NOMBRAR LO INTOLERABLE

16 may 2011

El fondo de la cuestión

GUSTAVO ESTEVA
Como se esperaba, las marchas del 7 y el 8 de mayo resultaron impresionantes. Ciudadanos, grupos y organizaciones de los más diversos credos y orientaciones políticas mostraron su aptitud para expresar juntos su digna capacidad de transformar dolor, rabia e indignación en voluntad de cambio.

Hace un par de años, al reflexionar en este espacio sobre lo que estaba ocurriendo en el país, me sentí obligado a citar a Foucault:

La arbitrariedad del tirano es un ejemplo para los criminales posibles e incluso, en su ilegalidad fundamental, una licencia para el crimen. En efecto, ¿quién no podrá autorizarse a infringir las leyes, cuando el soberano, que debe promoverlas, esgrimirlas y aplicarlas, se atribuye la posibilidad de tergiversarlas, suspenderlas o, como mínimo, no aplicarlas a sí mismo? Por consiguiente, cuanto más despótico sea el poder, más numerosos serán los criminales. El poder fuerte de un tirano no hace desaparecer a los malhechores; al contrario, los multiplica.

Se trata de algo peor aún. Hay un momento, piensa Foucault (Los anormales, FCE, 2006, pp. 94 y 95), en que los papeles se invierten. “Un criminal es quien rompe el pacto, quien lo rompe de vez en cuando, cuando lo necesita o lo desea, cuando su interés lo impone, cuando en un momento de violencia o ceguera hace prevalecer la razón de su interés, a pesar del cálculo más elemental de la razón. Déspota transitorio, déspota por deslumbramiento, déspota por enceguecimiento, por fantasía, por furor, poco importa. A diferencia del criminal, el déspota exalta el predominio de su interés y su voluntad; y lo hace de manera permanente. [...] El déspota puede imponer su voluntad a todo el cuerpo social por medio de un estado de violencia permanente. Es, por lo tanto, quien ejerce permanentemente […] y exalta en forma criminal su interés. Es el fuera de la ley permanente.”

Foucault labra así el perfil del monstruo jurídico, que no es el asesino, no es el violador, no es quien rompe las leyes de la naturaleza; es quien quiebra el pacto social fundamental. De este gran modelo que identifica Foucault a fines del siglo XVIII “se derivarán históricamente… los innumerables pequeños monstruos” que pueblan el mundo desde entonces.

Estamos rodeados de esos pequeños monstruos. Los ulises, los peñanietos y los calderones nos han llevado a lo que parece un callejón sin salida. Su despotismo continuo, su arbitrariedad, su ceguera, han creado un estado de violencia permanente. Lejos de servir para desaparecer a los malhechores, su estrategia contra el crimen los ha multiplicado. Y ante nuestros reclamos dicen ciega y cínicamente que tienen la fuerza para continuar la estrategia. El diálogo, para ellos, se reduce a adoctrinarnos.

Cité a Foucault cuando la Suprema Corte discutía un dictamen sobre los hechos de Atenco –que mostraban ya la generalización del comportamiento criminal de las autoridades–. Vivimos en un régimen, dijo la Corte, en que la fuerza pública actúa de manera excesiva, desproporcionada, ineficiente, improfesional e indolente. Como el Estado utiliza a las corporaciones policiacas de manera irresponsable y arbitraria, “de nada sirve que se reconozca, en leyes, en tratados, en discursos, que nuestro país admite y respeta los derechos humanos, si cuando son violados… las violaciones quedan impunes y a las víctimas no se les hace justicia”.

Nos llevaron a un callejón en que hemos quedado expuestos al fuego que se cruza entre los criminales y los déspotas, entre los déspotas accidentales y los permanentes. Se desgarra continuamente el tejido social. No parece posible encontrar una salida en ese territorio en que reina la barbarie. Tenemos que salirnos de él. Es lo que se hizo el pasado fin de semana, cuando el empeño se trasladó al espacio en el que es posible empezar la reconstrucción del país, el espacio en que reina la auténtica democracia: el espacio de los ciudadanos.

Nombrar lo intolerable, señaló en alguna ocasión John Berger, “es en sí mismo la esperanza. Cuando algo se considera intolerable ha de hacerse algo… La pura esperanza reside, en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable como tal: y esta capacidad viene de lejos –del pasado y del futuro–. Ésta es la razón de que la política y el coraje sean inevitables.” Lo mencioné entonces, junto a Foucault. Hoy resulta aún más pertinente. El próximo miércoles, en las oficinas de Cencos, ciudadanos que encarnan esa actitud se reunirán para concebir los pasos que el 10 de junio llevarán a Ciudad Juárez. Muchos más, en otras partes de México y del mundo, estarán en la misma reflexión.

