¿BURROS CON TÍTULO?
28 jul 2011
Las universidades y los títulos profesionales
MANUEL PÉREZ ROCHA
A no pocas personas asombra enterarse que en muchos países, entre ellos Estados Unidos, las universidades no expiden títulos profesionales, sino certificados, diplomas y grados académicos (bachiller, maestría y doctorado), constancias de los conocimientos que tiene el graduado, pero que no le conceden el carácter de profesional ni le otorgan el derecho de ejercer una profesión. Se entiende que en las universidades los estudiantes adquieren y desarrollan conocimientos, por tanto estas instituciones tienen los elementos para determinar si un estudiante los posee o domina, sin embargo no tienen forma de juzgar la condición profesional de un individuo puesto que profesional es alguien que cuenta con un determinado nivel de conocimientos pero, además, tiene la capacidad de aplicarlos eficientemente en la solución de problemas concretos de la vida real, y lo hace con responsabilidad y ética rigurosa.
En Estados Unidos, para que un ingeniero reciba la licencia de ingeniero profesional debe demostrar que domina determinados conocimientos; para ello, preferentemente debe haber estudiado en una institución acreditada, pero ineludiblemente tiene que presentar un examen ante el colegio profesional apropiado. Además, mediante una práctica de cuatro años supervisada por un ingeniero profesional, debe demostrar que sabe aplicarlos y que lo hace con responsabilidad y ética. Cuando ha ocurrido esto, se le otorga la licencia profesional, que obligadamente ha de ser revalidada cada cierto número de años y puede ser retirada si la supervisión que ejercen las autoridades y los colegios profesionales determina que el profesionista ha incumplido con las normas del ejercicio profesional. Lo mismo sucede en otros países y en otras muchas profesiones.
Pero en México, a un joven que ha pasado tres o cuatro años en una aula escuchando profesores se le extiende un título profesional convertido mecánicamente en cédula con efectos de patente por la Dirección General de Profesiones de la SEP. Antes, un cuerpo colegiado revisaba un trabajo del aspirante a profesional (la tesis profesional, en la que el estudiante debía demostrar conocimientos y capacidades) y constituido en jurado examinaba al aspirante. En estos jurados se confundían, no siempre con razón, los profesores con los profesionales expertos. Ahora incluso este paso se ha suprimido y se dan 10 o más caminos fáciles para que los jóvenes adquieran el título profesional que otorga la institución educativa. Posteriormente, sólo en algunas áreas hay cierto seguimiento del ejercicio profesional (medicina, por ejemplo). En la mayor parte de las profesiones, en México, no hay supervisión alguna. Sin duda en muchas es innecesario, pero en otras es necesarísimo.
Desde la Edad Media, las universidades han cumplido con una doble función académica: a) transmitir conocimientos para el ejercicio de ciertas profesiones y b) cultivar el conocimiento, más allá de sus fines prácticos, para satisfacer las necesidades humanas de ciencia y sabiduría. La copia en México del concepto francés de universidad –la universidad profesionalizante– significó la adopción de una filosofía pragmática de la educación, del conocimiento y de la cultura, y el descuido de la investigación y la creación cultural. Justo Sierra intentó superar esta reducida visión de la educación universitaria incorporando al proyecto de la Universidad Nacional de México una Escuela de Altos Estudios que, entre otras, tendría la función de desarrollar el conocimiento y la cultura, tanto en ciencias como en humanidades. Sin embargo, el enorme peso de la visión de las escuelas profesionales fundantes y de los gremios que las controlan, se sirven de ellas y dominan a la universidad, acabó por desmembrar esa Escuela de Altos Estudios y convertirla en nuevas escuelas profesionales: Filosofía y Ciencias. Hoy, por ejemplo, salvo excepciones, estudian biología no quienes tienen interés en el fenómeno de la vida y sus misterios, sino quienes quieren conseguir empleo en la Semarnat (lo cual, por supuesto, no es reprobable). El absurdo de extender título y cédula profesional de filósofo lo exponía Javier Palencia, magnífico filósofo, educador y cecehachero mexicano fallecido prematuramente, quien fue de los primeros en obtener cédula profesional de filósofo con efectos de patente. Con sorna decía: puesto que pensar es la función profesional del filósofo, soy de los pocos mexicanos que piensan sin, por ello, violar la ley.
