LA PRESIDENCIA IMPERIAL

24 feb 2011

Y el viejo presidencialismo, tan campante
ABRAHAM NUNCIO
Hoy me entero de que amanecimos con un umbral más alto de sangre: ayer se registraron 15 muertes violentas en tan sólo 18 horas. Hace unos días fue ejecutado Homero Salcido, jefe del C-5 (Centro de Coordinación de Comunicaciones, Comando y Cómputo) de Nuevo León. Este asesinato actualizó el de Marcelo Garza y Garza, director de la Agencia Estatal de Investigaciones en San Pedro Garza García, municipio que podía jactarse hasta entonces de ser el más seguro del país. Fue en septiembre de 2006: se hallaba en curso el oscuro arribo de Felipe Calderón a la Presidencia de la República. Para mí fue ese el punto de inflexión en las acciones del crimen organizado y las respuestas del gobierno.
Ahora, después de casi 35 mil víctimas eliminadas en formas cada vez más espectaculares y sorprendentes, entre las que se cuentan varios militares y civiles de diversa jerarquía, un grupo de ciudadanos lanza un manifiesto (Manifiesto Monterrey), donde expresa: Si cae Monterrey, se pierde el país. Todo mundo lo sabe. Por ello, consideramos que todos los ciudadanos necesitamos unirnos para rescatar a México. El narcotráfico y la delincuencia organizada son síntomas de un mal mayor. La raíz de este mal, la causa del México en crisis, sólo terminará con un esfuerzo ciudadano, una unión para lograr la justicia y la prosperidad del país. México necesita reorganizarse y transformar todas sus instituciones.
Aunque no dicen cómo efectuarlo, su referencia al cambio institucional es clara. Pocos podrían diferir de esa apreciación: a México le es preciso transformar todas sus instituciones. Esta transformación tendría que empezar por el presidencialismo, al que hoy nadie, desde ningún punto del espectro político, parece querer cambiar, y menos cuando la elección de presidente está próxima.
A ese ya viejo presidencialismo, la sociedad mexicana le debe muchos de los peores episodios y procesos que ha vivido y continúa padeciendo: la represión bárbara a los trabajadores (Adolfo López Mateos) y a los estudiantes y sectores de la clase media (Gustavo Díaz Ordaz); la guerra sucia (Luis Echeverría Alvarez); la continuación de la guerra sucia y la administración de la riqueza petrolera en favor del puñado de “The mighty mexicans” publicitado por la revista Fortune y otras similares (José López Portillo); el inicio del desmantelamiento del incipiente Estado de bienestar que México pudo alcanzar, el fomento a la especulación financiera y la realización de préstamos desmesurados e ilegales para sanear la economía de empresas dilapidadoras como el de Banobras a Alfa (Miguel de la Madrid); la invasión franca del neoliberalismo, la firma de un Tratado de Libre Comercio desventajoso para nuestro país, la privatización de bienes nacionales productivos en beneficio propio, la tolerancia hacia el narcotráfico, la creación del mecanismo llamado Fobaproa mediante el fraude, la corrupción y el empobrecimiento de la mayoría, la contrarreforma agraria y la violencia interpartidaria (Carlos Salinas de Gortari); la continuación de estas medidas agravadas por el Ipab, mecanismo gemelo del Fobaproa, la reforma al sistema público de salud (aprobada sólo por el PRI) en perjuicio de los derechohabientes y en beneficio de organismos financieros privados, el golpe a los miocardios de los Ferrocarriles Nacionales de México y la conclusión de la privatización bancaria a precio de ganga y con facilidades de pago, el avance en la contrarreforma educativa, la impunidad de crímenes masivos contra campesinos inermes como los de Aguas Blancas y Acteal (Ernesto Zedillo); la desindustrialización del país, la entrega de la banca y recursos naturales del país –como el gas– al capital trasnacional, la consolidación del duopolio televisivo Televisa/Tv Azteca mediante modificaciones a las leyes de Telecomunicaciones y Radio y Televisión, una mayor tolerancia del narcotráfico, la confusión de intereses familiares y religiosos con el ejercicio del gobierno, la adulteración del aparato electoral, que antes había sido saneado vía su ciudadanización y mediante el cual él accedió al poder, para favorecer al candidato de su partido (Vicente Fox); el estancamiento económico más pronunciado desde la crisis de los años 20, el aliento a la inercia monopólica, nuevos atentados contra el sistema de salud pública, el ataque a los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro para poner en manos de inversionistas privados la red de fibra óptica de esta empresa, favoritismo hacia los propietarios del Grupo México e impunidad en los casos de Pasta de Conchos, la guardería ABC y una larga serie de crímenes y delitos, subsidio a la educación privada a costa de la pública, la militarización del ejercicio del poder, a pretexto de combatir al crimen organizado, en busca de su legitimación y a costa de la soberanía nacional (Felipe Calderón).
