EN EGIPTO ¿Y MÉXICO?

4 feb 2011

La calle


LUIS JAVIER GARRIDO

Las movilizaciones populares en los países árabes del norte de África y del Medio Oriente están teniendo también un impacto en América Latina, especialmente en países que como México tienen gobiernos que poco pueden envidiar a los de aquellas latitudes, en particular porque en el último mes los medios de la derecha han sostenido la tesis de que la calle –es decir, las movilizaciones populares– constituye una vía para el cambio.

1. La insurgencia cívica en varias regiones del Magreb –que se inició en Túnez en la segunda mitad de diciembre de 2010, donde una verdadero levantamiento civil terminó con el gobierno del presidente Ben Alí el 14 de enero; prosiguieron en Egipto en los días siguientes, donde la revuelta popular exige la renuncia del presidente Hosni Mubarak, y hay signos de que las movilizaciones podrían extenderse a otros países– ha suscitado un frenesí en Washington, ya que el gobierno de Barack H. Obama está buscando montarse sobre el descontento popular existente en varios países del mundo árabe, curiosamente apoyados todos ellos por la Casa Blanca, con la intención de obtener un mayor control de sus recursos estratégicos, y en particular del petróleo.

2. El gobierno de Obama ha intensificado desde principios de año en los medios una campaña en la que busca sostener la tesis aberrante de que todos esos países tienen gobiernos inaceptables por sus rasgos islámicos y de que es necesario que transiten hacia la democracia, buscando ocultar que su pretensión está fundada no en el autoritarismo que marca a dichos regímenes sino en los rasgos nacionalistas que tienen y en los obstáculos que ponen a las grandes multinacionales en materia petrolera.

3. El intervencionismo estadunidense no ha tenido límites, pero lo que sorprende en verdad es la tesis sostenida desde entonces y que enunció en varias ocasiones Hillary Clinton, la secretaria de Estado, asentando que por los rasgos autoritarios de dichos regímenes, el cambio está en la calle.

4. La afirmación es sorprendente pues podría aplicarse a otros países, y en particular a México, donde las elecciones constitucionales no están siendo ya la vía para conducir al cambio porque los retrocesos que se han producido en materia institucional son tales que obstaculizan por todos los medios los procesos electorales y no parecen dejar a los mexicanos otra alternativa que la de la calle, como lo demuestran los hechos que tanto han desdeñado los miembros de la oligarquía en el poder.

5. El gobierno del PAN tiene hoy en día el control del órgano supuestamente autónomo encargado de organizar y vigilar los procesos electorales (el IFE); ha subordinado por completo a los intereses que representa el órgano jurisdiccional responsable de calificarlas (el tribunal electoral); las candidaturas ciudadanas no son permitidas; las campañas están marcadas por un derroche multimillonario que sólo favorece a los grandes intereses; los medios masivos, y en particular las televisoras, intervienen impunemente en los procesos electorales, buscando manipular a la gente, y el Ejecutivo, que es impune y puede utilizar ilegalmente los recursos públicos y orquestar cualquier fraude electoral, tiene además las manos metidas en varios partidos, incluyendo al PRD, que se constituyó en 1989 para ser una alternativa de izquierda y hoy se halla bajo el control de una clique de políticos corruptos de derecha subordinados a él, con la única finalidad precisamente de cerrarle la vía a una alternativa de izquierda, la que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

6. La televisión mexicana es extraordinaria en ese sentido al presentar lo que pasa en el mundo y en México, Televisa y Tv Azteca señalan –lo que es cierto– que paramilitares o halcones de Mubarak reprimen en la plaza Tahrir de El Cairo a los manifestantes, pero ocultan que en en este país los paramilitares son los responsables de muchas de las peores matanzas de jóvenes y de migrantes de los últimos meses, que han hecho según la lógica de la derecha en el poder, por motivos aleccionadores. Destacan, siguiendo los lineamientos de información del Departamento de Estado, cualquiera de las manifestaciones actuales en el Magreb, pero aquí ocultan la mayor parte de las demostraciones de protesta, como hicieron con la marcha de decenas de miles de trabajadores del martes primero, dedicándose a calumniar a los electricistas y a su dirigente Martín Esparza, a los que denostan como vándalos cuando no hacen más que defender sus derechos ante las tropelías del gobierno calderonista. Como lo hizo Hillary Clinton al estallar el descontento en Túnez, sostienen que el cambio democrático está en la calle (pero tratándose del norte de África y Medio Oriente), porque en México tomar la calle, dicen, es antidemocrático, aunque aquí se hayan estado violando de manera sistemática los derechos constitucionales de un pueblo en los últimos años o se haya instaurado por la fuerza tras el fraude de 2006 un gobierno espurio.

