INTENTO DE LA BARBARIE

16 jun 2011

Las humanidades y la barbarie de la RIEMS

MANUEL PÉREZ ROCHA

Mediante la RIEMS (Reforma Integral de la Educación Media Superior), la Secretaría de Educación Pública hace un nuevo intento de controlar ese nivel educativo y orientarlo de conformidad con la ideología y perspectivas del gobierno federal, ahora panista. En 1974, hace ya casi 40 años, con la fundación del Colegio de Bachilleres, el gobierno federal pretendió dominar ese sector educativo y tuvo un éxito parcial: separó al bachillerato de casi todas las universidades autónomas y se fundaron muchos planteles bajo el mando directo o indirecto de la SEP. La intención era que incluso la Escuela Nacional Preparatoria y el bachillerato del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM pasaran a formar parte del Colegio de Bachilleres bajo la dirección del gobierno federal. Afortunadamente esto último se impidió.

Después de 37 años no hay duda de que, al separar de las universidades al bachillerato, la SEP logró su propósito de despolitizarlo; tampoco hay duda del deterioro académico de esta área del sistema educativo y del enorme daño que esa medida ocasionó a la educación mexicana y a la nación entera. Ahora nuevamente, con la RIEMS, la SEP se empeña en controlar todo el nivel de bachillerato y en imponer una educación empobrecida, lo que constituye un auténtico acto de barbarie. Puesto que para lograr ese propósito se topan con límites legales y con la oposición razonada de algunas instituciones, acuden a un expediente corruptor vulgar: el dinero. A quienes acepten este proyecto se les dará dinero, a los que no lo acepten, no. La amplísima libertad con la que la SEP administra cuantiosas partidas presupuestales y la precariedad en la que viven muchas instituciones le permite imponer sus políticas sin sujeción al Poder Legislativo, ni a criterios académicos diferentes a los suyos. La Cámara de Senadores ha detenido en estos días las modificaciones legales que harían obligatorio el bachillerato, pero tanto los senadores como los diputados están totalmente al margen de una reforma del bachillerato que tendrá nuevas consecuencias desastrosas para la nación.

La UNAM se ha opuesto inútilmente a esta barbaridad. Hace más de un año, su Consejo Universitario dirigió a la SEP un comunicado en el que señala cuestiones fundamentales que debieran ser atendidas y denuncia el incumplimiento de un acuerdo de la propia SEP (el 488) con el cual se atenuaban ligeramente los desastres ocasionados por la reforma. El pronunciamiento de la autoridad universitaria no mereció respuesta de la SEP, la cual la semana pasada dejó en claro que la reforma sigue adelante, argumentando tramposamente que las instituciones que imparten el bachillerato son autónomas y eligen libremente sus planes de estudio (autonomía que tiene en el cogote el grillete del dinero de la SEP).

Hay por lo menos dos elementos de la reforma del bachillerato impulsada por la SEP que merecen una urgente crítica: el enfoque de las competencias y la desaparición de las disciplinas de humanidades y ciencias sociales. El enfoque de competencias privilegia el saber hacer como fin único de la educación y suprime otro objetivo esencial de esta tarea: enseñar a saber ser. No es necesario especular acerca de las consecuencias que tiene este enfoque; congruentes con él, sus promotores eliminan de los planes de estudio la filosofía e introducen versiones aberrantes de las demás humanidades: la historia, las letras, las artes (la música ni siquiera aparece). Los promotores de esta reforma afirman que la filosofía no desaparece pues se atiende transversalmente dentro de otras disciplinas. La literatura se confina dentro del área de comunicación (!!!) y la historia aparece como una más de las ciencias sociales junto con la administración.

