EL RETORNO MALEFICO

2 feb 2011

Esta tristísima ciudadanía, señor presidente

Sabina Berman



MÉXICO, D.F., 1 de febrero.- El pasado viernes 20 de enero, el presidente nos preguntó a los ciudadanos qué nos pasa, que nos ve poco animados. Que parecemos tristes, que no compramos refrigeradores ni automóviles nuevos, para reactivar la economía, que no invertimos en el futuro, que dudamos del porvenir, y nada más hablamos de cosas funestas. Es porque los diarios escurren sangre, dijo el presidente, y no publican también las buenas noticias.

No sé, puede ser, señor presidente, que sea un asunto semántico. Que sea porque hace 10 años nuestras palabras predilectas eran democracia, crecimiento económico, reformas, vamos a sacar de México a patadas a las víboras tepocatas; y hoy nuestras palabras más reiteradas son explosión, descabezados, secuestro, extorsión, crueldad y robo, degollados, acribillados, ahorcados, levantados, encajuelados, y demás figuraciones de la muerte y el saqueo.

No sé, puede ser, señor presidente.

Aunque puede ser de más largo aliento nuestra tristeza. Puede ser que hace 10 años los ciudadanos y la oposición de izquierda y la de centro-derecha coincidimos en un diagnóstico del país: México tenía cuatro taras, cuatro pecados sociales, legado de un siglo de PRI. La corrupción de los gobernantes. Un sistema de justicia que era una farsa. Una policía en contubernio con el crimen. La incapacidad de los gobiernos para sostener un proyecto de desarrollo, que durara más de un sexenio, para llevar al país al Primer Mundo.

La coincidencia en el diagnóstico nos causó a los ciudadanos euforia. Estábamos por fin en acuerdo con algunos políticos. La euforia nos llevó a la gran mayoría a poner nuestros votos por sacar al PRI de la Presidencia. El primer presidente no priista nos pareció que abría la puerta hacia un siglo de democracia y prosperidad. ¡Un siglo! Sentimos ante la largueza del porvenir una serenidad alegre. Entonces empezó nuestro desencanto, señor presidente.

¿Cómo es que el PAN en la Presidencia, con un diagnóstico consensuado con los ciudadanos, ahora con los instrumentos del gobierno al alcance de la mano, no remediaba las taras del país? El PAN parecía haberse distraído. Alzó la vista a metas más arduas, que se probaron imposibles: íbamos a votar en un Congreso de mayoría priista la reforma hacendaria, íbamos a negociar con los restos del Viejo Régimen la reforma tal o cual. Y bajó la vista a miras más egoístas: íbamos a tener PAN por 30 años, aunque supuestamente éramos una democracia, íbamos a –corrijo: iban ellos a meter a todo su partido y sus familias a trabajar en la burocracia, iban ellos a luchar contra las libertades civiles de las mujeres y las minorías, en nombre de su admiración tribal al Vaticano.

No sé, puede ser por eso que andamos alicaídos, señor presidente. Como si hubiéramos sido engañados. O como si los panistas se hubieran engañado a sí mismos, y nos tocara a nosotros pagar el costo.

¿Cómo supuso el PAN que los pecados del PRI serían expiados de la vida social, sin un trabajo, sin una construcción mediante? ¿Pensaron: se evaporarán por sí mismos? ¿Pensaron: para expulsarlos basta una vaga buena voluntad? ¿O calcularon, más recientemente: al matar a cada delincuente del país, empezando por los más pobres, el sistema de injusticia, que reproduce y alienta el delito, se transformará en sistema de justicia, por medio de alguna oculta e indescifrable causalidad?

Lo que al ser humano daña, el ser humano puede enmendar con trabajo. Son palabras antiguas, de Confucio. Los ciudadanos intuimos que si el PAN hubiera sido implacable con la revisión de cuentas de los funcionarios públicos y con la aplicación de los castigos prescritos en la ley; que si hubiera revisado el quehacer de cada policía y hubiera suplido en etapas a la mayoría corrupta de los policías federales; que si hubiera hecho lo propio con los jueces; y que si hubiera aplicado su proyecto de liberalismo económico, con severidad, deshaciendo monopolios y premiando fiscalmente a los pequeños y medianos empresarios; en fin, que si el PAN hubiera traducido el diagnóstico de las cuatro taras en acciones que construyeran mejores instituciones, estaríamos viviendo en un país, disculpe la simpleza de la conclusión, mejor que el del siglo XX.