7. Las movilizaciones públicas (manifestaciones, marchas, plantones) han sido sistemáticamente descalificadas por los gobernantes mexicanos y por los medios, que ahora encomian lo que acontece en Túnez y en Egipto, y alientan lo que se inicia en otros países árabes. Desde Gustavo Díaz Ordaz, que en 1968 calificó al movimiento estudiantil y popular como una algarada sin importancia, hasta los locutores de Milenio Televisión, que desde que salieron al aire no han dejado de descalificar las manifestaciones ciudadanas, hechas en ejercicio de derechos constitucionales, como mitotes, los voceros de la derecha mexicana han confiado para mantener sus privilegios en la fuerza material del Ejército para reprimir y en el poderío de radio y tv para ocultar la verdad, engañar y confundir, pretendiendo ignorar que todo tiene un límite y que la calle sí puede hacer caer un gobierno.

8. Los pueblos en general ignoran su fuerza porque han sido penetrados por la ideología de la derecha en el poder, que ha insistido a lo largo de las últimas décadas en que no hay más vía para el cambio que la electoral, por más que ésta no pueda ser alternativa en países no democráticos como México, donde las instituciones electorales y los partidos estén en manos de la derecha y en última instancia el gobierno puede orquestar impunemente todos los fraudes. Los acontecimientos del Magreb, alentados por Washington en su avidez de tener el petróleo de esos países sin tantas restricciones, pueden no obstante conducir también a un desastre para el modelo neoliberal. El gobierno de Israel le advirtió ya a Obama el día 2 que el proceso desencadenado podría desembocar en la llegada de un gobierno islámico a Egipto parecido al de Irán (en vez del pro israelita de Mubarak).

9. La demagogia del gobierno de Obama sobre la calle, y la forma en que ha estado el gobierno estadunidense montándose sobre el descontento y alentando las manifestaciones en el Islam con la intención de imponer en esos países gobiernos locales no menos represores pero sí más entreguistas, está ya siendo frenada pues corre el riesgo de volverse en contra de sus intereses, y es evidente que se busca, en Túnez como en Egipto, que las presiones y negociaciones a nivel cupular sustituyan a las movilizaciones a fin de que, una vez más, se le confisquen a esos pueblos sus derechos y lo único que se logre sea precisamente lo contrario de lo que ellos quieren, pero el escenario es crítico porque hay fuerzas políticas impredecibles, como el Islam y el ejército.

10. En México, en tanto, donde las instituciones del Estado han sido convertidas en los últimos 25 años por los tecnócratas priístas y los yuppies del PAN en un aparato de simulación al servicio de las trasnacionales, y los procesos electorales adquieren cada vez más los rasgos de una farsa, en la que al pueblo se le quiere dar el papel de comparsa porque, vote como vote, no le permiten cambiar nada, la calle, sin embargo, está adquiriendo una nueva dimensión, pues no se está dejando a los mexicanos otra alternativa que la de las movilizaciones.

Mubarak se irá mañana, clamor en la plaza Tahrir

Luchadores por la democracia utilizan tácticas del feroz enemigo

¿Esperan que hoy renuncie el anciano dictador, o fue revancha?

