ELLA, LA CINICA

7 jul 2011

Elba Esther Gordillo y el juicio de la historia

SOLEDAD LOAEZA

El pasado 29 de junio, la lideresa sindical Elba Esther Gordillo, en rueda de prensa convocada por ella misma, expuso sus estrategias y lo que considera sus principales logros desde que llegó a la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en 1989, gracias al apoyo del entonces presidente Carlos Salinas (La Jornada, 30/06/2011). En relación con acontecimientos más recientes, en particular la alianza entre el sindicato y el actual gobierno panista, confirmó mucho de lo que ya sabíamos: que durante la campaña electoral de 2006 estableció un pacto con Felipe Calderón, que a cambio del apoyo de los maestros a la candidatura del panista, la señora Gordillo obtuvo la dirección del Issste, de la Lotería Nacional, y la secretaría del Sistema de Seguridad Pública que distribuyó entre sus allegados, cuyo propósito sería administrar los intereses de la maestra en esos organismos. Pero la joya de esta corona fue la Subsecretaría de Educación Básica, donde designó a su yerno Fernando González Sánchez. Ese nombramiento ilustra la violación de uno de los principios de oro de la Secretaría de Educación Pública: mantener al sindicato a distancia de la dirección de la educación pública. La lideresa también aclaró que ella sólo habla con el Presidente de la República, y que los secretarios de Educación, Josefina Vázquez o Alonso Lujambio, no le merecen ningún respeto.

Tal vez más sorprendente que el contenido de estas declaraciones es el desenfado –si no es que la brutalidad– con que la maestra puso al descubierto los tejes y manejes de un poder al que expone sin pudor alguno, como si el apoyo de la corporación al PAN fuera el simple resultado de una operación comercial: Te lleno las urnas, pero eso te va a costar tres organismos públicos, dos de los cuales podré ordeñar cuanto se me antoje y para lo que me convenga.

También es escandaloso que este arreglo haya sido concluido precisamente con un candidato del Partido Acción Nacional, una de cuyas señas de identidad era el repudio al corporativismo del PRI, del cual el SNTE es un dignísimo representante. Hasta que la lideresa Gordillo estableció su primer acuerdo con el gobierno de Vicente Fox, el PAN veía en el sindicato de maestros un instrumento de control ideológico del Estado, un obstáculo para la libertad de enseñanza, un nido de corrupción y de ineficiencia que le costaba al erario millones de pesos. Una alianza PAN-SNTE era una propuesta contra natura y, sin embargo, la urgencia de la competencia electoral disipó toda repugnancia.

La intención de la señora Gordillo al abrir sus cartas ante la opinión pública era, no sólo mostrarnos qué tan hábil es, pues sus declaraciones bailan en la autosatisfacción, sino deslindarse de las acusaciones de desvío de recursos públicos en el Issste que involucran al antiguo director Miguel Ángel Yunes. No obstante, este último hizo declaraciones a la prensa el 6 de julio, en las que denunció la extorsión de que fue objeto por parte de su antigua jefa: Ya te di la silla, ahora te toca pagarme una renta de 20 millones al mes. Aquí nuevamente debería horrorizarnos la naturalidad y la frescura con que Yunes exhibe arreglos vergonzosos, de los que él mismo fue parte, porque la denuncia no lo salva de ser miembro de un personal político cegado por el cinismo, que ha olvidado el significado de la palabra decencia.

En la rueda de prensa citada, la lideresa Gordillo nos contó que no es mujer de arrepentimientos, afortunada ella, sino de reflexión, aunque no quede clara la oposición entre unos y otra. Uno se puede arrepentir de reflexiones imprudentes –como las que hizo públicas ese día–, o puedo uno reflexionar sobre lo que denota la incapacidad de arrepentimiento. No sin satisfacción, afirmó que la historia la juzgará. Con esta declaración, Elba Esther Gordillo nos dice que se considera a sí misma una figura histórica, que se resigna a ser hoy una incomprendida, porque sabe que a la larga será reconocida… ¿su obra? Pero el manido juicio de la historia también nos dice que la maestra considera que no tienen por qué juzgarla tribunales, jueces o jurados. Ya lo hará la historia. A mí se me ocurre que con este artilugio no pretende asegurarse la trascendencia, sino la impunidad.

