá en un lastre de los empeños necesarios para el cambio o en un aval del conservadurismo partidario que niega la necesidad del cambio porque así como está el partido le va muy bien.
Pero quizá Moreira es ya el presidente del PRI, con sus bártulos localistas precisamente porque el grupo de poder que notoriamente maneja al partido lo necesita así, en apariencia autónomo pero en el fondo manejable, susceptible de ir de un lado a otro según convenga a los poderosos que, a falta de un presidente priista (por lo menos de aquí a diciembre de 2012), está tomando las decisiones en ese partido.
Según las apariencias, un día Moreira amaneció con la idea de ser presidente del PRI. Era un objetivo peregrino tomando en cuenta que la designación de la dirección nacional estaba ya resuelta, y que correspondería a Emilio Gamboa suceder a Paredes. Para ello se le había hecho volver de su breve ausencia, que no exilio, y detenerse en una estación de paso, la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, esa CNOP que fue pilar del PRI junto con los sectores campesino y obrero. Como si ignorara ese designio, o le hubieran brotado aptitudes para desafiarlo, Moreira se presentó en el centro del escenario y se proclamó precandidato a la presidencia priista. Como por ensalmo, como antaño, cuando existía un poder que imponía la disciplina sin resquicios, todo el mundo se inclinó ante el propósito de Moreira. Nadie tomó a chunga su ocurrencia, nadie osó compararlo con Everardo Moreno, que pretendió contender con Roberto Madrazo por la candidatura presidencial una vez que el tabasqueño destrozó las aspiraciones de Arturo Montiel.
Sin oposición, sin siquiera extrañeza o curiosidad por la fuente de sus pretensiones, Moreira cubrió los trámites legales. Se inscribió junto con Cristina Díaz, diputada de Nuevo León; recibieron ambos su constancia de candidatos únicos y en unas horas se convirtieron en presidente y secretaria general electos. Él no ha esperado a quitarse el adjetivo y ejerce ya funciones, y está arreglando su entorno personal conforme a sus propósitos.
Tras pedir licencia para separarse del gobierno de Coahuila, hizo que la dócil legislatura que lo obedece sin chistar nombrara al valido que él designó como gobernador sustituto. Jorge Torres ocupa ese lugar, después de haber sido secretario de Finanzas y de Desarrollo Social del ahora líder nacional del PRI. No sólo cubrirá las espaldas de su antecesor, sino que contribuirá a que otro designio de Moreira se convierta en realidad como por arte de magia: que su hermano Rubén sea elegido en julio próximo gobernador constitucional. En una suerte de reelección, la historia coahuilense registrará 12 años de gobernantes del mismo apellido, de la misma índole, de la misma familia.
¿Cómo explicar esta facilidad de Moreira para sacar avante proyectos en apariencia extravagantes, por lo menos insólitos? Quizá la clave está en su amistad, o sometimiento, a dos personajes clave en la política priista de este momento. Una es Elba Esther Gordillo. No me equivoco al situarla dentro de la política priista. A pesar de su expulsión de ese partido, la lideresa magisterial es pieza infaltable en multitud de combinaciones del tricolor, a pesar de que con su partido, el Panal, juega a veces en contra de algunos intereses particulares priístas. Moreira es un delegado predilecto de la maestra, que le ha permitido ejercer otro rasgo de favoritismo apto para la construcción de un clan familiar dominante: Carlos Moreira, hermano menor de los gobernadores pretérito y futuro, ha sido, insólita y sucesivamente, líder de las dos secciones del sindicato magisterial en Coahuila.
La otra piedra miliar sobre la que descansa la súbita proyección nacional de Moreira es el grupo que ha elegido a Peña Nieto como próximo presidente de la República. Un vigoroso núcleo de poder que busca combinar las atildadas formas de su candidato presidencial con la bravuconería rústica del líder partidario. A éste habría que llamarlo Beto el regañón, en recuerdo de otro norteño, ese presente en la radio de los años cincuenta. El actor Vidal Alcocer, en su papel de Pepe el regañón, empleaba como rúbrica de su programa de consejos, precursor de las fórmulas de autoayuda, una excusa falsa: Yo no critico, yo digo y nada más.

Estado de México
BERNARDO BÁTIZ V.
