PEÑA NIETO, BUFON DE TELENOVELA

10 ene 2011

Proyecto de nación, no programa de televisión
José Gil Olmos

MÉXICO, DF, 5 de enero (apro).- Este año es clave para las aspiraciones presidenciales de Enrique Peña Nieto. Las elecciones para gobernador del Estado de México son fundamentales para su proyecto político electoral, pero lo es más mantener el apoyo de Televisa, la cual es su verdadero soporte en sus planes de recuperar el poder para el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Al gobernador mexiquense, se le conoce más por aparecer en la pantalla de televisión, por su matrimonio con la actriz de telenovelas Angélica Rivero, que por sus ideas y proyectos de gobierno.
Si no tuviera el apoyo de Televisa, que ya lo tiene como “una estrella más del Canal de las Estrellas”, Peña Nieto pasaría completamente desapercibido pues no se caracteriza ni por sus ideas ni por sus cualidades políticas.
Desde que empezó su gobierno, Peña Nieto basó sus acciones en los programas de promoción que Televisa le diseñó para crearle una imagen de político joven y atractivo pero sin propuestas.
Se transformó en un personaje importante dentro de la llamada “telecracia”, que no es otra cosa que la concepción de que vale más aparecer en la televisión con una imagen creada que hacer propuestas de gobierno. Esto es, “salgo en la tele, luego existo”.
La “telecracia” es la conquista del poder por parte de los medios de comunicación, principalmente de las televisoras. En la “telecracia” no importan las ideas, sino las imágenes; mientras que la democracia está concebida a través de las encuestas y del raiting para el cual viven los actores, locutores, conductores de noticias y los políticos hechos a la imagen y semejanza de un actor de telenovela o de una serie de suspenso.
Peña Nieto está inserto de manera completa en la “telecracia” y no se le concibe fuera de ella. Y este es su principal problema, porque el país no necesita de un programa de televisión, sino de un proyecto de nación.
El poder político de Televisa se ha ido acrecentando con el paso del tiempo. Tanto que hay un enorme contraste entre las palabras de Emilio El Tigre Azcárraga y su cachorro Emilio Jean. De ser los “soldados del PRI”, este último lo actualizó al señalar que “la democracia es un buen negocio”.
No se descarta que de llegar Peña Nieto a la Presidencia en las elecciones del 2012, el poder de la empresa televisiva se acrecentará de manera inconmensurable y las soluciones de los problemas del país, como la inseguridad, el crimen organizado y el desempleo, entre muchos otros, pasarían por el tamiz de la red de intereses de Televisa.
Como empresa, Televisa estaría interesada en hacer negocios aprovechando la posición privilegiada que tendría con su estrella en la Presidencia y se cobraría con creces el trabajo que hizo y por el que recibió millones de pesos durante cinco años seguidos que duró la estrategia de posicionamiento de la figura de Peña Nieto.
El gobierno sería más mediático y virtual que real, y el país lo que menos requiere es eso.
Falta tiempo aún para que se decida quién será el candidato del PRI a la Presidencia, y en el camino, Peña Nieto, como le ocurrió a su tío Arturo Montiel, podría perder la inversión hecha en Televisa, porque para esta empresa sólo representa un buen negocio y, por lo tanto, es desechable.
La reconstitución institucional del país no pasa por la tecnocracia, no puede realizarse como si fuera un programa de televisión, tampoco requiere de políticos hechos de imágenes sino de acciones y programas.
Peña Nieto tiene la hechura de la tecnocracia y ello, en estos momentos, es lo más dañino que podría pasarle al país, tener a un presidente más preocupado por mantener su imagen que por resolver los problemas estructurales.
Desgobiernos
GUSTAVO ESTEVA
En esta conducta de mandar obedeciendo al pueblo, señaló Evo Morales, hemos decidido abrogar el decreto supremo 748. Dio así marcha atrás al gasolinazo, la decisión respaldada por su gabinete que provocó masivo rechazo popular.
Fue una decisión digna y valiente que merece reconocimiento. Pero eso no es mandar obedeciendo. Se manda obedeciendo cuando el mandatario cumple el mandato que le ha dado el mandante, no cuando lo traiciona y luego quiere corregir lo hecho. Así lo expresaron el 30 de diciembre, en una carta pública, quienes habían estado en la calle para sacar de la cárcel a Álvaro García Linera o para llevar a la presidencia a Evo Morales. Sus viejos compañeros de lucha les dijeron:
“Los enviamos al gobierno no para que lo administren, sino para que lo transformen y cambien la vida de la gente […] Sólo se han ocupado de hacer política tradicional, subordinando y cooptando a los dirigentes […] descalificando y estigmatizando todo lo que sea crítico, todo lo que decíamos para poder corregir. Algunos nos dimos el lujo de rechazar sus ofertas y nos convirtieron en sus enemigos o simplemente dejamos de existir.