La guerra y la paz

CARLOS FAZIO

Felipe Calderón no escucha. La disyuntiva lanzada por el poeta y activista no violento Javier Sicilia fue guerra o paz. Y su opción fue muy clara: por un México en paz con justicia y dignidad. Lo que implica un rotundo no al enfoque militarista y la estrategia de guerra de la seguridad pública ordenados por Calderón. La respuesta del inquilino de Los Pinos pareció autista: no habrá cambio de estrategia porque tenemos la ley, la razón y la fuerza. Ergo, seguirá la guerra. Tampoco renunciará el superpolicía Genaro García Luna –émulo neodiazordacista del general Cueto, el de la matanza de Tlatelolco–, cuya defensa y control de daños quedó en manos de Televisa, los nuevos policías del pensamiento de la prensa vendida, y familiares de víctimas de la criminalidad cooptados por el gobierno.

Calderón no entendió que para Sicilia el Alto a la guerra y el No más sangre no son demandas simbólicas. Son reales. De allí que la contradicción, ahora, sea recrudecimiento de la militarización versus acciones de resistencia en el marco de la no violencia activa, que, de ir acumulando la fuerza moral y material de todos los que estamos hasta la madre de tanta violencia e inhumanidad generadas por una guerra absurda, a la manera de una bola de nieve podrá derivar en desobediencia civil pacífica.

Calderón no es sordo ni autista; tampoco insensible. Sus decisiones responden a una estrategia preconcebida, con eje en una doctrina de seguridad nacional importada. Como dijo Sicilia, la política de seguridad de Calderón fue diseñada por Estados Unidos. Su lógica es militar. Parte del mito de la guerra, como una realidad humana fundamental a la cual se reducen todas las demás. La guerra destruye la política y borra la frontera con la paz. La lógica de Calderón invierte la fórmula de Clausewitz: la política se transforma en la prolongación de la guerra gracias a otros medios. Si la política es la prolongación de la guerra, se asimila a la guerra y debe ser conducida por la guerra.

El uso de los conceptos no es inocente. En nombre de una presunta guerra a las drogas, Calderón instauró un régimen de excepción, con zonas del país bajo virtual estado de sitio. Calderón ha buscado poner al Estado y a la sociedad en función del estado de guerra. Lo primero lo logró. Durante cuatro años y medio la guerra de Calderón dominó la agenda pública: convirtió la nota roja en noticia principal de diarios y medios electrónicos. En el segundo objetivo, poner a la nación en permanente pie de guerra, fracasó. Su estrategia de guerra generó violencia, miedo y terror, pero no logró transformar a la sociedad en un inmenso ejército movilizado bajo su mando. Sus llamados a la unidad nacional contra los criminales, los verdaderos enemigos de México –los hijos de puta, diría Aguilar Camín–, fracasó porque se trata de una guerra fantasma, con base en un mito.

El mito de la guerra no obedece a un simple error intelectual: es útil. El culto de la seguridad sólo puede favorecer los privilegios y justificar el statu quo. El uso del Ejército, la Marina de guerra y la policía militarizada de García Luna es el sostén y justifica un tipo de sociedad basada en el centralismo autoritario y la explotación jerarquizada. Su papel ideológico cumple la función de perpetuar las relaciones entre dominadores y dominados. El método consiste en cambiar la ideología de la lucha de clases por otra ideología ficticia e inmovilista. De allí el apoyo del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, el Consejo Coordinador Empresarial y otros once grupos corporativos a la Ley de Seguridad Nacional enviada al Congreso por el Ejecutivo.

Eso Sicilia lo tiene claro: la violencia de los señores de la muerte es resultado de estructuras económicas y sociales que generan desigualdad y exclusión. La infame realidad y la demencia criminal se nutren de las omisiones, complicidades y/o colusiones mafiosas de los que detentan el poder: la partidocracia, los poderes fácticos y sus monopolios, las cúpulas empresariales y las jerarquías conservadoras de las iglesias, los gobiernos y las policías.

La militarización de la sociedad forma parte de un engranaje organizado, necesitado e institucionalizado para preservar el actual estado de cosas. Como ha quedado plasmado en el discurso beligerante de Calderón, alias El Churchill, utiliza el monopolio del poder (sic) para hacer la guerra en nombre de todos los mexicanos de bien, y quienes no lo apoyan son sospechosos de ser cómplices de los enemigos del Estado. Un Estado que se sirve del monopolio de las armas para hacer una guerra permanente contra el pueblo. Mientras más autoritario y violento es un Estado, más trata a la nación como enemiga.

Pero los ciudadanos están desarmados. De allí la necesidad de la política. La política es el arte de las transacciones de la tolerancia y el arte de lo posible. La política comienza cuando el Estado deja de ser violento y entra en diálogo con los ciudadanos; cuando el Estado se sujeta a las leyes resultado de un diálogo con los ciudadanos. La paz es la consecuencia de la renuncia a los medios violentos. Es decir, al uso de las armas que matan.

