SIMPLEMENTE ASESINADO

3 may 2011

Un guerrero superado por la historia

ROBERT FISK

Un don nadie de mediana edad, un fracasado político, rebasado por la historia –por los millones de árabes que exigen libertad y democracia en Medio Oriente–, murió en Pakistán este domingo. Y el mundo enloqueció. No bien había salido de presentarnos una copia de su certificado de nacimiento, el presidente estadunidense apareció en medio de la noche para ofrecernos en vivo un certificado de la muerte de Osama Bin Laden, abatido en una ciudad bautizada en honor de un mayor del ejército del viejo imperio británico. Un solo tiro en la cabeza, nos dicen. Pero ¿y el vuelo secreto del cuerpo a Afganistán, y el igualmente secreto sepelio en el mar?

La extraña forma en que se deshicieron del cuerpo –nada de santuarios, por favor– fue casi tan grotesca como el hombre y su perversa organización.

Los estadunidenses estaban ebrios de alegría. David Cameron lo llamó un enorme paso adelante. India lo describió como un hito victorioso. Un triunfo resonante, alardeó el primer ministro israelí Netanyahu. Pero, luego de 3 mil estadunidenses asesinados el 9/11, incontables más en Medio Oriente, hasta medio millón de víctimas mortales en Irak y Afganistán y 10 años empeñados en la búsqueda de Bin Laden, oremos por no tener más triunfos resonantes.

¿Ataques en represalia? Tal vez ocurran, de los grupúsculos en Occidente que no tienen contacto directo con Al Qaeda. A no dudarlo, alguien sueña ya con una brigada del mártir Osama Bin Laden. Tal vez en Afganistán, entre los talibanes. Pero las revoluciones de masas de los cuatro meses pasados en el mundo árabe significan que Al Qaeda ya estaba políticamente muerta. Bin Laden dijo al mundo –de hecho me lo dijo en persona– que quería destruir los regímenes pro occidentales en el mundo árabe, las dictaduras de los Mubaraks y los Ben Alís. Quería crear un nuevo califato islámico. Pero en estos meses pasados, millones de árabes musulmanes se levantaron, dispuestos al martirio, pero no por el islam, sino por democracia y libertad. Bin Laden no echó a los tiranos: fue la gente. Y la gente no quería un califa.

Tres veces me reuní con el hombre y sólo me quedó una pregunta por hacerle: ¿qué pensaba al observar cómo se desenvolvían esas revoluciones este año, bajo las banderas de naciones, más que del islam, cristianos y musulmanes juntos, personas como a las que sus hombres de Al Qaeda les encantaba reventar?

A sus ojos, su logro fue crear Al Qaeda, institución que no tenía tarjeta de membresía. Bastaba levantarse una mañana queriendo ser de Al Qaeda, y ya lo era. Él fue el fundador, pero nunca un guerrero en batalla. No había una computadora en su cueva, ni hacía llamadas para que detonaran las bombas. Mientras los dictadores árabes gobernaban sin que nadie les hiciera frente, con nuestro apoyo, evitaron hasta donde les fue posible condenar la política de Washington; sólo Bin Laden lo hacía. Los árabes nunca quisieron estrellar aviones en altos edificios, pero admiraban al hombre que decía lo que ellos querían decir. Pero ahora, cada vez más, pueden decirlo. No necesitan a Bin Laden. Se había vuelto un don nadie.

Hablando de cuevas, la desaparición de Bin Laden arroja una luz sombría sobre Pakistán. Durante meses, el presidente Alí Zardari nos había estado diciendo que Osama vivía en una cueva en Afganistán. Ahora resulta que vivía en una mansión en Pakistán. ¿Traicionado? Claro que sí. ¿Por los militares o por los servicios de inteligencia de Pakistán? Es muy probable que por los dos. Pakistán sabía dónde estaba.

Abbottabad no sólo es hogar del colegio militar de ese país –la ciudad fue fundada por el mayor James Abbott del ejército británico en 1853–, sino también cuartel de la segunda división del cuerpo del ejército del norte. Apenas hace un año busqué una entrevista con uno de los criminales más buscados, el líder del grupo responsable de las masacres de Bombay. Lo encontré en la ciudad paquistaní de Lahore, resguardado por policías paquistaníes armados con ametralladoras.

