EL ESTADO PODRIDO

25 may 2011

El consuelo y la justicia

Javier Sicilia

MÉXICO, D.F., 24 de mayo.- Cuarenta mil muertos, 10 mil desaparecidos –tratados como cifras, como abstracciones estadísticas–, miles de familias rotas y despreciadas por la impunidad del sistema de justicia, y millones de seres humanos desprotegidos, abandonados a la violencia de un crimen organizado que crece a la sombra de un Estado que, en su podredumbre, no ha sabido cumplir con su vocación primera, dar seguridad a sus ciudadanos, era el saldo que hasta el 27 de marzo vivíamos los seres humanos de esta nación. A partir de esa fecha algo cambió. Los asesinados de ese día tenían nombre, un nombre que gritaba, desde el dolor de sus amigos y de sus padres, un “Estamos hasta la madre” de los criminales y de los políticos, un reclamo que repentinamente no sólo comenzó a nombrar a sus muertos, sino a exigir una justicia de la que todos los mexicanos hemos estado privados durante los últimos cuatro años.

Si de alguna manera puedo definir lo que desde entonces han sido la marcha del 6 de abril en Cuernavaca y la que el 5 de mayo salió de esa misma ciudad para llegar el 8 del mismo mes al Zócalo de la Ciudad de México, es a través de dos palabras que los criminales y la “clase” política han extraviado en su inhumanidad: el dolor y el consuelo. Fue el dolor que, convertido en dignidad, inició esta forma de nombrar lo innombrable. Fue esa dignidad, la que a lo largo de las marchas fue sumando dolores, rompiendo el miedo y generando el consuelo. El dolor, me decía mi padre –a diferencia de la alegría que reúne–, une, y esa unión se llama consuelo.

La palabra es hermosa. Consolar es estar con la soledad del otro. Ir a su encuentro para abrazarla y acogerla. Para decirle –como coreaban muchísimos cuando llegamos a la Ciudad de México–: “No estás solo”. “No estamos solos”. “Tu dolor es el nuestro”.

Lo que el 27 de marzo fue una tragedia personal –tan personal como la de 40 mil muertos y familias hundidas en la soledad– se fue convirtiendo en una muchedumbre de soledades que se unía para compartir su dolor con el de otros, y en su abrazo, en su caminar juntos, se consolaban. Las 300 personas que el 5 de mayo salimos de Cuernavaca arropadas por la Bandera de México se fueron al paso de los días convirtiendo en miles. Las soledades llegaban de todas partes. Desde los pueblos y las ciudades más remotas, desde los dolores más atroces y las injusticas más viles llegaban padres, madres, hijos, hijas mutilados con los nombres y las fotografías de sus muertos, y sus lágrimas; llegaban también padres, madres, hijos, hijas que, por gracia, no conocen en carne propia ese dolor, pero a quienes la compasión unía y une en un nosotros; llegaban para abrazar nuestro dolor y nosotros el suyo, para encontrar el amor y la paz que nos arrancaron, para consolarse y consolarnos con una caricia, un llanto, un plato de comida, una botella de agua y hacer de nuevo la primera de las justicias, que es reconocernos como seres humanos y caminar juntos. Con ese caminar, les estábamos diciendo y continuamos diciéndoles a los criminales que, a pesar del terror que quieren imponernos y del sufrimiento que crean, no les tememos, que nuestro consuelo y nuestra dignidad son más fuertes que ellos y que con nuestro andar recuperamos nuestras carreteras, nuestras calles, nuestro territorio. Con ese caminar y nuestro arribo al Zócalo de la Ciudad de México les estábamos diciendo, y continuamos diciéndoles también a los poderes del Estado y a los partidos políticos, que están podridos, que si el crimen está campeando en nuestro país como lo hace es porque el Estado está cooptado por criminales y sólo sirve a intereses ajenos a la ciudadanía, que por ello esta guerra estúpida se va perdiendo y los muertos y el horror los estamos poniendo los ciudadanos. Les estamos diciendo que juntos o sin ellos vamos a refundar esta nación para que la dignidad que hemos mostrado permanezca viva y se haga una ley de seguridad nacional que no sólo piense en la violencia sino en el tejido social que la incompetencia del Estado ha desgarrado.

Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, los que sostenemos todos los días a esta nación desgarrada, que llevamos a cuestas el dolor de miles de muertos y de injusticias atroces, hemos hecho con nuestras marchas la primera de las justicias negadas: la del consuelo, que es del orden del amor. Con ese consuelo llegamos y articulamos una movilización que demanda al Estado y a los partidos políticos la segunda justicia que nos deben, la legal. Un consuelo en la impunidad es un consuelo mutilado, y el Estado nos debe esa justicia. No sólo tiene que nombrar a nuestros muertos –darles rostro y presencia; si eran inocentes, indemnizar a las familias; si eran criminales, saber de dónde venían, qué sucede en el tejido social de sus lugares que los convirtió en criminales, y trabajar por rehacerlo–, sino también atrapar a los asesinos, estén en donde estén (en la ilegalidad o en la legalidad), y aplicarles la ley. Nuestros muertos, por voz de los vivos, que se consuelan, hablan y piden justicia. Una justicia que, junto con la recomposición de las instituciones, nadie debe regatearles, a no ser que el Estado acepte ser lo que hasta ahora ha sido, un Estado criminal.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.

Modelo y descontento

LUIS LINARES ZAPATA

A la mitad de este templado mayo, temporada de prometedores cambios, estalló la furia de los millones de desplazados en España. El núcleo de sus pancartas entrelaza a los políticos con banqueros y especuladores para recalar en el mero sistema de explotación que se les impone y perjudica. La revuelta se extendió, con rapidez inaudita, por toda España. Los gritos lanzados son, en verdad, expresiones encapsuladas de su desesperada conciencia de parias. Van al mero fondo de sus tribulaciones, las individuales y las colectivas. Han tomado por sorpresa a sus elites que no atinan a dar, siquiera, medianas respuestas. Atrincheradas en sus compulsiones electorales, no se atreven a entrar, aunque fuera de manera lateral, en el meollo de injusticias que han procreado. Las decisiones de gobierno, atiborradas de ambiciones desviadas, han oscurecido el panorama futuro de millones de españoles: 20 por ciento de ellos han quedado sin oportunidades presentes o venideras.

Antes que ellos, jóvenes y viejos franceses protestaron masivamente, durante semanas enteras, contra los atracos pensionarios que se les plantearon como única salida de la crisis financiera que otros generaron. Sólo un gobierno atrincherado en la más reaccionaria de las derechas neoliberales (Sarkozy) impuso tales recortes. Poco le importó el rechazo, inteligente y razonado, que se escenificó en calles y plazas públicas. En Inglaterra el tradicional y gratuito sistema educativo se violentó con alzas en las cuotas al estudiantado. Los miles de jóvenes, ofendidos por el cobro forzado, se lanzaron, armados de cólera, contra establecimientos y partidos. Las masas griegas llevan meses mostrando sus corajes al plan de austeridad que se les ha impuesto desde las sedes europeas y el Fondo Monetario Internacional. Pero, en todos estos casos, los protestantes no van al meollo del asunto: el modelo económico seguido, a pie juntillas, por sus líderes, y el manoseo de una democracia que no convive con los ciudadanos.

La rebelión árabe se cuece aparte por su intensidad y penetración en un pueblo enjaulado por los intereses de las grandes potencias. Su rebelión ha terminado, a pesar de escollos, con toda una época de indignidades. No sólo derriban a varios de los sátrapas que los han sometido, sino que han desestabilizado la estructura imperial que los manipula. La tarea, sin embargo, no ha sido concluida. Poderosos se conjuran contra un movimiento que pide derechos básicos: libertad, igualdad y democracia. Pero que, también, como lo hacen los españoles, quieren finiquitar el sistema de opresión que les sobrepone un régimen de desigualdades y les priva de toda oportunidad futura de vida digna. El despertar árabe ha roto ya algunas de sus cadenas al costo de muchas vidas. Y, al parecer, los cientos de miles de yemeníes, sirios, libios, marroquíes, bahreiníes, tunecinos y hasta sauditas, están dispuestos a pagar, con generosa sangre, precios todavía más dolorosos.