Fueron los panistas indolentes o débiles. Fueron ingenuos o cínicos. El caso es que los pecados sociales del país ahí están, los mismos que hace 10 años. Y si el PRI los creó, el pecado del PAN, aparatoso como un elefante en una estancia, es no haber construido en su lugar mecanismos virtuosos.

Puede ser que por eso nos ve malhumorados, señor presidente. Seré franca, por eso estamos incluso resentidos. A diario tropezamos con esas taras, y no logramos realizar nuestros planes personales sin que esos pecados nos desvíen.

Ahora que se acercan elecciones en seis estados y que de la elección presidencial dista un año y medio, usted nos culpa a nosotros de desánimo, de no querer invertir en nuevos refrigeradores y licuadoras, y para irritarlo a usted más, de que una mayoría de nosotros no vaya a votar por los panistas. Vaya, que incluso una mayoría de esa mayoría vaya a votar por el PRI. “El regreso del PRI (con sus pecados no expiados) sería una tragedia”, nos advirtió usted hace un mes.

Pues sí. Pero considere usted nuestra opción. O votamos por “la tragedia del regreso del PRI” o votamos por el PAN, con su buena voluntad abstracta y su guerra puramente destructiva, o votamos por la izquierda, si es que logramos adivinar su logo, porque anda pulverizada en demasiadas facciones.

Por eso nos ve preguntando: ¿aparte del PAN no habrá pastel? Y como hasta ahora no hay pastel, es que andamos tristísimos, señor presidente.

Palizas al bienestar

LUIS LINARES ZAPATA



La crisis general ha traído dos consecuencias devastadoras para los países: el desempleo y una paliza brutal al bienestar de los trabajadores. Si acaso se salvan de ello algunos del Oriente; China o India son los apuntados. Los demás han caído victimados por la voracidad de los llamados mercados que imponen, a rajatabla y sin titubeos, sus falaces criterios. Estos ensambles de intereses, que dan rienda suelta a la especulación, son los reductos de la elite financiera global y, desde ellos, dominan gobiernos y conciencias por igual. Así, es común observar elevados índices en desempleo sin importar diferencias nacionales. Trátese de estadunidenses, españoles, mexicanos, griegos, tunecinos, japoneses, egipcios o australianos el resultado es similar. Las distintas sociedades están solventando la crisis, originada por banqueros irresponsables, con sufrimiento generalizado y caída en sus oportunidades de una vida digna.

El desempleo se ha erigido en el prototipo de la insensibilidad del modelo neoliberal de reparto desequilibrado y acumulación desmedida. Se trata de continuar castigando a las masas para acrecentar los niveles de retorno al capital. La vía es bien conocida, este factor se apropia de todo avance en productividad. La proporción del ingreso nacional que retiene para sí el trabajo ha ido disminuyendo en los últimos 30 años y aumentando, claro está, lo que toca al capital. Los números son expresivos: van desde 70 por ciento asignado al trabajo en los países más igualitarios (nórdicos) hasta el caso mexicano, por ejemplo, donde el reparto se invierte (70 por ciento al capital) pasando por un 50-50 por ciento español, la nación de mayor desigualdad social en la Europa común de los 15. La lectura es tan inevitable como irrebatible. Las políticas públicas de reciente cuño neoliberal han incrementado la desigualdad en el reparto de la riqueza producida. Y la tendencia se agudiza con cada reforma que se legisla bajo la supervisión de los centros de poder a través de sus amanuenses (FMI, mercados, Banco Mundial.)