Formación universitaria, títulos profesionales y conseguir empleo se ha convertido en una sola cosa en la fantasía de la mayoría y un engaño en el que contribuye el mismo sistema educativo, pero nada tiene que ver con la realidad. Hace unos días, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social informó que al menos 45 por ciento de la población que cuenta con estudios profesionales realiza un trabajo distinto para el cual fue formada y que “5 por ciento de la población económicamente activa (casi 3 millones de personas)… no continúa con sus estudios debido a la percepción de que hay una falta de opciones relacionadas con las áreas que estudiaron”, y que la tasa de desocupación entre los jóvenes profesionistas es de 9 puntos porcentuales, frente a una media nacional de 5 por ciento.
La presencia avasalladora del título profesional en la vida de nuestras universidades es, pues, injustificada y hace perder de vista que la función más valiosa de éstas es que los estudiantes adquieran conocimientos y logren formarse una cultura propia para ser más libres, más felices, más creativos, más sabios. Esto es también lo mejor que pueden recibir para enfrentar los retos del complejo y difícil mundo laboral y convertirse, en su caso y momento, en buenos profesionales. Habría que empezar por desechar el término título, sinónimo de prebenda y trasnochada alcurnia, y remplazarlo por grado académico y licencia profesional, con una nueva legislación para su otorgamiento (la actual data de 1945), que contribuya a equilibrar la importancia de las diversas funciones universitarias y dar plena legitimidad y solidez al ejercicio de las profesiones.
El Castillo de Chapultepec, “¿símbolo de la paz?”
JOSÉ GIL OLMOS
MÉXICO, D.F., 27 de julio (apro).- Símbolo de la resistencia contra la invasión estadunidense, el Castillo de Chapultepec podría convertirse en un nuevo símbolo de la paz y de la transformación democrática de una ciudadanía ávida de que el gobierno modifique su estrategia contra el crimen organizado que hasta ahora ha dejado 50 mil muertes y miles de desaparecidos.
Desde el 2000, muchos mexicanos esperaban que Chapultepec fuera la sede de un pacto para la transición democrática, luego de que Vicente Fox terminara con 70 años de poder hegemónico del PRI. Era el sitio ideal para que el país arrancara una nueva etapa histórica, dejando atrás los viejos vicios de la corrupción, impunidad, compadrazgos, fraudes electorales y traiciones que imprimió el priismo a la cultura política nacional.
Pero esta ilusión nunca se concreto, el panismo decidió continuar la tradición presidencialista y llevó a Los Pinos los pactos con los viejos poderes caciquiles encarnados en Elba Esther Gordillo y los dueños de las televisoras.
Hoy el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad quiere retomar al Castillo de Chapultepec como la sede para los diálogos con el los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y discutir con ellos las alternativas no sólo de justicia y seguridad pública, sino políticas mediante una reforma de ley que incluya los candidatos ciudadanos y las figuras de la democracia participativa: referéndum, consulta popular, revocación de mandato e iniciativas ciudadanas.
Los esfuerzos que este movimiento ciudadano ha hecho desde su incipiente nacimiento en abril pasado para empujar cambios de posición y de estrategias en el gobierno y los partidos en la guerra contra el narcotráfico, justicia a las víctimas, recomposición del tejidos social y la reforma política no pueden ser más que reconocidos a pesar de sus yerros y limitaciones.
La voluntad de los integrantes de este movimiento por hacer del Castillo de Chapultepec la sede para los diálogos de paz con justicia y dignidad tienen no sólo un sentido emblemático sino esperanzador para miles de familias que están esperando se les haga justicia por ser víctimas de esta guerra declarada por Felipe Calderón desde el inicio de su gobierno, la cual ha catapultado los enfrentamientos entre los distintos grupos del crimen organizado por controlar territorio y rutas de transporte de la droga.