En tanto los políticos tradicionales se pierden en vulgaridades, reunidos en desayunos discretos, pero siempre descubiertos por un oportuno reportero, en tanto posan para fotos convencionales en las que unos a otros se levantan los brazos como si fueran boxeadores triunfantes; mientras declaman en actitudes solemnes o informales y simpáticas, lugares comunes y frases hechas, difundidas por los convencionales y acríticos medios de comunicación, Andrés Manuel López Obrador trabaja como lo ha hecho, directamente con los ciudadanos que inclinarán la balanza electoral en 2011 en el estado de México y en 2012 en todo el país.
Nuevamente se les adelantó; antes de que los partidos en el gobierno federal y en el del estado más poblado de la Federación empezaran a plantear la importancia de las elecciones del año próximo, López Obrador había ya concluido su primero de varios recorridos por los municipios de la entidad, sin estridencias, sin aparato, señalando dos hechos fundamentales, uno obvio: el país está en crisis y la población tensa, y otro, menos aceptado por analistas y expertos, pero no menos cierto, que la gente está en mayor número, decidida a buscar un cambio real y que muchos se convencen, paulatina pero firmemente, de que la organización popular es indispensable.
El atildado gobernador del estado de México declaró hace unos días que debe dejarse que los partidos políticos se hagan cargo de las próximas elecciones, agregando que él no intervendrá en la contienda; por supuesto pura formalidad, todo mundo sabe que ya está en campaña y, también, que lo que suceda en el estado de México tendrá repercusión en el futuro nacional.
En el concepto expuesto por el gobernador hay subyacente una segunda intención, no del todo consciente: desalentar a los ciudadanos de infantería y a los movimientos populares para que no intervengan y dejen que sean las cúpulas partidistas las que tomen resoluciones, hagan o deshagan alianzas y negocien abierta o veladamente los términos, condiciones y hasta resultados del proceso electoral.
Se trasluce su intención; quisiera que así fueran las cosas, que la gente se mantuviera al margen, desempeñando su papel pasivo de callar y obedecer que le asignaba el marqués De Croix, virrey de la Nueva España. No se percata el jovial gobernante, de que su forma y sus fórmulas de hacer política, cada vez son más anacrónicas e inviables; mientras que arriba, en los partidos a los que apela, se obstaculiza y escamotea la democracia, abajo en los múltiples veneros y conductos subterráneos, el pueblo participa y está dispuesto a dejar su papel pasivo de objeto de la política y a transformarse en su protagonista.
Habría que recordar al consentido de Televisa que el papel de los partidos políticos es solamente instrumental; son herramientas que el pueblo puede usar para su participación política; los ciudadanos están por encima de los partidos y éstos deben estar al servicio de los ciudadanos. Son conductos y cauces para la participación, no monopolio de ella. La democracia se pervierte si se deja exclusivamente en manos de las burocracias partidistas; recordar a Duverger y a Michels. Hay que devolver el poder al pueblo y cancelar la partidocracia.
En todo el país, en el estado de México más notoriamente en estos tiempos decisivos, la gente abre los ojos, piensa y se hace resistente a la política espectáculo, montaje teatral de apariencias, discusiones superficiales e intercambio de adjetivos; Burundanga le da a Puchilanga, Puchilanga le da a Bernabé, Lujambio le pega a Moreira, Moreira se va contra el PAN. La trama se descubre y ya sólo sorprende a los más ingenuos y a los más temerosos.
Un dato fundamental ha sido la actitud inteligente y oportuna de Alejandro Encinas, quien logró unificar exactamente a tiempo, a los partidos de avanzada y al movimiento por la regeneración nacional encabezado por AMLO; movió las aguas que parecían estancadas y cambió expectativas.
Se rescata a él mismo, se reincorpora a la corriente política dentro de la que ha jugado un papel destacado, de la que el espejismo del Congreso mantenía alejado y da con ello a los mexiquenses la gran posibilidad de sacudirse a un gobierno que durante varias generaciones, durante casi cien años ha estado en manos de los mismos grupos y familias. Vistoso sin duda el último representante de la dinastía, pero ineficaz. Este gobierno, en el que tan importante papel juegan estilistas, peinadoras y diseñadores de vestuario, debe pasar en los próximos comicios a manos de un poder popula

Alto a la violencia y necesidad del cambio
VÍCTOR FLORES OLEA
El alto a la violencia es ya un clamor nacional, una urgente necesidad de cada persona y también colectiva. Pero tal exigencia necesita expresarse con más fuerza aún, organizadamente y, si es posible, multitudinariamente. De allí que haya sido tan oportuna la voz de los principales autores de caricaturas de la prensa y otros medios, que ha encontrado eco en la amplia opinión y en infinidad de personalidades y colectivos que coinciden en su llamado al alto a la violencia.