ROBERT FISK

The Independent

Periódico La Jornada

Viernes 4 de febrero de 2011, p. 2

El Cairo, 3 de febrero. Desde la Casa de la Esquina se pudo observar este jueves la arrogancia y locura de esos egipcios que quieren librarse de su presidente. Fue doloroso –siempre lo es cuando los buenos adoptan las tácticas de sus enemigos–, pero los jóvenes manifestantes por la democracia que estaban en las barricadas de la plaza Tahrir organizaron con todo cuidado su batalla por El Cairo. Llevaron con anticipación cargamentos de piedras en camiones, telefonearon por refuerzos y luego expulsaron a los jóvenes partidarios de Hosni Mubarak de los pasos elevados detrás del Museo Egipcio.

Tal vez actuaron así en previsión de que el anciano por fin se vaya este viernes, o quizá fue revancha por las bombas molotov y los disparos de la noche anterior, pero en lo referente a los héroes de Egipto, no fue su momento más honroso.

La Casa de la Esquina era como una base de operaciones: una mansión de estuco de finales del siglo XVIII, con decoraciones de racimos de uvas y flores en piedra y, en el ruinoso y húmedo interior, una destrozada escalinata de mármol, papel tapiz maloliente y pisos de madera que crujían bajo el peso de costales y más costales de piedras, todas limpiamente cortadas en rectángulos para lanzarlas a los odiados mubarakitas.

Tenía algo de típico que nadie supiera la historia de esta triste y elegante casona en la esquina de la calle Mahmoud Bassiouni y la plaza del Mártir Abdul Menem Riad. Incluso había un escalón faltante en el lóbrego segundo piso, con una caída de 10 metros que de inmediato trajo a la mente la escalera en Secuestrado, la novela de Robert Louis Stevenson, y su vertiginosa caída iluminada por el relámpago. Pero desde los precarios balcones pude observar este jueves la batalla de piedras y los valientes y penosos esfuerzos del ejército egipcio por contener esta guerra civil en miniatura que precede a otro sabbath de oración y rabia y –según vuelven a creer los manifestantes– las horas finales del repudiado dictador.

Allá abajo, unos soldados maniobraban a través del campo de batalla, tratando de emplazar dos tanques Abrams entre los ejércitos de lanzadores de piedras, mientras otros dos agitaban las manos sobre la cabeza, señal callejera egipcia de alto al fuego.

Era para dar pena. El ejército necesitaba aquí 4 mil soldados para detener esta batalla, y no tenía más que dos equipos de tanquistas: un oficial y cuatro soldados. Y las fuerzas de la democracia –sí, aquí hay que introducir un poco de cinismo– no mostraban ningún aprecio por la paciencia de los soldados que trataban de cortejar. Formaron falanges que cruzaban la avenida frente al museo, cada uno llevando un escudo de hierro corrugado, muchos gritando Dios es grande, caricatura de las legiones romanas del cine de Hollywood, con camisetas en vez de pectorales, y con garrotes y las cachiporras de los odiados esbirros policiales de Mubarak en vez de espadas.

Fuera de la Casa de la Esquina –decían con regocijo que ésta pertenecía a cualquiera– estaba parado un hombre que llevaba (créanme, lectores) un tridente de acero de dos metros. Soy el diablo, me gritó gozoso. Fue algo casi tan malo como el ataque con caballos y un camello de los mubarakitas un día antes.

Cinco soldados de otra unidad decomisaron una bandeja de cocteles molotov en la casa vecina –las botellas de Pepsi son los contenedores preferidos–, pero eso constituyó toda la operación militar para desarmar a este pequeña milicia de libertad. Mubarak se irá mañana, chillaban los opositores, y luego, dirigiéndose entre los dos tanques a sus enemigos, situados a 12 metros de distancia: Su anciano se va mañana. Los alentaban los rumores de siempre: que por fin Barack Obama le había dicho a Mubarak que su hora había llegado, que el ejército egipcio –receptor de la ayuda anual de mil 300 millones de dólares de Washington– estaba harto de ser humillado por el presidente, enfurecido por la catástrofe que Mubarak había desencadenado sobre el país nada más por nueve meses más en el poder.

Puede que esto sea cierto. Amigos egipcios con parientes entre los oficiales me aseguran que éstos están desesperados por que Mubarak se vaya, aunque sea para evitar que ordene otra vez a los militares disparar a los manifestantes.