PRI: Operación electoral en el Edomex

JENARO VILLAMIL

MÉXICO, D.F. (apro).- La felicidad en las filas priistas era inocultable tras la lluviosa jornada dominical del 3 de julio.

“Ganamos con gran contundencia”, presumió una y otra vez Humberto Moreira, el líder nacional del PRI, quien se inauguró en estos comicios como el estratega que sepultó la amarga experiencia de las derrotas estatales de 2010, cuando las alianzas PRD-PAN con expriistas les arrebató Sinaloa, Puebla, Oaxaca, Guerrero y, por poco, Veracruz e Hidalgo.

La felicidad de Moreira no era para menos. En el Estado de México se cumplió la consigna: ganar con el suficiente margen (40 puntos por encima del segundo lugar) para inhibir la eficacia o la anulación de cualquier litigio poselectoral. Se rebasó el tope de 2.2 millones de “voto duro” tricolor (llegaron a 2.8 millones), pero la abstención rondó por encima del 55% de un padrón de 10.5 millones de ciudadanos.

La abstención, más que una amenaza, siempre ha sido un aliado en los comicios del Estado de México. Permite controlar y presupuestar bien el triunfo.

En Coahuila, su hermano Rubén Moreira aventaja con casi 20 puntos al PAN, y en Nayarit, con más de 10 puntos de diferencia, Roberto Sandoval se erige en triunfador. Sólo en las elecciones municipales de Hidalgo, enclave priista de tradición, el PRI perdió 20 de 84 alcaldías en juego, pero Eleazar García Sánchez logró una victoria cerrada en Pachuca, frente a la candidata de la alianza PAN-PRD, Gloria Romero León.

La mañana del lunes 4 salí a las calles de Toluca para sentir “la gran contundencia” de la victoria priista. Nadie celebraba en una ciudad nublada. Acostumbrados quizá a este ritual sexenal, los toluquenses saben que el cambio de mando no significa el cambio de modo: seguirán las mismas prácticas, se renovarán los contratos para algunos empresarios y dueños de clientelas electorales, se repartirán plazas para maestros que apoyaron, y se darán “bonos” de productividad electoral.

En varias sucursales bancarias me llamó la atención ver largas filas de personas humildes que iban a cambiar sus cheques o a retirar un pago electrónico. “Es que ahora a muchos se les pagó por vía tarjeta de débito o cheque”, me ilustró una cajera de Bancomer. No era el pago de un salario. Era el precio del voto, de la operación electoral, del aparato estatal transformado en compra-venta para lograr “la gran contundencia”.

Es un secreto a voces en esta ciudad. Colocar una manta de Eruviel Ávila en una casa redituaba con 500 pesos. Conseguir cinco votantes podía valer entre mil y mil 500 pesos. Vigilar las casillas estuvo entre 2 mil y 3 mil pesos. Invertir en “operación electoral” para garantizar el manejo del presupuesto más cuantioso de todos los estados es toda una tradición mexiquense. Y no sólo del PRI.

En Toluca nadie se extraña de esta forma de operar. Lo mismo sucedió en 1999, cuando ganó Arturo Montiel; lo mismo en 2005, con Enrique Peña Nieto, y ahora en 2011 con Eruviel Ávila, el exalcalde de Ecatepec que demostró la fuerza de los grupos priistas del Valle de México y de la profesora Elba Esther Gordillo, para desplazar en la nominación al “heredero natural” de la dinastía Atlacomulco: el alcalde de Huixquilucan, Alfredo del Mazo Maza.

Disciplinados como son los mexiquenses priistas, aceptaron el acuerdo. Todo sea por lograr, una vez más, arañar la esperanza del 2012: llevar a la presidencia de la República a uno de los “suyos”, al producto de mercadotecnia política mejor logrado en los últimos años: Enrique Peña Nieto.

Sólo se cruzan los dedos para que no se repita la tragedia de hace seis años: un escándalo en la pantalla de Televisa que sepultó las aspiraciones y las inversiones de Arturo Montiel. Su adversario, Roberto Madrazo, logró un convenio más jugoso y beneficioso para la televisora hegemónica: la Ley Televisa.

En Toluca aprendieron la lección de hace seis años. Desde mayo, Arturo Montiel abandonó la entidad y quizá el país. Interrumpió la presentación de su libro de memorias y evitó ser objeto de golpe espectacular para debilitar a sus dos herederos: Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila.