Estas reformas las generan una profunda ignorancia y una ideología ramplona: la acusación de que los problemas sociales, económicos y políticos obedecen a la incompetencia del pueblo trabajador (por eso hay que hacerlos competentes y competitivos mediante las competencias); la concepción de los seres humanos solamente como productores, como empleados o, si acaso, como ciudadanos bien portados para lograr la tranquilidad social que requieren los negocios y el progreso; el desconocimiento de que la historia no es una más de las ciencias sociales, sino, además de studia humanitatis, la ciencia por antonomasia, tanto en el ámbito individual como en el social, e incluso en el de la naturaleza. El desconocimiento de que la filosofía no se reduce a la lógica sino que, con el resto de las humanidades, es el espacio de reflexión y análisis en donde buscamos entender quiénes somos y adónde vamos; el desconocimiento de que las letras, la literatura, no son simple medio de comunicación sino, con las demás humanidades, reservorio que nos provee de valores estéticos, éticos, humanos, imprescindibles para seguir siendo humanidad; el desconocimiento de que las artes son no solamente materia de apreciación sino necesidad vital de expresión y enriquecimiento personal.

Las humanidades contribuyen a dar sentido ético, estético, social, histórico y personal a lo que somos y a lo que hacemos, alimentan la voluntad, el carácter, la virtud y la sabiduría, y de esta manera dan sustento y orientación al saber hacer. A los funcionarios de la SEP no les interesó el debate con los universitarios. Para orientarse tienen a su asesor que es la OCDE, el nuevo gran hermano de la educación mexicana constituido por economistas y banqueros metidos a educadores. Para imponerse tienen un medio poderoso: el dinero.

Por qué apoyo a Javier Sicilia

Enrique Krause.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- A Francisco Segovia (Proceso 1805) le extraña mi adhesión al Movimiento que encabeza Javier Sicilia. No sé de dónde saca que, al hacerlo, pongo “mis barbas a remojar” por el influjo de los movimientos en el mundo árabe; o dónde leyó “acusaciones” mías a Sicilia; o por qué cree que mis artículos sobre Sicilia, publicados en Reforma, pretenden traer “agua al molino panista”. Sus elucubraciones no tienen que ver con mis ideas. No hay misterio en mi apoyo a Sicilia, y le explicaré por qué.

Apoyo a Javier Sicilia, en primer lugar, por solidaridad con el amigo en su dolor. Lo que ha vivido Javier es, sin hipérbole, una tragedia bíblica. Pero Sicilia está reescribiendo por su cuenta, con su vida y su ejemplo, el Libro de Job. Aquel personaje a quien Dios privó de sus hijos volteó su ira contra Él. En cambio Sicilia, sacando fortaleza de su fe –que es la fe fundadora de la espiritualidad mexicana– ha convertido la ira en acción cívica. Tengo claro que ni siquiera Sicilia, con su genuina alma franciscana, puede cerrar los ojos a la existencia del Mal, muchas veces irreductible. Pero entre el Bien y el Mal hay una amplísima zona gris. Creo que su palabra y actitud han movido muchas conciencias en esa zona, y moverán más.

Apoyo a Javier Sicilia porque la respuesta a su llamado ha sido espontánea, libre y muy sustancial. En unas semanas ha logrado un sólido liderazgo. No hay acarreos en quienes lo siguen y escuchan: hay un conglomerado social que está “hasta la madre” y ha decidido nombrar a sus muertos, externar su crítica a la política gubernamental (apresurada en su origen, irreflexiva en su estrategia, ineficaz en su desempeño) y buscar vías alternativas para encarar el estado de pasmo, temor y postración que él ha llamado de “emergencia nacional”.

Apoyo a Javier Sicilia porque creo que su Movimiento busca el fortalecimiento y la articulación de la sociedad civil. Sin esa participación no podremos recobrar la paz en las calles y las conciencias. La sociedad civil debe encontrar cauces de organización y expresión, y debe llamar a cuentas a los poderes, a todos los poderes: institucionales, partidarios, fácticos, mediáticos, empresariales, sindicales, eclesiásticos, etcétera.

Apoyo a Javier Sicilia porque creo que finalmente concebirá una posición realista frente al inmenso poder de la delincuencia organizada y el universo de lo ilícito. Proceso documentó en su número pasado muestras visuales y documentales irrefutables sobre la naturaleza de ese mundo. Encarna el Mal, y frente al Mal no hay tregua posible. Javier Sicilia deberá encontrar una narrativa política y moral sobre ese tema. Confío en que lo hará.