Pero este jueves fueron los opositores a Mubarak los que abrieron el fuego, y lo hicieron con un estruendo de piedras y tapones de llantas que se ha vuelto familiar. Los proyectiles se estrellaban sobre los hombres (y algunas mujeres) de Mubarak que ocupaban el puente elevado, y rebotaban en las escotillas de los tanques. Observé a los contrarios –sólo algunos– acercarse por el camino entre la lluvia de piedras, agitando las manos sobre la cabeza en señal de paz. Fue inútil.

Para la hora en que bajé por esa peligrosa escalera, apareció entre las piedras un solitario imán musulmán de turbante blanco y larga túnica roja, con una bien cuidada barba blanca, absolutamente increíble… distinguida, sería la palabra. Llevaba una especie de látigo y lo usó para devolver los golpes a los manifestantes. También él se sostuvo en su puesto mientras las piedras de ambos bandos se estrellaban a su alrededor. Era de los que querían deshacerse de su estorboso presidente, pero también trataba de poner fin al ataque. Un joven manifestante fue herido en la cabeza y cayó al suelo.

Salté hacia los dos tanques, escondiéndome detrás de uno mientras hacía girar 350 grados su gigantesco cañón, en un interesante aunque inútil intento de mostrar a ambos bandos que era neutral. Las grandes máquinas salpicaron polvo y mugre hacia los ojos de los que lanzaban piedras; el chirrido de la turbina eléctrica que controla la torreta agregaba un sonido moderno al medieval aporreo de las piedras. Y entonces un oficial saltó de la torreta de un tanque y se apostó junto al imán y la avanzada de mubarakitas, agitando también las manos sobre la cabeza. Las piedras siguieron rebotando contra las señales de la carretera en el paso elevado (vuelta a la derecha a Giza), pero varios hombres de mediana edad extendieron los brazos, se tocaron las manos y se ofrecieron cigarrillos.

No duró mucho tiempo. Detrás de ellos, en la plaza llamada Tahrir, había hombres durmiendo debajo de las abandonadas rendijas de ventilación del metro o sobre la hierba mohosa o en los huecos de las escaleras de comercios cerrados. Muchos llevaban vendajes en cabeza y brazos. Esas heridas podrían ser sus insignias de heroísmo en años por venir, prueba de que lucharon en la resistencia, de que combatieron a la dictadura. Sin embargo, a nadie encontré que supiera por qué esta plaza es tan preciosa para ellos.

Zona prohibida

La verdad, es tan simbólica como importante. Fue el francés Georges Haussmann, llevado a Egipto por Ismail Bajá durante el imperio nominal otomano, quien construyó la plaza como una estrella tomando de modelo su equivalente francés, tendida sobre los pantanos de la llanura del Nilo, que se inunda periódicamente. Cada camino arrancaba como la punta de una estrella (muy a pesar del ejército egipcio actual, por supuesto). Y fue en el lado del Nilo de la plaza Ismalia –donde el viejo Hilton se encuentra en reparación– donde más tarde los británicos construyeron su vasto cuartel militar de Qasr el-Nil. Al otro lado del camino se encuentra el edificio seudobarroco donde el rey Farouk mantenía su ministerio del exterior, institución que seguía fielmente las órdenes británicas.

Y toda la plaza que se extiende enfrente, desde el jardín del Museo de Egipto hasta la residencia del embajador británico, en la ribera del Nilo, estaba vedada a todos los egipcios. Este gran espacio –la superficie de la plaza actual– constituía la zona prohibida, la tierra del ocupante, el centro de El Cairo en el que el pueblo no podía poner pie. Por eso después de la independencia se volvió la plaza de la Libertad –Tahrir–; por eso Mubarak trató de preservarla y por eso quienes desean derrocarlo deben sostenerse aquí, aunque no sepan la razón.

La noche de este jueves, la gente que me rodeaba se mostraba esperanzada de resistir la siguiente noche de bombas incendiarias y de que este viernes traerá la elusiva victoria. Conocí a un tipo llamado Rami (sí, su nombre verdadero), quien gritaba con entusiasmo: ¡Creo que necesitamos un general que tome el poder! Tal vez obtenga lo que desea.