Desde luego, hay una pregunta de lo más obvia sin respuesta: ¿no podrían haber capturado a Bin Laden? ¿Acaso la CIA o los Seals de la Armada o las fuerzas especiales o cualquier cuerpo estadunidense que lo haya matado no tenía los medios para arrojarle una red al tigre? Justicia, llamó Barack Obama a esta muerte. En los viejos tiempos justicia significaba proceso debido, un tribunal, una audiencia, un defensor, un juicio. Como los hijos de Saddam Hussein, Bin Laden fue muerto a tiros. Claro, él jamás quiso que lo atraparan vivo... y había sangre a raudales en la habitación donde murió.

Pero un tribunal habría preocupado a muchas más personas que a Bin Laden. Después de todo habría podido hablar de sus contactos con la CIA durante la ocupación soviética de Afganistán o de sus acogedoras reuniones en Islamabad con el príncipe Turki, jefe de la inteligencia de Arabia Saudita. Así como Saddam Hussein –quien fue juzgado por el asesinato de sólo 153 personas y no por los miles de kurdos gaseados– fue ahorcado antes de que tuviera oportunidad de contarnos sobre los componentes del gas llegados desde Estados Unidos, sobre su amistad con Donald Rumsfeld o la asistencia militar que recibió de Washington cuando invadió Irán, en 1980.

Resulta extraño que Bin Laden no fuera el criminal más buscado por los crímenes internacionales de lesa humanidad del 11 de septiembre de 2001. Ganó su estatus del viejo oeste por ataques anteriores de Al Qaeda a embajadas de Estados Unidos en África y al cuartel del ejército de ese país en Durban. Siempre estaba a la espera de los misiles de crucero… también yo cuando me reuní con él. Había esperado la muerte antes, en las cuevas de Tora Bora en 2001, cuando sus guardaespaldas se negaron a dejarlo presentar resistencia y lo obligaron a cruzar a pie las montañas hacia Pakistán. De seguro pasó algún tiempo en Karachi; estaba obsesionado con esa ciudad: hasta me dio fotografías de grafitis de adhesión a su causa en los muros de la antigua capital paquistaní, y elogiaba a los imanes locales.

Sus relaciones con otros musulmanes eran un misterio. Cuando me reuní con él en Afganistán, en un principio tenía miedo del talibán y se negó a dejarme ir a Jalalabad de noche desde su campamento: me entregó a sus lugartenientes de Al Qaeda para que me protegieran en el viaje al día siguiente. Sus seguidores odiaban a los musulmanes chiítas por herejes; para ellos todos eran dictadores e infieles, aunque Bin Laden estaba dispuesto a cooperar con los ex baazistas iraquíes contra los ocupantes estadunidenses de su patria y lo dijo así en una grabación de audio que la CIA típicamente pasó por alto. Nunca elogió a Hamas y apenas si era digno de la definición de guerrero sagrado que ese grupo le dedicó este lunes, la cual llegó, como de costumbre, directamente a manos israelíes.

En los años posteriores a 2001, tuve una débil comunicación indirecta con Bin Laden. Una vez me reuní con uno de los socios en los que confiaba en Al Qaeda, en una ubicación secreta en Pakistán. Escribí una lista de 12 preguntas, la primera de las cuales era obvia: ¿qué clase de victoria podía proclamar, cuando sus acciones condujeron a la ocupación por Washington de dos naciones musulmanas? Durante semanas no hubo respuesta. Luego, un fin de semana, cuando esperaba para dar una conferencia en San Luis Misuri, en Estados Unidos, me dijeron que Al Jazeera acababa de difundir una nueva cinta de Bin Laden. Y una a una –sin mencionarme– contestó mis 12 preguntas. Y sí, quería que los estadunidenses fueran al mundo musulmán… para así poder destruirlos.