Apoyo a Sicilia porque su Movimiento se inscribe en una corriente de anarquismo cristiano que proviene de Tolstoi (inspiración de Gandhi), con la que siempre he simpatizado. Su estirpe es la de Iván Illich, aquel original pensador que vivió entre nosotros y cuyas obras nos dejaron una crítica perdurable a las desmesuras, convenciones, cegueras y torpezas de nuestra sociedad. Esa corriente se vincula con un sector de la izquierda mexicana que no proviene del tronco comunista sino comunitario, cuyas raíces se fortalecieron a partir de los años sesenta. Aunque la corriente cristiana de Sicilia es muy crítica de las posiciones liberales –las mías propias–, también es sensible a la diversidad y respeta la pluralidad. Con ella se puede dialogar, con ella se puede construir.

Apoyo a Sicilia porque creo que su Movimiento puede convocar a la reflexión nacional sobre el tema de la criminalidad en el plano teórico y las ideas prácticas. Es preciso repensar las raíces de nuestro actual predicamento y sus derivaciones filosóficas y jurídicas. Y es necesario también tener ideas concretas, discurrir acciones (simbólicas, jurídicas, mediáticas) que tengan un impacto profundo en México y, sobre todo, en Estados Unidos: nuestros muertos financian sus adicciones.

Apoyo a Javier Sicilia por un acto de coherencia elemental. Así apoyé al doctor Salvador Nava en la tenaz lucha cívica que desarrolló durante más de tres décadas contra el torvo caciquismo del PRI en San Luis Potosí. La Marcha de Sicilia, con la imagen de Juanelo en su camiseta, me recuerda esa otra Marcha de Nava, enfermo terminal pero lleno de esperanza democrática, a la Ciudad de México. Fue un honor estar con don Salvador. Es un honor estar con Javier.

Congruencia, poeta

OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

Cuando era niño los maristas me dijeron en la escuela que si me ponía una piedra en el zapato estaría haciendo un sacrificio y que éste debía ofrecérselo a Dios para salvar mi alma. Lo único que logré en mi ingenuidad fue una ampolla en un pie y, desde luego, dejé el catolicismo y de creer en Dios: ¿dónde estaba su bondad infinita?

Con lo anterior quiero decir que entiendo el encabronamiento de Javier Sicilia al ver que su sacrificio de recorrer 3 mil 400 kilómetros (en su versión) no fuera coronado con un acuerdo tal y como él lo deseaba cuando se propuso encabezar a sus seguidores hasta Ciudad Juárez. Según la entrevista de Becerra-Acosta (Milenio, 12/06/11), Sicilia dijo: “No sé si ganaron los duros… pero lo único que vale es el acuerdo que ya habíamos firmado el 8 de mayo en el Zócalo de la ciudad de México…” (las cursivas son mías). La ampolla de Sicilia fue resultado de un recorrido agotador hasta la ciudad fronteriza de Chihuahua, para lograr muy poco, pues lo único válido para él, después de su sacrificio personal y el de quienes lo acompañaron, es lo que se firmó el 8 de mayo, un mes y dos días antes de lo acordado en Ciudad Juárez. Entonces, ¿para qué tan largo viaje y para qué su propuesta de firmar allá un pacto ciudadano nacional después de promover varias mesas de debate? Si las mesas de debate no eran para discutir su propuesta del 8 de mayo y sumar demandas ciudadanas de todo el país, ¿para qué hacerlas e ir hasta Ciudad Juárez? Yo vi a Sicilia, en un video, esperar las resoluciones del debate, que se tardaron en llegar. ¿Por qué llamarlas ahora una carta a Santa Claus con un chingo de peticiones y cosas por hacer? (www.eluniversal.com.mx, 13/06/11). Porque las resoluciones del debate no le gustaron, así de simple: lo rebasaban por la izquierda y eso es irresponsable, según su opinión. Ergo, había que descalificarlas llamándolas carta a Santa Claus. ¡Je suis le chemin, la vérité et la vie!, le faltó decir.