En cuanto a la Casa de la Esquina, bueno, la calle Mahmoud Bassiouni lleva el nombre de un poeta egipcio. Y el letrero apedreado del Mártir Abdul Menem Riad adosado a la Casa de la Esquina honra a un hombre cuyo fantasma debe de estar observando seguramente esos dos tanques bajo el paso elevado. Riad encabezó al ejército jordano en la Guerra de los Seis Días de 1967 y pereció en un ataque de obuses isaelíes dos años después. Era el jefe del estado mayor del ejército egipcio.

Adriana Morlett, desaparecida

Sara Lovera



MÉXICO, D.F., 3 de febrero (apro).- Frente a una desaparición, lo que parece invadir el alma es la angustia, la ansiedad, la zozobra, la congoja y un sentimiento de desesperanza y desesperación que crece en espiral.

Esa desaparición inexplicable, inquietante, nos coloca en un estado de desasosiego permanente. Es como si alguien hubiera quebrado toda racionalidad.

Desde el 6 de septiembre del año pasado desapareció Adriana Morlett, hace ya casi cinco meses. Ella dejó de estar, caminó a un no sitio, a un sin lugar, convertida en humo y sin señales de vida, como si se la hubiera tragado la tierra, llevada por el viento, evaporada y ausente.

Adriana, con 21 años de edad, no volvió a casa. Vivía en la ciudad de México, con su hermano, desde hacía poco menos de un año.

Ese septiembre, luego de ir a recoger un libro a la biblioteca central de la UNAM, se citó con Mauro Alberto Rodríguez Romero. Pensaba ir a casa a ver unas películas, pero después de salir de la biblioteca, filmada por las cámaras de seguridad, simplemente se eclipsó. Se sumergió en este océano de la violencia que parece ser la imagen de México. Lo extraño es que días después, el libro que pidió prestado regresó a la biblioteca, y nadie sabe cómo.

Estudiante de la Facultad de Arquitectura, Adriana se había citado con amigas y amigos para tener una velada estupenda. La esperaban a las 8 de la noche, pero no llegó. Ella fue a la biblioteca a las 7 de la noche, no tardó nada en gestionar el préstamo, y ya en la puerta de salida sonó su celular, era Mauro Alberto, hoy escondido, atrapado por quién sabe qué saberes sobre su amiga.

Por supuesto que las autoridades encargadas y responsables de investigar, de encontrarla, no han explicado nada. La desaparición de Adriana está en la impunidad y sus padres viven con ese desasosiego de la desesperación y la zozobra del no saber, del no entender.

Se han dado cuenta del significado de la palabra impunidad que asola a nuestra realidad, esa impunidad que nos cubre y nos hunde todos los días frente a la injusticia y la desgracia.

Hace menos de una semana que la diputada Teresa Incháustegui, de la Comisión Especial de Feminicidios de la Cámara de Diputados, reveló que el Registro Nacional de Personas Extraviadas de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSP) documentó, en la última década, la desaparición de 676 mujeres.

Los datos son siempre ilustrativos, pero atrás de cada una de esas 676 mujeres hay una vida, una historia, una gama de afectos, un cúmulo de experiencias y expectativas, de planes, de ilusiones.

Según la SSP, de las 676 mujeres reportadas como desaparecidas, 64.2% son mujeres de entre 10 y 24 años de edad, es decir, niñas y jóvenes.

Adriana está en la estadística, pero está en un no lugar, borrada, desvanecida en el mar de expedientes. La diputada Incháustegui, campechana y politóloga, dijo que el número de mujeres desaparecidas tendría que ser un asunto importante para la sociedad, esa masa informe que se debate en el día a día de las preocupaciones urgentes: trabajo, salario, seguridad e integridad individual.

La desaparición de mujeres en México, la de Adriana, por ejemplo, es parte de los diferentes contornos de la violencia que se convierte en un tema, pero que no se resuelve ni se enfrenta por parte del Estado y la sociedad; que se nombra, pero no se confronta.