El panorama de protestas que actualmente presentan ciertas regiones del mundo ha explotado. Los reclamos empezaron en Túnez y se han extendido a Argelia, Jordania, Yemen y apuntan hacia Marruecos. Sobresale Egipto, el más poblado de los países árabes, que se encamina a finiquitar la tiranía de Mubarak. En todos ellos hay varias constantes similares, los tipos de gobiernos despóticos en primerísimo lugar. Pero, también, padecen de un desempleo enorme que enajena a más de 50 por ciento de sus juventudes. El deterioro en los índices de bienestar es asunto común. La vida democrática ha sido un descarado señuelo que no puede ser prolongado por más tiempo. Las potencias mundiales (Unión Europea, Estados Unidos) que han tutelado las instituciones y los gobiernos de dichas naciones las han manipulado en su provecho sin recato alguno. Han impuesto, como esquema, la visión colonizadora e imperial que distingue una dicotomía falsa y que los árabes han empezado a rechazar hasta de manera violenta. Alegan, los pensadores y agentes derechosos de Occidente, que los árabes basculan entre dos realidades a cual más inconvenientes. Una los lleva a instaurar, con el firme apoyo estadunidense y hasta israelí, gobiernos represores, tiránicos y cleptómanos. La justificación: impiden el terrorismo musulmán y se alían con sus protectores a cambio de apoyos y elogios mutuos. El otro extremo factible es la amenaza, siempre usada, de la anarquía inherente al fundamentalismo. El pueblo egipcio, tunecino o marroquí no tiene capacidad alguna de gobernarse a sí mismo. Son menores de edad, fantasiosos, escandalosos y pulverizados en sus posturas, irreconciliables en sus fanáticas creencias religiosas. Un mundo que requiere, que exige, el patronazgo occidental, porque lo que está en juego es mucho: los mayores depósitos de energía mundial.

La situación del Medio Oriente no es distinta de la latinoamericana. Aquí también se padecen males similares. El disfraz democrático es un tanto más exquisito pero, en el fondo, con enormes deformaciones, trampas y vicios que la hacen perder vigencia y confianza popular. El desempleo en cambio es igualable y también sus corrosivos efectos concomitantes. La rampante inequidad (México y Brasil, casos señeros) llega a extremos insoportables. La cleptocracia es continental y dominante entre las elites. En ocasiones esta característica ilegal se combina con las mafias organizadas que los llevan a constituirse en verdaderos estados criminales. La dominancia de los centros de poder mundial es asunto corriente y cotidiano. Los embajadores estadunidenses adquieren ribetes y desplantes de procónsules para mantener la hegemonía de sus propios miedos y pulsiones. La pobreza y marginación de una y otra regiones comparadas, conllevan la pérdida de horizontes para las mayorías nacionales, la emigración forzada y, como corolario, la violencia más abierta y disolvente de la paz y la tranquilidad pública.

Pero, a pesar de lo ríspido y peligroso del panorama descrito, las elites no ceden en sus exigencias de mayores privilegios. Sus aportaciones a las haciendas públicas son irrisorias. Pero, eso sí, se ceban, con creciente empeño, sobre el estado de bienestar de los pueblos. La salud ha sido uno de los sectores sitiados con insensibilidad manifiesta. Su privatización es creciente, a pesar de no ser una ruta económicamente viable, tal y como se ha probado en la misma meca ideológica privatizante: Estados Unidos. La seguridad social es, todavía, área bajo disputa, pero los mercados no quitan el pesado dedo del renglón. Los recursos disponibles son enormes. Quieren expropiar las riendas de mando para trasladarlos a las avarientas extremidades de los banqueros. La gestión privada de los fondos de pensiones proporciona a sus administradores márgenes de discrecionalidad envidiables. Misma situación aplica para los márgenes de utilidad, siempre recargados en favor del administrador y de los capitales simiente. En estos tiempos de definiciones y alternativas a seguir, los modelos que sostienen visiones encontradas sobre estos y otros tópicos, formarán el núcleo de las ofertas políticas de derecha e izquierda. El electorado tendrá la última palabra que puede salvar a México de explosiones parecidas, o peores, que las actuales de Medio Oriente.