En México los estallidos no han cesado desde hace ya varios años. Y el proceso continúa y asciende en capacidad de organización. Se ha ido refinando la conciencia sobre lo que aqueja y oprime. En ocasiones la protesta tomó la ruta de los derechos conculcados a los indígenas chiapanecos. En otras, se encierra en los añejos conflictos por tierras o derechos específicos en la Oaxaca depauperada y sometida al caciquismo más atrabiliario. A últimas fechas el descontento se ha filtrado a través de la inseguridad que provoca el crimen organizado. Con la impunidad y el miedo, la aparente comodidad de las mismas clases medias se tambalea y, en regiones enteras, ocasiona éxodos colectivos. A pesar de los reclamos que surgen, hasta hoy en día el sistema ha podido continuar imponiendo sus visiones parciales. Las promesas de atención y desplantes de duras acciones represivas no encuentran otro cauce que el de una guerra sin cuartel que se agota en sí misma. Guerrerismo que tiene raíces inducidas desde el extranjero, ya sea por los temores tan ancestrales cuan cotidianos de los estadunidenses, como por sus permanentes afanes de conquista.

La emergencia de un fustigado enojo, que lleva significados y cualidades de distinto género, se destapó desde la vapuleada región morelense. Distinta de la gama previa que lanzó proclamas de atención al gobierno por la inseguridad, este llamado articula una visión penetrante en algunas causales reales de la criminalidad. Desoídos o simplemente manoseados desde las cúspides y los medios de comunicación electrónica, las anteriores manifestaciones de esta especie han tenido débiles continuidades y poco o nulo enraizamiento en la base social. Esta nueva algarada por la paz con dignidad y justicia está llamada a crecer en profundidad y abarcamiento. El secreto estribará en su capacidad para catalizar, aunque sea una porción, del enorme descontento nacional.

Ajeno por completo a las atenciones de los medios de comunicación de masas que lo destierran, con ciega táctica, de pantallas y micrófonos, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) ha ido engrosando sus filas. Ha recogido ese larvado descontento que se nutre de manera cotidiana por el modelo expoliador vigente. No sólo ausculta esas pulsiones de revuelta, sino que ayuda a transformarlas en un organismo que pugne por una república donde quepan todos, para que se construya una nación de iguales, donde nadie sea más que nadie como claman los jóvenes españoles. Plaza tras plaza, ciudad por ciudad, en municipios, regiones, en barrios o colonias y caseríos desparramados por todo el país se ha ido auxiliando, con paciencia y duro trabajo proselitista, al crecimiento de la conciencia individual de la ciudadanía. Sin tapujos, hombres y mujeres quedan situados delante de la opresión que padecen e identifica, con prístina claridad, a sus causantes y beneficiarios. Ya suman millones los voluntarios adherentes y, por lo que se ve, serán bastantes más. Con ellos y para ellos se trabaja sin descanso a pesar del ninguneo de los poderosos, el de sus socios menores y la torpe mirada de sus muchos lacayos.

El sexo es el culpable

ARNOLDO KRAUS

Leo, sin estupor, la edad y la realidad estropean algunos sentimientos, la siguiente noticia: La Iglesia de Estados Unidos culpa de los abusos a la revolución sexual. Leo, sin sorpresa, la estulticia y la sinrazón aprueban todo, los subtítulos: Un estudio oficial atribuye la ola de pederastia al cambio social que confundió al clero. Los obispos admiten que su lenta reacción agravó el problema. La noticia se publicó hace seis días. Es la respuesta, muy tardía, a los casos de pederastia denunciados dentro del seno de su Iglesia y las del resto del mundo. El problema no radica en la tardanza. El problema radica en la contumacia de ése y otros credos ante sucesos tan siniestros e indefendibles como la pederastia.