Leyes van y vienen. Las desapariciones continúan inexplicablemente, sumidas en ese mar de amargura que desestructura familias, comunidades y país.

¿Dónde está Adriana? Seguro que es la pregunta cotidiana con la que le amanece a su madre, a su padre, a sus más queridas compañeras y amigas.

Es evidente que las autoridades federales incumplen su responsabilidad, no dan señas de eficacia, porque las desapariciones, esas que a nadie le importan, más que a las familias, como las organizadas en Coahuila o las tan antiguas buscadoras de hijos e hijas del grupo Eureka de la senadora Rosario Ibarra, no tienen respuesta.

Hace algunos días, la agrupación feminista Pan y Rosas lanzó un pronunciamiento sobre la desaparición de Adriana Morlett Espinoza y ha gritado fuerte: ¡La queremos de regreso!

El amigo de Adriana, explican las mujeres de Pan y Rosas, identificado como Mauro Alberto Rodríguez Romero e inscrito en la Facultad de Psicología de la UNAM, no explica si se encontró con ella, y lo grave es que no se tienen más datos, porque el estudiante, ante el temor a pasar de testigo a indiciado, primero evadió dar cualquier explicación, y cuando finalmente se decidió a dar información, se mostró renuente, argumentando que no quiere ser un “chivo expiatorio”.

Dio dos versiones de los hechos: en una aseguró que al salir de la biblioteca, Adriana lo quiso acompañar hasta su casa “por tener una atención” con él, y que en cuanto llegaron él sólo dejó su mochila y la acompañó a tomar un taxi. Después dijo que fueron a su casa, porque Adriana quería ver un sofá que le iba a comprar y que posteriormente la acompañó a tomar el taxi.

Lo único cierto, cinco meses después, es que la investigación está estancada, ya que Mauro Alberto acudió a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal para interponer una queja contra las autoridades de la Fiscalía Antisecuestros, pues, según él, ha sufrido actos de intimidación y lo han interrogado sin estar plenamente identificados como personal de la fiscalía o sin las órdenes judiciales correspondientes. ¿Y las autoridades lo dejaron libre?

El padre y la madre de Adriana, que vivían en Guerrero, dejaron casa y empleo y dedican todo su tiempo, como parias, a buscar a su hija desde hace meses.

Ellos, como muchos ciudadanos y ciudadanas, hacen por vía libre sus investigaciones, frente al casi nulo avance de las pesquisas que deben realizar las autoridades.

Se ha podido precisar que Mauro Alberto prepara un recurso psicológico que anule sus probables declaraciones. Es decir que ¿no ha declarado? ¿Por qué pretende preparar este recurso psicológico de perder la memoria? Los padres de Adriana cuentan eso, que la familia de Mauro Alberto se los ha dicho. ¿Dónde está la autoridad? Pan y Rosas no se explica: el mar burocrático o la falta de todo, ¿no se sabe? Esto es, ¿se ha oscurecido el contexto, las autoridades están muy ocupadas, no funcionan las oficinas judiciales o qué pasa?

El caso de Adriana muestra el desprecio que sobre la vida de las mujeres tienen las autoridades y aparece como única verdad la impunidad. Las militantes de Pan y Rosas sostienen que esta es una forma de violencia contra las mujeres, ya que los responsables de investigar la desaparición sólo dicen: “No tenemos nada".

Lo irracional es que el marco legal que nos rige establece que tras una desaparición, la búsqueda no se inicia hasta 72 horas después, cuando la experiencia –como sucede en Ciudad Juárez– muestra que las primeras horas, después de la desaparición de una persona, son cruciales. Lo asombroso es la pasividad, a pesar de pruebas, como el que “alguien” regresó a la biblioteca el libro que Adriana sacó, sin haberlo reportado, o ante llamadas como la que recibió la mamá de Adriana, de que la tenían privada de su libertad para prostituirla, llamada que se realizó desde un teléfono público de la delegación Gustavo A. Madero, pero que los policías “no pudieron localizar”.

Hoy las mujeres organizadas gritan: ¡Devuelvan a Adriana!