“¿Dónde está tu ‘mandar obedeciendo’ que es propiedad de los zapatistas? ¿El pueblo te mandó a pactar con la derecha en la Asamblea Constituyente? ¿El pueblo te mandó a componer tu gabinete ministerial con neoliberales, oportunistas, incapaces […] a los cuales jamás vimos en las luchas del pueblo? […] ¿Quiénes deciden en este gobierno? ¿El pueblo? ¿O los llunk’us que te rodean por no perder los privilegios que les da el poder?
“¿Quiénes siguen controlando la economía de nuestro país? ¿los indígenas y ‘movimientos sociales’? ¿o las trasnacionales petroleras, mineras y los grandes banqueros, quienes hoy han ganado más plata que en cualquier otro gobierno anterior al de ustedes y a los cuales tú cariñosamente llamas ‘socios’?
“¿Donde está […] la nueva base económica basada en el respeto a la Madre Tierra y el equilibrio y relación armónica con la Pachamama que tanto pregonas?... El modelo económico sigue siendo extractivista, neoliberal, capitalista, todo lo contrario a tu discurso… ¿Fue el pueblo quien les mandó a comprar un avión privado en 40 millones cuando millones de ‘su gente’ no tienen vivienda ni servicios básicos? ¿El pueblo los mandó a tolerar el narcotráfico que como nunca está en auge y que a corto o largo plazos convertirá a nuestro pueblo en una Ciudad Juárez o una Medellín?
“Gracias a las luchas […] aprendimos algo muy importante: aprendimos a pensar y actuar por nosotros mismos para que nadie más nos diga lo que debemos hacer, para que nadie más pueda engañarnos […] El proceso no es propaganda, el proceso no es discurso, el proceso no es marketing, el proceso es cambiar la vida de la gente […] No nos dejaremos engañar por nadie más, así sean gente que como ustedes salieron del seno de nuestro pueblo.
“Desde abajo y a la izquierda, como dicen los zapatistas, los vemos soberbios, arrogantes, que deciden todo, que no escuchan a nadie, que discriminan, que insultan, que descalifican, que calumnian […] Ustedes no comprenden la enorme responsabilidad que asumieron… de demostrar que es posible autogobernarnos, que es posible mandar obedeciendo, que es posible construir otro modelo de desarrollo, de ‘buen vivir’, que es posible otro mundo. Este proceso se entregó a ustedes con esperanza y alegría. El legítimo dueño de este proceso es el pueblo boliviano… cuyo esfuerzo no puede ser manoseado, desvirtuado, usurpado, expropiado, traicionado, subordinado por nadie, menos por ustedes y los que hoy deciden, equivocadamente, por nosotros.
“No nos importan los gobiernos, nos importan los pueblos y este proceso está perdiendo la base social que nos costó tanto construir, para que retorne a la derecha a la cual combatimos y combatiremos […] Primero está la gente, luego los números y las cifras.
No nos confronten, no nos provoquen, no nos dividan ni ignoren. Existimos, somos dignos. Lucharemos contra todo aquello que nos afecta en nuestra vida cotidiana.
Mandar obedeciendo no es propiedad de los zapatistas. Pero a lo largo de 15 años los zapatistas han mostrado en qué consiste. En sus juntas de buen gobierno los propios miembros de la comunidad cumplen puntualmente los mandatos que ésta les da. Se demuestra así que el autogobierno es posible. Esto, por cierto, no el estatismo que se pretende de izquierda o socialista, es lo que Marx celebró en la Comuna de París y Engels llamó dictadura del proletariado.
De eso se trata hoy, no de juegos electoreros o mandatos de las cúpulas. Ese es el proceso que se teje cada día, desde abajo y a la izquierda, no el que imponen desde arriba gobernantes que pretenden mandar obedeciendo.
Magisterio, resultados inconmensurables
MANUEL PÉREZ ROCHA
Sin duda es necesario evaluar los resultados de la docencia, pero se debe reconocer que ésta es una tarea compleja que no puede dejarse a las máquinas, ni a quienes razonan como las máquinas y se obsesionan con medir todo. De un tiempo a acá se dice con terquedad que lo que no se puede medir no se puede mejorar y que éste es el caso de la educación. Falso, se confunde evaluación con medición y se hace de los números un mito, un fetiche. Una anécdota, entre innumerables, ayuda a ilustrar la complejidad de los resultados de la educación y la imposibilidad de medir lo más importante y valioso. También me permite hacer reconocimiento público de una deuda impagable.
Hace más de 50 años, en una conversación fuera de clase, mi maestro de física, el ingeniero Alfonso Rico Rodríguez, me dio una lección para toda la vida. En poco menos de una hora, con atención y paciencia, identificó los obstáculos que me impedían comprender la lectura de un libro del curso que nos había impartido, me los señaló, me indicó como superarlos y me hizo ver que yo podía hacerlo. A partir de ese momento, me convertí realmente en lector y estudiante. Esta anécdota la he contado cientos de veces con detalles que aquí omito. A él solo volví a verlo, casualmente, una vez, 35 años después de aquella lección extraclase. Al distinguirlo en un grupo de personas me adelanté emocionado a saludarlo, él extendió la mano con cortesía, pero a pesar de que le relaté brevemente aquella lejana experiencia y lo que le debo, él no tenía la más remota idea de quien era yo ¿Cuánta lecciones como esa habrá dado en su carrera como maestro? ¿Cuántos puntos valen?