Las críticas que le han hecho y le siguen haciendo a Javier Sicilia por el abrazo y el escapulario entregado a Calderón en el primer encuentro en Chapultepec, los saludos amables a Manlio Fabio Beltrones, Josefina Vázquez Mota y Francisco Blake, tienen su sentido si vemos que son usados por cada uno de ellos como muestras de su poderío y por el poeta como un gesto de no violencia, práctica que Gandhi siguió para la liberación de la India del imperio británico.
Muchos quisieran que Sicilia no fuese tan condescendiente o amable con estos personajes que son responsables de la crisis y la violencia que se ha desatado en el país cobrando la vida de 50 mil personas y provocando la desaparición de miles más. Incluso algunos reprueban que se haya sentado a dialogar con la clase política y gobernante pues es casi seguro que no variaran en sus posiciones.
Pero estas críticas pierden fuerza si tomamos en cuenta varios aspectos, el primero es que no hay hasta el momento ningún otro movimiento social, sindical o sectorial, ni tampoco otro personaje con calidad moral y ética que pueda confrontar sin cuestionamientos a Calderón y a los partidos políticos exigiéndoles un cambio. Sicilia y el movimiento de paz se han mantenido al margen de los intereses políticos o electorales que se les han acercado manteniendo el origen de víctimas del movimiento.
Tampoco existe un movimiento como el de paz que encabeza el poeta que tenga posibilidades de articular a los múltiples grupos sociales, sindicales, obreros, campesinos y de derechos humanos que de manera totalmente atomizada intentan presionar a las distintas autoridades políticas, judiciales y legislativas para que den una respuesta a la situación de emergencia nacional en la que nos encontramos y que permea la vida económica, política, social, educativa y hasta cívica del país.
Igualmente no se observa en el panorama político y social a ningún personaje o grupo social que tenga posibilidades de articular todas estas inconformidades sociales y desde su espacio de la ética confronte a la maquinaria que ya esta operando el PRI con millones de pesos manchados por la corrupción y que aceitarán el operativo mediante el cual piensa ganar Enrique Peña Nieto.
Algunos de los grupos y personajes que han criticado a Sicilia y el movimiento ciudadano por la paz por su decisión de dialogar con Calderón, los ministros, legisladores y gobernadores, ha comenzado a plantear la necesidad de apuntalar esta corriente ciudadana que podría hacerse presente en el proceso electoral del año entrante mediante el voto blanco.
Después de muchos años de inacción, la sociedad civil mexicana podría tener en este movimiento de víctimas el cauce natural que ha buscado porque así como están las cosas todos somos víctimas de la crisis a la que nos han sometido por errores en la toma de decisiones de gobierno.
Sólo habría que saltar un obstáculo, el desacuerdo permanente que hay entre las distintas organizaciones y personajes de la sociedad que quieren imponer sus agendas como si fueran las únicas valederas.
Si se llega a resolver este problema histórico el Castillo de Chapultepec podría ser el símbolo del cambio que hace una década se presentó con la derrota histórica del PRI y que el PAN hecho a perder con dos presidentes. Vicente Fox y Felipe Calderón, que pasaran a la historia como la decepción y la desilusión para transitar a la democracia.
Por un civismo global
ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
Joseph E. Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía, tomó la palabra entre los jóvenes –y los no tanto– que acampan en un claro del Parque del Retiro para discutir el futuro del Movimiento, el M-15, cuya inesperada emergencia ha marcado la crisis española. Esta es, por así decir, la segunda vuelta de una larga batalla que ahora inicia el camino a Bruselas, sede de los poderes que toman las decisiones europeas. Lejos de la crispación, los manifestantes saben que hay mucho por hacer, mucho que discutir y mucho que estudiar para avanzar con fuerza de aquí en adelante. Por eso, la marcha popular a Bruselas se inicia bajo el lema: Vamos despacio porque vamos lejos, la cual habrá de culminar con una gran demostración global el 15 de octubre, si antes no se precipitan las amenazas de la crisis en todo el orbe.