Cuando Daniel Pearl, periodista del Wall Street Journal, fue secuestrado, escribí un largo artículo en The Independent, en el que suplicaba a Bin Laden que le salvara la vida. Pearl y su esposa me cuidaron cuando fui golpeado en la frontera afgana, en 2001; él incluso me dio el contenido de su libro de contactos. Mucho tiempo después me dijeron que Bin Laden había leído mi reporte con tristeza. Pero Pearl ya había sido asesinado. O eso dijo Osama.

Las obsesiones de Bin Laden infestaron a su familia. Una esposa lo dejó, otras dos parecen haber muerto en el ataque estadunidense del domingo. Conocí a uno de sus hijos, Omar, en Afganistán, en 1994; estaba con su padre. Era un niño guapo y le pregunté si era feliz. Sí, me respondió en inglés. Pero el año pasado publicó un libro llamado Living Bin Laden, en el que, al describir cómo su padre mató a los perros que él amaba en un experimento de guerra química, lo llamó un hombre malvado. En ese libro también recordó nuestro encuentro, y concluyó que debió haberme dicho que no era un niño feliz.

Para el mediodía de este lunes ya había yo recibido tres llamadas telefónicas de árabes, todos seguros de que los estadunidenses mataron al doble de Bin Laden, igual que muchos iraquíes creen que los hijos de Saddam Hussein no perecieron en 2003, y que el propio Saddam tampoco fue ahorcado. A su debido tiempo, Al Qaeda nos lo dirá. Por supuesto, si todos estamos equivocados y era un doble, veremos un video más del verdadero Bin Laden… y el presidente Obama perderá la próxima elección.

8 de mayo

LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Este 8 de mayo tomará las calles un vigoroso y naciente movimiento ciudadano contra la violencia y la militarización del país. Convocadas por el poeta Javier Sicilia, miles de personas darán vida a un movimiento inédito, genuino y vigoroso de rechazo explícito a la inseguridad pública, la impunidad y la fracasada guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón.

La marcha de este 8 de mayo no tiene nada que ver con realizada en junio de 2004. La movilización de 2004 fue promovida por los grandes medios de comunicación electrónicos y por algunos periódicos. En nombre de la seguridad se convirtió, en los hechos, en una iniciativa para construir un polo social contra Andrés Manuel López Obrador. A las protestas le siguió el desafuero del jefe de Gobierno de la ciudad de México.

Las figuras visibles de la jornada de lucha de aquel entonces fueron personajes de la iniciativa privada víctimas de la inseguridad. Más allá de su legítimo dolor, muy pronto se convirtieron en interlocutores del gobierno federal en asuntos relacionados con la inseguridad pública. Con rapidez, su visión del mundo y su red de intereses terminaron convirtiéndolos en piezas funcionales de la estrategia gubernamental de turno.

El ¡Estamos hasta la madre! de Javier Sicilia camina en otra dirección. Sin ambigüedad, cuestiona simultáneamente a los criminales y al gobierno. Apela a la indignación, no para cabildear con el poder, sino para movilizar a la sociedad. No cuenta con el padrinazgo de los grandes medios de comunicación electrónicos. Es la expresión más acabada del hartazgo ciudadano ante la violencia criminal y la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón.

Como un río que a su paso se nutre de diversos afluentes, su ¡ya basta! confluye y retoma la trayectoria seguida en los últimos años por las kaminatas contra la muerte en Ciudad Juárez y Chihuahua; las protestas de los padres de familia de las víctimas de la guardería ABC en Sonora; la campaña No más sangre; la acción de los seguidores de Benjamín Le Baron –la figura carismática de la comunidad mormona, asesinado en Chihuahua– y las movilizaciones del sacerdote Alejandro Solalinde en favor de inmigrantes indocumentados.

Las kaminatas contra la muerte son acciones simultáneas que se realizan en Ciudad Juárez y en Chihuahua cada viernes por la tarde. Llaman a la organización y protestan contra la militarización. No están ni con los grupos de narcotraficantes ni con el Estado. Tan sólo hasta el pasado 12 de febrero se habían efectuado 30 de ellas. Apenas el 29 de octubre, la Policía Federal reprimió en Juárez una de esas manifestaciones y le disparó por la espalda al estudiante Darío Álvarez Orrantes.