En el ámbito educativo –y en otros donde los seres humanos interactuamos– todos los días se dan infinidad de experiencias como la que he relatado. Se dan en el aula, en el laboratorio, en el cubículo del maestro, en un pasillo, en el café, en la biblioteca. La generosidad y el profesionalismo de una acción educativa pueden producir efectos enormes, desproporcionados con su duración o los recursos aplicados, y que no forman parte de los informes de trabajo de los profesores. La educación es conocimiento e inevitablemente mucho más, es el desarrollo de habilidades intelectuales y manuales, de actitudes, es el contagio de gustos, intereses y pasiones, la transmisión de valores ¿con qué escalas se miden? Incluso el conocimiento ¿con qué parámetros se mide? Si fuera solamente información lo mediríamos en bits y los estudiantes quedarían clasificados según los kilo, mega o giga que almacenan, pero las capacidades de análisis, abstracción, síntesis y creación, que sin duda son elementos identificables del conocer ¿son medibles? O si se quiere, ¿qué tanto perdemos cuando hacemos una o más abstracciones para medirlos? ¿Para qué sirve asignarles un número? ¿Y las actitudes? ¿Quién puede pues tener la osadía de medir el resultado de la educación?
Hoy, uno de los resultados importantes de la educación es dar a los estudiantes seguridad en sí mismos y autonomía en su proceso formativo, eso fue lo que me dio con generosidad el ingeniero Rico. ¿Y cómo se miden esas actitudes fundamentales de los estudiantes? Y al evaluar a los maestros ¿cuántas arbitrariedades se introducirían en la pretensión de medir la generosidad y el sentido de responsabilidad? Y si no podemos medir esos valores ¿nada podemos hacer para propiciarlos y fortalecerlos? Falso.
Sin duda los números dan protección y seguridad en el momento de tomar decisiones, pero convierten a los sujetos evaluados en cosas y con frecuencia ocultan lo más relevante para el mejoramiento de los procesos. En el sistema escolar las mediciones se han convertido en instrumentos despóticos investidos de objetividad científica, a pesar de la arbitrariedad con la que se construyen. Con una significativa inversión del lenguaje, a los números no se les llama cantidad o cuantificación, se les llama calificación y con ese paso se relegan el análisis de los procesos y las valoraciones cualitativas del proceso educativo, se oculta la debilidad de tales mediciones y mecánicamente se cataloga a los sujetos.
Esta práctica escolar de las calificaciones, totalmente anticientífica e inútil para orientar medidas de mejoramiento, ha servido con eficacia para discriminar, amenazar y controlar a los estudiantes, pero no para mejorar la educación. La misma función desempeñan las mediciones que se aplican a los docentes.
Una breve digresión: por su eficacia para controlar, hoy en día la práctica de poner calificaciones se traslada a otros ámbitos como la política o la economía. A diestra y siniestra, agencias encuestadoras y calificadoras, y medios de comunicación impresos y electrónicos, ponen números al desempeño de gobernantes, instituciones, empresas y países. La mayor de las veces, con la pretensión de objetividad, dichas encuestas y mediciones sirven eficazmente a propósitos ocultos y aviesos.
¿Quieren evaluar el trabajo de los profesores y sus resultados? Bien, es necesario, pero para ello escuchen a sus alumnos, indaguen, en ellos y con ellos, cuáles fueron los resultados del curso y cómo se desarrolló (los instrumentos son variadísimos: cuestionarios, entrevistas, observación en clase, revisión de trabajos y muchos más). Otra voz que debe ser escuchada es la de sus colegas, que cuentan con información de primera mano acerca de los estudiantes y de las condiciones de trabajo de todos ellos.
El resultado de esas evaluaciones no serán números, o por lo menos no preferentemente números. Será la valoración de situaciones y procesos, la identificación de actitudes y sus efectos en el aprendizaje; habrá que averiguar si los estudiantes aprendieron, si adquirieron la información deseable (fáctica y teórica), si avanzaron en sus habilidades intelectuales básicas (análisis, abstracción, síntesis, creatividad y otras), pero también habrá que saber si el profesor dejó en ellos afán de saber, confianza en sus capacidades e instrumentos para aprender.
Con estos y otros elementos, debidamente organizados en protocolos claros, se pueden emitir juicios. No ha de temerse a la emisión de juicios si se hacen precisamente con un enfoque sólido y amplio, con información confiable y, sobre todo, con la intención y el compromiso de contribuir positivamente al desarrollo del proceso educativo y a la superación del profesor evaluado. El resultado deberán ser propuestas de mejoramiento discutidas con los participantes en el proceso, fundamentalmente los mismos profesores evaluados.