El Poder Legislativo, salvo en cuestiones menores, no ha podido ejercer un control efectivo sobre el Ejecutivo y ello se ha traducido en un desmedro generalizado de la sociedad mexicana.
Transformar todas las instituciones significaría un cambio de régimen. El presidencialismo mexicano tiene un componente militar y concentra el poder (dinero, información y aparatos ideológicos) desde sus orígenes carrancistas que niegan las posibilidades de un equilibrio real de poderes y de una vida democrática en acto. En 2010, un grupo de intelectuales en torno al Instituto de Estudios para la Transición Democrática se pronunció por el sistema parlamentario como el único que podría asegurar una real transición hacia la democracia en México. Luego, como si hubieran recibido la amonestación de un superior, abandonaron la promoción de la idea. Pero tenían razón. No hay otra alternativa dentro del marco capitalista para nuestro país. Requerimos un sistema de partidos y alianzas que hagan efectivos los planes y programas de gobierno ofrecidos al electorado, una división de poderes que deje atrás la subordinación a las decisiones y compromisos del señor presidente y, por supuesto, que las funciones de jefe de Estado y jefe de gobierno sean cumplidas por dos funcionarios diferentes, amén de que exista un control parlamentario eficaz a partir de la conversión del Legislativo en un verdadero poder representativo de la soberanía y un defensor del pueblo (el ombudsman ampliado a todos los actos y decisiones del poder público). Quien diga que no estamos preparados para un régimen parlamentario nos ofende; equivale a decir lo que antes mantenía la dictadura: que no estábamos preparados para la democracia.
Convenzámonos: no basta con que conquisten el poder los muy experimentados ni los muy decentes ni los muy buenos.
Partidos de pacotilla
ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
Es difícil pronosticar cuál será el costo –en términos políticos y sociales– de la recomposición del sistema político, cuya dinámica está sujeta a la acción y reacción de numerosas fuerzas, que tienden a excluirse mutuamente. Lo único seguro es que en este rejuego no hay proyecto, no en el sentido de una previsión sobre el curso objetivo de las cosas y, menos, como un conjunto de fines a la vez deseables y posibles, extraído de la realidad y no sólo de la voluntad, el oportunismo o el deseo de los políticos de oficio.
La larga transición iniciada con la sacudida del 68 fue una evolución del viejo sistema, un complejo proceso de adaptaciones y de innovaciones en el plano vital de la competencia electoral que, en rigor, tenían el propósito de realizar el cambio controlado, sin sobresaltos, sin grandes sacrificios políticos para los principales actores que estaban en la escena. No hubo, pues, una `primavera democrática mexicana, sino más bien un lento reacomodo del sistema político a las necesidades creadas por la reforma del Estado puesta en marcha mediante el reformismo neoliberal inaugurado con la crisis en los años 80. Se trataba de evitar (aunque se despreciaba a las oposiciones) la ruptura de la naciente ciudadanía con las instituciones y el descrédito total del viejo régimen (1988) y, a la vez, de ponerse al día en el nuevo orden mundial, que exige democracia, concebida a imagen y semejanza de la gran potencia como expresión política del reino del mercado.
Así, se confunden y se traslapan el anhelo democrático expresado en la urnas por una ciudadanía en ascenso pero sofocado por el fraude reiterado, el movimiento molecular, liberador, antiautoritario, surgido de la sociedad civil con el gradualismo proveniente del poder político y económico que reduce el reformismo al horizonte de la alternancia, sin cuestionar por un instante su lugar dominante en la sociedad, incluso a expensas del Estado, y sin plantearse como condición de posibilidad al menos la superación de los extremos de desigualdad, cuya aberrante presencia deforma y debilita el juego democrático. La alternancia puso de manifiesto que el pluralismo es vital para la edificación de un sólido edificio democrático, pero su existencia no garantiza, por sí misma, mecanismos de representación que funcionen, ni tampoco, como está probado, para crear mejores gobiernos. Se mostró la necesidad de un nuevo régimen político.