También lograron una sinfonía perfecta entre las cifras del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), las encuestas de salida de TV Azteca, de GCE (Milenio TV) y de otras mediciones demoscópicas. La inversión fue muy alta, pero redituable en términos de percepción: la “gran contundencia” fue cantada con tanta anticipación que inhibió la posibilidad de una contienda real.

En el lado de la oposición las lecturas son múltiples. En el PRD, la unidad escenográfica terminó. Los adversarios de Andrés Manuel López Obrador le cobraron la factura de la derrota de Alejandro Encinas. Desde su poderoso 10% de los votos en Nayarit, Guadalupe Acosta Naranjo acusó al excandidato presidencial de la derrota en el Estado de México. Lo siguió el dirigente local del PRD, Luis Sánchez, quien a regañadientes se sumó a la campaña de Encinas, aun cuando se operó hasta el último momento la posibilidad de reclutar a un ex priista como candidato de una “alianza” con el PAN.

Para Acción Nacional la derrota es más amarga. Con Luis Felipe Bravo Mena cayó hasta el tercer sitio de las preferencias en el Estado de México y obtuvo la mitad de los votos que consiguió en 2005, cuando Rubén Mendoza Ayala fue su candidato. Voto de castigo para el gobierno federal, dicen algunos. En realidad, otros conocedores saben de la volatilidad del sufragio blanquiazul: la gran mayoría de esos votos se fueron para el PRI, no para el PRD.

Esta es apenas una fotografía del día después del 3 de julio en las elecciones consideradas como un “termómetro” de los escenarios del 2012. La “gran contundencia” mexiquense aún tiene que pasar por las intrincadas aduanas al interior del PRI y sus grupos en disputa.

Ilusión y realismo

ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO



Es indiscutible que en la elección en el estado de Mexico se impuso una evidente inequidad que está en línea con las aspiraciones del PRI, personalizadas por el gobernador Peña Nieto. La guerra mediática a favor de Eruviel, la disponibilidad inagotable de recursos denunciada sin éxito, así como la directa intervención de la autoridad para engrosar las redes clientelares no sólo resultan legalmente injustificables y antidemocráticas, sino que impiden la emergencia de una verdadera ciudadanía, según se puede observar por el nivel histórico del abstencionismo que aleja de las urnas a la mitad de los posibles electores. Que el candidato de la coalición Unidos por Ti, Eruviel Ávila, obtuviera 62.43 por ciento de los votos, según el PREP local, habla del abismo existente entre las oposiciones y el partido ganador, pero no deja de ser un dato alarmante que la mitad de los votantes prefiriera quedarse en casa o dar su voto al más fuerte o al mejor postor. Se cumple con el ritual democrático pero el acto se vacía de contenidos, separando aún más a los políticos –los partidos– de los ciudadanos que los observan pasivamente hacer y deshacer. Punto y aparte merece en este sumario recuento la actuación del Instituto Estatal Electoral, la parcialidad del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para salvaguardar la buena reputación del gobernador preferido de Televisa, dejándolo a salvo de toda impugnación. Todos esos elementos cuentan y van sumándose para dar un resultado. Pero todos ellos estaban presentes desde el inicio de la contienda y no hay lugar para las sorpresas. Es evidente que, por razones distintas, la oposición ha sufrido un duro revés que también merece ser examinado en sus propios términos y a la luz del funcionamiento del régimen político que, en nombre de la democracia, se ha venido construyendo en los últimos tiempos.

Con los números a la vista atribuir la derrota de las oposiciones a una elección de Estado resulta un argumento tan poco convincente como suponer que la hoy tan añorada alianza entre izquierda y derecha habría asegurado el triunfo, lo cual no tiene asidero en los datos obtenidos en las urnas, pero exime a los partidarios de esta tesis de ir al fondo de la cuestión que es 1) el desplome del panismo gobernante como opción de cambio y b) la crisis de la izquierda para convertirse en un polo de atracción ciudadana, popular, incluyente, capaz de trascender las controversias partidistas que suelen afectar la libre participación de los sectores más activos. En vez de preguntarnos cuántos votos se habrían reunido gracias al extraño maridaje entre derechas e izquierdas en alianza, convendría cuestionarnos por qué esos partidos no acaban de convertirse en alternativas de poder, no obstante las grandes votaciones recibidas, digamos, en las últimas elecciones presidenciales (como tampoco lo ha conseguido la izquierda en importantes regiones del norte del país, donde su presencia es poco menos que testimonial).