Uno de los asistentes, el profesor Willivaldo Delgadillo, contó lo sucedido: “Yo estuve en esa marcha con mi hijo de 12 años. Lo llevé porque la Kaminata es un ejercicio ciudadano pacífico y necesario ante la debacle humanitaria que se vive aquí. No quiero que mi hijo se acostumbre a la violencia ni a la impunidad. Sin embargo, al final de la marcha llegaron los federales en tres pick-ups; eran aproximadamente 24 elementos. Dispararon por lo menos en cinco ocasiones, en dos tandas; el ataque fue deliberado. Unos minutos más tarde un helicóptero empezó a sobrevolar el campus universitario. Es evidente que se trata de una embestida contra la protesta social. El mundo debe saber que en Juárez la única guerra que hay es contra los jóvenes y contra los más vulnerables. La supuesta guerra contra el narcotráfico es tan sólo un buen negocio más del régimen. Aun así, hoy saldremos a marchar de nuevo”.

A raíz de esa agresión, grupos de estudiantes de educación superior de UNAM, UACM e IPN han efectuado movilizaciones en la ciudad de México para denunciar los sistemáticos crímenes contra estudiantes. Una de esas protestas, realizada en la UNAM, reunió a 7 mil estudiantes. Con veladoras encendidas dibujaron un mapa de México. De allí surgió la Coordinadora Metropolitana Contra la Militarización y la Violencia (Comecom).

El sacerdote Alejandro Solalinde Guerra es coordinador de la Pastoral de la Movilidad Humana en Zona sur-Pacífico. Ha enfrentado un permanente acoso y agresiones directas tanto de autoridades locales como de grupos ligados al crimen organizado. Su delito es mantener abierto un albergue que ofrece techo y comida de manera temporal a los migrantes que viajan en ferrocarril rumbo al norte. En 2008, el alcalde de Ixtepec, 14 policías y tres decenas de personas amenazaron a Solalinde con prender fuego al albergue si no lo cerraba en 48 horas. En varias ocasiones ha estado preso.

En 2009, la comunidad mormona disidente de Le Baron, en Galeana, Chihuahua, se movilizó para exigir la libertad del joven Erick Le Baron, secuestrado por una banda criminal. Poco después, un comando fuertemente armado, con capuchas, cascos y chalecos, asesinó a Benjamín Le Baron y a su cuñado Luis Widmar. Bejamín era empresario, activista de su comunidad, organizador de una policía comunitaria, líder de su iglesia local y, en estos días de lucha, dirigente de la comunidad en lucha contra el crimen organizado. El gobierno nunca le dio protección.

Un parteaguas en este proceso de organización del descontento fue la campaña No más sangre, convocada el pasado 10 de enero por un grupo de caricaturistas encabezados por Eduardo del Río, Rius. Sumándose a su convocatoria, miles de personas han tomado las calles para protestar. El objetivo de la iniciativa, según el monero, es hacerle ver al gobierno que estamos hasta la madre de vivir está situación de angustia y temor generalizado. Esperamos que la gente se una a esta campaña y deje de estar cruzada de brazos viendo a ver cuándo se le ocurre al gobierno parar esta absurda guerra que no está sirviendo para nada.

Muchos de quienes marcharán este 8 de mayo piensan que multitud de homicidios perpetrados en los últimos años de guerra contra el narcotráfico fueron cometidos contra personas desarmadas, sin que se hubieran provocado riñas o enfrentamientos. No fueron asesinatos acaecidos por la lucha abierta entre cárteles de las drogas, ni provocados por el enfrentamiento del Ejército y las policías contra bandas del crimen organizado. Fueron crímenes cometidos en un país que vive en muchas regiones un estado de sitio no decretado, patrulladas día y noche por miles de efectivos policiacos y militares. Por eso exigen que se detenga ya la acción de las bandas criminales y la militarización del país.