Sin embargo, en lugar de acelerar las reformas de mayor calado, seguimos en la lógica del cambio vergonzante, entendido como el proceso de mínimas adaptaciones que modifica las apariencias pero incide poco en las reglas del juego, que sobre todo favorecen a los apostadores actuales (partidos con registro). Véase, por ejemplo, lo que se propone como reforma política y de inmediato se descubrirá, detrás de las frases sobre la ciudadanía y otros tópicos, el retrato hablado de un candidato, las pretensiones de instalarse para siempre de ciertos pro releccionistas oficiales, la necesidad filtrada o de plano exhibida por algunos diputados o senadores que están al servicio de los poderes fácticos. El inmediatismo táctico predomina sobre las visiones programáticas, estratégicas. Ni hablar por tanto de una ley de partidos que libere la competencia electoral, regule el financiamiento y permita la constitución de nuevas fuerzas políticas sin las trabas que ahora sirven para fortalecer la simulación partidista subsidiada por el Estado.
Sin embargo, para ser una realidad, la democracia mexicana exigirá cada vez con más fuerza nuevos partidos capaces de representar a la sociedad. Nadie se sorprendería demasiado –hipotéticamente hablando– si surgieran nuevas formaciones a partir de la coalición priísta-panista que simbólicamente liderearon Salinas y Fernández de Cevallos. En un mundo donde impera el pragmatismo y las ideologías se tienen por muertas, ¿por qué esos arreglos deberían escandalizarnos más que las alianzas actuales? ¿No sería la formalización de un hecho consumado? ¿Por qué los que están de acuerdo en la agenda nacional no se atreven a formar un partido propio que le dé permanencia a la coincidencia programática? Lo mismo se podría decir de ese sector del PRI que se siente abandonado por su partido (y por Hacienda) y sólo espera la ocasión para irse al PRD para ganar ayuntamientos o gobernaturas? ¿Y qué decir de quienes, opuestos al regreso del PRI piensan, convencidos, que las divergencias entre izquierda y derecha son nimiedades frente al voto seguro? ¿Por qué no exploran unirse para mantener el estatus, reciclándose vencedores ante cada elección, como ya ha ocurrido en otros países con algunas formaciones alineadas al centro? ¿Por qué mantener las apariencias de unidad en un PRD cuya fractura es cuento viejo?
Los partidos que hoy compiten han perdido el respeto por la ciudadanía, pero también por ellos mismos. Los ejemplos abundan, pero me refiero sólo a uno. Es increíble que sean en legisladores los primeros en dilapidar la credibilidad del IFE, uno de los pocos capitales democráticos ganados durante la transición. La negociación para nombrar a tres consejeros está podrida, mientras se estimula la campaña contra el IFE. En condiciones normales sería un suicidio, pero aquí es simple irresponsabilidad, la prueba de más allá de la estrecha visión de quienes jefaturan esas entidades de interés público que son los partidos nacionales registrados; no hay más realidad que sus particulares intereses, entrelazados con los de los poderes fácticos, a los que rinden pleitesía a cambio de pantalla y otros favores. El ataque contra el IFE es una apuesta venal para restaurar privilegios tras la reforma electoral que suprimió el gran negocio de la publicidad política. Piden cabezas y no pararán hasta obtenerlas. Ese es el juego perverso encubierto bajo la apariencia de normalidad democrática. Pero es también un límite.
Habrá que esperar –si el tiempo y la situación lo permiten– hasta después de las elecciones de 2012 para saber qué quedó del entramado partidista, de su historia y significación. Y entonces se cerrará esta página. Veremos.
La burbuja
José Gil Olmos

MÉXICO, D.F., 23 de febrero (apro).- La ciudad de México vive en una burbuja que está a punto de romperse, o quizá ya se rompió, y vemos ya los primeros síntomas de la violencia generada por el crimen organizado: ejecuciones, narcomenudeo, peleas entre grupos, secuestros y la lucha por el mercado.
La amenaza que vive la capital del país parece una reedición de la antigua historia de villanos, es decir de los habitantes de las villas que crecían de manera desordenada alrededor de las primeras ciudades protegidas por murallas y fosos, y eran vistos como un peligro porque vivían al margen de las leyes feudales.
Y es que la ciudad de México está rodeada por los municipios del Estado de México con mayor crecimiento de narcomenudeo en el país. En lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto, en esa entidad se ha triplicado el número de ejecuciones generadas por la lucha entre las principales bandas identificadas con La Familia Michoacana y Los Zetas.
Entretenido en sus sueños presidenciales y en su millonaria campaña de propaganda desplegada en Televisa, Peña Nieto ha descuidado de manera preocupante la seguridad pública del estado que gobierna.