El problema es que en el medio, en el camino para lograr la pacificación del país, las opiniones o posiciones se multiplican. Para el gobierno, el instrumento de preferencia ha sido el militar, lo mismo se llame un día “guerra contra el narco” y otro batalla por la seguridad social. El problema es que, según se desprende de la experiencia en el gobierno de Felipe Calderón, ese medio no ha sido ni remotamente el más eficaz para librarnos de las oleadas de sangre que nos ahogan.
No digo que la presencia del Ejército sea inútil en esa guerra, pero parece ya claro que ni es suficiente ni mucho menos el único instrumento. Y aquí es donde se concentran las críticas al gobierno de Calderón: la exclusividad o el carácter unilateral de la estrategia, el haber perdido de vista la múltiple complejidad del grave problema, el haber dejado en la penumbra un conjunto de acciones que también parecen necesarias para alcanzar la deseada pacificación.
Entre muchas voces que se han expresado, se insiste en la necesidad de atacar el problema del lavado de dinero, frenar las operaciones multimillonarias y delictivas, y mantener a raya los trasiegos económicos que forman la base del poder de las pandillas y del crimen organizado. Pero ante el peligro real de que entonces salten a la vista manejos inaceptables de poder decente del dinero, el aparato oficial ha guardado al respecto casi un total silencio. ¿Intereses y miedo de ir hasta el final?
Hay también, por supuesto, la necesidad de atacar a fondo la corrupción en todas las esferas y a todos los niveles del gobierno, comenzando por el Poder Judicial, en que se investigarían un sin fin de funcionarios responsables de corrupción, sobornos y de un sinnúmero de faltas graves a la ética más elemental del desempeño público.
La cuestión es que el problema rebasa las estrategias o enfoques unilaterales, y por su complejidad reclama que sea atacado desde muy diversos ángulos, también el de la prevención en forma masiva y el educativo, y el fundamental de abrir perspectivas de futuro a una juventud que ve con desesperanza el porvenir, cerradas las vías de un desarrollo más genuino y justo de la nación. ¿O de qué otra manera se explica que el crimen organizado cuente con tan numerosos batallones de relevo, en realidad de jóvenes dispuestos a matar o morir?
¿No es claro que el abandono y la desilusión son algunos de los principales nutrientes de la actual situación?
El reclamo fundamental al gobierno de México es que únicamente ha enfocado sus baterías a la estrategia militar y represiva, dejando en lo oscuro otras necesidades evidentes. Si hay algo que ha hecho falta en este momento del país es un planteamiento de conjunto, con la misma fuerza que ha tenido la discutida, y exclusiva, vía de las armas. Reconocemos la extraordinaria complejidad del problema, y por eso mismo exigimos que la estrategia para enfrentarlo sea compleja y multifacética, y no centrada en un solo camino.
Sabemos de organizaciones de la sociedad civil, como Alto al Secuestro y México SOS, presididas por hombres y mujeres de indudable valía. Y tenemos presentes las grandes manifestaciones a que convocaron hace algunos años para detener la violencia en México. ¿No es el momento de repetir estas expresiones de repudio y estas convocatorias para que la nación se aleje de la delincuencia, de la sangre y la violencia, y de que se invite a multiplicar estos esfuerzos de la sociedad civil en todo el país? ¿Y no resulta necesario que se convoque a una reflexión pública a fondo, para encontrar las complejas vías de solución a un problema que nos está destruyendo como nación, o debilitándonos extraordinariamente?
Se acerca el tiempo de los cambios políticos, y se discuten hasta la saciedad las posibilidades de los diferentes partidos y sus presuntos candidatos. Pero el problema crucial de la seguridad y de la ley, que es hoy el más urgente para la mayoría de los mexicanos, permanece en el limbo, más allá de algunas salidas de pura retórica. ¿No es tiempo de que los partidos y sus presuntos candidatos reflexionen a fondo y se pronuncien sobre esta cuestión, que hoy es la más apremiante para los mexicanos? ¿No es hora de convocar a un serio debate nacional sobre las líneas del cambio y de la regeneración de México?
Porque el verdadero problema reside allí: la prolongación de un estado de cosas que nos ha conducido a la gravedad actual. ¿No ha llegado entonces el momento de corregir y cambiar, y de pensar en la sociedad como un todo, comenzando por sus sectores más indefensos y carentes? ¿De regenerar a fondo un país con tantas virtudes que, no obstante, vive amenazado y al filo del abismo?