El desplome del PAN como opción de gobierno y el temor (convertido en asedio permanente contra López Obrador) ante la posibilidad de un repunte de la izquierda crearon el espacio propicio para la resurrección del PRI, que desde el principio trató de presentarse como un protagonista responsable, institucional pero ajeno a la crisis desatada por las elecciones de 2006. Esa estrategia, a pesar de algunos descalabros en elecciones locales, le rindió frutos: ganó las elecciones intermedias y los resultados causaron estragos en las filas de la izquierda y el gobierno federal, pese a los triunfos de la coalición PAN-PRD en tres entidades. La alianza entre sectores de la Iglesia católica, empresarios de telecomunicaciones y grupos empresariales se estrechó cada vez más en torno a Peña Nieto, al mismo tiempo que se puso en marcha una campaña contra los partidos y los políticos sin por ello restarle fuerza al priísmo modernizante, cómodamente asentado en los feudos estatales, donde mantiene y reproduce su fuerza.

En el estado de México, como ha escrito Alejandro Encinas, las peculiaridades de esta elección habría que buscarlas en la historia de las reformas regresivas que se fueron instalando durante años en el sistema electoral mexiquense, sin obviar el análisis de la conducta pública de los partidos contendientes, esto es, en el mensaje que le transmiten a la sociedad y en el modo como ésta los valora, más allá de los buenos deseos, la voluntad o, incluso, de los programas confeccionados por sus intelectuales. Y, desde luego, su actitud ante el fenómeno Peña Nieto.

El estado de México demuestra que no siempre el mejor candidato obtiene los mejores resultados. Encinas hizo un gran trabajo, demostró madurez, experiencia y cosechó aplausos por su desempeño en los debates, pero la habilidad o el carisma no fueron suficientes para remontar la oleada de votos negativos acumulados por la izquierda de 2006 a la fecha. Con un partido dividido, su gran acierto personal fue mantener a contracorriente la unidad de la izquierda cuando muchos apostaban a la inminente ruptura. Le dio voz, expresión a las mejores propuestas, pero el mensaje no fue escuchado por el votante promedio. Habrá que sopesar cuánto afectaron a Encinas las malas actuaciones de los gobiernos municipales que la izquierda conquistó gracias al factor AMLO para luego perderlos a la primera oportunidad, por no hablar otra vez del lastre representado por los pleitos internos o el oportunismo en la disputa de los cargos públicos que la sociedad observa sin contemplaciones. Es probable también que al candidato Encinas le hicieran daño las dudas en torno al registro de su candidatura, su relativo alejamiento del estado explotado a tambor batiente por el peor localismo y, ¿por qué no decirlo?, la falsa acusación de que no actuaba por sí mismo, difundida desde su propio partido, acusándolo de ser una pieza más en el engranaje de la estrategia lopezobradorista hacia la sucesión presidencial, temas, por cierto, a los cuales respondió con puntualidad y elegancia en medio de las estridencias de sus críticos.

Habrá que esperar al balance de los partidos que apoyaron a Encinas. Es obvio que se trata de un asunto crucial para definir la ruta hacia el 2012. Haría falta poner en segundo plano el debate acerca de cómo elegir al candidato para entrar en una discusión seria, racional, sobre qué hacer para recrear un amplio frente sin exclusiones y con qué ideas darle vida, perspectiva. Y eso exige entrar de lleno en el debate político, en la organización y en la apertura hacia la sociedad que busca afirmar su presencia. México vive una situación de emergencia. Hace falta ilusión, sí, pero también realismo. Lo que está en juego no es tanto el intento de restauración del régimen priísta a la manera tradicional sino la continuidad y fortalecimiento de la oligarquía dominante bajo un sistema político centrado en un partido fuerte, mayoritario y, por tanto, dispuesto en los hechos a subordinar las complejidades del pluralismo democrático, incluida la alternancia, al funcionamiento eficaz del sistema. En el estado de México, el vencedor formal es Eruviel pero el ganador es Peña Nieto y el proyecto que representa.