En suelo mexiquense no sólo ha aumentado el número de feminicidios, también la presencia del crimen organizado se ha aposentado en los principales municipios urbanos que rodean a la ciudad de México, mismos que han experimentado una explosión demográfica por los jóvenes que ahí nacieron y por las familias capitalinas que se han mudado en los últimos años.
De acuerdo con un reporte publicado el pasado fin de semana por el diario Reforma, en los municipios de Huixquilucan, Ecatepec, Los Reyes La Paz, Chalco, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla, Naucalpan, Atizapán e Ixtapaluca se registraron 60 ejecuciones en 2007, y tres años después la cifra aumentó a 273, lo que equivale a un incremento de 355%.
La capital está rodeada precisamente por esos municipios que en los últimos cuatro años han registrado dichas ejecuciones, todas ellas relacionadas con el crimen organizado.
Según el "ejecutómetro" de Reforma, de 2007 a 2010, en todo el Estado de México se registraron 644 ejecuciones, es decir que toda la entidad sufre la violencia generada por el narcotráfico, cuyo poder se ha extendido no por la venta de la droga y extorsiones, sino por el secuestro y el cobro de impuestos a comerciantes.
Durante los últimos años, la ciudad de México ha sido vista por muchos visitantes de otros estados como una isla en medio del clima de violencia que se vive en casi todo el país. Llegar al Distrito Federal significa para muchos un respiro de tranquilidad, ya que se supuestamente se puede pasear y hablar abiertamente en bares y restaurantes, sin miedo a que el de al lado sea algún narcotraficante o un sicario.
Incluso se puede visitar parques y centros comerciales sin el miedo de quedar en medio de una refriega entre bandas contrarias o en un enfrentamiento con soldados y policías, o bien tener que pasar un retén de sicarios.
La burbuja en la ciudad de México da la falsa impresión a los capitalinos de estar a salvo de la violencia, de esas miles de muertes en el país producto de la guerra contra el narcotráfico. De hecho, este mundo de miedo, temor e incluso de terror se ve de alguna manera lejano e incluso ajeno.
Sin embargo, esa falsa impresión está a punto de romperse.
Al ser cuestionado sobre la venta de droga y actos violentos de la delincuencia organizada en el Distrito Federal y el Estado de México, el procurador de Justicia capitalino, Miguel Mancera, aceptó que es un problema latente.
"Estamos trabajando en ese tema. No tendría una cifra en este momento (de puntos de venta de droga), pero estamos trabajando en el tema de la capacitación de personal. Como ustedes saben, hay una reforma a la Ley General de Salud que nos obligará a tomar directamente el tema de narcomenudeo", expuso el funcionario.
La preocupación del procurador Mancera se debe a que en las delegaciones capitalinas que colindan con los municipios mexiquenses ya se observa un aumento de ejecuciones.
Por ejemplo, en Iztapalapa y Gustavo A. Madero, que tienen como vecinos los municipios de Nezahualcóyotl, Los Reyes la Paz y Ecatepec, el año pasado se registraron 123 y 105 ejecuciones, respectivamente.
Las cifras extraoficiales revelan que Ecatepec es el municipio con mayor número de ejecuciones, con 188, seguido de Nezahualcóyotl, con 160.
Otras delegaciones capitalinas como Azcapotzalco, que colinda con Naucalpan y Tlalnepantla, así como Cuajimalpa y Miguel Hidalgo, que se avecindan con Huixquilucan, ya registran un crecimiento impresionante de narcomenudeo.
Históricamente la zona de Tepito y la colonia Morelos, en el centro de la ciudad de México, era registrada como la más problemática en seguridad y tráfico de drogas, armas, piezas de autos y productos importados ilegalmente. Hoy eso mismo se vive en distintos puntos del oriente capitalino, donde en los mercados callejeros se observa el tráfico de drogas y armas a plena luz del día.
Las autoridades capitalinas han expresado su preocupación y han establecido acuerdos con el gobierno de Peña Nieto para detener esta amenaza seria del crimen organizado. Sin embargo, tanto el jefe del gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, como el gobernador mexiquense están más preocupados en cuidar su imagen que en sus responsabilidades públicas.
Las detenciones de los principales capos en los barrios residenciales del Distrito Federal y el Estado de México, así como los recientes operativos militares y los rondines cada vez más frecuentes de soldados fuertemente armados por las avenidas principales, nos hablan que la burbuja se está rompiendo y que los villanos avanzan sin que ningún poder pueda detenerlos.