Stiglitz, en mangas de camisa y megáfono en mano, reiteró con evidente simpatía hacia sus oyentes las tesis que viene defendiendo en todos los foros: Los mercados no son eficientes, a pesar de lo que se sigue enseñando en las principales universidades del planeta, transcribe el corresponsal de La Jornada, Armando G. Tejeda. En rigor, estamos ante una crisis ideológica de gran calado que, aun después del desplome de 2008, sus defensores se niegan a reconocer: “Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología –la creencia en los mercados libres y sin restricciones– llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años 80 hasta 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadunidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadunidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año. Es más, el crecimiento de la producción en Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de aquel país yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda”, escribe Stigliz en un texto significativamente titulado La crisis ideológica del capitalismo occidental. Pero las previsiones optimistas surgidas de la recesión no se cumplieron y la derecha volvió por sus fueros imponiendo ajustes brutales que liquidan de un tajo las conquistas sociales adquiridas por el llamado estado de bienestar. La crítica de Stiglitz a las grandes universidades estadunidenses y europeas parece completamente justificada pues es en ellas donde, en lugar de incubarse las alternativas, se gestan los dogmas que la repetición acrítica y machacona ha convertido en las ideas dominantes de nuestra época.
Es en ese contexto de pobreza intelectual y moral que adquiere trascendencia la aportación de Stéphane Hessel, cuyo manifiesto ¡Indignaos! supuso una revolución editorial que de inmediato ha tomado cuerpo, fuerza material en una serie de ideas extraídas del viejo baúl de la ética republicana y democrática de la resistencia contra el nazismo y el nacimiento de los derechos humanos como un pacto universal. Más allá del llamado contra la indiferencia, Hessel pide renovar el compromiso con dichos valores, la renuncia a una modernidad que no es más que una forma de encubrimiento de los viejos males, ahora en la dimensión global. En conversaciones con el joven ecologista Gilles Vanderpooten, Hessel llama a la capacidad de indignación para plantear alternativas que sean superiores y viables a las que ofrece el fatalismo ideológico del poder. No es la suya una utopía. Ni siquiera un programa acabado, pero sí toca las tres o cuatro cuestiones fundamentales de las que depende nuestro futuro como especie, es decir, la sobrevivencia de la sociedad humana. El sujeto de la acción es el ciudadano, pero tampoco hay en su texto una sacralización de ciertas formas de organización o la descalificación del Estado: es un llamado abierto a reaccionar ante los temas ineludibles del presente. “Creo que el escándalo mayor –escribe– es de índole económica: las desigualdades sociales, la yuxtaposición de la extrema riqueza y la extrema pobreza en un planeta interconectado”. Sabe que no es fácil cambiar ese mundo, pues para ello se requiere ir más allá de la protesta o el rechazo elemental a las ideas equivocadas, plantear nuevas fórmulas y avanzar mediante una acción a muy largo plazo. Opositor a la violencia, Hessel reivindica la necesidad de un civismo global que ubica en el primer plano la construcción de la conciencia ecológica , el reconocimiento de la diversidad, la inauguración de una vía que permita el desarrollo sustentable como eje de la restructuración institucional de las relaciones planetarias.
Stiglitz y Hessel son dos de los intelectuales prestigiosos –no los únicos, por fortuna– que hoy alzan sus voces críticas para advertirnos que vamos al despeñadero. Y éstas no puede ser más oportunas cuando la ONU habla de la catástrofe en que se ha transformado el desempleo juvenil en el orbe. O cuando se nos hace saber con cifras incuestionables que los mexicanos hoy somos más pobres que hace pocos años. La esperanza es que los ciudadanos escuchen el mensaje: que es posible comprometerse, actuar, cambiar la vida. Ojalá y nuestra activa sociedad civil que tanto desea abrirse camino hacia los procesos electorales sea capaz de incorporar a su ideario esas materias de escándalo de las que habla Hessel y sepa librar esas batallas cotidianas, a sabiendas de que los grandes males como la violencia no son ajenos a la descomposición causada por la visión que norma la política del poder en sus grandes trazos. Y para ello es preciso, como plantea Stiglitz, otra visión ideológica, no un acomodo al orden establecido.