Son dos historias. La primera versa sobre el anquilosamiento. La segunda sobre la mentira. Una se nutre de otra.

Algunos estudios de la Biblia sostienen que Dios fue cambiando y modificando algunas ideas y actitudes mientras creaba al ser humano y al mundo. Si los dueños de las principales Iglesias, judíos, católicos o musulmanes estuviesen de acuerdo con esa hipótesis actuarían, supongo, de otra forma. Un ejemplo: permitirían que los padres se casasen. Otro ejemplo: Los representantes del Vaticano no viajarían hasta África, cuya población es víctima del sida –de la ira de Dios, de acuerdo con la Iglesia– para perorar contra el condón. Uno más: escucharían las voces de los religiosos que bien profesan y bien entienden los mensajes de Dios: Alejandro Solalinde y Pere Casaldáliga son, entre otros, admirables religiosos: bien entienden y cumplen lo que profesan.

El problema es que los representantes de las iglesias no han leído acerca de las mutaciones que sufrió Dios mientras escrutaba su propia labor. Si escuchasen disminuiría el anquilosamiento y la primera historia sería menos cruenta. Habría menos sacerdotes pederastas, disminuiría el contagio del sida en la población africana y los feligreses católicos, migrantes –Solalinde–, o indígenas brasileños –Casaldáliga– tendrían la opción de cuestionar los designios de Dios antes de abandonar su Iglesia.

La segunda historia es más ríspida porque versa sobre la mentira, patraña añeja, genética y constitucional de todas las religiones e imprescindible para ejercer el oficio. Culpar a la revolución sexual de los abusos de los religiosos es bajo, absurdo y barato. Dice la noticia: Un estudio oficial encargado por la Conferencia Episcopal estadunidense acusa a la llamada revolución sexual de los años sesenta y setenta, y su efecto entre unos curas poco preparados para ella, de la lacra de abusos y violaciones a niños en parroquias y colegios católicos estadunidenses.

Si fuese cierta la afirmación anterior habría que aceptar: A) que la revolución sexual siguió contagiando a los curas estadunidenses, ya que décadas después los abusadores seguían ejerciendo sus oficios, tanto el religioso como el de violar; B) que en México, Marcial Maciel, y en Europa, incontables innombrables, fueron también víctimas de la revolución sexual; C) que los curas pederastas no eran ni son sicópatas, sino víctimas del deseo carnal; D) que la vieja hipótesis que sostiene que el clero en Estados Unidos fue infiltrado por homosexuales o pederastas probablemente sea cierta; E) que los encargados de las diócesis nada sabían de lo que acontecía en sus recintos, y por eso, no sólo no castigaban a los depredadores de menores sino que los enviaban a otros centros para continuar sus labores; F) que la poca preparación de los curas los inducía a violar, no por ser una práctica común en el seno de la Iglesia, sino porque buscaban, por medio de la violación, combatir su impreparación, y G) que el dinero gastado en el informe actual (1 millón 800 mil dólares) y los 2 mil 100 millones de dólares despilfarrados entre 2004 y 2008 en acuerdos extrajudiciales, servicios siquiátricos para víctimas y gastos de litigación dan cuenta del poder económico de la Iglesia y del mal uso de los donativos. Después de tantos destrozos es inentendible que la Iglesia estadunidense y todas las demás sigan mintiendo.

Ni estupor, ni sorpresa. La Iglesia estadunidense y el resto de las iglesias han concluido: los curas pederastas fueron mártires de la revolución sexual. Ni deseo de progresar ni autocrítica: la Iglesia continuará anquilosada y la mentira seguirá prevaleciendo. Si la revolución sexual es la responsable, y los encargados de diseminar la palabra de Dios siguen siendo víctimas de su propio sexo, el corolario es evidente: resulta imposible revolucionar el seno de la Iglesia.