¿Qué esperaba Sicilia? La gente común no racionaliza poéticamente el sufrimiento que le ha impuesto la estúpida guerra de Calderón, que ya no sabe qué hacer ni a quién culpar de tanta víctima (el sábado 11 fueron reportadas 35 muertes y el domingo 12 otras 69, un total de 104, mientras Sicilia y sus amigos hablaban de paz, de diálogo con el gobierno y de no más muertes). La gente común está también muy encabronada, pues sus familiares y amigos siguen muriendo o sobreviviendo, y todos saben (sabemos) que esto no estaría ocurriendo si el dizque gobierno federal no se hubiera lanzado, a tontas y a locas, a golpear el avispero como si fuera una inocente piñata. Exigir que las fuerzas armadas regresen a sus cuarteles, ya y no cuando quieran Sicilia o Calderón, es una demanda absolutamente válida y necesaria, entre otras razones para que los militares dejen de violar todos los días la Constitución y otras leyes so pretexto de flagrancias que no lo son (en flagrancia quiere decir en el mismo momento de estarse cometiendo un delito, sin que el autor haya podido huir).

Es normal que los delincuentes violen las leyes, de ahí su nombre. Lo que no es normal ni correcto es que tanto el Ejército como la Armada las violen por instrucciones de Calderón. Es por esto que, además de demandar la salida de las fuerzas armadas de calles y carreteras, se exige juicio político al denominado Presidente de la República. No son duros quienes exigen esto, son realistas, y no andan buscando diálogos inútiles con quienes han provocado esta terrible situación en todo el país, en unos estados más que en otros.

Decir que los delincuentes estarían muy contentos si los militares regresan a los cuarteles es darle crédito a estos últimos y pensar que de veras están acabando con el crimen organizado. Lo que sabemos es que las cabezas del narco se multiplican en mayor proporción a las que supuestamente encarcelan o matan, que en todos lados crecen como hongos después de una lluvia, y que en revancha matan cada día a más y más, incluyendo a inocentes o a quienes creemos, de buena fe, que lo son. Matar, aunque sea por orden expresa de las autoridades, es un delito, como lo es entrar a la fuerza en la casa de alguien, incluso de un delincuente (Hank o quien sea), sin orden expresa de un juez (a la policía ministerial, no al Ejército). Presunción de culpabilidad no es lo mismo que dizque sorprender en flagrancia, así sea por denuncia de otros. En las guerras debidamente declaradas se vale que unos maten a otros, a los enemigos, pero la de Calderón no es guerra debidamente declarada. Él ya lo dijo: es una lucha contra el crimen organizado, por lo que ésta debe ser de acuerdo con la legislación vigente y no por encima de ésta.

Para quienes Sicilia ha llamado duros es inútil dialogar con los responsables de haber desatado la violencia y, en su caso, aceptar este diálogo [propuesto por Sicilia] estaría condicionado al retiro previo y total del Ejército. De lo contrario, sólo sería legitimar la estrategia militar calderonista (La Jornada, 11/06/11). Pienso que tienen razón y que dialogar con Calderón o sus empleados no llevará a nada, pues su gobierno y el vocero de seguridad nacional insisten en negar que sea la autoridad la que ha detonado la violencia en México (declaración de Alejandro Poiré registrada por Noticieros Televisa 13/06/11, 14:28).

Sicilia no debería de confundir su manera de pensar con la de otras personas, tan legítimamente inconformes como él, y tratar de desviar la protesta social a un diálogo con quienes han desatado la violencia y la inseguridad que vivimos sin antes recibir señales de que el gobierno actúa conforme a la legalidad y no amedrentando a tirios y troyanos en una guerra que sabemos está perdida. ¿Cómo explica Sicilia estar en favor de la revocación del mandato y no de que se le siga juicio político a Calderón, como demandan los duros que él critica?

Congruencia, poeta, congruencia.