Calderón: Confesión en el Vaticano

Álvaro Delgado



MÉXICO, DF, 2 de mayo (apro).- El problema de los zalameros es que suelen ponerlos en ridículo hasta sus propios adulados y eso le pasó a Germán Martínez, el peor presidente que ha tenido el Partido Acción Nacional (PAN) en su historia, por quedar bien con Felipe Calderón, quien en Roma hizo una aterradora confesión.

Martínez, cuya súbita riqueza patrimonial es motivo de escándalo entre los panistas, escribió en el diario Reforma, hoy lunes 2, que la visita de Calderón a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II no viola el Estado laico ni la Constitución y la ley.

El viaje de Calderón a El Vaticano, alegó, no fue de carácter oficial, “aunque tampoco sea privado o personal”. Más allá de si algún día explica qué naturaleza tuvo esa visita, a la que se sumó un grupo de religiosos con cargo a nuestros impuestos, conviene detenerse en la defensa que hace Martínez de su jefe en la violación por lo menos de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.

Dice el artículo 25 de esa ley que las autoridades federales, estatales y municipales “no podrán asistir con carácter oficial a ningún acto religioso de culto público ni a actividad que tenga motivos o propósitos similares”.

Según Martínez, si bien es cierto que existe esa prohibición en la ley, Calderón no la violó porque su presencia en El Vaticano no tuvo, como ya se apuntó, “carácter oficial”, y dio sus alegatos:

“No es oficial, porque ‘lo oficial’ de un acto de gobierno produce consecuencias jurídicas, políticas o ‘de facto’ en la población. El Presidente (sic) nada ‘oficializó’ con su visita. Nada acordó como para suponer la violación al Estado laico. No pactó subordinar el gobierno al deseo de un obispo, cura, abad o acólito.”

Cabe preguntarse entonces: ¿En calidad de qué Calderón invitó a Joseph Ratzinger a visitar México, donde los mexicanos --¡y él mismo!-- “estamos sufriendo” por la violencia que ha ensangrentado la nación? ¿Solicitó esa visita de desesperado auxilio --“lo necesitamos”--, sólo como ciudadano michoacano y creyente?

Y más aún: ¿Calderón invitó a Ratzinger como jefe de un Estado, El Vaticano, o como líder espiritual de una religión que no profesan por lo menos 20 millones de mexicanos que han sido discriminados por su predilección religiosa?

Esto fue lo que le dijo: “Santo Padre, gracias por su invitación, gracias a usted y a la Iglesia. Le traigo una invitación del pueblo mexicano, de los mexicanos para que visite nuestro país que al momento sufre mucha violencia. Ellos le necesitan mucho, más que nunca, estamos sufriendo”.

¿No es obvio que esa solicitud al papa Benedicto XVI a México, hecha por Calderón en ese viaje que para Martínez no fue oficial, “aunque tampoco sea privado o personal”, ya tiene consecuencias jurídicas, políticas o por lo menos “de facto” en la población, así sea con fines facciosos, y por tanto implica una violación legal?

Es obvia que la defensa de Martínez a Calderón, su jefe, no había tomado en cuenta la petición que le hizo a Ratzinger en el breve saludo y su alegato resultó ridículo.

Martínez concluyó su panegírico de Calderón así: “Entiendo el enojo por beatificar al liquidador del comunismo, pero, ¿qué culpa tiene Calderón?”

Y uno puede decir: Se entiende la necesidad de Calderón de sustituir con religiosidad su suprema ineptitud, pero ¿qué culpa tenemos los mexicanos de que nos traiga a un protector de pederastas como fue también el nuevo beato?

Lo que aterra es la dramática solicitud de Calderón a Ratzinger que, sin sarcasmos, implica el reconocimiento de que avanzamos fatalmente hacia el abismo. Es la capitulación de alguien que por su capacidad pudo ser, si acaso, alcalde de Morelia.

Por eso, a pesar del ominoso silencio de las grandes cadenas mediáticas --tan obsequiosas con el poder cuando les deja rédito económico--, la indiferencia de los magnates y el grueso de la clase política, es preciso sumarse a la Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad, que el domingo 8 llegará al Zócalo…