Sicilia se opone a una paz armada como parte de un modelo militar. Quiere llevar al régimen al terreno de las soluciones no armadas. El diálogo que ofrece Calderón es un monólogo; se siente poseedor de la verdad única y ofrece una cooperación con base en la dialéctica del amo y el esclavo. De arriba a abajo. Frente a esa manipulación maniquea del poder, la multitud que aspira a una paz con justicia y dignidad impulsa otra forma de hacer política; quiere una democracia participativa y más representativa. El nuevo Ya basta de los de abajo y las clases medias está dirigido a la reconstrucción del tejido social de la nación. La marcha significó la ruptura del terror y la posibilidad de que el dolor social se convierta en acción colectiva organizada. Los sonidos del silencio son otra forma de lucha. El alto a la guerra es hoy una cuestión de salvación nacional.

El Equipo, propaganda de guerra

Jorge Carrasco Araizaga

MÉXICO, DF, 15 de mayo (apro).- Las guerras también se ganan con propaganda. Las acciones de fuerza no son suficientes. Hay que difundir información falsa o distorsionada para mantener la confianza de los combatientes propios y ganar el respaldo social.

En la “guerra al narcotráfico” de Felipe Calderón, ejecutar capos, descabezar células, detener a miles y presentarlos en la televisión no han servido ni para convencer a nadie ni para persuadir a los integrantes de las fuerzas del Estado para que dejen de sumarse al enemigo. Dentro y fuera del país, prevalece la idea de que el gobierno de Calderón va perdiendo la guerra contra los cárteles, por más retórica político diplomática que reciba. Las pérdidas del Estado mexicano son palpables: control territorial y de la violencia, sangría en su aparato represivo y extravío del pacto social.

La información que fluye y predomina es respecto a estas pérdidas. Cada día, el gobierno de Calderón está sometido a una intensa contrapropaganda por parte de los cárteles de la droga.

Las decenas de muertos que cada día se registran en todo el país, los mutilados que son esparcidos en calles, baldíos, carreteras, los miles de familiares que van peregrinando en busca de secuestrados y desaparecidos, los exiliados internos y externos y tantas expresiones más de la violencia demuelen machacona, implacablemente, cualquier idea de autoridad. Las mantas, cartulinas, videos, mensajes de las redes sociales y otras formas de expresión se han constituido en un poderoso aparato de contrapropaganda de los cárteles de la droga.

Se usan no sólo para que los narcotraficantes se manden mensajes y amenazas. Representan también un diálogo informal con el gobierno, ya para tender puentes, ya advertir contra algún servidor público por proteger a un enemigo.

El Equipo, la coproducción de la secretaría de la Seguridad Pública y Televisa, es una respuesta a la ventaja que le lleva la delincuencia organizada al gobierno de Calderón. No es gratuito que sea una acción conjunta de García Luna y Televisa. Se trata del principal simulador del gobierno de Felipe Calderón y del principal aparato propagandístico del país.

La comunión de recursos del gobierno federal y del imperio propagandístico configura la típica acción de la psychological warfare o guerra psicológica desarrollada por los Estados Unidos desde la Primera Guerra Mundial para mantener la confianza entre sus tropas e intimidar a sus enemigos. El propósito es mostrar la superioridad, el engrandecimiento sobre el enemigo, con el fin último de generar opiniones, actitudes y emociones de apoyo. Para ello, se echa mano de información falsa, la mentira, la simulación, el disimulo.

Hay que desacreditar y disminuir al enemigo, restarle apoyo. Presentarlo como el responsable de la desgracia, el único que comete injusticias. Crear ficción.

Es lo que ha hecho de manera abrumadora el aparato propagandístico estadunidense por más de 60 años. Las producciones cinematográficas y televisivas se han dedicado a justificar las acciones bélicas de ese país, a engrandecer el espíritu de sus combatientes y generar apoyo de sus ciudadanos y de otros en el mundo. Lo de la SSP-Televisa es propaganda pura. Como sucedió con el Acuerdo Informativo para la Cobertura de la Violencia, que era parte de ese afán por dominar los mensajes, El Equipo está destinado al fracaso.

La gran paradoja es que su principal saboteador es el propio Calderón debido a su reiterada negación a lo que él mismo propagó como guerra durante la primera mitad de su gobierno. Pero en los hechos sigue asumiéndose como un combatiente. Es un comportamiento esquizofrénico. La semana pasada fue a decir a Nueva York que él nunca enarboló la bandera de la guerra contra el narcotráfico. Algo que, por supuesto, nadie le cree. Pero apenas se bajó del avión quiso emular a uno de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro inglés Winston Churchill.

Calderón dijo que su estrategia contra el narco era “combatir por mar, tierra y aire con toda nuestra fuerza que Dios pueda darnos”. Televisa, incluida, desde luego. Enfermizas, tales contradicciones lo único que garantizan es el fracaso. Pero la ruina no es para él, que se va en año y medio. La endosó, y por años, a quienes quiere convencer que cuanto pasa en El Equipo no es pura coincidencia.